El Zarevich
Lo malo del poder, -me dijo un día Obregón-, es que uno jamás se acostumbra a perderlo. Hay una historia que me da miedo:
El zarevich tenía un criado, un hombre devoto que lo adoraba y soportaba cualquier cosa por su amito. En la casa imperial el criado era el modelo de fidelidad, docilidad, mansedumbre.
Vino la Revolución.
La familia de Nicolás II quedó prisionera en su castillo de Zarskoie.
El criado se convirtió en un tirano.
Obligó al zarevich a servirlo.
Lo humillaba con insultos, bofetadas y tareas inútiles, lo trataba con la mayor crueldad.
Hasta que un día se fue de Zarskoie y no volvió a saberse nada del sirviente...
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Es broma, es broma
Cuando el general Alvaro Obregón tomó militarmente la capital de la República, los horrores de la hambruna hacían mella con la gente.
Entonces el Obregón solicitó al clero un préstamos forzoso por quinientos mil pesos para "gastos de la revolución y servicios públicos", ante una tesorería federal quebrada y agotada por el conflicto armado.
El general recibió a un grupo de norteamericanos ofendidos por la imposición del "préstamos forzoso", porque a su juicio la Iglesia Católica carecía de fondos que, según ellos, habían empleado, hasta el último centavo, en ayudas piadosas y caritativas a los pobres.
-Perou, ¿y si nuestra querida Iglesia no poder prestar el dinerou, porque no lo tener, qué va a hacer usted, general?
-Muy sencillo -respondió el militar-. ¿Ve usted esta plaza tan amplia? fíjese bien, en el centro pondré una horca para colgar del pescuezo, uno por uno, a todos los curitas que sí le dieron dinero a Porfirio Díaz y al mugroso asesino de Huerta y que ahora se niegan a dárselo a su libertador.
El interlocutor norteamericano no podia salir de su azoro. No estaba acostumbrado a semejante brutalidad. Imposible imaginar a pastores protestantes colgados a lo largo de la Pennsylvania Avenue, Palideció.
-¿Sabe usted lo que es el pescuezo, mister…?
-Sí, clarou, ser aquí donde estar la manzanita -adujo llevándose la mano al cuello-. Pero, general, ¿los va usted a colgar aquí en el zócalou, en la plaza?
-En plena plaza, míster, ahí mérito, para que vean que sí soy de a de veras y que no me ando con chingaderas.
-¿Qué ser chingaderas, mi general…?
Obregón estalló de risa.
-¿De modo que no sabe usted lo que es una chingadera?
-Nou, señour… -repuso sin poder recuperar el color del rostro.
-Mire, para que nunca se le olvide, chingadera fue lo que nos hicieron ustedes, los gringos, cuando nos robaron a balazos y bombazos, como buenos rateros, Tejas con jota… Sí, con jota, nade de Tecsas, además de nuestra California y Nuevo México. Esa fue una chingaderota, míster.
El gringo enmudeció. Se sintió en ridículo mientras la hilaridad de los circundantes parecía no tener fin.
-También fue otra chingadera cuando nos invadieron en Tampico y en Veracruz el año pasado. Otra y otra más, mister. Ya debería saber lo que es una chingadera si vive en México, ¿no…?
De pronto cambio su actitud para sentenciar en terminos tronantes que no dejaban lugar a dudas en torno a la seriedad de sus intenciones.
-A ver, traigan harto mecate…
-¿Qué ser el mecate?
-¿Otra vez, mister? Pos la cuerda pa'colgar a los curitas, si no cómo.. De dónde vamosa colgar lo sabemos todos, ahora sólo nos falta el con qué, ¿no?
El yanquí quedo totalmente perplejo. Hallaba con Obregón, un hombre duro, severo, inflexible, que venía de la guerra, estaba en la guerra y volvería a la guerra.
Estaba acostumbrado a decir tu vida contra la mía, ahora mismo. No hay espacio para titubeos.
Ante las expresiones de terror de los mensajeros norteamericanos, el general Obregón finalmente cedió con el siguiente argumento:
-Es broma, es broma, no sería capaz de colgarlos porque no ganaría nada con ello, y es más, ni siquiera necesito el dichoso préstamo.
-¡Carambas!, eso sí que ser una mucho buena noticia, sabíamos que usted ser una muy buena persona con la que se podía hablar y entederse, señour.
-Quien se los dijo tenía toda la razón, mister, sólo quería informarles que a la hora de tomar la Catedral y otras iglesias y parroquias encontré los archivos eclesiásticos donde constan las cuantiosas inversiones y los bienes de la iglesia, así como los créditos extendidos a diferentes personas. Simplemente -adujo retorciéndose el bigote- confiscaré dichos bienes y los venderé, los remataré al mejor postor… En lo que hace a los préstamos, haré que los deudores de la iglesia me paquen a mí, liberándolos de cualquier carga financiera, de modo que díganle a sus padrecitos que no se preocupan, que nunca los colgaré, que no soy capaz de una villaina de esa naturaleza y que no me presten nada… Nos veremos el día de la subasta, mister…
Aunque el yanqui no acababa de salir de su azoro, todavía tuvo que resistir otro feroz embate del revolucionario.
-Haga correr la voz también, míster, entre todos los empresarios mexicanos o extranjeros, todos, y cuando digo todos son todos, de que voy a decretar un impuesto sobre las propiedades inmobiliarias para hacer frente a los gastos de la revolución, y quien se niegue a pagarlo tendrá que luchar contra las mareas de muertos de hambre que saquearán sus oficinas y bodegas. Podemos acarrear a miles a donde se nos dé la gana para que asalten a las empresas brincándose las bardas o tirando las puertas con la debida protección del ejército, hasta que queden limpiecitas las oficinas y los almacenes… ¿Cómo ve, mister? O nos ayudan o no tendré cómo detener a quienes tienen la panza vacía… Ahí usted sabrá…
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Gravamen de Guerra
A consecuencia de un gravamen de guerra impuesto por Alvaro Obregón a los empresarios, cuatrocientos de ellos, reunidos con él, se negron a pagarlo aduciendo que lo consideraban ofensivo, inmoral, imposible de cumplir e injusto.
El general divisionario les contestó en los siguientes terminos:
-Se ha tachado al decreto de inmoral; pero hay algo más inmoral, y es la actitud del grupo adinerado que le cierra las puertas al pueblo hambriento. Se le llama inmoral a un decreto que trata de evitar las inmoralidades; que sólo lleva por mira ayudar al pueblo que ustedes han explotado durante tantos años. Me complace ver que todos han hecho causa común; no importa; con una sola vara puedo hacer justicia a todos… El Ejército Constitucionalista, al cual tengo mucho honor en pertenecer, no viene a mendigar simpatías; viene a hacer justicia… Deber mío es decir a ustedes que el general Obregón no se deja burlar de nadie… La División que con orgullo comando ha cruzado la República del uno al otro extremo entre las maldiciones de los frailes y los anatemas de los burgueses. ¡Que mayor Gloria para mi! ¡La maldición de los frailes entraña una glorificación!… Ya he dicho que no toleraré que se burle ninguna de mis disposiciones. Repito lo que dije recientemente: No calmaré a balazos el hambre del pueblo. No olvides al pueblo que, enloquecido por su ansia, por su extrema necesidad, no tendría otro recurso de alivio que el de hacerse justicia por su propia mano. Por lo que a mí respecta, nada me importan vuestros anatemas, como nada me importaron las maldiciones de los frailes. A mí lo que me preocupa es la conquista de las libertades. Por esto es que desprecio los anónimos que a diario me envían frailes y burgueses, en los que hablan de muerte y de veneno. ¡desprecio esas amenzas y solo, en mi automóvil, todos pueden ver que paso por las calles! ¡Mi valor consiste en el miedo de mis enemigos! Aquí hemos terminado. De aquí saldrán los espectadores y los que hayan pagado sus cuotas. Los que no han pagado, esos… saldrán cualndo yo lo disponga.
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Los Sacerdotes y Obregón
-Y, ¿finalmente aportó el clero el medio millón de pesos requerido por Obregón?
-¡Qué van a aportar nada¡ La lana es sagrado, no la toques… Lo peor que le puedes pedir a un cura es dinero. Les puedes abrir en canal con un cuchillo cebollero, pero no les sacarás ni un clavo.
-Mi general Obregón recibió en Palacio Nacional, donde había instalado una oficina provisional, a una comisión de 180 sacerdotes quienes fueron a manifestarle su incapacidad material de cumplir con el préstamos forzoso. Sólo podían cooperar con piedad para los muertos y heridos. Imagínate lo que le fueron a contestar:
"Señor general, pondremos puestos de limosnas en las calles y en todo el país para reunir los quinientos mil pesos que usted quiere -adujo uno de ellos verdaderamente obeso que, sin duda, requería de un cíngulo especial para rodearle la inmensa cintura que ostentaba. El perfil y el rostro rubicundo de este sacerdote contrastaba con el de las famélicos que pululaban por las calles de la Ciudad de México en aquel 1915, mejor conocido como "el año del hambre".
-Esperame tantito… ¿qué es un cíngulo?
-Cíngulo es el cordón con el que un sacerdote se ciñe la sotana, pero, permiteme continuar con la anécdota.
"Mire, señor cura -repuso Obregón-, y escúchenme bien todos los aquí prsentes: yo sólo escucho la voz de la revolución y, créame, no tengo mucha paciencia. sólo quiero manifestarle con toda seriedad que su estratégia de la limosna sólo complicará el estado de cosas que estamos viviendo: este es el momento de impartir la limosna, no de implorarla. ¿Va a pedirle limosna a quien hace colas lastimosas en los expendios de leche, de carbón, de maíz y de tortillas para que compren menos cuando el hambre nos aprieta por todos lados? ¿Ese es su concepto de la piedad? Aporten dinero de ustedes el de sus rentas, el de sus intereses, el de sus utilidades de otras inversiones y, por favor, dejen alguna vez en su vida de esquilmar a los pobres, a los jodidos… No me repita otra vez lo de sus puestos de limosnas porque lo mando a Veracruz a trabajos forzados… A propósito -enfrento al cura de la voz cantante-: ¿Ha trabajado usted alguna vez en su vida o vive de los terceros, como todo buen parásito? ¿Sabe lo que es ganarse un peso?
"El sacerdote agachó la cabeza. Todos se miraron ofendidos sin responder a semejante pregunta.
"Señor, es que no tenemos dinero, señor, se lo juro por Dios que no me dejará mentir -todavía agregó el sacerdote de vientre y papada descomunales.
"Lo va a partir un rayo por andar jurando en falso… ¿No aprendió en el seminario que jamás debería jurar en vano en el nombre de Dios?
"El sacerdote se santiguó. Sacó de las enormes bolsas de su sotana, con el suficiente espacio para guardar las limosnas domingueras, un rosario de madera muy viejo, que besó compulsivamente como si estuviera pidiendo perdón, invocándolo.
"Lo que usted quiera, pero dinero no, por favor no… No lo tenemos, señor, no lo tenemos…
Entonces Obregón, mientras el resto de la comisión eclesiastica lo miraba atónita, se acercó al sacerdote, por lo visto el representante de todos ellos, hasta que casi se encontraron ambas narices para recetarle este párrafo inolvidable:
"Ustedes aplaudieron al asesino Huerta pactaron con él; ustedes, que tuvieron millones de pesos para el execrable asesino Victoriano Huerta, hoy no tienen medio millón para mitigar el hambre que azota despiadadamente a nuestras clases menesterosas.
"Señor, es que…
"Hemos terminado la conversación. Todos ustedes están presos a partir de este momento…
"¿Presos…? ¿Cómo presos…? ¿Todos…?
"¡Todos¡ Todos son todos, ¿Está claro?
"Dio entonces un par de gritos por el teléfono colocado encima de su escritorio y de golpe entro al despacho del Manco un piquete de soldados.
"Enciérrenlos en la intendencia y los largan mañana al amanecer, sin probar alimentó alguno, a la estación de ferrocarril. Se irán juntos con otros muchos sacerdotes a Veracruz a trabajar, a ver si al menos trabajan una vez en su vida… ¿No que ganarás el pan con el sudor de tu frente? Nunca ninguno de ustedes ha sudado para ganárselo, ¿verdad?"
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Tomado de
México Acribillado
Francisco Martín Moreno.
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