Bertrand Russell
La Ley Natural es uno de los argumentos en favor de la existencia de Dios. Y en esta ocasión me quiero referir a este argumento.
Fue un argumento favorito durante el siglo XVIII, especialmente bajo la influencia de Isaac Newton y su cosmogonía.
La gente observó los planetas que giraban en torno del sol, de acuerdo con la ley de gravitación, y pensó que Dios había dado un mandato a aquellos planetas para que se moviesen así y que lo hacían por aquella razón.
Aquella era, claro está, una explicación sencilla y conveniente que evitaba el buscar nuevas explicaciones de la ley de la gravitación.
Ahora explicamos la ley de la gravitación en forma un poco más complicada que Einstein ha introducido.
Yo no me propongo dar una conferencia sobre la ley de la gravitación, de acuerdo con la interpretación de Einstein, porque eso llevaría algún tiempo; sea como fuere, ya no se trata de la ley natural del sistema newtoniano, donde, por alguna razón que nadie podia comprender, la naturaleza actuaba de modo uniforme.
Ahora sabemos que muchas cosas que considerabamos como leyes naturales son realmente convencionalismos humanos.
Sabemos que incluso en las profundidades más remotas del espacio estelar la yarda sigue teniendo tres pies.
Eso es, sin duda, un hecho muy notable, pero no se le puede llamar una ley natural.
Y otras muchas cosas que se han considerado como leyes de la naturaleza son de esa clase.
Por el contrario, cuando se tiene algún conocimiento de lo que los átomos hacen realmente, se ve que están menos sometidos a la ley de lo que cree la gente y que las leyes que se formulan no son más que promedios estadísticos producto del azar.
Hay, como es sabido, una ley según la cual en los dados sólo se obtiene el seis doble aproximadamente cada treinta y seis veces, y no consideramos eso como la prueba de que la caída de los dados esté regulada por un plan, por el contrario, si el seis doble saliera cada vez, pensaríamos que había un plan.
Las leyes de la naturaleza son así en gran parte de los casos.
Hay promedios estadísticos que emergen de las leyes del azar; y esto hace que la idea de la ley natural sea mucho menos impresionante de lo que era anterioremente.
Y aparte de eso, que representa el momentáneo estado de la ciencia que puede cambiar mañana, la idea de que las leyes naturales implican un legislador se debe a la confusión entre las leyes naturales y las humanas.
Las leyes humanas son preceptos que le mandan a uno proceder de una manera determinada, preceptos que pueden obedecerse o no; pero las leyes naturales son una descripción de cómo ocurren realmente las cosas y, como son una mera descripción, no se puede argüir que tiene que haber alguien que les dijo que actuasen así, porque, si arguyéramos tal cosa, nos veríamos enfrentados con la pregunta "¿Por qué Dios hizo esas leyes naturales y no otras?"
Si se dice que lo hizo por su propio gusto y sin ninguna razón, se hallará entonces que hay algo que no está sometido a la ley, y por lo tanto el orden de la ley natural queda interumpido.
Si se dice, como hacen muchos teólogos ortodoxos, que, en todas las leyes divinas, hay una razón de que sean esas y no otras -la razón, claro está, de crear el mejor universo posible, aunque al mirarlo uno no lo pensaría así-; si hubo alguna razón de las leyes que dio Dios, entonces el mismo Dios estaría sometido a la ley y, por lo tanto, no hay ninguna ventaja en presentar a Dios como un intermediario.
Realmente, se tiene una ley exterior y anterior a los edictos divinos y Dios no nos sirve porque no es el último que dicta la ley.
En resumen, este argumento de la ley natural ya no tiene la fuerza que solía tener.
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Los argumentos usados en favor de la existencia de Dios cambian de carácter con el tiempo.
Al principio, eran duros argumentos intelectuales que representaban ciertas falacias completamente definidas.
Al llegar a la época moderna, se hicieron menos respetables intelectualmente y estuvieron cada vez más influidos por una especie de vaguedad moralizadora.
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