miércoles, 23 de diciembre de 2009

Constantino y la Iglesia Católica

Después de la existencia de Cristo el fraude más desvergonzado de la Iglesia Católica es la llamada "Donación de Constantino" (CONSTITUTUM CONSTANTINI o PRIVILEGIUM SANCTAE ROMANAE ECCLESIAE) que pergueñaron los escribas de Esteban III en el año 752 y en virtud de la cual, desde ese papa hasta el Acuerdo Laterano de 1929 entre Pío XI y Mussolini, la Iglesia Católica pretendió que era dueña de medio mundo con el cuento de que el emperador Constantino se lo había dado al papa Silvestre en agradecimiento porque éste lo había curado milagrosamente de la lepra.
"Y cuando estaba en el fondo de la pila bautismal purificándome con la triple inmersión -cuenta Constantino- vi una mano del cielo que me tocaba: cuando salí del agua estaba curado de la inmundicia de la lepra. Y así, tras recibir el misterio del sagrado bautismo de mano del bienaventurado papa Silvestre, entendí que no habia más Dios que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que él predica, una Trinidad en la unidad y una Unidad en la trinidad".
¡El que masacró a millares salía de la pila bautismal no sólo bautizado y curado de la lepra sino convertido en teólogo!
Y en consecuencia, "por nuestra sacra potestad imperial (per nostram imperialem iussionem sacram) les otorgamos a nuestro beatísimo padre el Sumo Pontífice Silvestre y a sus sucesores, para que las gobiernen, regiones del oriente y del occidente, y aun del norte y el sur: en Judea, Grecia, Asia, Tracia, África e Italia más sus islas".
Acto seguido el recién bautizado se trasladó a Bizancio, que en adelante se llamó Constantinopla, con el fin de dejarles a los representantes del emperador del cielo el pleno dominio de Occidente, de sus comarcas y palacios empezando por el Laterano.
Hoy no sólo Oriente no le pertenece sino tampoco Occidente.
Ratzinger, por lo tanto, no está renunciando a nada cuando se despoja de un título tan vacío como espurio.
Nada tiene.
Es un inquisidor que ya no puede torturar ni quemar por más que le nazca del ama.
Mentir sí.
A Auschwitz acaba de ir a increpar a Dios por el holocausto judío y los crímenes del nazismo:
"¿Por qué permitiste esto, Señor?" preguntó al aire este Jeremías impúdico en el descampado de lo que fuera el más espantoso de los campos de concentración, aureolado por los flashes de la prensa alcahueta.
"Vengo -dijo en Auschwitz- como hijo del pueblo alemán por sobre el que un grupo de criminales llegó al poder mediante falsas promesas de grandeza futura.
"Esa gente" son los judíos, a los que sus antecesores persiguieron y masacraron durante mil setecientos años, desde que la Iglesia Católica empezó a mandar en calidad de concubina de Constantino y de Justiniano, con la calumnia de que habían crucificado a Cristo.
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