jueves, 12 de agosto de 2010

El Retorno de Santa Anna

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Estamos ante circunstancias parecidas a las que se vivieron en el último periodo de gobierno de Antonio López de Santa Anna. En aquel entonces, había, como ahora, una profunda tristeza en el pueblo: nos acababan de arrebatar más de la mitad del territorio nacional. Y, sin embargo, el 17 de marzo de 1853, se volvió a designar a Santa Anna, por undécima vez, presidente de la República, y lo trajeron desde Colombia. Era tal el ambiente de desorientación que prevalecía y la incapacidad del gobierno de Mariano Arista para encontrar salidas a la crisis, que se terminó decidiendo por llamar de nuevo a quien, apenas unos años atrás, había causado el desastre de la nación.
Agustín Yáñez, analizando aquellos tiempos, sostuvo que "es difícil encontar en nuestra historia una época aciaga que pueda equipararse a este periodo", y que "cada vez se hacía más urgente el advenimiento de un hombre que, aunque no remediase las causas, paliara los síntomas de la enfermedad nacional, no importaría el pasado de ese hombre: presente y apremiante era el desastre gubernativo".
A la llegada de Santa Anna al país, a pesar de que casi siempre se había comportado como un mal ciudadano y un mal gobernante, se le recibió como a un héroe. En su recorrido de Veracruz a la ciudad de México, fue aclamado por multitudes. El historiador Juan Suárez y Navarro escribió que "agiotistas, comerciantes quebrados, empleados, vagabundos, licenciados sin pleitos ni bufetes, y hombres que están siempre al sol que nace, formaban el cortejo del funcionario que dizque venía a reestablecer el orden y la moralidad". El júbilo era naturalmente mayor en las filas de los conservadores. El gran ideólogo de ese agrupamiento, Lucas Alamán, le escribió una carta recomendándole que había que mantener los privilegios del clero, suprimir el federalismo y "todo lo que se llama elección popuar". En pocas palabras, le proponía no tocar los bienes de la Iglesia; restablecer el centrallismo y nada de democracia; asegurándole que se disponía de "la fuerza moraal que da la uniformidad del clero, de los propietarios y de toda la gente sensata que está en el mismo sentido". Además, "para realizar estas ideas se puede contar con la opinión general, que está decidida a favor de ellas, y que dirigimos por medio de los principales periódicos de la capital y de los estados, que todos son nuestros.".
Casi al mismo tiempo, a petición de Santa Anna , Miguel Lerdo de Tejada, de firmes convicciones liberales, le escribe una carta con una interpretación distinta de la realidad y con otro remedio para enfrentar los males del país. Don Jesús Reyes Heroles decía que "si una carta aspira a retrogradar, la otra insta a dar el último jalón". En efecto, Lerdo tiene otra visión y la expresa con claridad. Le dice
que primero hay que conocer las necesidades "de la gran mayoría del pueblo" y no sólo escuchar las opiniones "de las clases que directa o indirectamente viven sobre ella". En su escrito repasa "los deseos que hoy manifiestan los individuos de las clases más elevadas". Acerca de los miembros del ejército sostiene que "quieren un gobierno fuerte que les dedique toda su atención y con ella todas las rentas públicas para sujetar a la sociedad bajo el dominio del sable y seguir siendo los árbitros de su destino". Asegura que "los individuos del clero desean también un gobierno fuerte que sofoque toda idea de reforma en su clase, para continuar en la holganza, disfrutando tranquilamente de las desgracias del pueblo, aunque sin hacer jamás el más pequeño sacrificio de su parte para mejorar su situación". De la burocracia opina que "prefieren el desbarajuste que existe en la administración pública, para continuar así unos cumpliendo poco o nada con sus obligaciones, y otros malversando las rentas que les están confiadas, sin temor a ser jamás castigados por sus faltas o por sus delitos". Y "por último, los ricos de México, esos hombres que sus gandes fortunas pudieran ser útiles a su país, tomando una parte activa e ilustrada en la marcha de los negocios públicos, se lilmitan también a desear un gobierno que conserve la sociedad en el estado que hoy se halla, porque en sus mezquinas ideas no conciben ni apetecen otra dicha que la de seguir especulando, unos con la paralización de los giros y de la miseria pública, y otros con las angustias del tesoro nacional, conformándose, todos ellos, con la influencia que les da su dinero, y siéndoles indiferente que el gobierno haga o no la felicidad del país con tal que a ellos no les aumente las contribuciones". Como síntesis, Lerdo formuló estas interrogantes: "¿Pero podrá decirse por esto que esos deseos de las clases elevadas son los de la sociedad? ¿Habrá acaso algún hombre que de buena fe pueda sostener que lo que le conviene sólo a las dos mil, 10 mil o 20 mil personas que las compongan, es lo que conviene a toda la nación?"
Lerdo aconseja la reforma económica: supresión de trabas al comercio; cesación del monopolio del tabaco; mejoramiento de los caminos de tierra y construcción de ferrocarriles; seguridades y garantías; promoción de la educación; un ejército "moralizado y bien instruido" que cuide la integridad del territorio y la paz pública; moralización de la administación pública; manejo cuidadoso de las rentas del Estado. Y sostiene que la ciudadanía "quiere también que el gobierno en bien de la nación, procure que respecto del Clero se hagan las reformas convenientes sobre algunos abusos que contribuyen a mantener en la miseria a la clase más infeliz de la sociedad y a extraviar sus ideas". Y expresa su opinión de mantener el sistema del gobierno federal representativo y popular. Por último, le advierte a Santa Anna que cualquier pretensión de implantar un régimen dictatorial lo llevaría al fracaso. Proféticamente termina diciéndole:
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Usted tiene en su propia historia algunos ejemplos de que, aunque en nuestra sociead no hay todavía todos los elementos de fuerza para impedir esos frecuentes trastornos que destruyen por el momento el orden constitucional, la sola opinión que se ha ido generalizando a favor de la libertad y de los derechos del pueblo, es ya bastante poderosa para hacer imposible sino muy transitoriamente, el establecimiento en México de la tiranía de una persona o de una clase, cualquiera que sea.
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Sin embargo, Santa Anna no quiso escuchar el llamado a la tranformación, a las reformas. Su conservadurismo y sus afanes dictatoriales le impidieron percibir los cambios que se estaban gestando en la sociedad. La nueva realidad exigia adecuación en los métodos políticos y el viejo caudillo se había quedado rezagado de modo que optó por mantener intacto al antiguo régimen y su gobierno se inspiró en la carta de Alamán, que más tarde se convertiría en las "Bases para la administración de la República". En ellas se otorgaba "amplia facultad" a Santa Anna para la reorganización de la administración.
Con Alamán como jefe del gabinete se tomaron las primeras medidas. El 25 de abril de 1853 se expidió un decreto que restringía la libertad de imprenta; el 14 de mayo, por otro decreto, se determinó la centralización de las rentas públicas; el 20 de mayo con el mismo procedimiento se consideraba la necesidad de mantener un ejército de 91 mil 499 hombres, de los cuales 26 mil 553 serían de fuerza permanente y 64 mil 946 de activa. Esta medida resultaba absurda para un país pobre y de escasa población. Mientras tanto, Alamán fracasa en sus negociaciones en el exterior a para traer un príncipe español, cosa que produce el beneplacito de Santa Anna, quien a su vez hacía gestiones para traer un regimiento suizo que le sirviera de guardia personal.
A partir de la muerte de Alamán, el 2 de junio de 1853, se inició la etapa del dominio absoluto de Santa Anna o del santannismo. Es el periodo de mayor autoritarismo y desvarío. El dictador, ante la imposibilidad de importar jerarquías extranjeras, instaura un régimen de condecoraciones e investiduras. El 22 de noviembre, por decreto se restablece la Orden de Nuestra Señora de Guadalupe "para excitar en los ánimos de los mexicanos los sentimientos de honor que
por desgracia han sido sofocados merced a teorías y doctrinas anárquicas y disolventes". Esta orden, creada originalmente por Agustín de Iturbida, dio lugar a desmesurados absurdos: se implantaron trajes ridículos, mantos sustuosos, sombreros con inmensos plumajes, llegándose al extremo de destituir de sus cargos a quienes se rehusaban a cumplir con el ceremonial de la artíficial realeza.
Unos días después del restablecimiento de la Orden de Guadalupe, en Guadalajara se levanta un acta prorrogando el mandato de Santa Anna por el tiempo que fuera necesario," a cuyo juicio del Excmo. Sr. Presidente de la República". Con esta disposición se confirma la dictadura omnímoda y se le permite a Santa Anna la atribución de señalar sucesor en pliego sellado y cerrado, para los casos de fallecimiento u otro impedimento físico o moral. Simultáneamente, en todo el país se levantan actas semejantes, discrepándose únicamente en el título que habría de otorgarase a Santa Anna: Generalísimo almirante, Alteza Serenisima, Príncipe; algunos llegaron a proponer el título de Emperador. A la par de estas extravagancias, se creó la policía secreta y se expidió la Ley de Conspiradores y el Bando contra los Murmuradores. Estas disposiciones legales se acompañaron de la facultad que tenía el Ministerio de Guerra para dictar órdenes de persecución, confinamiento y destierro en contra de los enemigos de la dictadura. La represión se volvió práctica cotidiana y un grupo de políticos liberales tuvo que marchar al exilio; entre ellos iban Banito Juárez, Guillermo Prieto y Melchor Ocampo.
Asimismo, el apoyo de la dictaduraa los privilegios del clero fue absoluto: se nombró como consejeros de Estado a los arzobispos y obispos; se restableción la coacción civil para el cumplimiento de los votos monásticos, que durante el gobierno reformista de Gómez Farías se había suprimido; se restauró la Orden de los Jesuitas, se dejó en sus manos la instrucción pública oficial y se impuso como obligatorio el catecismo del padre Ripalda. Una de las acciones más censurables de la dictadura fue la celebración del Tratado de La Mesilla, por el cual el gobierno mexicano vendió a los Estados Unidos un amplio territorio situado en los confines de Chihuahua y Sonora, lo que hoy es Nuevo México y Arizona, en una cantidad fijada en 10 millones de pesos. De esta manera, con un acto más expansión territorial, los Estados Unidos obtuvieron la mejor ruta de Texas y California para unir la costa del Atlántico con la del Pacífico. Más pronto de lo imaginado, el dinero de la venta de La Mesilla, se gastó en lujos ostentosos y en la compra de la lealtad de los militares. A ellos también se destinaron los ingresos que se recibían por concepto de alcabalas y de impuestos sobre puertas y ventanas, canales, asientos de los coches, perros, y otros.
Como lo había previsto Lerdo, la dictadura estaba condenada a ser muy transitoria. El malestar era generalizado, y el primero de marzo de 1854, a un año apenas de la nominación de Santa Anna, en Ayutla, Guerrero, se proclamó el Plan Restaurador de la Libertad, firmado, entre otros, por el coronel Florencio Villarreal, y 10 días después de darse a conocer el documento original, Ignacio Comonfort lo reformó en Acapulco agregando que, luego del cese de Santa Anna, el presidente interino debía convocar a un Congreso extraordinario para constituir a la nación bajo la forma de República representativa y popular. Con el Plan de Ayutla como bandera, los pueblos del sur se adhirieron al movimiento liberal encabezado principlamente por Juan Álvarez Hurtado, veterano luchador independientista.
Después de ordenar la movilización de tropas de los departamentos limítrofes de Guerrero para combatir a los rebeldes, Santa Anna tomó la decisión de salir de la capital junto con cinco mil hombres, con el propósito de contrarrestar la subversión. El 19 de abril, sus tropas sitiaron Acapulco defendido por Comonfort, con 500 hombres. En la madrugda del día siguiente, las fuerzas del gobierno quisieron tomar por asalto la plaza, pero después de cuatro horas de combates, fueron rechazadas. Posteriormente, Santa Anna intentó negociar con métodos pacíficos la rendición de los pronunciados. Al no lograr su cometido y con el pretexto de que las tropas rebeldes eran más numerosas que las comandadas por él, decidió regresar a la ciudad de México, prácticamente sin pelear. En su retirada, el ejército de Su Alteza Serenísima fue destruyendo los pueblos y haciendas que encontró en el camino. En mayo, Santa Anna entró a la capital proclamando su "triunfo" sobre los sublevados. La verdad es que después del fracaso de su expedición militar, la oposición creció por todas partes.
Ante el descontento general,
desesperado, Santa Anna optó por una grotesca farsa: convocó al pueblo a un plebiscito, en el que, apoyado con métodos intimidatorios, logró su ratificación. El 2 de noviembre, la crónica oficialista decía:
"Por aplastante mayoría la voluntad nacional dio nueva prueba de confianza a Su Altelza Serenísima y le confirmó el omnímodo poder que antes le había conferido". Aunque en realidad, en varias regiones del país, algunos se atrevieron a desafiarlo, como sucedió en San Luis Potosí, según se desprende del comunicado del ministro de Guerra al gobernador, reclamándole que "con sopresa e indignación ha visto S. A. S. que algunos individuos haciendo alarde de sus ideas anárquicas, e insultando con escandaloso descaro a la suprema autoridad de la nación, han osado votar para presidente de la República... el cabecilla de los rebeldes don Juan Álvarez..."
En Tabasco, mientras tanto, como era usual cuando dominaba el centralismo, Santa Anna nombró a una misma persona para comandante general y gobernador del Departamento. La designación recayó en el coronal de caballería Manuel María Escobar y Rivera, originario de Guatemala, quien tenía como mérito político haber encabezado la comisión que fue en busca de Santa Anna a Colombia. Durante el gobierno de Escobar imperó la mano dura. Siguiendo el modelo santannista, se preocupaba por la solemnidad en la celebración de actos civiles y religiosos. Incluso, cuando se restableció la Orden de Guadalupe, Santa Anna le otorgó el titulo de Gran Comendador. En su mandato hubo represión para todas las edades. El historiador Diógenes López Reyes relata que "se colocaronal frente del Palacio de Gobierno dos cañones, uno grande, El Gallardo, donde montaban a los adultos para azotarlos como disidentes o impíos y el otro cañón más pequeño, La Culebrina, para los menores, corrigiéndolos por encargo de familias infractores al bando de policiá (niños que se bañaban sin permiso en la la guna de la Pólvora; que izaban papalotes con navajas; que reñían en la vía pública o que no iban a la doctrina, etcétera)".
Entre sus proezas destaca la de haber asistido, un sábado de gloria, a la plaza mayor de la ciudad, para presenciar la incineración de los libros en que se criticaba a Santa Anna por su deplorable actuación durante la invasión estadounidense. Desde luego, el comportamiento de Escobar no se limitaba a sus actos de profesión de fe. El principal objetivo de su gobierno era el hostigamiento de los liberales del Estado. Tal fue el caso de la persecución y encarcelamiento que padecieron los dos políticos civiles más destacados, Justo Santa Anna y Victorio Victorino Dueñas, por haberse atrevido a votar, durante el famoso plebiscito, en contra de Su Alteza Serenísima.
Afortunadamente, la dictadura estaba condenada a ser temporal. A pesar del recrudecimiento de la represión, el movimiento liberal cobraba cada vez mayor fuerza en todo el país. En los primeros meses de 1855, Santa Anna realizó sin éxito dos expediciones militares a Iguala y Zamora. A su regreso de Michoacán, en la capital empezó a correr el rumor de su inminente caída, y ante el temor de que los rebeldes le cortaran la retirada, abandonó la Presidencia el 9 de agosto. Con la huida de Santa Anna al extranjero comenzaba una nueva época en la historia de México. Don Justo Sierra escribió:
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Todo un periodo de nuestra historia desaparecía con él... la historia nacida de la militarización del país por la guerra de Independencia y de la anarquía sin tregua a que nuestra educación nos condenaba, manifestaciones morbosas pero fatales, de nuetra actividad, personificadas en Santa Anna, iba a concluir... lenta, pero resuelta y definitivamente; otro periodo histórico, otra generación, otra República, iba a entrar en escena.
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La dictadura de Santa Anna cayó derrotada por la fuerza de la razón y de la opinión pública. Francisco Zarco decía que la Revolución de Ayutla "venció sin soldados, sin armas y sin dinero", porque el pueblo había despertado. La tiranía de una persona o de una clase, como Lerdo había
previsto, fue efimera, o como dijo aquel joven cuicateca de Oaxaca: "Al final, sólo quedaría un vago recuerdo de un mal sueño".
Así creemos que será ahora. Albergamos la esperanza de que el cambio es inevitable. Puede ser que se adelante o se demore, pero estamos en una situación muy parecida a la que se vivió durante la última recaída de Santa Anna. Las similitudes con ese periodo histórico son muchas. Destaco las principales: en primer término, ahora, como entonces, el pueblo está aturdido, prevalece el desaliento y la desorientación y, por lo mismo, también la tentación de equivocarnos. El ir a buscar a Santa Anna, como se decidió en aquellos aciagos momentos, es como caer en la trampa que está poniendo la oligarquía en la actualidad, con Salinas a la cabeza, para hacer creer que la solución está en recurrir de nuevo al PRI. Como si los males se hubiesen producido sólo en los últimos dos sexenios de gobiernos del PAN. Y como si no supiéramos que el origen del problema se inicia, precisamente, en la época del PRI, y en particular durante el gobierno de Salinas, en el cual se diseñó y puso en práctica la política de pillaje que ha conducido a la actual tragedia nacional.
Lo cierto es que al puñado de potentados que manda en el país, les da igual el PAN o el PRI, los dos partidos les pertenecen, y usan a uno u otro, según las circunstancias; lo que no quieren es una opción diferente, un proyecto alternativo de nación, un gobierno democrático que combata el bandidaje de quienes se han dedicado a saquear desgraciando al pueblo, sin perder siquiera su respetabilidad.
Hoy por hoy, sobran evidencias de que la oligarquía dominante, como Santa Anna y la clase más elevada de aquellos tiempos, no está dispueta a llevar a cabo ninguna auténtica reforma. Si entonces se apostó a mantener, a costa de lo que fuese, el régimen de privilegios, ahora sucede lo mismo. Basta ver cómo, a pesar de que la política económica, una y otra vez ha fracasado, se insiste en ella por mezquinos intereses que se colocan por encima de las necesidades "de la gran mayoría del pueblo".
Además, se piensa que así como los conservadores contaban con "los principales periódicos de la capital y de los estados", en la actualidad, con el manejo de la televisión creen que pueden seguir administrando la ignorancia en el país y adormeciendo a la gente. Se les olvida que el pueblo de México terminará por descubrir el truco de la manipulación y buscará liberarse de la opresión y del engaño. Y por último, así como en aquel tramo de la historia, un grupo de mexicanos, desde un remoto lugar, inició un gran movimeinto renovador, en nuestros tiempos, muchas mujeres y muchos hombres de todos los pueblos de México trabajan cotidianamente para lograr la transformación del país.
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La instauración de la nueva República no tiene una fecha definida o fatal. Desde luego nos gustaría, y para eso estamos trabajando, que este histórico acontecimiento se produjera alrededor de las elecciones federales de 2012. Pero no por razones simplemente electorales y menos por ambición personal, sino porque la historia nos enseña que siempre, alrededor de la sucesión presidencial, se presentan las condiciones más propicias para iniciar los cambios que se requieren en el país. Por ejemplo, no es casual que Francisco I. Madero escribiera en 1908, un libro que tituló La sucesión presidencial, en el que llamaba a combatir a la dictadura y sostenía, en la carta que utilizó para darlo a conocer , que el único medio era "hacer el esfuerzo entre todos los buenos mexicanos para organizarnos en partidos políticos, a fin de que la voluntad nacional esté debidamente representada y pueda hacerse respetar en la próxima contienda electoral". Es decir, pensaba dos años antes de los comicios, que la lucha debía darse de manera pacífica en las elecciones de 1910.
Por eso, nosotros creemos que en 2012 se presentarán condiciones favorables, pero no perdemos de vista que todo dependerá de una serie de factores y, básicamente, del despertar del pueblo.. Lo que está muy claro, es que el principal objetivo es la transformación del país, y todo lo demás es secundario o simplemente el medio para alcanzar ese propósito. Está en marcha, pues, la revolución de las conciencias para construir la nueva República. La tarea es sublime, nada en el terreno de lo público puede ser más importante que lograr el renacimiento de México. Ninguna otra actividad produce más stisfacción que la de luchar en bien de otros. Es un timbre de orgullo vivir con arrojo y además tener la dicha de hacer historia.

Ciudad de México, 24 de mayo de 2010
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