miércoles, 18 de enero de 2012

Demonio de Tasmania (1)

Paul Raffaele

Una tarde, mientras doy un paseo por un parque de la llanura australiana, distingo un par de ojos oscuros que me miran desde la sombra de un eucalipto.
Es un animal de pelo negro que se asoma por una cerca de alambre.
Parece un rompecabezas formado con piezas de otras criaturas.
Las patas delanteras, provistas de aguzadas zarpas, se parecen a las de un perro, las orejas, de color de rosa y casi peladas, a las de un murciélago, y los bigotes, largos y abundantes, a los de un gato.
Cuando le devuelvo la mirada, él abre el prominente hocico y me enseña unos amenazadores colmillos curvos. Luego emite un gruñido grave y se aleja corriendo con un balanceo característico, semejante al de un caballito mecedor.
Un hedor intenso me hace dar un paso atrás. Asqueado, miro el letrero de la cerca: "Demonio de Tasmania".
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Demonio de Tasmania
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Estoy en la reserva biológica de Healesville, 65 kilómetros al este de Melbourne, Australia, y éste es mi primer contacto con el marsupial carnívoro más grande del mundo, también llamado sarcófilo.
La fiera, cuyo único hábitat natural se encuentra en la isla de Tasmania, 240 kilómetros al sur de Australia, se ha ganado una de las peores reputaciones del reino animal.
De apetito, insaciable, come lo mismo caroña que presas vivas, por las cuales compite con sus congéneres en encarnizadas batallas en las que lanza los aullidos estridentes que le han valido su nombre de "diablo".
Al menor descuido es capaz de devorar otros ejemplares de su especie e incluso sus propias crías.
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Hoy en día se conservan demonios de Tasmania en casi 20 reservas y parques zoológicos de Australia y en otros dos países, pues, debido a sus hábitos nocturnos, es muy difícil verlos en su ambiente natural.
Por eso he venido a la apartada esquina noreste de Tasmania, donde Robert Caning, trabajador del campo, ha accedido a llevarme a un lugar frecuentado por sarcófilos.

-¿Qué cosa es un sarcófilo?

-La palabra "Sarcofilo" proviende del griego sarx, sarkós (carne) y phylos, (amante, aficionado). Es un termino zoologico y se refiere al "Demonio de Tasmania", pero, dejame continuar:
Mi guía me recoge en su camión a las 10 de la noche, y en seguida nos ponemos en camino hacia una granja ganadera de 26,000 hectáreas.
Cuando al fin salimos de la carretera para enfilar por un camino de tierra, una está oculta detrás de unas nubes pasajeras, pero la claridad no tarde en bañar un cuadro extraordinario: decenas de uombats -marsupiales robustos parecidos a los osos, pero de escasos 60 centímetros de altura- pacen plácidamente en un frondoso herbazal.

-¿Qué cosa es un uombat?

-El uombat es un marsupial que es el alimento preferido de los demonios de tasmania
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Uombat
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-Éste es territorio del demonio de Tasmania -me informa el lacónico llanero-. El uombat es su alimento preferido.
Nos detenemos y, al cabo de unos minutos, oímos unos chillidos destemplados a lo lejos.
-¡Son ellos! -exclama mi guía.
Mientras nos abrimos paso entre los árboles, percibo un olor nauseabundo.
Canning alumbra con su linterna un hoyo en un terraplén, y junto a él jirones de piel y fragmentos de huesos.
-Es una madriguera de uombats abandonada y ocupada por los sarcófilos -explica.
Seguimos andando hacia el lugar de donde provienen los aullidos, y comienzan a oírse también chasquidos, crujidos y chupetazos.
Al doblar un recodo del sendero, los haces de nuestras linternas iluminan un cruento espectáculo: siete diablos de Tasmania rodean un uombat destripado.
Mientras dos terminan de despanzurrarlo, otros dos, con el hocico ensangretado, tiran de la cabeza en sentidos opuestos, y los tres restantes, más pequeños, permanecen agazapados a corta distancia, en espera de que los mayores se sacien.
Sea cual sea la presa, y esté viva o muerta, los sarcófilos se dan estos atracones cada vez que pueden, en previsión de las temporadas de escasez.
Según el zoólogo Eric Guiler, son capaces de comer un tercio de su presa en una hora, "lo cual equivaldría a que un ser humano engullera 50 filetes en una sentada".
Estos marsupiales tampoco hacen remilgos a ninguna clase de alimento.
Su nombre genérico es Sarcophilus, que en griego significa "aficionado a la carne", pero lo cierto es que devoran cuanto encuentran ea su paso.
A veces el menú ha incluido seres humanos.
Abundan las historias sobre gente que, luego de morir en el campo de la isla, sirvió de alimento a los sarcófilos, y aunque no hay registro alguno de que estas fieras hayan atacado a un hombre vivo, los científicos las consideran capaces de acometer si la persona está inconsciente y no puede defenderse.
La astucia del diablo de Tasmania y su especial inclinación por los corderos débiles lo han vuelto impopular entre algunos ganaderos, pero no así entre los zoólogos, quienes subrayan el extraordinario valor de su papel como eliminador de la carroña del campo, y con ella de los focos de propagación de plagas transmisoras de enfermedades.
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Guiler lleva 15 años atrapando sarcófilos para estudiarlos.
Para mostrarme cómo trabaja me lleva en su camioneta en un viaje especial a la despoblada costa oeste de Tasmania.
Acudimos a un boscaje de eucaliptos cerca del pueblo de Zeehan.
Ghuiler descubre una pisadas en el suelo blando de una ribera.
-Huellas de sarcófilo -dice-. Duermen durante todo el día en cuevas, madrigueras o debajo de los árboles caídos, y no de noche vienen aquí a beber.
Entonces saca de su camioneta una jaula de malla reforzada, coloca un trozo de carne maloliente en el interior y luego prepara el mecanismo que cerrará la puerta cuando el animal esté dentro.
Así disponemos otras cinco trampas y luego volvemos a Zeehan.
Al día siguiente, cuando nos acercamos a una de las trampas, el corazón me da un vuelco: una figura negra la llena por completo.
-Es un macho -me explica Guiler-. Son de mayor tamaño.
Nos ponemos en cuatro patas para observar al cautivo, que comienza a bramar.
Sin hacer caso de su fetidez, Guiles le acerca la cara y se pone a imitar sus voces.
La criatura criatura se calla unos instantes y se queda mirando al zoólogo con ojos muy abiertos; luego lanza un aullido más fuerte y amenazador.
Guiler vuelve a imitarlo, y la fiera lanza un grañido que por poco nos rompe los tímpanos.
-Todo un cascarrabias, ¿verdad? -comenta Guiler, sonriendo-. Es así como ahuyentan a sus rivales.
Luego de ajustar un saco a la entrada de la trampa, el experto abre la puerta, deja caer al animal en el saco y lo sujeta por el pescuezo a través de la tela.
Con la otra mano toma un aparato especial y le imprime un tatuaje en una oreja para que los investigadores puedan seguirle los pasos.
Por último pesa al ejemplar (12 kilos) y lo suelta.
Guiler ha atrapado de este modo un gran número de diablos de Tasmania.
En cada ocasión revisa el tatuaje para determinar la distancia que el animal ha recorrido y le examina la dentadura para medir su desgaste.
-Sería más fácil estudiar ejemplares muertos -me dice-, pero existe el inconveniente de que la especie es caníbal.
Los adultos de edad avanzada son atacados y devorados por los de su misma especie.
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La vida del diablo de Tasmania es salvaje y brutal en todos aspectos, incluido el amoroso.
Los machos maduros se pelean por una hembra y, una vez que la consiguen, la arrastran por el pescuezo y la mantienen vigilada de día y de noche para que sus rivales no se la lleven.
Ni el macho ni la hembra comen en los diez días que dura el apareamiento, pero después de este tiempo se separan bruscamente y cada cual se marcha por su lado.
Al cabo de una gestación de entre 19 y 21 días, la hembra puede parir hasta 20 crías.
Éstas miden apenas unos seis milímetros, y en cuanto nacen se arrastran por el vientre de su madre para llegar al marsupio, la bolsa que hace las veces de incubadora en los marsupiales.
Como la hembra solamente tiene cuatro mamas, a las cuales se prenden las primeras crías en llegar, las restantes caen y mueren.
Los recién nacidos permanecen unos diez meses en la seguridad del marsupio, pero transcurrido este tiempo quedan expuestos a su peligroso ambiente natural.
Más de la mitad mueren durante el primer año, algunos de ellos devorados por sus congéneres.
En el Centro de Rescate de la Vida Silvestre del Parque del Diablo de Tasmania, el director, John Hamilton, y yo nos acercamos a una jaula de donde sale un estruendo de aullidos y gruñidos.
Los alborotadores son cuatro sarcófilos de siete meses de edad que están refugiados aquí con su madre, a la que no dejan de mordisquearle la cara y los cuartos traseros, que le han quedado cubiertos de cicatrices.
-Así le piden que los amamante -dice Hamilton, mostrándome los labios desgarrados de la madre-. No es nada fuera de lo común. Lo sorprendente es que las heridas no se les infectan nunca.
Ésta es la característica más curiosa del diablo de Tasmania: su extraordinaria capacidad para resistir a las infecciones y sanar solo, además de su altísima tolerancia al dolor, pues soporta sin chistar lesiones que dejarían incapacitado a casi cualquier otro animal.
No se sabe con certeza a qué se debe esta resistencia a las heridas.
Guiler supone que la naturaleza dotó a la especie de un tallo cerebral con un centro de percepción del dolor poco desarrollado, y de una excepcional capacidad de coagulación de la sangre.
Por el momento, sin embargo, Guiler y sus colegas tendrán que conformarse con conjeturas, pues casi no disponen de financiamiento para emprender una investigación experimental.
-Es una lástima, -comenta el zoólogo.- Tanto la resistencia de la especie a las infecciones como las propiedades coagulantes de su sangre merecen un estudio a fondo. Si llegamos a conocer mejor su aparato vascular y su química sanguínea, tal vez estaremos en condiciones de crear fármacos antihemorrágicos para los pacientes de operaciones y las víctimas de accidentes.
Hasta entonces, este caníbal insaciable, maloliente y ruidoso seguirá siendo uno de los misterios de Oceanía, y una de las obras más fascinantes de la naturaleza.

-Una última pregunta. ¿Dónde quéda Tasmania?

¡Es una isla al sur de Australia!
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Demonio de Tasmania
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