miércoles, 3 de octubre de 2012

Cuba, Diciembre 1958




Desmoralización del ejército, intrigas y defecciones

Cuba, diciembre de 1958: los últimos días de la dictadura de Batista,
contados por él mismo

Homero Campa
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LA HABANA.- Mediados de diciembre de 1958. Palacio Presidencial en La
Habana. El general Fulgencio Batista — llegado al poder mediante un golpe de
Estado seis años antes— estalla ante el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Francisco Tabernilla Dolz:

—Me han dado un golpe de Estado, y en forma tal que las circunstancias me
impiden sustituirlos y reorganizar los mandos con nuevos jefes.

Un día antes, varios altos oficiales de la cúpula militar sostuvieron una
reunión. En ella llegaron a la conclusión de que "la causa nuestra está
perdida" y plantearon llegar a un acuerdo con el Ejército Rebelde,
encabezado por Fidel Castro, cuyo avance era ya incontenible.

—A usted no se le puede dar un golpe de Estado, porque es el ídolo de las
fuerzas armadas y lo queremos mucho, contestó el general Tabernilla Dolz.

Sólo que, añadió:

No hay manera de salvar la situación, porque los soldados están cansados y
los oficiales no quieren pelear. Ya no se puede hacer más.

Días más tarde, el propio Tabernilla Dolz —junto con otros oficiales— se
reunió con el entonces embajador de Estados Unidos en Cuba, Earl T. Smith.
Le informaron "que habían acordado deponer al presidente de la República
(Batista) y sustituirlo por una junta militar".

—¿La junta la presidirá usted? —preguntó el embajador a Tabernilla Dolz.

-No, pero qué le parece el general Cantillo (Eulogio, jefe de Operaciones
del Ejército).

—No puedo emitir opinión, pero consultaré con mi gobierno...

Con esa visita se le había comunicado al embajador de Estados Unidos que el
gobierno estaba destruido y que las fuerzas armadas no eran aptas ya para
respaldarlo.

Esta es la historia del derrumbe de la dictadura de Fulgencio Batista
contada desde adentro por él mismo. De su puño y letra, el general cubano la
escribió durante su exilio en República Dominicana, en 1959. Inició como "un
resumen de distintas entrevistas de prensa" al que, señala, fue agregándole
notas y comentarios. Lo convirtió así en un libro que tituló Respuesta.

Según la carátula del libro, fue editado por el propio Batista e impreso en
1960 en la Ciudad de México por la imprenta Manuel León Sánchez, de la calle Lazarín 7. La edición constó de 10,000 ejemplares.

El volumen fue encontrado por el corresponsal en una librería de textos
universitarios, contigua al campus de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en República Dominicana. Estaba en una área de libros en desuso y costó 44 pesos (menos de tres dólares).

En la introducción, Batista apunta: "El libro no tiene interés literario. Ha sido escrito al correr de la pluma y sin pausa siquiera para enmendar las repeticiones o aclarar sus tesis, menos para pretender imprimirle elegancia al estilo. Es, más bien, una exposición de hechos; una narración en que la memoria y los apuntes han operado de consuno".

A 38 años del triunfo de la Revolución Cubana encabezada por Fidel Castro
—que se cumple este 1º de enero—, se exponen aquí parte de los hechos
contados por Batista, correspondientes a diciembre de 1958, mes del derrumbe
de su gobierno, y donde destacan la desmoralización ante el avance del Ejército Rebelde, así como las intrigas, defecciones y conspiraciones de la propia cúpula militar que lo llevó al poder.

Es, pues, la visión de los vencidos.

El tren blindado

Las operaciones militares que venían efectuándose en las áreas que abarcan la Sierra Maestra y sus valles se prolongaron demasiado y sin resultados satisfactorios. Se habían cambiado los jefes de mando y de operaciones
varias veces y aunque últimamente las tropas lograron éxitos parciales, se hacía necesario producir un golpe de efecto y dar una sensación rápida de que el problema en la Sierra tenía los días contados.

La demora en combatir con eficacia iba produciendo expectación en la opinión pública y empezaba a preocupar seriamente a distintos sectores de la población.

Para "organizar una nueva ofensiva capaz de terminar con el problema", se designó al general Eulogio Cantillo, jefe de Operaciones del Ejército, para que se hiciera cargo del mando en el oriente de la isla.

Pero, según Batista, el problema se agravó por "las rivalidades e intereses creados" entre el jefe del Estado Mayor Conjunto, Tabernilla Dolz, y el jefe de Operaciones, Eulogio Cantillo. Y es que este último pasó a ser jefe en donde operaban las "fuerzas tácticas" del general Alberto Río Chaviano, concuño y hombre de confianza de Tabernilla Dolz.

Así, Río Chaviano "interfería las órdenes" de Cantillo y éste, a su vez, era torpedeado por el general Tabernilla Dolz:

No le prestaba la cooperación necesaria, demorando o saboteando las
operaciones militares y las solicitudes que dicho general hacía al Estado
Mayor.

Finalmente, Batista envía a Río Chaviano al distrito de Las Villas y deja "con mando único" a Cantillo en oriente. Le fue peor:

En la provincia oriente necesitaron los rebeldes casi dos años para inmovilizar los destacamentos militares, lo que lograron en Las Villas en sólo unas semanas con Río Chaviano. El aviso oportuno del plan (de los rebeldes) para incomunicar Las Villas sirvió de poco. A principios de diciembre los puentes principales de la carretera central estaban siendo atacados y destruidos.

Para evitar la incomunicación de La Villas —donde el Che Guevara avanzaba incontenible—, Batista ordenó "el envío de un tren con carros y coches blindados, plantas eléctricas y herramientas. El tren blindado —que así se le llamó— estaría apto para transportar y mover en las áreas afectadas a 600 hombres". Se trataba de "reparar las vías incomunicadas, batir al enemigo y recuperar las zonas perdidas".

Y señala:

Para hacer eficaz este servicio se recolectaron las últimas armas disponibles en las guarniciones principales de La Habana, que se quedarían sin armamentos y casi sin hombres.

Al frente del tren blindado quedó el coronel Florentino Rosell, quien se coordinaría con el general Río Chaviano. Ambos hombres se reunieron con el general Tabernilla Dolz, a quien "le informaron que era gravísima la situación, considerando que resultaba un poco tarde (enviar el tren) para dar batalla en la provincia de Las Villas".

A juicio de Batista, "esta sospechosa opinión estaba precedida por tres semanas de continuas retiradas o entregas (al Ejército Rebelde) de
batallones, compañías, escuadrones y puestos militares".

Sus sospechas se confirmarían días más tarde:

El tren blindado, los 600 hombres y los armamentos que se entregaron como últimos recursos de combate —incluyendo armas automáticas y un cañón— serían rendidos al enemigo tras una entrevista que sostuvieron los dos, Río Chaviano y Rosell, con cabecillas rebeldes, por orden del general Tabernilla Dolz.

El embajador Smith

En días anteriores, Batista cuenta que "había recibido a "altas figuras de
la jerarquía eclesiástica" y a comisiones de la Cámara de Comercio y de las Asociaciones de Industriales, Ganaderos y de Colonos. Todos le plantearon "las posibilidades de un gobierno de transición que sirviera de instrumento a la pacificación del país".

Y narra:

La Asociación de Hacendados llegó a más: acordó designar una comisión que me expusiera el siguiente argumento: siendo mi nombre la dificultad que aducían los insurreccionales y los sectores abstencionistas para cesar en su actitud, me pedía que considerara la conveniencia de que me sustituyera un gobierno provisional.

En estas reuniones se alegó, en pequeños apartes, que el Ejército no podía ganar ningún encuentro con los alzados porque muchos de los oficiales estaban complicados o temían a las responsabilidades y, también, a que conocían la actitud de los Estados Unidos.

Pero Batista se resistió:

Los últimos esfuerzos del gobierno se estaban realizando. Pensaba todavía poder evitar la hecatombe si nos llegaban las armas pedidas a Europa y los acontecimientos me permitían reorganizar las fuerzas armadas.

En esas fechas, Batista todavía hizo gestiones ante Estados Unidos para obtener apoyo y armas. Y es que, nueve meses antes —marzo de 1958— Washington había decretado un embargo de recursos bélicos argumentando una supuesta política de no intervención. Batista protestó en reuniones con el embajador Earl T. Smith. "La neutralidad —le dijimos— opera contra el régimen constitucional de Cuba".

Según Batista, el embajador estadunidense "pareció convencido de que los grupos revolucionarios estaban infiltrados de comunismo", y añade:

Hubiera intentado conseguir que el embargo de armas se suspendiera si el ejército hubiese logrado hacer alguna demostración efectiva ganando combates decisivos, pero las esperanzas resultaron vanas, porque después del fracaso de la ofensiva de junio ya no fue posible que una de las unidades ganara siquiera una escaramuza.

Tras efectuar consultas en Washington, el embajador Smith "llamó al ministro de Estado, Gonzalo Güell, diciéndole que tenía urgencia de hablar conmigo
(...) No había mucho de qué hablar (...) El nos traía la desagradable noticia de la impresión recogida en Washington: el desastre iba avanzando en forma tan evidente que ninguna esperanza respecto de la devolución de las armas embargadas podía abrigarse".

Luego anota:

Se tuvo la esperanza de que los esfuerzos electorales realizados por el
régimen (Batista efectuó un simulacro de elecciones en noviembre) dieran los resultados satisfactorios que anhelábamos, pero los acontecimientos no favorecían el propósito de que el candidato electo, doctor Andrés Rivero Agüero, asumiera la Presidencia normalmente y permaneciese en ella, lo que hacía dudar de la posibilidad de reconocimiento por parte del gobierno americano.

Más aún:

Por las informaciones del embajador Smith (...) se suponía que los elementos básicos del ejército no resistirían hasta el próximo 24 de febrero en que debía tomar posesión el presidente electo.

A continuación, desmiente las acusaciones de Fidel Castro, quien afirmaba "que Estados Unidos ayudó a Batista'". Y en tono trágico añade: "¡Lástima que no haya sido verdad!"

Intrigas y conspiraciones

Batista llamó a una "reunión confidencial" a los más altos mandos del Ejército: a Tabernilla Dolz, del Estado Mayor Conjunto; al general Rodríguez Avila, del Estado Mayor del Ejército, y al almirante Rodríguez Calderón, de la Marina de Guerra. Les informó de las conversaciones con el embajador Smith. Les pidió hacer esfuerzos por prolongar el régimen hasta el 24 de febrero, día del cambio de poderes. Les pidió, además, suma discreción.

Sin precisar fechas, Batista dice que al día siguiente se enteró que los
generales en cuestión habían regado las informaciones pesimistas del
embajador estadunidense entre muchos de los oficiales y subalternos. Y luego tuvo conocimiento de una reunión donde el general Tabernilla Dolz conminaba a la defección.

Cuenta:

En la noche del día siguiente me visitó en Palacio Presidencial el jefe del
Servicio de Inteligencia Militar, teniente coronel Irenaldo García Báez. Me informó que el jefe del Estado Mayor Conjunto, Tabernilla Dolz, había
sostenido un cambio de impresiones con el general Río Chaviano y con el
coronel Rosell antes de salir a cumplir la misión ordenada (la del tren blindado). A esa reunión se agregaron el general Luis Robaina Piedra y el
general Silito Tabernilla Palmero, jefe de División de Infantería y Encargado del Despacho Militar del Presidente.

En dicha reunión Tabernilla Dolz les dijo que "'consideraba perdida la causa
nuestra', desalentando a quienes estaban encargados de funciones tan trascendentales" y se planteó incluso "una tregua con el enemigo".

Batista llamó a su despacho privado al general Tabernilla Dolz y lo reconvino:

—Me han hecho objeto de un singular golpe de Estado.

A usted no se le puede dar un golpe de Estado, porque es el ídolo de las fuerzas armadas y lo queremos mucho.

El viejo general Tabernilla Dolz se lamentaba de las interpretaciones,
afirmando que lo hizo inspirado en su buena fe y ante la imposibilidad de salvar la situación porque —decía el general Tabernilla— los soldados están cansados y los oficiales no quieren pelear. Ya no puede hacerse más.

Con todo eso —le dije —me han dado un golpe de Estado, y en forma tal que las circunstancias me impiden sustituirlos y reorganizar los mandos con nuevos jefes.

No sería la única reconvención de Batista a Tabernilla Dolz.

El día 29, al atardecer, el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Rodríguez Avila, me dijo que un X-4 (información "genuinamente veraz") le informó que el general Tabernilla Dolz, su hijo Carlos, brigadier jefe de las Fuerzas Aéreas Cubanas y su concuño Río Chaviano, se habían entrevistado con el embajador Smith.

En su despacho privado, Batista regañó nuevamente a su jefe del Estado Mayor Conjunto:

—Explícate, porque seguramente sabes que los únicos autorizados para tratar asuntos oficiales de gobierno con un embajador son el presidente, el primer ministro y el ministro de Relaciones Exteriores. Que yo sepa, tú no estabas autorizado para ver al embajador americano.

Es verdad, chief, perdóneme... pero, queriendo ayudarlo, he cometido esta falta grave...

Qué puedes haberle dicho al embajador y qué puede el embajador haberte dicho, si él no estaba facultado para resolver, ni aun en nombre de su gobierno, problemas que sólo competen a nosotros?

Fui a verlo, como le dije, y me atreví a preguntarle si él podía ayudarnos a obtener un arreglo.

Eso le dijiste? Has cometido un acto increíble de irresponsabilidad —le repliqué— y ni aún consultando a su gobierno pudo haberte contestado sin incurrir él, a su vez, en un gravísimo error.

Me dijo que él nada podía hacer, me trató muy afectuosamente, pero nada más.

Con esa visita le había comunicado al embajador de los Estados Unidos que el
gobierno estaba destruido y que las fuerzas armadas no eran aptas ya para respaldarlo.

Como pie de página, Batista reseña una conversación que ya en el exilio tuvo
con su exjefe del Servicio de Inteligencia Militar, Irebaldo García Báez, en el que cuenta que Tabernilla Dolz fue más allá con el embajador Smith: le dijo que "habían acordado deponer al presidente y sustituirlo por una junta militar".

No oculta Batista que hubo otros planes para derrocarlo. Brevemente, y sin precisar nombres ni hechos, comenta de una conspiración fraguada en su
propio cuartel militar: el campamento de Columbia.

Cuenta:

En una de ellas se planeó avanzar sobre la residencia del Presidente durante la noche del domingo 27, sabiéndose que acostumbrábamos comer entre diez y once de la noche con los jefes principales y algunos ministros y congresistas. Se nos haría prisioneros. La tarde de ese domingo fue escogida
para reunirse y discutir qué destino debían dar a nuestras personas y los oficiales conspiradores se dividieron entre los partidarios de que se nos embarcara esa misma noche y los que estimaban que para evitar el peso de la autoridad presidencial debía fusilársenos.

En un pie de página, Batista señala que "esta intentona se le llamó en
Columbia la 'conspiración de los cobardes'. La formaban media docena de oficiales que se enfermaron en presencia del enemigo". Y, sin dar nombres, narra cómo al ser descubiertos corrieron a esconderse en los matorrales:

Uno era sobrino de la señora de un ministro y había dejados solos, al ser heridos, a su esposa, al teniente coronel Blanco Rico y a la señora del teniente coronel Marcelo Tabernilla.

Entrevista con Castro

EL 28 de diciembre, el jefe de Operaciones de Batista, Eulogio Cantillo, se reunió con Fidel Castro cerca de Palma Soriano. El jefe guerrillero prácticamente tenía copadas a las fuerzas del Ejército y estaba a punto de entrar a Santiago de Cuba.

Batista apunta que la reunión se efectuó desobedeciendo sus órdenes. Y añade:

El general me confesó haber llevado a cabo la entrevista con Fidel Castro. Empezaba a explicarme la conversación cuando lo detuve con un gesto. Ya se
había producido el daño. El sólo hecho de haberse celebrado demostraba, más que el derrotismo, la derrota misma. Si él fue a ver al jefe rebelde, al enemigo de las fuerzas que mandaba, para preguntarle "qué quería", la respuesta era obvia.

Le ordené que no comunicara la entrevista ni su resultado con el general Tabernilla Dolz ni a ninguna otra persona. Me preocupaba que el desenlace fatal fuera precipitado por el pánico que, según los síntomas, hizo presa en el jefe del Estado Mayor Conjunto, en sus hijos situados en cargos claves y en los jefes que le eran afines en el parentesco, en la amistad o en el miedo.

Noche del 31 de diciembre de 1958. La derrota era más que evidente. Batista
se reunió en la sala superior de la casa de Columbia para, como cada año, celebrar el año nuevo con parientes, militares, embajadores, amigos y políticos. A las dos de la madrugada se entrevistó con los principales hombres de su régimen en su despacho del primer piso.

El salón era corto y estrecho. Los jefes discutieron breves momentos y todos ratificaron la imposibilidad de seguir luchando (...) Se recomendó la renuncia y la entrega del gobierno a una Junta Militar. Yo preferí la forma constitucional. Si el obstáculo era Batista, si lo que se deseaba era un
gobierno equidistante, que se declarara terminada la guerra civil y rigiera la Constitución de 1940, sin garantías suspendidas ni medidas excepcionales.

El vicepresidente de la República, candidato electo a la alcaldía de La Habana y presidente del Partido Liberal, Rafael Guás Inclán, "no pudo ser localizado". El hubiera sido el presidente sustituto. Asumió la Presidencia de la República el presidente del Senado, Anselmo Alliegro, quien la pasó al magistrado más antiguo del Tribunal Supremo, Carlos M. Piedra.

Reunidos los jefes militares y civiles, firmaron el acta en que constaba mi renuncia.

La huida

Desde el local en que nos encontrábamos reunidos, mandé aviso a la señora. Bajó con Jorge, Fulgencito y Martha María —16, 5 y 1 año de edad—. Carlos Manuel y Robertico —8 y 10 años— se encontraban en Estados Unidos.

Le di un beso y le comuniqué que saldríamos hacia el extranjero.

Pero, ¿no íbamos para palacio?... La ropa de los niños, la mía...

Mi respuesta fue otro beso, e imprimiéndole una suave presión en el brazo le indiqué que trajera a los muchachos (...) Nos reuniríamos en el aeropuerto militar.

Batista afirma:

Nada se preparó para la salida, como malintencionadamente se ha dicho (...)
En Palacio quedaron los vestidos, los trajes, los juguetes de los niños, los
trofeos de 'saltos hípicos' ganados por el mayorcito, los valiosos regalos hechos a la prole en sus aniversarios, cuadros y obras de arte, joyas y prendas de la primera dama y las mías personales.

Y más:

En Kuquine (la casa de descanso del general) nada se tocó (...) En los bancos quedaron las acciones, bonos, valores y efectivo que representaba la fortuna básica de la familia.

Incluso:

Aquellos trajes, las joyas, valores y el efectivo pude haberlos trasladado antes, como hicieron otros, o llevarlos conmigo, porque de haber planeado el
fin de mi Presidencia, así fuera unas horas antes, ¿qué o quién lo hubiera
impedido?

Junto con su familia y algunos colaboradores, Batista abandonó Cuba la mañana del 1º de enero. Iba rumbo a Estados Unidos. En el aire recordó la propuesta hecha por el Departamento de Estado norteamericano:

Usted puede ir directamente a su casa de Daytona, si lo desea; pero parece más conveniente que pase los primeros meses (del exilio) en España, por ejemplo, con objeto de evitar los ataques que sin duda originaría ir inmediatamente a Estados Unidos.

Por eso, y ante la "exclamación" de sus acompañantes, afirma que ordenó:

Giren en redondo y tomen la dirección de la República Dominicana.
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Los historiadores Clark y Szulc contradicen la versión de Batista sobre su caída

Homero Campa
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LA HABANA.- Fulgencio Batista mintió y ocultó hechos al narrar el derrumbe de su régimen.

Como por ejemplo, al quejarse por el "inexistente" apoyo estadunidense, siendo que éste se mantuvo casi hasta el final de su régimen, cuando se hizo evidente que su gobierno era insostenible. Y a pesar de que en marzo de 1958 Washington decretó en su contra un embargo de armas, fueron precisamente los pertrechos militares norteamericanos los que se usaron para atacar tanto a los grupos rebeldes como a la población civil.

Asimismo, ocultó las reuniones con enviados de la administración del presidente Eisenhower, los cuales pidieron su renuncia antes de que Fidel Castro llegara al poder.

Además, afirmó que su salida del país no fue preparada, aunque todo indica que fue meticulosamente preparada.

Negó haber llevado dinero y joyas al abandonar el país, pese a que, incluso, sus propios correligionarios lo denunciaron después como el mayor saqueador de la isla.

Dos historiadores cuentan los momentos finales del régimen de Batista. Juan Clark lo hace en su libro Cuba: mito y realidad, y Tad Szulc en Fidel: retrato crítico. Ambos —que no son considerados como procastristas—
coinciden: a la presencia de una revolución arrolladora, se añadió en el
derrumbe la corrupción extrema, el repudio popular, la desmoralización de las huestes gubernamentales y sus prácticas autoritarias y represivas —durante la dictadura hubo 20,000 asesinados, según fuentes del gobierno revolucionario—.

Clark analiza: "La caída de Batista sería producto directo de varios factores fundamentales. Por una parte, la corrupción y la falta de moral
combativa de su liderazgo militar y político, en contraposición con la
efectiva conducción revolucionaria, especialmente la encabezada por Castro, combinada con el rechazo popular al régimen y ciertos factores externos, en especial la influencia e intervención norteamericanas".

Clark se detiene en la corrupción de ese régimen y la ubica como "aliada" del triunfo de Castro. "Comenzando por la cabeza, Batista, por conducto de su secretario de la Presidencia, Andrés Domingo Morales del Castillo, recibía por lo menos 30% del valor de los contratos por obras públicas. Batista también recibía una buena comisión del juego lícito o ilícito de todo el país".

El exsecretario de prensa de Batista, Suárez Núñez, consideró que el general cubano se embolsó 5 millones de dólares por la construcción del túnel de La Bahía. Este mismo colaborador calculó la fortuna personal de Batista en 300 millones de dólares luego de que salió de Cuba, pero el exgeneral Francisco Tabernilla Palmero la situó en 600 millones.

Clark señala que "todo esto enriqueció a Batista más que a ningún gobernante cubano", y "esta corrupción se permeaba dentro de la jefatura de las fuerzas armadas con el juego y la prostitución".

El historiador afirma que la presencia guerrillera de Castro en 1956 fue, al
principio, pretexto para aumentar el negocio del contrabando dentro del
ejército. "Era de esperarse que el conocimiento de esa corrupción en la
cumbre, filtrada hacia los niveles inferiores, creara un estado de desmoralización dentro de las fuerzas armadas y en el sector civil gubernamental, pues no podía esperarse que el soldado de fila, o el oficial que lo comandaba, estuvieran dispuestos a arriesgar su vida por una causa que tenía que considerar llena de corrupción".

Por supuesto, nada de ello menciona Batista en su libro Respuesta, y niega
tajantemente que se hubiera llevado dinero, joyas y otros bienes de su fortuna.

Tad Szulc, por su parte, reconstruye: "El 20 de diciembre, Fidel Castro toma
la población de Palma Soriano —en el oeste de la isla— (...) En ese momento, Batista inició los preparativos para huir de Cuba. La población de La Habana y de otras ciudades, así como los campesinos, estaban abiertamente contra él en todas partes, y al oler la sangre y la derrota, adoptaban públicamente actitudes pro Castro. El barco se estaba hundiendo (...)

"En La Habana, una facción de los altos jefes del ejército entró secretamente en contacto con un agente de Castro para proponer un arreglo pacífico con los rebeldes, sustituyendo a Batista por una junta mixta de civiles y militares. Esta junta estaría formada por el general Eulogio Cantillo, con el que Fidel había intercambiado cartas durante la ofensiva de verano, un oficial contrario a Batista que en aquellos momentos estaba encarcelado, Manuel Urrutia, y otros dos civiles elegidos por los revolucionarios. Se informó al agente de Castro que Estados Unidos reconocerían inmediatamente esta junta."

Según Szulc, "ésta era la trampa del golpe militar que Castro había sospechado y temido en todo momento. Envió enseguida un breve mensaje: 'Condiciones rechazadas. Disponga encuentro personal entre Cantillo y yo'".

Ambos historiadores coinciden al afirmar que Estados Unidos maniobró en esos días de diciembre para buscar una salida que no fuera ni Batista —por cuyo desprestigio e inoperancia era ya imposible mantener— ni Fidel Castro.
Intentó apoyar el liderazgo de otros revolucionarios de tendencia liberal,
como Manuel Varona y Justo Carrillo.

Luego, el 8 de diciembre de 1958, William D. Pawley, exembajador de Estados Unidos en Cuba y hombre cercano al presidente Eisenhower, y James Noel, jefe de la estación de la CIA en La Habana, propusieron a Batista su renuncia y el establecimiento de una junta a la que entregaría las riendas del gobierno.

Clark asegura, incluso, que el embajador Earl Smith —"que deseaba evitar la ascensión de Castro al poder"— pidió a Batista que renunciara, "a fin de evitar mayores derramamientos de sangre". Para esas fechas, señala el historiador, "Batista ya tenía planeada la fuga, con la complicidad del alto mando militar, de la misma manera subrepticia e irresponsable en que tomó el poder el 10 de marzo de 1952".

En su libro, Batista no menciona la reunión con los enviados de Washington, y aunque habla de encuentros con el embajador Smith, no dice que en ellos le solicitaron su renuncia.

El historiador Szulc refiere que Cantillo y Castro se reunieron el 28 de diciembre cerca de Palma Soriano. "El jefe guerrillero insistió en rechazar una junta. El poder, dijo, había de ser entregado al Ejército Rebelde. Con Santiago de Cuba rodeada, Cantillo accedió a encabezar una rebelión el 31 de diciembre y ceder incondicionalmente sus tropas a Castro".

Pero "Cantillo quebrantó su palabra. Informó a Batista del plan de la junta y le concedió hasta el 6 de enero para abandonar el país. Después pidió a Castro una semana de aplazamiento en su trato, lo que instantáneamente
despertó las sospechas de Fidel".

Los acontecimientos, empero, se precipitaron. El Che Guevara tomó Santa Clara el 30 de diciembre, poniendo fuera de combate un tren blindado, y el régimen no tuvo más remedio que claudicar. Batista salió poco después de la medianoche del 31 de diciembre junto con sus familiares y seguidores más próximos. En el Cuartel Columbia, Cantillo formó una junta de gobierno presidida por Carlos M. Piedra, un juez del Tribunal Supremo.

"Castro entró inmediatamente en acción. Hablando desde Radio Rebelde en Palma Soriano, presentó un ultimátum a la guarnición de Santiago de Cuba, lanzó una proclama a la nación para denunciar a la junta como integrada por 'cómplices de la tiranía' y convocó a una huelga general para el día siguiente. 'El Ejército Rebelde continuará su fulminante campaña —anunció Fidel—. ¡Revolución sí; golpe militar no!' La junta se derrumbó antes de caer la noche..."

Luego, contra lo sostenido por Batista, Clark cuenta cómo el general cubano "preparó meticulosamente y en gran secreto su fuga precipitada".

Y añade: "Dos meses antes mandó retirar la estatua que se le erigió en el
Campamento de Columbia. Destruyó documentos comprometedores. Seleccionó cuidadosamente a los invitados de la fiesta de fin de año en Columbia, hecho que se tornaría en partida subrepticia (...) En este proceso de sigilo no avisó a sus hermanos, ni a importantes jefes políticos y militares..."

Clark cita una carta del exjefe del ejército, general Francisco Tabernilla, donde describe la naturaleza de la fuga: "Ante la opinión de nuestros compañeros que dejamos abandonados a su suerte, ante el pueblo de Cuba y ante el mundo entero, salimos como unos cobardes, ladrones, aprovechados y sin el más leve sentimiento patrio".
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