martes, 5 de febrero de 2013

Evariste Galois



En 1815 Napoleón Bonaparte huyó de la isla de Elba. Condujo de nuevo a Francia, durante lo que se conoce como Régimen de los 100 días
-hasta la derrota definitiva en Waterloo-. Los lugartenientes del Emperador recurrieron a la segunda línea de sus partidarios para adjudicarles cargos en el fugaz Gobierno.
Nicolás Gabriel Galois, partidario de Napoleón, se convirtió en alcalde de Bourg-la-Reine, un suburbia de París.
Después del 18 de junio de 1815, el desastre. Los bonapartistas resultaban casi tan subversivos como los republicanos. La familia Galois ingresa en la lista negra.
Nicolás Gabriel Galois fue sacado del Ayuntamiento de Bourg-la-Reine a empellones por las tropas de Luis XVIII.
El pequeño Evariste, hijo de Nicolás Gabriel Galois, tenía en aquel momento 4 años de edad. Desde ese momento crece con un estigma: siempre perseguidor, siempre rebelde. El único refugio inviolable, que endulza su infancia, fue su propia casa, donde su madre, Adelaide Marie Demante, vuelca toda la inmensa cultura que poesía para sentar sobre formidables bases su instrucción elemental. La buena señora poesía una formación notable para una dama de aquella época. A los 12 años Evariste ya no le puede aprender nada a su madre. Ingresa en el College Royal de Louis-le-grand y debe hacer frente a la incomprensión, a la soledad, a las burlas de los mediocres.
Especialmente desataba las iras de aquellos maestros rutinarios a los que Evariste Galois ponía en apuros con sus preguntas desconcertantes. No se contentaba con aprender sus lecciones, como los demás niños: siempre contemplaba las cosas desde puntos de vista muy diferentes; podia sentir una especial predilección por lo raro y difícil.
Evariste Galois adquiere especial interés por las matemáticas recién ingresa en el College Royal.
 No gracias a sus profesores, sino a pesar de ellos.
Pronto superó las aburridas explicaciones de sus maestros y se sumerge en la lectura de libros tremendos tales como "La Geometría", de Adrien-Marie Legendre, "Tratado de Álgebra", de Joseph-Louis Lagrange, mismos que los mismos profesores dominaban poco y mal. Solo uno de ellos, Louis Richard, se entusiasmó con la inteligencia asombrosa del muchacho y se avino a darle clases particulares.
No era hombre excepcional, pero gozaba de la suficiente modestia como para reconocer el ingenio ajeno, incluso cuando aparece en un niño que aún no ha llegada a la adolescencia y al que tiene por alumno.
En la corta vida de Evariste Galois, el viejo Richard sería el único interlocutor de las proezas científicos, la única figura que le alentaría a proseguir aquellas extravagantes busquedas que lo apasionaban. También se debe a él que el niño haya podido ubicar algunos trabajos menores.
El tema que interesaba a Galois no podia ser más abstracto: la manera de resolver ecuaciones complejas, en las que intervienen términos elevados a potencias superiores a cuatro. El caso es, que hasta entonces, tales problemas se encaraban por un camino equivocado.
Casi al mismo tiempo que Evariste Galois, un espíritu paralelo al suyo también trabajaba en lo mismo, aunque a 2,000 kilómetros de distancia.
Niels Abel nació en Noruega 9 años antes que Evariste. En 1824, cuando apenas tenía 22 años, logró la famosa prueba que Evariste Galois estaba buscando.
En 1829 murió ignorado por todos, sumido en la miseria. No había cumplido aun los 27 años. Hoy se cree que fue una suerte que Evariste Galis no hubiese leído a Niels Abel hasta después de desarrollar sus propios razonamientos. Porque el sendero que recorrió -si bien era menos directo para abordar el problema específico de las ecuaciones de quinto o más grados- le permitió proponer conceptos unificadores sobre los cuales se cimentan capítulos importantísimos de las matemáticas contemporaneas: el Campo de Galois, el Grupo de Galois, la Teoría de Galois.
Lo sorprendente es que Evariste tenía 17 años, en 1927, cuando completó las bases de su sistema teórico.
Louis Richard, muy contento, lo preparó para que ingresase en la prestigiosa École Polytéchnique, meca de los principales matemáticos de Francia. Evariste Galois fue confiadísimo al examen. Pero en la prueba no pudo reprimirse: habló de más se entusiasmo, expuso teorías que revolucionaban el algebra. Al final los examinadores se miraron: no habían entendido nada, ese muchacho estaba loco. Y lo suspendieron por inepto.
Ocurría lo imprevisible. Los grandes maestros de la École Polytéchnique no lo comprendían.
El año 1829 fue el más amargo de los años para el joven genio.
 Además de que se entera del triste final de Niels Abel, vuelve a presentarse al examen de la École Polytéchnique con el mismo resultado.
Hace llegar una Memoria de sus investigaciones a la Academia de Ciencias y Augustin-Louis Cauchy -quien debía juzgarla- confiesa que la ha extraviado antes de siquiera echarle un vistazo.
Por fin, catástrofe familiar.
Carlos X, segundo monarca de la Casa de Borbón después de la Restauración y jefe de la ultraderecha, había sumido a Francia en una tiranía calificada de oprobiosa. Las presiones contra Nicolás Gabriel Galois se tornaron insostenibles. Y, harto de chocar contra puertas cerradas; economica, política y humanamente arruinado; convencido que de seguir así acabría por desencadenar las represalias del poder no solo contra él sino también contra sus seres queridos, el padre de Evariste -fiel a los dictamenes de aquella generación- se dispara un tiro en la sien.
La carrera de gran matemático instituciionalizado, académico, socialmente reconocido como tal, se había frustrado para el joven Galois.
Así lo admitió y presentó su candidatura profesoral en la École Normal Sulperièure -menos afamada que la Politécnica-, para ganarse el pan. Pero, lejos de abandonar la militancia política, se radicalizó. Se convirtió en uno más entre los fogosos intelectuales republicanos.
No obstante, continuó las investigaciones matemáticas.
En 1830 resolvió enviar una segunda Memoria a la Academia de Ciencias. Esta vez, el destinatario era un científico venerable y cuyas ideas políticas coincidían con las de su padre: Jean-Baptiste Joseph Fourier.
Hijo de un sastre que participó en la Revolución de 1789, Fourier había sido bonaprtista de la primera hora. Acompañó a Napoleón en su campaña a Egipto, compiló y editó luego la monumental Description de l'Egypte, en 21 volumenes. Napoleón le concedió una baronía. Ocupó varios cargos políticos importantes.
Como matemático creo nada menos que las Series de Fourier, que dieron origen a una rama importantísima de su disciplina: la Teoría de funciones de una Variable Real.
Es verdad que, luego de Waterloo, abandonó su actividad militante -se entregó por completo a cultivar el oficio de científico profesional. En 1817 es candidato a la Academia de Ciencias, de la cual se convierte en secretario perpetuo, en 1822. Cuatro años después ingresa en la de Medicina y -sueño de su vida- lo ungen inmortal de la Academia Francesa. Respetado por todo el mundo era la persona idonea para que Evariste mandara su Memoria.
Jean-Baptiste Fourier fallece el 16 de mayo de 1830. Entre sus papeles jamás fue hallado el trabajo de Galois.
Aquellos eran días turbulentos. Evariste Galois no tuvo tiempo para lamentar el incidente: hechos más significativos reclamaban su atención. En medio de una insurrección popular, se derrumba, en julio, el Gobierno de Carlos X. Contra lo que se esperaba, no ocupa su lugar la República, sino otro rey, Luis Felipe de Orleans. Usa la bandera tricolor, se apoya en las capas más adineradas de la burguesia. Alimenta proyectos imperialistas, a él se debió la conquista de Argelia. Parece democrático, liberal, capitalista.
Evariste Galois se adelanta tanto en política como en matemáticas. Previó exactamente lo que iba a ocurrir 18 años más tarde. Visualizó el creciente descontento obrero, el estallido de las barricadas del 48, los desastres que provocaría aquel sonriente principe burgués. Y lo consignó en ardientes artículos periodísticos.
La respuesta del Gobierno fue inmediata. Primero, un arresto de algunas horas y la exoneración de su cargo en la École Normal Suerieure. Después, 6 meses de prisión. Evariste Galois aprovechó la cárcel para escribir una tercera Memoria, destinada a la Academia de Ciencias.
 Ya en libertad, la presentó. Ahora sería Simeon-Dennis Poisson, el mismo de la Curva de Poisson, un teorico ilustre, quien iba a devolverle el escrito, con una anotación de su puño y letra. Tachaba la Memoria de "virtualmente incomprensible" y aconsejaba a Evariste Galois que ampliara y clarificara la exposición.
Auguste Chevalier, amigo y ex compañero de estudios de Evariste Galois, recibió la misiva el 30 de mayo de 1832. Con febril premura, Evariste Galois le comunicaba que debía batirse en el campo de honor y ante el presentimiento de que sobrevendría lo peor, quería hacerle depositario de su testamento científico.
Le daba cuenta de sus últimas investigaciones. En las notas dispersas hay nitidas señales de que Evariste Galois había comenzado a desarrollar la teoría de las Fuentes Algebraicas.
Tendrían que pasar 4 decadas antes de que el alemán Bernhard Rieman completase esta obra.
Las autoridades sugirieron que el joven -apenas tenía 21 años y 7 meses- se había batido por una cuestión de faldas.
Sus correligionarios aseguraron que el desafío había partido de una facción de la extrema derecha.
 Otros sostuvieron, con bastante fundamento, que hubo un agente provocador de la Policia, y que había sido, lisa y llanamente un asesinato de los esbirros de Luis Felipe.
La policia del "monarca burgués" Luis Felipe d'Orleáns, admitió con satisfacción que se había eliminado en forma providencial a un peligroso militante de la oposición.
Nadie supo, entonces, que en esa madrugada trágica se truncó la vida joven de uno de los máximos genios de las matemáticas que ha producido la Humandidad.
Racine, en 1846, se atrevió a reproducir los principales trabajos de Galois en el Journal de Mathematiques Purs et Appliquées. Pero su significación no fue captada hasta que, en visperas de la Guerra Franco-Prusiana de 1870, el matemático Camille Jordan ofreció la primera exposición integral de las teorias del infortunado Evariste Galois.
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