El gran
edificio social y administrativo de la Iglesia católica se sostiene sobre
cuatro libros breves, los evangelios, que narran unos cuantos meses en la vida
de un judío pobre, habitante de un reino colonizado del imperio romano de hace
unos veinte siglos.
De esos
relatos la Iglesia ha sustraído el capital simbólico suficiente para agrupar a
la minoría religiosa más grande del planeta.
La Iglesia
de Roma -el Vaticano- ha insistido en ostentar el monopollio de la interpretación
correcta de esos cuatro relatos
fundacionales, monopolio que ha llamado la "ortodoxia cristiana".
A lo largo
de la historia, las disidencias católicas han entrado a disputar ese monopolio
y a buscar, en lecturas alternativas, una justificación de su propia propuesta
de mundo.
¿Quién fue Jesús de Nazaret? ¿cuáles fueron sus verdaderas
enseñanzas?, ¿cómo se entiende el mundo de hoy a la luz de esas enseñanzas
del judío martirizado en épocas de Herodes Antipas? Y una vez entendido su auténtico
testimonio, ¿cuál es la dinámica de la salvación del alma?
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Hijos del
siglo XX, las ovejas negras del libro de Emiliano Ruiz Parra responden a estas
preguntas desde las herramientas modernas de las ciencias sociales y la
historiografía.
En el lado izquierdo del espectro, los
liberacionistas sugieren una lectura política de los evangelios
particularlmente el de Mateo.
Primero,
arrojan luz sobre el Jesús histórico -opacado por el Cristo celestial de la
tradicional- y su comunidad de seguidores en Galilea:
• pobre;
• obrero;
• maestro;
• rebelde;
• feminista;
• demócrata;
• pacifista;
• igualitarista;
• libertario,
Durante
treinta años, Jesús se ganó el sustento como artesano de la construcción (y no
sólo carpintero), lo que hace suponer que no poseía tierras.
Como
cualquier judío, estaba sometido a una triple exacción de impuestos y
contribuciones: al imperio romano, al reino de Herodes Antipas y el templo de
Jerusalén.
Muy
probablemente analfabeto, Jesús tocaba puertas en las distintas poblaciones de
Galilea en busca de empleo como reparador de casas.
Hacia sus
treinta años del albañil de Nazaret se volvió a la predicación del reino de
Dios, y conoció a un primer grupo apostólico formado por trabajadores
(pescadores).
De manera
completamente diruptiva, incorporó a mujeres a su comunidad de discípulos y les
dio un papel preeminente, como a María de Magdala.
Sumó a los
marginados de la comunidad judía:
• extranjeros;
• recaudadores
de impuestos;
• prostitutas;
• enfermos
crónicos y
• a
los que había sanado de posesiones diabólicas.
Esos pobres
y destituidos, decía, eran los hijos favoritos de Dios, que recobrarían la
dignidad en su reino. La comunidad de seguidores de Jesús fue testimonio de
igualdad y horizontalidad (y en eso contrastaba, por ejemplo, con los esenios
de Qumrán, tan respetuosos de las jerarquías) en donde nadie recibía órdenes de
nadie, todos se sentaban en círculo y se enseñaba la diakonía
como el modelo ético: servir a los demás como un mozo sirve una mesa.
Jesús, maesto,
enseño que el amor al prójimo era más importante que la observancia de la ley
mosaica y exendió la noción de prójimo para incluir al extranjero, una proclama
revolucionaria para una época marcada por las lealtades étnicas.
Pobre, él mismo, atestiguó el hambre de
su gente y el robo de tierras y de cosechas a manos de los recaudadores de
impuestos:
"Benditos
los que tienen hambre, porque serán saciados", les dijo.
Eso
significa que Dios quería justicia
para sus hijos e hijas y la llegada inminente de su reino era buena noticia
para los oprimidos y, por lo tanto, una amenaza para los opresores.
Jesús, por
cierto, no fundó Iglesia alguna ni nombró vicario a ninguno de sus apóstoles
("Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" es una frase añadida
posteriormente) y, por el contrario, estableció que sus vicarios eran los
pobres de la tierra (de acuerdo con Mateo 25, 31).
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La
narrativa presentada en los cinco párrafos anteriores es una síntesis de las
interpretaciones de Jesús que aparecen en José Antonio Pagola, Hans Küng, Iván
Illich -historiadores recurrentes en los católicos críticos- y en charlas con
laicos, sacerdotes y religiosos en el curso de esta investigación que algunos
compartiran y otros no.
Por ejemplo,
es Küng quien sostiene que Jesús no fundó ninguna Iglesia.
Dudo que el
obispo Raúl Vera comparta esa interpretación, pero no tengo dudas de que
asentiría sobre la preeminencia de los pobres y los marginados como los favoritos del Creador.
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Si Jesús fue
ese predicador subersivo que desafío a la sociedad de su época a través de la
construcción de una comunidad de iguales -y fue, por ello, condenado a muerte-
entonces la dinámica de la salvación transita necesariamente por una acción
comprometida con "los últimos" del reverso escatológico del que habla
Schlüssler-Fiorenza: los marginados y los destituidos, sin que importe su
religión o nacionalidad. En esa línea de razonamiento.
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Desde la posición oficial, el
Vaticano ha descalificado a:
• la teología
de la Liberación sin mayor dicusión;
• la teología
feminista la ha ignorado y
• a un
pensador crítico como Iván Illich lo expulsó de las oficinas de la Congregación
para la Doctrina de la Fe con las palabras "¡Vete y no vuelvas
nunca!" (pronunciadas en 1969 por el cardenal Seper) que recuerdan al Gran
Inquisidor de Los hermanos Karamazov.
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La Iglesia
católica excluye del sacerdocio y de los cuerpos de gobierno de la Iglesia a
las mujeres, aun cuando dos terceras partes de sus miembros consagrados
son mujeres.
En Goodbyer
Gather, una crítica a la sexualidad católica oficial,
el exsacerdote y sociólogo estadunidense Richard A. Schoenherr afirma que la
exclusividad masculina sobre el sacerdocio tiene una implicación simbólica más
allá de la Iglesia: al prohibirse su ordenación como ministras de culto, las
mujeres aparecen como no aptas para representar a Dios ni administrar los
sacramentos, y de paso, incapacitadas para funciones de gobierno.
La
prohibición católica al sacerdocio femenino, dice el estudioso, es un tema
relevante para la civilización occidental en su conjunto, porque refuerza el
prejuicio contra las mujeres y su discriminación en la vida pública y privada
en Occidente.
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Las normas
de la Iglesia tienen un efecto más allá de la Iglesia misma y penetran la vida
social, simbólica y política de nuestra civilización.
Por eso los
debates que se den dentro de ella son de interés de todos. Y esos debates, a
veces soterrados, a veces convertidos en escándalos, le plantean a la Iglesia
retos a que no se había enfrentado en sus varios siglos de existencia:
hemorragia de feligreses en los países desarrollados,
• escasez
de sacerdotes;
• una
creciente homosexualidad en las filas de sus funcionarios -que no tendría nada
de censurable si la institución no sostuviera un discurso homofóbico- y
• un
gobierno monárquico y opaco cada vez más alejado de los anhelos democráticos de
las sociedades modernas.
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Un
caso emblemático del desfase entre la Iglesia católica y la sociedad
contemporánea se observó en el escándalo del abuso sexual de sacerdotes a
menores de edad.
Al abuso de
cientos de menores, sobre todo en Estados Unidos, se sumó el crimen del
encubrimiento de la pederastia clerical.
Frente a las
denuncias de las víctimas, la respuesta de la Iglesia fue premoderna: asumió,
• que
los delitos de los sacerdotes no eran crímenes graves que ameritaban castigos
severos sino pecados menores que se expiarían con la oración y de esa manera
alentó a que se siguieran comentiendo y
• en
lugar de entregar a los abusadores a las autoridades civiles, los ayudó a escapar
transfiriéndolos de parroquia en parroquia, a veces de país en país.
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Tomado de OVEJAS NEGRAS
Emiliano Ruiz Parra
Ed. Oceano
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