miércoles, 10 de julio de 2013

Que Chiapas no sea Argelia



            Tomás Gerardo Allaz

       Más valen indios muertos que indios vivos"...
La visita de Clinton, con la extremada pleitesía que le rindió nuestro presidente, reactualizó en el marco polític mexicano del momento aquel concepto tan ilustrado por las gestas holliwoodescas. Hasta resultó grotesca y vejatoria la devoción exhibida aquí en estos días hacia piedras labradas por artistas de otros siglos, con exclusión de toda referencia a la existencia de sus no menos dotados descendientes, cuyo martirio se ha hecho notorio en el mundo entero a raíz del ¡ya basta! del 1º de enero de 1994.
       Es más, en vísperas de la recepción preparada para la gran caravana norteña, Zedillo quiso que se clausurara la última legislatura del presente Congreso sin que se pronunciaran palabras destinadas a los indígenas que, desde hace tantos
meses, esperan una respuesta respecto al porvenir de los cuatro documentos definitorios de una nueva            relación entre el Estado y sus pueblos indios.
        Fueron firmados el 16 de febrero del año pasado por representantes oficiales del gobierno y por dos comandantes del EZLN.
       Ahora el único gesto del gobierno ha sido el nombramiento de un nuevo negociador gubernamental.
       Por supuesto, entre la grosería de un Bernal y las dotes de un Coldwell, la altura de tres Himalayas.
       Además, aunque no se mencionó, el segundo ha tenido un antecedente revelador: bajo su gobierno en Quintana Roo dio todo apoyo y libertad a Virgilio Caballero para abrir en gran escala los micrófonos oficiales a voceros de etnias.
       Empero, aun de conservar después de las elecciones una tarea pública, con las tendencias carruselescas que prevalecen, ¿quién no se atrevería a ver para él un destino como el Infonavit o la Lotería
Nacional?


En lo referente a nuestras etnias, lo peor podría presentarse.
       Por lo tanto, es tiempo de hablar claro y duro. Al contrario de lo que creen no pocos, el tiempo está
con los indígenas, quizá no en el sentido pacífico que desearíamos.
       Tratándose de cierta mentalidad racista y colonialista que pesa sobre nosotros, manifestaremos el costo y las posibles consecuencias de ésta aun contra las previsiones mayoritarias.
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        Hablaremos de Argelia, gigante africano. Como nosotros, está preparando elecciones nacionales que abrirán una era nueva que puede resultar mejor o peor, pero en ningún caso idéntica a lo de antes.

       En Argelia, al acercarse los comicios, la sangre se derrama: En abril, 400 civiles murieron en atentados y masacres. Son una imprevisible consecuencia de una descolonización demasiado tardía. Los errores que se pagan hoy allá parecen una copia de los errores que estamos nosotros  cometiendo aquí con nuestras 56 etnias. La misma imprevisión, la misma ceguera.
        Cuando estalló la guerra de liberación, el 1º de noviembre de 1954, el equivalente de nuestro secretario de Gobernación, el ministro del Interior, era un cierto François Mitterrand y acababa de hacer una gira por los llamados
       Departamentos argelinos, donde "no pasaba nada". La respuesta al manifiesto de los insurgentes fue tajante: "No habrá más negociación que la guerra, pues Argelia es Francia".
Resultado: siete años de guerra cruel e infame.
       Sin embargo, una verdadera negociación y una evolución concertada hubiera todavía podido alcanzar poco a poco una salida honorable.
       Dos años antes André Julien escribía: "Es cerrando las vías normales de la legalidad a millones de
hombres como se arriesga empujarlos hacia los adversarios radicales".
       En 1936 un hombre lúcido escribía: "La patria argelina no existe. Interrogué a la historia, a los vivos y a los muertos; nadie me habla de ella...
       Hemos apartado de una vez por todas las nubes y las quimeras para vincular definitivamente nuestro porvenir con el de la obra francesa en este país".
       Pues bien, es el mismo hombre que, 20 años más tarde, como presidente del clandestino "Gobierno Provisional de la República Argelina", iba a encabezar a los "rebeldes" (los llamados "fellagas"): Ferhat Abbas.
       El mismo, aún en 1958, a cuatro años de la victoria, declaraba a un periódico belga: "Si Francia hubiera querido, esta guerra no hubiera estallado nunca. En efecto, lo que la inmensa mayoría de los argelinos pedían antes de 1954 no era la independencia, sino un estatuto que hubiera hecho de ellos auténticos franceses, como los bretones o los provenzales".
      Nuestros indígenas nos repiten que son mexicanos y quieren ser para siempre mexicanos, y les debemos creer, porque ellos no practican una doble verdad.
       Empero si seguimos tratándolos como lo hacen nuestros gobernantes, puede suceder lo mismo que en Argelia.
        No debemos olvidar cómo en 1968, al cerrar las vías no violentas, hemos echado al monte a jóvenes guerrilleros.
        El citado Fehrat Abbas, después de años de cogitación, escribió sobre la experiencia del
pueblo argelino dos libros que pueden inquietarnos frente a nuestros indígenas.
         Basta ya una frase: "Los historiadores escribirán un día que la Argelia Francesa ha caído en el vacío por haber sido concebida para los 'europeos' y haber rehusado convertirse para el provecho de todos".
        Hemos concebido un México para los mestizos, no para todos, no para los indígenas, digamos lo que digamos.
        Hasta el director de la Seguridad Nacional, quien como tal recibió el 1º de noviembre de 1954 el primer telegrama sobre el estallido y fue el primero en brincar del otro lado del Mediterráneo, aunque partidario de la "Argelia francesa", confiesa: Desde 1954, cada 1º de noviembre me remite con melancolía "al rosario de oportunidades desperdiciadas".
      ¡Cuántas actitudes nuestras en México hoy resultan percibidas por nuestros indígenas como verdaderos puntapiés!
       En el momento presente se está cometiendo el error más grave que ocurre en semejantes circunstancias: buscar una división entre los que aspiran a cambiar su condición de postergados y humillados. En eso también vale, y vale en plan de tragedia y derrame de sangre, el caso de Argelia.
       Después del acceso a la plena independencia,
       Argelia pudo estructurarse y organizarse, y hasta llegó un momento en que parecía una gran nación próspera. Ya a principios de los años 70 fue considerada como la capital mundial de los países no alineados. Empero, por circunstancias que no cabe analizar aquí y por desgobiernos y extremismos y radicalismos se llegó al mar de sangre presente, fácilmente atizados todavía por fundamentalismos religiosos.
       Pues bien, ¿cuáles son los destinados a dar una mayor cuota de sangre?
Son los considerados como "colaboracionistas" o "vendidos al gobierno". Tal es el resultado de los intentos de dividir para reinar.
       Aquí en México Reyes Heroles recomendaba no despertar al "México bronco". Nosotros recomendaremos no olvidar lo terrible que pueda ser una "ira indígena".
        Se habla a menudo de necrofilia cuando zapatistas recalcan que no temen a la muerte. No la temen porque, según dicen, nosotros les reservamos ser "siempre como muertos en vida".
Lo que más cuenta para ellos es su honor, su dignidad pisoteada. Es lo que puede llevarlos a extremos insospechables.
       Su dulzura natural en lo ordinario no puede engañar.
       Ojalá el señor presidente no arriesgue despertar la potencial y pavorosa "ira india", pues podría llegar a lo mismo que tanto ensangrienta a Argelia hoy después de años de aparente somnolencia.
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