viernes, 1 de noviembre de 2013

La Desventura del Feudalismo




        La historia que quiero relatar aconteció hace muchos años y deseo hacer notar que toda similitud con hechos de la vida actual son simplemente puritita casualidad.


        En cierta ocasión, la señora Dutary se encontraba de mal humor, como muy a menudo le ocurría, especialmente después de haberse pesado.
        -Quiero que me arregles la tarima del tocador que ya se esta cayendo- le dijo a su consorte.
        -Menos mal que aún aguanta un rato más- repuso el santo señor Dutary, que siempre veía las cosas con optimismo, a diferencia de su esposa.
        La señora Rosa apretó los labios y de sus ojos a salieron destellos, señal en ella de que se aprestaba al combate verbal.
        -¡Hijo del hule!- le dijo en ese tono grave que desde hace un millón de años emplean las enemigas de Esther Vilar al iniciar una bronca.- Es verdad que la tarima aún no se cae, pero ten en cuenta que tu hijo la puede jalar en cualquier momento.
        -No sólo él, sino también mi preciosa hijita Cattleya -sonrió el santo señor Dutary sin dejar de escribir un artículo nuevo con una gran pluma de codorniz.
        La señora Dutary se quitó la hermosa peluca de "Black Panther" arrojándola, a la cama, continuó en tono más agresivo:
        -La verdad es que ya me caes gordo con tus mentados artículos. En lugar de que consigas otros trabajo para traer más dinero a la casa pues quiero mi casa en Montparnasse.
        -Bien sabes que en esta casa tenemos todo lo necesario, amen del precioso jardín cuyos árboles nos dan limones, papayas y melones.
        -¡Tus malditos artículos!- resopló la señora -¡Valientes artículos! ¿A estar recopilando datos hasta buena parte de la noche llamas tú artículos? Mira que tienes desfachatez.
        El señor Dutary, sin dejar sus papeles, se incorporó lentamente y miró a su esposa entre compasivo y desdeñoso.
        -Rosa, no sabes de lo que hablas. No tienes conciencia de lo que se avecina. Nos encontramos en una época crucial, en la transición del Feudalismo al Capitalismo. Nuestras vidas, y la de nuestros congéneres y descendientes, cambiaran por completo y yo ayudaré con mi a obra cumbre, pues mis artículos sólo son pininos que me preparan para mi obra cumbre.
        La señora Dutary puso cara de resignación. -Bueno, don Premio Nobel de Literatura, y ¿se puede saber cuando aparecerá tu obra cumbre?
        El señor Dutary bajo modestamente la vista -¡Cómo quieres que lo sepa si aún no la he empezado? solamente intuyo que será algo morrocotudo, algo que vendrá ayudar a transformar nuestra existencia.
        -¡Y todo eso lo conseguirás escribiendo en esos papeles?- preguntó con mucha sorna la señora Dutary.
        -Sí- dijo el señor Dutary con mirada de iluminado. -Estoy seguro de que lo conseguiré.
        La señora Dutary perdió la paciencia y le atizó una soberana bofetada a su marido.
        -¡Haragán! ¿sinvergüenza!- gritó mientras seguía arreándole al escritor que trataba de esquivar los golpes, pero sin soltar sus papeles.
-¡Hace falta tener cara dura! ¡Si ya me lo decía mi mamá! En lugar de hacer algo útil te pasas la vida con libros y encima tienes la desfachatez de decir que vas a escribir algo útil. ¡Suelta esos malditos libros y ve a arreglarme la tarima de encima que me lastima verla cayendo.
        -¡No emplees cacofonías! ¡querida mia!- interrumpió el señor Dutary, que además de científico era purista del idioma.
        -¡Qué cacofonía, ni que tus narices, ni que tu abuela!- rugió la señora Dutary dándole feroz patada.
       -¡Aquí estoy yo luchando en casa con los niños, sin poder ir con mis amigas a tomar un capuchino ni a mis clases de laúd, por que tú te la pasas ocupado con esas porquerías. ¡Ya ni al circo romano me llevas! ¡hijo del hule! ¡Ya no te aguanto ni a ti ni a tu perro! ¿me rompe todo lo que está a su alcance!
        -Ten en cuenta que algún día podrá ser campeón en la Canófila pues tiene muy buena estampa.
        Las últimas palabras de su consorte llevaron a la señora Dutary al paroxismo. Tomando el tejolote del molcajete, de un certero golpe en mitad de la frente le partió el cráneo en mil fragmentos.
        La señora Dutary nunca supo y quizá ni siguiera llegó a sospecharlo, pero su impulsividad motivó que la transición al Capitalismo se retrasara unos 350 años, como así fue, pues otro escritor de nombre Voltaire lo hizo, sólo que él era soltero y así no hubo señora resongona y beligerante que interrumpiera sus escritos.
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