jueves, 12 de junio de 2014

Llegar a Viejo



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LLEGAR A VIEJO

                                     Joel Hernández Santiago

Un día de éstos, tarde o temprano, todos, o casi todos, vamos a sentir que las cosas ya no son las mismas, que la fortaleza física, que la agilidad de movimientos y que la expresión de nuestra mirada ya no tienen la misma intensidad de "entonces". 
Un día de éstos, nos vamos a ver viejos, porque vamos a estar viejos. A pesar de todo.
Serán los días en los que las palabras anhelo y esperanza adquirirán un sentido más concreto más preciso, más lejano si todavía se quiere y por lo mismo más tenue y serán palabras siempre vigentes porque aún existe la vida, ¡qué caray!. (Y es éque después de todo, la vida nuestra es la única que en verdad hemos tenido; es lo único que en verdad pudo pertenecernos).


Sin embargo, aquello que puede ser la edad del orgullo, del resumen de los años, de la dignidad, de la experiencia, de la tarea cumplida y por lo mismo más humana y generosa, en México se convierte en una desgracia cotidiana a la que provoca atención se le ha prestado de manera estructural. Da la impresión de que nadie está consciente del paso del tiempo; de que los señores del mundo tienen resuelta su vejez, la de sus hijos y la de sus nietos, porque en lo que se refiere a solucionar el grave deterioro económico de millones de mexicanos, militantes ya de la tercera edad, poco o nulo caso han hecho y, por lo que observamos, no tienen la menor intención de darle una respuesta definitiva al problema que tarde o temprano habremos de enfrentar quienes no pertencemos a familias de linaje, y mucho menos pequeño-burguesas.
Esto que los jóvenes de hoy ven todavía muy lejano, los hombres maduros lo sentimos como una cercanía casi ineludible y a ello todos juntos estamos sujetos. Hay tiempo para tirar cohetes- decimos en mi tierra oaxaqueña- y hay tiempos para recoger las varas. Este último es el presente de los viejos.
Es por ello que la lucha que llevan a cabo los integrantes del Movimiento Unificador Nacional de Jubiliados y Pensionados (MUNJP) tiene que ser apoyada con todo vigor, porque no es una lucha para apoyar en sus peticiones al millón y medio de jubilados y pensionados solamente, sino que es una lucha que nos involucra a todos. Es una lucha por nuestro propio futuro.
Parece mentira que hoy, cuando se habla de productividad, de competencia, de aprovechamiento de la experiencia internacional, de la profesionalización de los nuevos mexicanos y de una solidaridad institucionalizada, los viejos mexicanos que durante muchoas años fueron empleados y trabajadores estén percibiendo apenas 344 mil pesos mensuales para seguir viviendo. A pesar del tiempo y de los años de aportación de su fuerza de trabajo -desde diferentes ámbitos- para el crecimiento de nuestro país, o mejor dicho, para poder vivir, aunque fuera al día, en un país cuyas faltas de previsión y mala administración lo hacen vivir también al día.

¿Y qué pasa con los viejos campesinos o aquellos que no pertenecieron o pertenecen a empresas o agrupación alguna que hoy estén dispersos y al mismo tiempo abandonados?

Lo que el MUNJP pide a la Cámara de Diputados es simplemente que cumpla con su obligación social y su responsabilidad como representante popular, lo que en términos económicos, en este caso no es mucho, apenas 600 mil pesos mensuales, los que son casi nada si se consideran los excesivos gastos que en campañas políticas se erogan cotidianemente con recursos del pueblo mexicano, o si se piensa también en los gastos por obras contratadas que tienen que hacerse y rehacerse frecuentemente para justificar el presupuesto y que éste no se vea reducido en el ejercicio siguiente. O los muchos otros gastos misteriosos y extraordinarios que se llevan a cabo en un país petrolero, etcétera, etcétera.
Tenemos que volver la vista a este problema. Tenemos que hacerlo nuestro también, porque es asunto de seguridad nacional, quiero decir de la seguridad de quienes nacimos en esta nación; en este país de claroscuros; pero que es el único que tenemos. Ojalá que todos podamos, algún día, llegar a la vejez con la seguridad de la tibieza en nuestra vida y en nuestra conciencia y sin dejar, ni por un momento, de invocar al porvenir. Ojalá, así sea.
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