sábado, 20 de junio de 2015

La República Bananera


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LA REPÚBLICA BANANERA

Había una vez la República Bananera que estaba gobernada por un emperador, que duraba seis años en el palacio de Los Fresnos, desde donde lo controlaba todo: ponía y quitaba gobernadores, senadores, diputados, ministros y hasta el último presidente municipal. También escogía al jefe formal de su partido, el Reeaccionario Infernal.
Algunos emperadore habían intentado camuflar con elecciones su total dictadura. Ese no fue el caso de Loscar Nasilas, quien resultó ser uno de los emperadores más antidemocráticos. 



Nasilas había recibido el trono de manos de Riguel de Magerit, quien a su vez lo había heredado de Rosé Porpillo. Los bananeros conocían a esos personajes como Los Tres Caballeros.
  De inmenso poder, los tres habían urdido una maniobra transexenal:                                                                  Porpillo había bananizado la banca para absorber las deudas que tenían sus dueños; 
De Magerit había pagado la indemnización a los banqueros y saneado financieramente las instituciones de crédito, y Nasilas las había devuelto, relucientes y prósperas, a los empresarios.
  Este último, fanático del socialiberalismo, decidió privatizar otras paraestatales y entregarlas a sus amigos. Eso hizo con la empresa telefónica Telban, que adquirió el bananaero de origen libanés Carmelo Salad Lulú. Sin embargo, se sospechaba que el verdadero dueño de Telban era el mismisimo emperador;                                  Esto era porque Nasilas, promotor de libre comercio -había buscado firmar una Transacción de Libre Compra del país con el Imperio Septentrional-, no permitía que empresa alguna compitiera con Telban. 

Reportero de la revista ¿No que no?, Gil Duarte asiste al funeral de su amigo Ronlando Gual, quien fue asesinado mientras realizaba un estudio pormenorizado de la fortuna de los Tres Caballeros. Cuando Gil Duarte se retira solo del cementerio, es alcanzado por una ráfaga de metralleta y entra en estado de coma. Su alma llega al purgatorio y ahí encuentra a Manuel Maldía, otro periodista asesinado, quien lo lleva ante un tribunal presidido por San Pedro, que juzgará su labor.
  El tribunal, en el que participan los bananeros asesinados Carlos Goret de Golay Nora Zorona, va calificando una a una las historias de Gil Duarte, que los jueces conocen telepáticamente.
  Gil cuenta cómo es despedido del periódico EL CLARIN, por pretender denunciar el tráfico de niños. Crea entonces su propia revista, pero se enfrenta a la censura gubernamental y a la oposición de la empresa Teletrinca, propiedad de Milo Bascárriga, que además de controlar la televisión de la República Bananera, poseían la distribuidora de publicaciones Interbán, que intevenía en la circulación de revistas y periódicos.
  Terrible censor de la prensa bananera era Toto Grajales Román, el vocero del emperador que superaba las tendencias represivas de su jefe. Con una simple llamada telefónica , conseguía que una informacion no fuera publicada o que se despidiera a un reportero de su medio. Y fue inmensamente desdichado cuando el  emperador lo envió a gobernar la pequeña provincia de Tierras Frías, donde había nacido. Pero Toto se consolaba con que su alumno Roque Mitina Vieras hubiera sido designado jefe de la oficina de censura y represión del Ministerio del Interior.                                                                  Mitina, un comunista arrepentido, había alcanzado ese cargo gracias a Ludovico Rolando Coliseo Muleta, ambicioso amigo del emperador y ministro de la Defensa de la Naturaleza.
  La política era el talón de Aquiles del emperador Naisilas. No obstante que había conseguido el apoyo del opositor Partido Aliado Natural, tuvo problemas por designar a los gobernadores de las provincias libres y soberanas, sin el menor respeto por la voluntad de los electores provincianos.                                                  Llegó un momento en que el país contaba con 16 gobernadores interinos, luego de que había tenido que sacrificar a Fortunato Lapata, de San Juan Carmesi, y Rampón Agarre, de Juato; tampoco los habitantes de las provincias de Choacán y Rero habían quedado conformes con los resultados electorales.
Así llegó Loscar Nasilas al final de su periodo. Quería reelegirse, pero sabía que las reglas del sistema se lo impedían. Preocupado por el deterioro de su imagen, que manejaba su asesor Pepe Granada, el emperador emprendió la pesada tarea de buscar a su sucesor: tenía que escoger entre el citado Coliseao Muleta; el alcalde Banana City, Nolo Chocama Feliz; el ministro de Carreteras Privadas, Emigdio Granboa, y el ministro de Finanzas, doctor Peas.
Trató también de cambiar al Partido Reaccionario Infernal, para que a sus sucesor no le pasara lo mismo que a él, en 88, cuando Temoc Denas por poco lo priva del trono. Por consejo de un tío, Nasilas dispuso que el financiamiento del PRI se transparentara. Participó en una cena en la que pidió a los ricachones bananeros aportar 25 millones de dólares al partido. El problema fue que alguien rajó y la información fue a dar a un pequeño periódico especializado en economía y negocios. Nasilas hizo el coraje de su vida, mandó a volar al líder del partido, Gerardo Carnero, y llamó a cuentas a su tío.
Este se adelantó a la furia del emperador.
-Caramba, te felicito, Qué bien hiciste las cosas, ni a mi se me hubiera ocurrido.
-¿Te parece? -repuso Nasilas, sorprendido y anhelante.
-Claro, sobrino. Ahora podrás tener las dos tortas: el dinero del erario y el de los empresarios.
 El tío explicó que como las aportaciones de los millones serían subterráneas, no tenía por qué temer. Afirmó: "Les harás, sí, muchos favores por sus dinero, pero el muro (ese que no querías derrumbar) entre la clase política y la iniciativa privada prevalecerá. La oligarquía será discreta, aunque económicamente más dinámica. Sobrino -dijo el viejo, levantando su copa con cierta emocionada agitación de la mano-, brindo por tu genio.
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