miércoles, 12 de agosto de 2015

Breve Mirada a la Vejez


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BREVE MIRADA A LA VEJEZ



Simone de Beauvoir

La vejez en la Prehistoria
Los hombres que vivieron en la Prehistoria y en el Mesolítico, períodos que comprenden entre 600,000 a 10,000, no sobrevivían mucho tiempo a las inclemencias de su hábitat, pues sus condiciones de vida estaban determinadas por las terribles dificultades que debían pasar para sobrevivir, con todos los peligros que ello entrañaba, y contando con una tecnología no muy desarrollada aún. Llegar a la vejez se consideraba un hecho milagroso; en gran parte gracias a la intervención de los dioses se podía llegar a una edad avanzada, pues debemos tener en cuenta que el promedio de vida, según los hallazgos óseos, era de 30 años de vida.
Obviamente los hombres que sobrepasaban tal edad eran muy escasos. A consecuencia de ello, los ancianos fueron objeto de respeto ya que eran  quienes guardaban la cultura y el saber del grupo, y los encargados de transmitirlos a los miembros jóvenes de la tribu.
  Además pensaban que los ancianos se encontraban en condiciones perfectas para contactar a los antepasados que permanecían eternamente en el más allá. Además ejercían las funciones de chamanes y curanderos, protegían a sus compañeros de tribu de algunos fenómenos de la naturaleza que les eran adversos por medio de rituales, talismanes y magia. Asimismo, curaban las enfermedades y conocían las plantas para tal efecto. En esta etapa histórica correspondía a la mujer el de cuidado de los ancianos aunado al de los niños, a más de dedicarse a los quehaceres domésticos.
Pero no todo fue tan perfecto. En estas sociedades, básicamente de cazadores-recolectores en las que se vivía sobre todo para la subsistencia, los viejos estorbaban cuando llegaban a una edad imposibilitante, pues se transformaban en seres improductivos a los que había que alimentar infructuosamente.
Entonces, debieron practicar el gerontocidio en beneficio de los otros, como lo han hecho algunos grupos culturales hasta no hace muchos años. Asesinato tal vez justificado, que se llevaba a cabo en medio de ceremonias más o menos complejas;  o bien, simplemente abandonando a los ancianos a su suerte en los bosques, montañas o nieve, con tan solo un poco de comida.
Veamos algunos ejemplos del estatus de los viejos en algunas culturas, sin ánimo de ser exhaustivos.

La vejez en el Antiguo Egipto
       Un texto debido a un escriba de nombre Ptah-Hotep, Othah Está en Plenitud, quien fuera visir del faraón Dyedkara-Isesi (Tzetzi) de la V Dinastía, en el año 2450 a.C. (para algunos investigadores esta fecha se corre hasta 4500) y famoso por sus proverbios, se quejaba amargamente de su condición y escribió para la posteridad:

“¡Qué penoso es el fin de un viejo! Se va debilitando cada día; su vista disminuye, sus oídos se vuelven sordos; su fuerza declina su corazón ya no descansa; su boca se vuelve silenciosa y no habla. Sus facultades intelectuales disminuyen y le resulta imposible acordarse hoy de lo que sucedió ayer. Todos los huesos están doloridos. Las ocupaciones a las que se abandonaba no hace mucho con placer, sólo las realiza con dificultad, y el sentido del gusto desaparece. La vejez es la peor de las desgracias que puede afligir a un hombre”.

Este hombre sufría con lo avanzado de su edad, a pesar de que en Egipto se consideraba al anciano como un ser lleno de  sabiduría, dada la experiencia adquirida en su larga vida. Los ancianos sabios educaban a los jóvenes y ejercían el rol de consejeros. Las mujeres de la familia o las esclavas, se encargaban de su cuidado, siempre y cuando la familia tuviese un estatus económico que les permitiese tener servidumbre.
       Suponían los egipcios que el origen del envejecimiento estaba situado en el corazón. A pesar de la disminución física que implicaba llegar a avanzada edad, los hombres deseaban alcanzar el “privilegio” de ser viejos. Máxime en el caso del faraón, quien debía siempre parecer joven y fuerte a fin de mantener su autoridad y afianzar su carácter sagrado. Debido a esta imperiosa necesidad se practicaba la ceremonia del Heb Sed con el fin de prolongar la vida, como consta en los papiros y en los dibujos de las paredes de los templos y recintos faraónicos. La palabra heb significa “festival” o “festejo”; sed, se cree que hace referencia al dios Seth, señor de lo que no es bueno y de las tinieblas. El ritual es muy antiguo, duró desde la primera dinastía hasta el Período Ptolemaico. Una de sus descripciones se encuentra en el complejo funerario localizado en Saqqara, en el Templo del Sol de Niuserre, en Abu Gourab, y en el Templo de Soleb de Amenhoteb III. La ceremonia duraba cinco días; daba inicio el primer día del primer mes llamado Tybi, que comprendía a la segunda quincena de noviembre y primera de diciembre, fecha en que se acostumbraba llevar a cabo la coronación de los faraones. Los templos se iluminaban y se purificaban. Se llevaban a cabo procesiones encabezadas por el faraón y los altos dignatarios de la corte y la nobleza. Se acompañaban los festejos con desfiles de sacerdotes. Hacia los puntos cardinales se arrojaban cuatro flechas; el faraón debía llevar a cabo una carrera -que a veces era simbólica debido a la edad avanzada del rey-, llevando en la mano un papiro llamado El Testamento de los Dioses o El Secreto de los Dos Compañeros. Una vez efectuada la carrera, el faraón comparecía ante el pueblo para demostrar que había rejuvenecido simbólicamente. A esta ceremonia la llamaron los griegos la Fiesta de los Treinta Años.
       A los ancianos se les identificaba con el dios Ra, el Sol creador del universo, a quien en el Libro de los Muertos se describe como “el más grande del Cielo, el más anciano de la Tierra, el señor de todo lo que existe y que establece perdurablemente toda cosa”.
       Ser anciano equivalía a haber llegado a la cumbre de la vida, y a los hombres que llegaban a la senectud se les consideraba como maaty, es decir, “bienaventurados”, no se podía aspirar a más.

La vejez entre los mexicas
       En la sociedad mexica la vejez comenzaba cuando un hombre alcanzaba los 52 años, es decir, cuando se cumplía un siglo: transcurridos 52 vueltas del ciclo de 365 días y 73 vueltas del calendario adivinatorio. La persona que alcanzaba tal edad era respetado por la comunidad y se le eximía de muchas de las obligaciones que hasta entonces debía cumplir: ya no pagaba tributos, sus consejos se consideraban sabios y podía consumir el sabroso pulque: la “bebida de los dioses”. Ser viejo no equivalía a la exclusión de la sociedad; por el contrario, los viejos seguían activos y en ellos recaía la terea de concertar los matrimonios, las ceremonias religiosas, a más de interferir con sus consejos en los asuntos del trabajo, la familia y la guerra, pues se tenían muy en cuenta su experiencia y sus conocimientos acumulados en un siglo de existencia.
       Fray Bernardino de Sahagún nos refiere en su obra cumbre Historia general de las cosas de Nueva España:

“El viejo es como: tiene la carne dura, es antiguo de muchos días, es experto, ha experimentado muchas cosas; ganó muchas cosas por sus trabajos. El buen viejo tiene fama y honra, es persona de buenos consejos y castigos; cuenta las cosas antiguas y es persona de buen ejemplo”. 

Estas palabras se referían al buen viejo, pero también nos habla del mal viejo:

“El mal viejo finge mentiras, es mentiroso, borracho y ladrón; es caduco, fanfarrón, es tocho, miente y finge”.

Los calpullis, barrios, de la administración citadina mexica, se gobernaban por medio de un consejo de ancianos, a los que se llamaba Huehues, viejos, con injerencia dentro de la jurisdicción civil y criminal, y en otras decisiones que atañesen a su calpulli. Los calpulhuehuetque, los viejos del calpulli participaban en las ceremonias religiosas y se les consultaba en relación a los asuntos importantes que afectaban al barrio. Asimismo, cuando se nombraba a un nuevo tlatoani, jefe máximo de los indios, asistían los tecuhtlatoque, los soldados viejos y los ancianos no militares. Por su parte, los pochtecas viejos, los mercaderes, eran muy respetados y tenían muy grande autoridad. Los ancianos mexicas nunca dejaban de contar con la protección de la familia, encarga de su cuidado hasta su muerte.

La vejez entre los mayas
Los mayas representaron simbólicamente al tiempo, Kinh, y al Sol, Ak Kin o Kinich Ahu,  por medio  de la figura humana cuyos rasgos son los de un anciano. Así, la máxima deidad, el Sol, representaba a un anciano. El dios Sol estaba vinculado con Itzamná, el dios más importante del panteón maya, fue un anciano creador del universo. Aunque también solíase representarlo como un animal fantástico, una mezcla de serpiente, cocodrilo y lagarto, con pezuñas y cuernos de venado. Desde su residencia en el Cielo dirigía al cosmos sentado en una banda astronómica, pues fue uno de los dioses que dibujaron las constelaciones. Fue el primer sacerdote de la cultura maya a quien se debe la invención de la escritura y los códices; de las ciencias y de los conocimientos. Creó a los hombres y al Mayab, el lugar donde debían residir, es por tanto el símbolo del Creador. Itzamná anteriormente, en su faceta humana, recibió el nombre de Zamná, gran sacerdote maya llegado con los chanes de Bacalar, los posteriores itzáes, para establecer Chichén Itzá.
Los antepasados, los moradores antiguos fueron también ancianos, los k’ilis kah in yum; los ancianos fueron los primeros en existir sobre la Tierra, y los creadores de la vida humana, según nos cuenta el Popol Vuh:

“¿Cómo haremos para formar otros seres que de veras sean superiores y sepan oír, hablar, comprender lo que dicen, nos evoquen y sepan lo que somos y lo que siempre seremos en el tiempo?”

En la primera creación estuvieron los kinh, en la segunda los abuelos que fueran creados por los kinh, en la tercera los humanos surgieron de los abuelos. El anciano brujo sagrado, Ank’in Chilam Balam, quien profetizó en fecha 11 ahua katum la llegada de los conquistadores españoles, y quien dijo ahogado de sufrimiento:

“¡Ay, entristezcámonos porque llegaron! Ay de Itza, brujo del Agua, que vienen los cobardes blancos del Cielo, los blancos hijos del Cielo... sólo de pecado se será su enseñanza... Tendréis exceso de dolor y exceso de miseria”.

Entonces los ancianos morirán y se terminarán los linajes, tal cual aconteció en la historia. Por tanto, los ancianos en la cultura maya se consideraban como transmisores de la sabiduría y profetas excelentes.
      
La vejez en algunas otras culturas
       Los chukchos de Siberia acostumbraban matar a los ancianos en una fiesta organizada para tal efecto. En el momento en que entonaban cantos de alabanzas un familiar estrangulaba al viejo con un hueso de foca, pues se le consideraba incapacitado para vivir en la comunidad.
En la misma situación, los mongoles los asfixiaban y les abandonaban a su suerte.
Los indios creeks dejaban a los viejos en una choza con tan solo un poco de agua y comida; al cabo de un corto tiempo, morían.
Los sirianos de la selva de Bolivia los abandonan del mismo modo que lo hacen los indios ojibwa habitantes de América del norte.
En Samoa cuando un hombre ve llegar la vejez, solicita su propio funeral; se le prepara un festejo donde es el principal invitado.
Cuando los viejos se sienten enfermos solicitan ser enterrados vivos; se les introduce en un pozo donde permanecen sentados hasta que la muerte acontece.
Los murngins de Australia acostumbran tratar a los enfermos viejos como si ya hubiesen muerto. Inician los preparativos funerales y los rituales que los acompañan.
Los shillukes de Egipto, quienes acostumbrar tener como jefes a los ancianos; cuando uno de ellos presentan síntomas de deterioro o debilidad sexual, lo asesinan.
Si el rey de Buuyoro, en el África Central, envejece, se debe suicidar ingiriendo veneno, nunca debe morir de muerte natural, ya que su dinastía acabaría destronada.
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