miércoles, 13 de enero de 2016

Entrevista (Arthur Rubinstein)


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ENTREVISTA A 
ARTHUR RUBINSTEIN


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Hablar de Arthur Rubinstein (1887-1982) significa hablar de la cumbre del arte de tocar el piano. La experiencia es algo muy a tener en cuenta. A continuación doy una frase de Arthur Rubinstein:

“Sin duda, hay una parte que nos interesa a TODOS, algo muy importante en nuestras vidas: EL CRECIMIENTO PERSONAL Y EL PROFESIONAL. En especial en lo que afecta a nuestra COMUNICACIÓN Y RELACIÓN CON LOS DEMÁS, las relaciones amistosas, las relaciones de pareja y todo aquello que nos pueda hacer mejorar nuestra calidad de vida. Nuestro Objetivo: LLEGAR A SER QUIEN SIEMPRE HEMOS QUERIDO SER.”
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El entrevistador:
Arthur Rubinstein es, a sus 90 años, uno de los prodigios del mundo moderno. Dicho sencillamente es un gigante de la música. Poseedor de un extraordinario talento interpretativo, una memoria increíble y una dulzura única al tocar el piano. 

La emoción que transmite su modo de tocar ha conmovido a millones de personas en miles de conciertos en vivo por televisión y por medio de la extraordinaria popularidad de sus grandes grabaciones. 

Pero Rubinstein es más que un músico. Durante 90 años ha demostrado unas prodigiosas ganas de vivir. Ganas de disfrutar con la comida, la bebida, el arte, la pintura, la escultura, la filosofía, los libros, los viajes, los amigos, la familia. 

Aún es una persona dinámica, sana y activa. Está completando el segundo volumen de sus memorias. Vive en esta casa encantadora al lado mismo de la moderna Avenida Foch en París, la ciudad que ama por encima de cualquier otra. 

Para mí, el hombre Arthur Rubinstein es tan fascinante y cautivador como Arthur Rubinstein el músico.

Rubinstein:
Mi amor por la vida es muy, muy incondicional. 

Usted sabe que ya no puedo leer bien ni escribir. Perdí el centro de mi visión. No veo aquello que miro. Aun puedo vivir. No estoy ciego, porque veo todo lo que me rodea. Así que aún soy independiente en cierta medida, no mucha. De modo que recientemente he descubierto una nueva belleza de la vida. Cuando veía, leía demasiado. Algunos libros no eran lo bastante interesantes, perdía el tiempo. Me impidieron estudiar más música y tocar más. Nunca tuve tiempo de oír hermosas composiciones. No podía ir a conciertos, estaba viajando, yo era el que tocaba. Ahora tengo miles de discos. Me gasto todo mi dinero en discos. Los escucho: las sinfonías de Mahler, hermosas versiones de mis colegas, obras para violín, piano, quintetos. Me enfado, discuto con ellos cuando tocan mal. Discuto dentro de mí, por supuesto, porque no están aquí. Pero disfruto enormemente. Es una nueva vida.

El entrevistador:
En su libro “Mis años jóvenes” dice que adoptó muy pronto en su vida un lema, que se expresa en una frase polaca: “Nie dam sie”.

Rubinstein:
La traducción no es nada fácil, porque en polaco es un poco más fuerte. Pero quiere decir realmente: “Nunca cederé” Con mucha fuerza, “ceder” es un poco débil. No hay un equivalente exacto. “Lucharé por ello, seré valiente”, algo parecido. Pero fuerte. Lo aprendí porque yo estaba presente en Lodz, la ciudad en que nací, en un programa que hicieron en la calle los cosacos rusos. Era muy joven, un colegial, creo que tenía siete años. Queríamos huir de los cosacos que pegaban brutalmente a la gente. Vimos la sangre y estábamos absolutamente aterrorizados. Y aprendí algo: que debía armarme interiormente de valor. Intento ser valiente y no asustarme de nada. Y la verdad es que nunca he tenido miedo absolutamente de nada. Sufría con algo, lo asimilaba. Esto o aquello me preocupaba. No tenía dinero, no tenía a esta mujer o a aquel amor. Música fiasco, falta de éxito y todo lo que quiera, ya sabe. Pero siempre fui muy valiente…

El entrevistador:
Vamos a hablar de su música. Cuando la gente dice, como así sucede, que usted es el más grande pianista de este siglo, ¿se lo cree?

Rubinstein:
No les creo, y me enfado mucho cuando lo oigo. Es una absoluta, completa y horrible tontería. No existe nada parecido al más grande pianista, en ninguna época, ni nadie, ni nada. Nada en el arte puede ser lo mejor. 

Es sólo diferente. Le diré mi teoría sobre esto: Creo que un artista, sea el que sea, pintor, escultor, músico, intérprete, compositor, lo que sea, alguien que tenga el título de ser un artista, o que tenga que ver con las artes, debe tener una personalidad inconfundible. Que debe ser EL ÚNICO y nadie más. Es Pepe García y no hay nadie más así. Si uno dice, “Oh, es un segundo Liszt o un segundo Paderewski o un segundo…” Un segundo ya es un error, ¿me entiende? Si es un segundo, no es bueno. Es un imitador. Un artista debe ser único, un mundo en sí mismo. 

Si estuviera interrogando a alguien y usted preguntara por ejemplo: “¿Quién cree que es realmente el más grande de todos los tiempos, ¿“ “Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Velázquez, Rembrandt?” ¿Qué es lo que haría? ¡Cada uno de ellos es un mundo en sí mismo! Si voy a ver la gran exposición de Rembrandt que vi una vez en Ámsterdam. Unos trescientos cincuenta cuadros. No todo pero la mayor parte en un aniversario del pintor. Le aseguro que pensé que no había otra cosa posible en este mundo. Pero pocas semanas después hubo una exposición de Rembrandt con la mayoría de los cuadros de Vermeer. 

Tuve exactamente la misma sensación. Luego vi una exposición de Tiziano: exactamente la misma sensación. 

Son únicos: en su mundo en si mismo. Beethoven es único. Mozart es único. No hay muchos Mozart. ¿Hay otros como él u otros como Beethoven? ¡No! Si soy un pianista, soy un pianista a mi manera, que gusta a tanta gente a la gente a la que le gusta mi manera de tocar que eran mis seguidores, que disfrutaban, que puede incluso que se emocionaran mucho con mi música. Pero hay otros que se emocionan mucho con otros pianistas. Éste y aquel, y éste y aquel otro. ¿Quién puede decir que éste es el más grande? Es un error. Lo odio.

Rubinstein:
Como soy viejo, pienso: ¿Cuál fue el éxito que he tenido en mi vida? Está claro que no toco el piano tan bien como la mayoría de los pianistas. Nunca trabajé tanto como ellos. Ellos tocan perfectamente. Conozco ahora jóvenes que tocan el piano de tal modo que es imposible mejorarlo. Pero cuando les oigo tocar así, tengo mi pequeña pregunta para ellos. Les pregunto: ¿Cuándo vais a empezar a hacer música? 

Hacer música, eso es algo que me preocupaba. Hacer música es algo metafísico. Un cuadro es un cuadro, algo visible. Una escultura es visible. Un poema es visible sobre el papel. La música es visible pero no audible. Existe sólo porque están también, y es necesario para ello, la otra parte de los músicos, los intérpretes. 

Yo pertenezco a este grupo. Llamo a los intérpretes buenos talentos, a los compositores genios, si es que son los grandes compositores de los que estoy hablando. Lo que me sucedió es muy extraño, algo que observé muy a menudo. Observé el hecho de que entraba en el escenario para un concierto como una representación, como un cuadro de lo que sucede en el escenario. Es bastante ridículo porque un hombrecillo gordo como yo que se presenta allí con su frac, parece que es de una funeraria. Y el piano tiene un poco el aspecto de un ataúd. El público llena la sala. Vienen después de una buena cena. Las mujeres se miran entre sí o miran los vestidos de otras mujeres. Los hombres piensan en sus negocios, o en los deportes, o Dios sabe en qué. Ahí tengo a toda esa gente no enteramente musical, que no sabe realmente de música, pero a los que les gusta la música, que aman la música. Y esa es una perspectiva muy difícil. Tengo que mantenerlos atentos con mi emoción, nada más. No puedo mirarles no puedo poner caras, no puedo decirles: (gesticulando) ¡Ahora llega el gran momento, ahora escuchen, ahora llega algo grande! Nada de esto tipo. Tengo que tocar. Miré justo enfrente de mí. Pero hay una cierta antena; hay una cierta cosa secreta. Hay ago que sale, que emana de mí. (gesticulando con los brazos por delante del cuerpo con los ojos cerrados) De mi emoción, no de mí, del sentimiento. Si le gusta puede llamarlo alma. No sé qué es el alma, pero es una palabra que se usa muchísimo sin saber lo que representa realmente. Este algo, déjeme llamarlo alma de momento si le parece bien. Proyecta algo que yo siento. Siento que está haciéndolo. De repente pone al público en mis manos. Hay un momento en que los siento a todos aquí. Puedo hacer cualquier cosa. Puedo retenerlos como una notita en el aire. Y no respirarán porque van a esperar a ver qué es lo que pasa después. Eso es un gran momento. No siempre sucede. Pero cuando sucede es un gran momento de nuestras vidas.

El entrevistador:
Usted ha afirmado a menudo que es el hombre más feliz que conoce. ¿De dónde surge esa felicidad?

Rubinstein:
Mi felicidad, la sensación y la consciencia de esa felicidad vino justo de un intento de quitarme la vida. 

Quería suicidarme a la madura edad de 20 años porque llegué a una suerte de hora cero, si puedo llamarla así. No había nada para mí. Estaba atrapado en Berlín camino de Paris. No podía llegar allí porque no tenía dinero. Prometí volver con algún dinero y luego volver a dar conciertos. Estaba en un hotel en Berlín en el que ya no podía pagar mi habitación. 

La mujer a la que amaba muchísimo estaba casada y me prometió divorciarse. No lo hizo y rompió conmigo. No me atrevía a hablarles de esto a mis padres. 

Estaba completamente aislado de ellos, nadie sabía dónde estaba. 
Intenté suicidarme y sigo estando vivo; vamos, que no funcionó. 

Intenté ahorcarme y me caí al suelo. Era infeliz y toqué un poco el piano y luego tenía mucha hambre. 

Cuando salía a la calle, había vuelto a nacer de alguna manera. 

Estaba renunciando a mi vida y luego la recuperé. Pero esa recuperación fue muy extraña. Me di cuenta de lo tonto que era antes, de que la vida no depende en absoluto de cosas como no pagar un hotel, o como que una mujer te deje o que la carrera se interrumpa. La vida es lo que te da. Está delante de ti.

El entrevistador:
¿Cree usted en Dios?

Rubinstein:
(Se queda pensativo) Claro que creo, pero mi Dios no es un señor con barba. Es un poder. Es un poder increíblemente extraordinario. Toda mi vida he estado preocupado –y sigo estándolo- por una sola pregunta importante: ¿Por qué estamos aquí? ¿Quién lo hizo? ¿Quién lo empezó? 

Nadie ha vislumbrado jamás ni ha tenido la menor idea de por qué comenzó. Comenzó con las leyes de la religión. 

Están bien en cierto modo, pero nos dominan. Están diciéndote: esto está bien, esto está mal. Debes creer en esto. Debes creer en Dios. Estoy contento de creer, pero debe haber también una señal. Debe haber algo que nos muestre por qué y qué. No puede decirse que un terremoto que mata a miles de personas es algo que Dios haya hecho para el bien de la humanidad. 

Alguien me preguntó el otro día: “¿Cree usted en una vida después de que hayamos muerto?” 

Es una pregunta muy verosímil. Le dije que no creo en eso. Pero si hay vida después de la muerte es algo que me encantaría, claro. Sería algo maravilloso. Pero si creyeran que hay una vida y descubriera que no hay nada, que no soy más que un animal aplastado que mi vida se ha acabado por completo, me quedaría muy desilusionado si pudiera expresarlo.

  Creo que mi punto de vista no está demasiado equivocado. Creo que hay algo de verdad. Bueno, esto es lo que pienso. Pero creo cada vez más que lo que tenemos realmente, lo que es nuestro es lo que tenemos: la vida. 

Las personas dicen que la felicidad es reírse todo el tiempo y disfrutar de una buena chuleta o de un filete de ternera e irse a gusto a la cama, ganar un juego y cosas así. 

Esto es estúpido. No hay nada de eso. Se necesita un contraste. No lo disfrutas. Eso no es la vida. La vida es: hincarle el diente, tomarla absolutamente tal como es.

El entrevistador:
¿Puedo hacerle una pregunta? ¿Cuál es la emoción que siente cuando contempla que la muerte va a extinguir una máquina tan insólita como usted, un ordenador con tanto corazón y tan rebosante de música y experiencia?

Rubinstein:
No dedico mucho tiempo a pensar en eso. Sí hay una cosa en la que creo. Hay una palabra que no está siempre clara para todos. En todos los idiomas utilizamos alegremente la palabra “alma”. “L´âme” en francés. Todos los idiomas la usan. Y no sabemos realmente qué es, dónde situarla. Creo que en nosotros es el poder metafísico, que simplemente emana. Siento siempre eso, como le dije, en mis conciertos. No dedicas mucho tiempo a pensar en ello pero hay algo flotando. Hay algo desconocido a nuestro alrededor. Eso no tiene que desaparecer. Después de nuestra muerte, si tuviéramos una cantidad de eso dentro de nosotros, se encuentra a nuestro alrededor. 

Recuerdo un día lluvioso en Londres en que esta gran cantante, Emmy Desitnn, me preguntó muy inocentemente: “¿Cómo tocaba Chopin?” Yo nunca oí tocar a Chopin, por supuesto. Solo puedo imaginar algo. Estuve a punto de decirle: “No me haga preguntas tan tontas”. Peor por una especia de instinto me fui al piano y toqué una pieza de Chopin que nunca toco en los conciertos. Y era yo el que tocaba. Toqué la pieza completa y los dos nos quedamos un poco pálidos. No era o quien tocaba. Lo sentía. Yo no lo habría tocado así. Interprételo como quiera. Le cuento simplemente como un momento de mi vida. Nada más.
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