martes, 26 de enero de 2016

Los Levitas


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LOS LEVITAS

Sigmund Freud

    Las conquistas de la dinastía XVIII hicieron de Egipto un imperio.

    El nuevo imperialismo se refleja en el desarrollo de las naciones religiosas, si no en las de todo el pueblo al menos en las de su capa dominante e intelectualmente activa. Surge, pues, la idea de un dios universal que ya no está restringido a determinado pueblo o país.

Con el joven Amenhotep IV, que más tarde adoptará el nombre de Akenatón, llega al trono un faraón cuyo supremo interés es el de propagar esa idea teológica. Instituye la religión de Atón como doctrina de Estado, y por su intermedio, el dios univeral se convierte en el dios único. Rechaza la ilusión de una vida ultraterrena, tan importante precisamente para los egipcios.




Ya bajo los débiles sucesores de Akenatón se derrumbó cuanto éste había creado. La venganza de las castas sacerdotales que había oprimido se descargó sobre su memoria; la religión de Atón fue abolida; la ciudad residencial del faraón, condenado por hereje, fue arrazada. La reforma de Akenatón parecía ser un episodio destinado al olvido, sin embargo, entre las personas próximas a Akenatón encontrábase un hombre llamado Mose (Moisés). Era un personaje encumbrado, decidido partidario de la religión de Atón; pero, al contrario del tranquilo faraón, era enérgico. Para ese hombre la caída de Akenatón y la abolición de su creencia implicaba el fin de todas sus esperanzas. Habia perdido su patria, en Egipto sólo podía seguir viviendo como proscrito. En la zozobra de su aislamiento se vinculó con una tribu de pastores imigrada allí algunas generaciones antes: los levitas; los adoptó como pueblo suyo y trató de realizar en ellos sus ideales. Después de haber abandonado Egipto los ungió con el signo de la circuncisión, les dió leyes y les inició en las doctrinas de la religión atónica. En plena contradicción con las tradiciones bíblicas, el éxodo transcurrió pacíficamente y sin persecución alguna, pues la autoridad de Moisés lo facilitaba, además de que en aquellos tiempos de anarquía no existía un poder central que hubiese podido impedirlo.

Moisés se unió a los levitas llevando consigo un séquito, entre ellos, los antiguos sacerdotes del culto de Atón, todos ellos egipciós, razón por la cual solo entre los levitas siguieron apareciendo nombres egipcios, tales como: Merari, Meriam, Assir, Putiel, Fineas, Jofni, Pashur, Hur. Estos egipcios, en las generaciones siguientes, se fundierono con la gente entre la cual vivían.

Al principio los levitas no aceptaban el culto oficial de la religión de Atón. Sin embargo, esa religión influyó silenciosamente sobre las creencias y las costumbres de esa tribu, y, poco a poco, bajo el influjo de vivencias poderosas y de personalidades profundamente influidas en ese espíritu, surgieron con mayor potencia y lograron dominar sobre las grandes masas del pueblo.

Moisés, discipulo de Akenatón, tampoco empleó métodos distintos a los del faraón: impuso a los levitas su creencia. Tanto Moisés como Akenatón sufrieron el destino de todos los despotas ilustrados. Los levitas eran tan incapaces como los egipcios de la dinastía XVIII para soportar una religión tan espiritualizada. En ambos casos sucedió lo mismo: los tutelados y oprimidos se levantaron y arrojaron de sí la carga de la religión que se les había impuesto. Pero mientras los apacibles egipcios esperaron hasta que el destino eliminara la sagrada persona del faraón, los indómitos levitas tomaron el destino sus propias manos y apartaron al tirano de su camino asesinándolo.

En el texto bíblico, en la narración de la “peregrinación por el desierto” se describe una serie de graves sublevaciones contra su autoridad que son reprimidas con sangrientos castigos. 
Es fácil imaginarse que alguna de esas revueltas tuviese un desenlace distinto del que refiere el texto. 

Este también narra la apostasía del pueblo, aunque lo hace en forma meramente episódica. Tratase de la historia del becerro de oro, en la cual, gracias a un habil giro, se atribuye al propio Moisés el haber quebrado en su cólera las Tablas de la Ley, acto que debería comprenderse en sentido simbólico o sea “él ha quebrado la Ley”.

Con el tiempo, los levitas lamentaron el asesinato de Moisés y trataron de olvidarlo, sin embargo, a la larga, nada importó que la tribu levita rechazara la doctrina de Moisés y lo asesinara, pues subsistió su tradición, cuya influencia logró, aunque sólo paulatinamente, lo que no alcanzara en vida el propio Moisés.
Posteriormente, los levitas se reunieron en Qadesh, un oasis situado al sur de Canaán (Palestina), entre la parte oriental de la penísula del Sinaí y el límite ocidental de Arabia, con otra tribu que había adoptado la veneración del dios volcánico llamado Yahve, forma que ha llegado hasta nosotros como Jehová. Yahve era un dios volcánico, pero como es sabido, ni en Egipto ni tampoco en la península del Sinaí existen volcanes, en cambio junto al límite occidental de Arabia existen volcanes que quizá en aquella época aún se encontraban en actividad. Una de esas mentañas debe haber sido el Sinaí-Herob donde se suponía que moraba Jahve.

A pesar de todas las modificaciones que sufrió el relato bíblico, puede reconstruirse el carácter original del dios: era un demonio siniestro y sanguinario que rondaba por la noche y que temía la luz del día. Este dios era violento, mezquino y sanguinario; había prometido a sus prosélitos la “tierra que mana leche y miel”, y los instaba a exterminar “con el filo de la espada” a quienes habitaban Canaán a la sazón. A pesar de todos los rearreglos aún quedaban en el texto bíblico tantos datos que permiten reconocer el carácter original del dios. La religión del dios Yahve no era un verdadero monoteísmo, que negase categorías divina a las deidades de otras tribus, se limitaba a afirmar que el propio dios era más poderoso que todos los dioses extranjeros.

Los levitas, de cultura superior, al fusionarse con los creyentes de Yahve formaban una minoría de gran influencia, dándole a Yahve las características de Atón. 

Probablemente, entre la caída de Moisés y el encuentro en Qadesh transcurrieron dos generaciones o quizá más. Lo que ocurrió en Qadesh fue una transacción que exhibe de manera inconfundible la participación de los seguidores de Moisés. La sombra del dios cuyo lugar había ocupado Yahve se tornó con el tiempo, más fuerte que él; al término de la evolución histórica volvió a aparecer tras su naturaleza, el olvidado dios Atón.

Al ser instituido en Qadesh el nuevo dios Yahve, surgió la necesidad de imponerlo, abrirle campo, borrar las huellas de religiones anteriores. Los levitas no querían olvidar su Exodo de Egipto, el nombre de Moisés y la costumbre de la circuncisión. Dado  que los levitas concedían tan alto valor a su Exodo de Egipto, ese acto de liberación hubo de ser atribuido a Yahve, que detalles que proclamaran la terrible grandeza del dios volcánico, como la columna de humo que de día se convertía en columna de humo y que de noche se convertía en columna de fuego, como la tempestad que dejó momentaneamente seco el mar, de modo que los perseguidores fueron ahogados por las aguas al cerrarse éstas sobre ellos. al mismo tiempo, el Exodo fue aproximado a la fundación de la religión, negándo el prolongado intervalo que media entre ambos hechos; tampoco se deja que la entrega de la Ley suceda en Qadesh sino que se le situa al pie de la montaña sagrada, entre manifestaciones de una erupción volcanica. A Moisés se le transporta a Qadesh o al monte Sinaí-Horeb. A Yahve se le dejó extender su injerencia a Egipto, y a Moisés se le extiende la existencia, es decir, se le revive.

Al instituir la nueva religión, el mediador entre el dios Yahve y el pueblo es Moisés, es decir, surge un segundo Moisés, en oposición al Moisés egipcio, Moisés, el egipcio, había dado una parte del pueblo a los levitas, una representación divina más elevada, la noción de una deidad única y universal, dotada de infinita bondad y omnipotencia, adversa a todo ceremonial y a toda magia; una deidad que impusiera al ser humano el fin supremo de una vida dedicada a la verdad y a la justicia. En cambio con el nuevo Moisés, el de Qadesh, surge Yahve, un dios sanguinario y cruel que incita a la conquista.

A Moisés, a veces se le presenta como dominante, irascible, aún violento y, sin embargo, también se dice de él que era el más benigno y paciente de los hombres. Es evidente que estas últimas características poco habrían de servirle al Moisés egipcio, que proyectaba grandes y arduas empresas con los levitas; lo más seguro es que fueran rasgos pertenecientes al Moisés de Qadesh. El Moisés egipcio jamás estuvo en Qadesh ni oyó el nombre de Yahve, y el Moisés de Qadesh nunca piso el suelo de Egipto y nada sabía de Atón. Para fundir entre sí a ambas personas la leyenda tuvo que llevar hasta Qadesh al Moisés egipcio.
                
En las contribuciones posteriores al texto bíblico prevaleció el propósito de evitar toda mención de Qadesh como lugar en que había sido instituida la religión y se adoptó el monte      sagrado Sinaí-Horeb. 

El motivo de ello fue evitar el recuerdo de la influencia que tuvo Qadesh, pues se trataba de pasar a épocas más antiguas ciertos mandamientos e instituciones buscándoles fundamento en la legislación de Moisés para derivar de ella su título de santidad y autoridad y por otro lado, quedaban satisfechas las exigencias de los levitas además que se lograba negar el hecho penoso de la violenta eliminación de Moisés.

Después de esa unión las tribus Beni-Yisrael se sintieron con fuerzas suficientes para emprender la invasión de Canaán.
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