miércoles, 20 de julio de 2016

Anécdotas (Ruy López)


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ANÉCDOTAS DE RUY LÓPEZ
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El gran sabio norteamericano Benjamín Franklin aconsejaba a los jugadores de ajedrez que perdieran o ganaran graciosamente y a no regocijarse de los errores de los adversarios.
             
Esta manera de pensar difiere grandemente de la del Obispo español, Ruy López, quien daba este consejo:
      
       "Si usted juega de día, coloque a su oponente dándole la luz en los ojos, ésto le dará a usted una gran ventaja. También, trate de jugar con su adversario apenas haya comido o bebido frugalmente".

      
Pero no se piense que el primer campeón mundial era de mal corazón, al contrario era un hombre humanitario como lo prueba la siguiente historia:
             
Una vez se encontraba, el entonces capellán, Ruy López y el rey Felipe II jugando al ajedrez, en un salón del palacio del Escorial.

El clérigo estaba arrodillado delante del rey, sobre un cojín, y el monarca, sentado en un amplio sillón tapizado de cuero rojo.

Los cortesanos permanecían silenciosos en un extremo del salón.
             
El monarca estaba inquieto y de vez en cuando volvía la cabeza para mirar hacia la puerta de entrada.
            
Abriose ésta al fin y apareció el verdugo.
             
-Y bien -le preguntó Felipe II. -¿Está todo dispuesto para la ejecución?
             
-Señor, el reo se resiste.
             
-¿Cómo es eso?
             
-Porque si en calidad de noble desea que se le corte la cabeza, como magnate pide ser bendecido por un obispo.
             
-Concedido, hágase como él desea, pero que todo esté terminado para las tres.
             
-Señor, en la corte no hay ningún obispo. Ayer murió el de Zamora y anteayer se ausentó el de Valencia.
             
-El monarca quedó un momento pensativo y dirigiéndose de pronto a Ruy López, le dijo:
             
-Levántate, Obispo de Zamora y vete a asistir al reo.
             
Ruy López se alzó y se dirigió a la cárcel para reconciliar al sentenciado, el duque de Medina Sinonia, ex-favorito de Felipe II.
             
Pronto estuvo hecha la reconciliación, quedando confesor y reo en amigable conversación, y como aún faltaba mucho para la hora de la ejecución, el duque, poniendo a prueba su temple, propuso a Ruy López matar el tiempo jugando una partida de ajedrez, proposición que fue aceptada, mandándose al momento por el juego.
             
Empezado éste, los guardias, el alcalde y hasta el verdugo, se interesaron por la partida, pues la fama de Ruy López había trascendido todas las esferas y todos deseaban ver las hábiles jugadas del campeón del mundo. Transcurrieron los contados minutos que de vida le quedaban al valeroso duque. Al oír la hora fatal, la partida se hallaba en un momento de gran emoción.

Las combinaciones de Ruy López se encontraban en el momento culminante y el duque de Medina Sidonia, deseaba terminar la partida, pues había entrevistado una variante ganador.

El jefe de guardia y el verdugo, entretanto, intentaron hacer cesar el juego a fin de emprender inmediatamente el camino al cadalso, más el duque quería terminar la partida y, como el verdugo insistiese en su empeño e intentase hacer uso de la fuerza, el duque arrebató el hacha de manos del verdugo y con arrogancia exclamó:

"Al que intente acercárseme le parto la cabeza, quiero terminar la partida".
             
No hubo, pues, más remedio que dejar que la contienda terminara. La victoria correspondió al duque y una alegría incontenible lo sustrajo por unos momentos de la dura realidad.
            
Ruy López sonreía dolorosamente y más de uno de los espectadores supo que Ruy López había generosamente proporcionado ese instante de regocijo a su noble adversario, conocedor de su vanidad ajedrecística, que moriría con la fama de una victoria sobre el campeón del mundo.
             
Terminada la partida, el duque, con paso firme, erguido, se dirigió al lugar del ajusticiamiento, no sin dirigir algunas bromas a Ruy López, como si con ellas deseara exteriorizar su valentía.
             
Creyendo Felipe II, al tocar las tres, que todo estaba concluido, dijo al conde de Ibarra que había reemplazado al duque de Medina Sinonia en los favores del rey:
             
Dadme el decreto referente al crimen y al castigo del ya difunto duque.
             
El conde metió la mano en la escarcela, sacó y entregó al rey, en lugar del decreto real que éste le pedía, el plan de la conspiración con la lista de los conjurados, en la que él figuraba en primer término, saliendo a relucir que, el duque de Medina Sidonia había sido acusado falsamente por quien pretendió suplantarlo en los favores del rey e injustamente acusado como jefe de aquella conspiración.
             
El monarca, descubierta la verdad, mandó al momento
arrestar al conde y aunque dudando de llegar a tiempo, ordenó suspender la ejecución. Por fortuna, ésta se había retrasado por las circunstancias antes mencionadas, y aquella orden alcanzó a la comitiva en el camino al patíbulo resultando así que una partida de ajedrez salvó a un inocente.
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