viernes, 5 de agosto de 2016

Anécdotas (Voltaire)


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  ANÉCDOTAS DE VOLTAIRE



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François-Marie Arouet (París, 21 de noviembre de 1694 – ibídem, 30 de mayo de 1778), más conocido como Voltaire, fue un escritor, historiador, filósofo y abogado francés que figura como uno de los principales representantes de la Ilustración, un período que enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad. 

-En 1746 Voltaire fue elegido miembro de la Academia francesa en la que ocupó el asiento número 33.
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Incredulidad religiosa

Paseaba junto a un amigo por la calle cuando se cruzarón con una procesión precedida por un Cristo crucificado, motivo por el cual Voltaire se quitó el sombrero en señal de respeto.

–Os creía incrédulo en materia de religión– le dijo su acompañante, sorprendido por el gesto.

–Y lo soy –matizó Voltaire–, aunque Cristo y yo nos saludamos, no nos hablamos.

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Una pieza de museo

En una ocasión el filósofo francés Voltaire afirmo que en 100 años la Biblia se extinguiría junto al cristianismo y que solo sería hallada como una pieza de museo. 
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Los zapatos

  Un día Voltaire, el célebre filósofo y escritor francés, llamó a su sirviente y le dijo:

-Traeme mis zapatos.

El sirviente se los trajo, pero dándose cuenta Voltaire que estaban cubiertos de polvo le dijo severamente:

-Has olvidado de limpiarlos.

-No vale la pena limpiarlos, -respondió el sirviente-, las calles están tan polvorientas que es inútil limpiarlos, porque pronto estarán de nuevo sucios.

-Voltaire permaneció silencioso. Se puso calmadamente sus zapatos y estaba a punto de salir cuando el sirviente le dijo:

-Señor, las llaves.

-¿Qué llaves?, -preguntó Voltaire.

-Las llaves de la alacena para preparar mi almuerzo.

-Pero, ¿para que preparar tu almuerzo? Al poco tiempo de haber comido, tendrás tanta hambre como la tienes ahora.

Y diciendo eso, el escritor salió a la calle, dejándolo solo en la casa... y hambriento.

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El drama de un escritor novel

Un escritor novel envió a Voltaire un drama que había escrito con el ruego de que le diese su opinión.

  Voltaire lo leyó pero el tiempo transcurría y nada le comentaba a su autor, quien un poco mosqueado, le preguntó si se daba alguna dificultad para responder con su opinión.

-Escribir una obra como la que usted ha escrito no me parece difícil. 
Lo que me parece muy difícil es decirle al autor la opinión que la obra merece. –confesó Voltaire.

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La verdadera edad
  
En otra ocasión un rico soltero de sesenta años le confesaba a Voltaire que se había enamorado perdidamente de una mujer bastante más jóven.

-Quiero casarme con ella -le reveló a Voltaire- pero temo haber arruinado mis posibilidades al decirle mi verdadera edad, debería haberla dicho que tenía cincuenta años. 
  
-Muy al contrario- replicó el filósofo-. Debería haberle dicho que tenía setenta.

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El segundo asno

Federico II de Prusia se declaraba admirador de Voltaire, aunque a veces el monarca  había sido  objeto de sus sátiras. 

Cierta vez que habían invitado al filósofo a cenar, el monarca dejó sobre el plato que correspondía a Voltaire una tarjeta que decía:

"Voltaire es el primero de los asnos. Federico II". 

Voltaire vio la nota y sin inmutarse, simplemente, la leyó en voz alta ante el resto de comensales:

-Voltaire es el primero de los asnos. Federico, el segundo"

(Para entender plenamente el significado de la anécdota hay que tener en cuenta que en Europa al orden de reinado de un monarca se suele añadir el artículo, de manera que el  rey de España sería Felipe el sexto y no Felipe sexto).

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Manuntención sí, alojamiento no

Voltaire fue inquilino de la cárcel de La Bastilla en varias ocasiones, tantas que al final de su vida hubo de exiliarse. 

En una de esas ocasiones el motivo era el haber escrito un panfleto en contra del libertinaje de una de las hijas del regente, el duque de Orleáns. 

Al cabo de un año el regente se apiadó de Voltaire, lo liberó e incluso le mando pagar una indemnización. 

Cuando fue recibido en audiencia, tomó el dinero y dijo:

-Le agradezco a Vuestra Alteza que se ocupe de mi manutención, pero le agradeceré mucho, que, en el futuro, no se ocupe más de mi alojamiento.

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¡Matad al francés!

En 1726 y a resultas de una disputa con una influyente familia aristocrática Voltaire fue encarcelado en La Bastilla y liberado a las dos semanas con la promesa de exiliarse de Francia e irse a Inglaterra lo que era una manera de cambiar de condena pues por aquel entonces los franceses eran muy odiados en Inglaterra. 

Un día en que daba un paseo por Londres una multitud furiosa que le escucho hablar se dirigió hacia Voltaire gritando:

-¡Matadle! ¡Colguemos al francés!

El filósofo se encaró con la vociferante multitud y les dijo:

-¡Ingleses!, ¡queréis matarme sólo porque soy francés? ¿no es ya bastante desgracia para mí no ser inglés?

Sus palabras fueron suficientes para aplacar los ánimos y volver amable a la multitud que incluso le acompaño hasta su casa para salvaguardar su integridad física.

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Veneno lento

Voltaire, que vivió 82 años y tomaba de 30 a 72 tazas diarias de café,  en cierta ocasión. en que le pidieron su opinión al respecto, manifestó: 

"Claro que el café es un veneno, lento pues hace 40 años que lo tomo".

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Posiblemente ambos estemos equivocados

Voltaire era un gran admirador de su colega el suizo Albrecht von Haller y así lo confesaba en público en bastantes ocasiones. 

Un amigo bienintencionado, le confesó que el suizo no sentía la misma simpatía por Voltaire, al oirlo comentó irónicamente:

-Bueno, también es posible que ambos estemos equivocados.

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Ya perdí mis dientes

Cuando el escritor escocés James Boswell le preguntó, en 1764, si aún hablaba inglés, Voltaire repondió:

-No, para hablar inglés hay que introducir la lengua entre los dientes y yo ya he perdido mis dientes.

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Descreída impiedad

Cuando se conocieron, en Bruselas, Rousseau felicitó a Voltaire por sus versos pero le criticó su descreída impiedad. 

Voltaire nada respondió inmediatamente y se puso a hojear la obra Oda a la Posteridad de Rousseau y tras unos minutos, la cerró y dijo:

-A fuerza de ser sinceros señor mío, no creo que esta oda llegue jamás a su destino.

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Ante una tumba

En cierta ocasión Voltaire se vio obligado a hablar ante la tumba de una persona por la que no había sentido, en vida, muchas simpatías, comenzó el panegírico diciendo:

-Era una gran patriota, un amigo fiel, un esposo abnegado y un padre ejemplar... todo esto, suponiendo, claro está, que haya muerto.

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Sea el último en marcharse

Determinado día el duque de Roquelaure se quejaba ante Voltaire diciendo:

-Creo que no existe remedio contra esa serie de calumnias que tan a manudo se producen en la sociedad y a las que no hay manera de escapar.

-Si hay una manera -contestó el filósofo- sea siempre el primero en llegar y el último en marcharse de cualquier reunión.

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Biblia sobre la mesa

Voltaire era un acérrimo enemigo de la Iglesia Católica y su religión. 


En cierta ocasión le preguntaron que cómo es que siempre tenía una Biblia encima de la mesa de su escritorio.

-Quien mantiene un pleito debe de mantener constantemente a la vista y conocer los argumentos de la parte contraria -respondió Voltaire.

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¿No que eraís incrédulo?

Paseaba junto a un amigo por la calle cuando se cruzarón con una procesión precedida por un Cristo crucificado, motivo por el cual Voltaire se quitó el sombrero como era lo habitual.

–Os creía incrédulo en materia de religión– le dijo su acompañante, sorprendido por el gesto.

–Y lo soy –matizó Voltaire–, aunque Cristo y yo nos saludamos, no nos hablamos.
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