sábado, 24 de diciembre de 2016

Medio Siglo no es Nada

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MEDIO SIGLO NO ES NADA


Lorenzo Meyer

La demanda de Moreira contra Sergio Aguayo por daño moral es un caso del pato político tirándole a la escopeta que le critica.

"El gobierno de México no sabe en qué país vive". Esta afirmación de Francisco Toledo (El País, 9 de julio) puede aplicarse a las élites de varios países y épocas, pero no hay duda que cuadra con el actual tiempo mexicano. Los grados de inconformidad varían según la clase social y la región, pero los datos muestran que apenas un 29% de los ciudadanos mexicanos dice aprobar algo o mucho la gestión del actual gobierno, en tanto el 63% lo desaprueba en los mismos términos y el 8% se declara neutral (El Universal, 4 de julio). Y es en este marco que acaba de darse el cambio de dirigente del partido del gobierno, el PRI.

Por lo anterior viene a cuento recordar la caracterización del PRI que hizo medio siglo atrás Manuel Moreno Sánchez, un militante que hubiera podido decir como José Martí: "He vivido en las entrañas del monstruo y lo conozco".

Moreno Sánchez fue un abogado que se incorporó a las filas del partido del gobierno cuando éste aún no era el PRI sino el PRM del cardenismo. Tras muy variados puestos en los sectores público y universitario, llegó a ser líder del Senado bajo el gobierno de Adolfo López Mateos -su correligionario durante el movimiento del vasconcelismo- pero renunció al partido del gobierno a raíz de los inicialmente esperanzadores pero finalmente siniestros acontecimientos de 1968.

En dos pequeños pero muy reveladores ensayos, Crisis política de México (1970) y México: 1968-1972. Crisis y perspectiva (1973), Moreno Sánchez hizo una caracterización del PRI que conocía bien y desde dentro. La hizo como parte del análisis del sistema político mexicano postrevolucionario en el momento de su apogeo e inicio de su decadencia. En esos años el triunfo de la centralización del poder en la Presidencia era la característica más distintiva del sistema y el "partido único" uno de los grandes instrumentos de esa centralización.

Moreno Sánchez vio y vivió al PRI como una gran organización nacional alimentada fundamentalmente con recursos fiscales -las contribuciones de su membresía eran insignificantes- y cuya cabeza formal era sólo eso, un dirigente formal pero nunca el real. El presidente del partido era, en la práctica, uno más de los altos funcionarios del gobierno federal -un mero "encargado del despacho"- que se encontraba al frente del CEN priista por decisión del presidente de la República para auxiliarlo en administrar el partido en función de las directivas que tomara el ocupante de "Los Pinos". Toda la estructura del partido, fuese la de carácter local o la nacional, estaba hecha para funcionar de manera "mecánica y pasiva" siguiendo las órdenes de la cúspide y sin que las bases tuvieran nada importante que decir al respecto. A cambio de una obediencia ejemplar, este PRI servía como mecanismo para colocar a multitud de "políticos secundarios" en las estructuras de los gobiernos locales y federal o en los "cargos electivos" que, de electivos, no tenía prácticamente nada.

Para la segunda mitad del siglo pasado, ese PRI, llamémosle "clásico", había logrado absorber en su interior tantos intereses contradictorios -a pobres y a ricos, a empresarios y a sus trabajadores, a campesinos y a clases medias- que simplemente no podía permitirse el lujo de tener discusiones internas significativas porque eso haría aflorar la multitud de contradicciones latentes. Para Moreno Sánchez, la sociedad mexicana misma, en su parte organizada, ya estaba "priizada" e incluso sin ser parte del PRI -y muchos de los que sí estaban en el partido, como los miembros de los sindicatos, ni siquiera se habían percatado de ello- actuaba como si lo fuera.

La inmovilidad política dentro del partido del gobierno era la regla y la ideología lo más vaga posible, suficiente apenas para exaltar las virtudes de la "economía mixta" y la idea del progreso. Cada campaña presidencial era una gran, enorme, gira nacional de un candidato que, aparentemente, salía a exponer un programa de gobierno pero que, en realidad, iba a reconocer la realidad del país para buscar y elaborar ese programa sobre la marcha.

¿Y hoy?

El panorama descrito y objeto de la crítica de Moreno Sánchez ha cambiado. 

El PRI ya no es "partido único", la sociedad mexicana está en proceso de deshacerse de su naturaleza priista y los gobernadores tienen recursos para ser independientes. 

El erario sigue financiando al partido, pero ya no de manera ilegal sino a través del INE (aunque los recursos ilegales siguen presentes). 

Sin embargo, algunas de las características de antaño se mantienen.

La ideología priista es tan difusa como siempre, aunque hoy en vez de identificarse con la "economía mixta" lo hace con la "neoliberal". Y como lo acabamos de ver, con el nombramiento de Enrique Ochoa como nuevo presidente del CEN priista, a la cabeza de ese partido vuelve a aparecer un funcionario del gobierno federal designado por el presidente de la República. Y en esa designación las estructuras corporativas del partido -CTM, CNC, CNOP- funcionaron exactamente igual que antes, de manera "mecánica y pasiva" y con una casi total ausencia de discusión interna.

Como en otros campos, en relación al cambio de dirección del PRI, el pasado sigue sin pasar. Lo que está por verse es si ese pasado puede pasar la prueba del presente y mostrar que quienes ahí mandan sí saben en qué país viven.

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