martes, 3 de enero de 2017

Presidentes, Clase Política y Universidades

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PRESIDENTES, CLASE POLÍTICA 
Y UNIVERSIDADES


Lorenzo Meyer

¿En qué medida las élites que controlan las estructuras políticas quieren y pueden entender cómo transcurre la vida cotidiana y las preocupaciones, necesidades y aspiraciones de la mayoría de los miembros la sociedad que gobiernan? 

Max Weber, el gran sociólogo alemán, señaló que "no se necesita ser César para entender a César"; con esa misma lógica es posible afirmar que no se necesita nacer, ni vivir y educarse como el común de los mexicanos para entender las formas vida de éstos, desde la precariedad del ingreso hasta la inseguridad sobre el futuro, desde la discriminación social y la injusticia hasta la sensación de tener que vivir al día. 

Sin embargo, mezclar las clases y propiciar que los jóvenes convivan como iguales cuando aún se está formando su visión del mundo puede contribuir y mucho a desarrollar la empatía de las minorías afortunadas con las mayorías menos afortunadas. Así pues, para entender bien a César ayudaría mucho el tener que vivir un tiempo cerca de él y de su entorno. 

En una sociedad como la mexicana, caracterizada históricamente por una probada polarización social y donde su clase gobernante se recluta hoy entre una auténtica minoría -entre las clases medias y altas-, ayudaría a bien gobernar el que sus miembros hubieran sido expuestos en su etapa formativa a un ambiente donde se diera una cierta convivencia interclasista en términos de igualdad. 

En algunos países el servicio militar pone a los jóvenes provenientes de todas las clases y regiones en contacto mutuo, cotidiano y en condiciones de igualdad. En nuestro país eso sólo ocurrió por un corto tiempo cuando se instituyó en 1942 el no muy popular Servicio Militar Nacional y que requirió que los conscriptos vivieran acuartelados. El otro ambiente menos forzadamente integrador pero mucho más aceptable por todos fue la escuela pública. En el México moderno, las clases medias y altas se alejaron de la educación pública elemental y media cuando esta se hizo masiva, pero por un tiempo mayor la aceptaron como un destino deseable, por útil, en la etapa universitaria. 

Las grandes universidades o tecnológicos públicos de la capital del país y las de algunos estados -Jalisco, Nuevo León, Veracruz, Puebla, entre otros- fueron vistos hasta no hace mucho como las arenas donde se formaban los cuadros altos de la clase política. Sin embargo, ya no es el caso o, si se quiere, lo es menos cada vez, y eso tiene, entre otros efectos, el acentuar el aislamiento entre las minorías dirigentes y las mayorías dirigidas. 

Una hipótesis que dejó de ser váida

En los 1970, es decir en las postrimerías del periodo clásico de la primera etapa del régimen priista -hoy estamos en el inicio de la segunda-, un académico norteamericano, Peter Smith, publicó un estudio sobre la composición y naturaleza de la élite política mexicana que poco después se publicó en español como Los laberintos del poder. El reclutamiento de las élites políticas en México, 1900-1971 (México: 1981). En esa obra, y después de reducir a estadísticas las biografías de 6,302 miembros de la élite política -presidentes, gobernadores, secretarios y subsecretarios de Estado, legisladores, directores de agencias descentralizadas y de empresas estatales, líderes sindicales y embajadores-, Smith resumió las reglas que un joven debería de observar si se proponía tener éxito en la política mexicana. Y resulta que la primera de esas normas era: "estudie una carrera universitaria, de preferencia en la UNAM". Y es que las 3/4 partes de la élite política posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial tenía estudios universitarios y una porción importante en la UNAM. Entonces convenía a los que tenían ambición política ir no sólo a las grandes universidades públicas, sino a carreras muy específicas: derecho en primer lugar pero al final del periodo economía, medicina e ingeniería también abrían puertas que daban al poder. 

Para Smith, la universidad en general, y la UNAM en particular, era importante para ingresar a la élite política no sólo por la calidad de la preparación que ofrecían, sino porque era ahí donde se forjaban las amistades y contactos que luego serían de utilidad para forjar alianzas y grupos que ayudaban a sobrevivir y destacar en la darwiniana carrera de la vida pública. 

La modificación de la hipótesis

De no haber sido asesinado en 1994, muy probablemente Luis Donaldo Colosio hubiera sido el primer presidente priista que hubiera hecho su carrera universitaria en una universidad privada: el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), donde estudió ya no derecho sino economía. Sólo circunstancias extraordinarias retrasaron lo que hace ya casi dos decenios se había hecho evidente: que por las características de la sociedad mexicana, de sus clases media y alta, las universidades privadas iban a desplazar a las públicas como el almácigo de la élite política. 

Fue Vicente Fox y no Colosio el primer presidente del México contemporáneo que salió de una universidad privada -la Universidad Iberoamericana-, además, una con clara influencia religiosa (jesuita) y el primero en egresar de la carrera de administración de empresas. 

Su sucesor, Felipe Calderón, egresó de otra institución privada, la Escuela Libre de Derecho y obtuvo su maestría en el Instituto Tecnológico Autónomo de México. 

Finalmente, el Presidente actual, el que inaugura la segunda etapa del priismo en el poder, Enrique Peña, cursó su licenciatura en derecho en una universidad privada de raíz religiosa -la Universidad Panamericana- conectada al Opus Dei y la maestría la obtuvo en el ITESM. 

Los dos últimos presidentes de la primera etapa del dominio priista -Carlos Salinas y Ernesto Zedillo- cursaron sus respectivas licenciaturas en instituciones públicas, pero una parte importante de su gabinete ya no tenía esa raíz en la UNAM o el IPN sino en las universidades privadas de élite. 

En los gabinetes posteriores este rasgo se acentuó, lo mismo que los posgrados en universidades foráneas, particularmente norteamericanas y del occidente de Europa. 

En las biografías académicas del gabinete que acaba de ser nombrado por Peña, hay una mezcla de instituciones públicas y privadas. 

Quien aparece como eje del gabinete político, Miguel Ángel Osorio Chong, es del molde antiguo: cursó estudios de licenciatura en derecho en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, pero su verdadera preparación tuvo lugar fuera de las aulas, en lo que puede llamarse "la universidad de la vida". Sus colegas, priistas viejos, sí pertenecen en su mayoría a la universidad pública. Sin embargo, quien quedó a cargo del eje económico, Luis Videgaray, es ejemplo perfecto de la nueva tendencia, la del Presidente y los más jóvenes, donde va ganando terreno la universidad privada: su licenciatura de economía fue en el ITAM y su posgrado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts; cuando ejerció la docencia, lo hizo en el ITAM y en la Iberoamericana. Osorio y Videgaray y sus círculos son ejemplos conspicuos de dos fórmulas de educación de los miembros de la actual élite política. 

Generalizaciones

Lenta pero sistemáticamente aumenta el número de "los que mandan" que se socializan en la atmósfera de los centros de educación privados que se consideran de excelencia y esto, como se sugirió, tiene implicaciones políticas y culturales. Entre otras, que refuerza la gran separación entre las clases que caracteriza a nuestro país. Es claro que no se necesita ser César para entender a César, pero un sistema educativo que en vez de propiciar la convivencia e intercambio entre las diversas clases refuerza su segregación no es lo más conducente para que los que gobiernan tengan empatía con los gobernados sino todo lo contrario. No es casualidad que no hace mucho un responsable de las finanzas públicas afirmara públicamente que con un ingreso de 6 mil pesos mensuales una familia podía ya disfrutar de la vida como clase media; obviamente ni idea tenía de lo que es tener que vivir con esa suma. 

Si no es en las instituciones educativas, y aunque sea sólo en su etapa superior, ¿en dónde más podrían convivir de manera significativa, los pocos con los muchos? El problema es serio por sus profundas implicaciones sociales y porque nada indica que tenga solución en el futuro previsible. 

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