sábado, 26 de agosto de 2017

Chiricuto

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CHIRICUTO



German Dehesa

       Los militares no me gustan. Supongo que yo tampoco le gusto a los militares. Estamos a mano.

       Es un conflicto temperamental.. Cuando a ellos les gana la ira, a mí me gana la risa.

       Su mirada es tan intensa y flamígera que levantan la pintura de todo lo que esté a menos de 50 metros; yo, en cambio, soy miope y me la paso abrazando y torteando mujeres que ni son la mía - todo por incapacidad de discernimiento visual.

       Está además mi tío Raúl, que era general y hallábase convencido de que poseía dotes deportivas excepcionales.

       Basado en este malentendido, invitaba a sus sobrinos, incluido acá su Rey Mago, a jugar tochito. Los que ahora me ven con mi pancita de bóiler y entregado a la vida sedentaria, se niegan a creer que en los años cincuenta era yo una estrella refulgente del tochito. Era el Joe Montana de la colonia Napoles y no me arrendraba ante nadie..., salvo ante mi tío Raúl.

       Un marrano colérico, un jabalí enloquecido hubiera jugado con más limpieza y deportivismo que él.

       De todos modos le ganábamos y entonces nos agarraba a coscorrones mientras nos decía con voz colérica:

       "¡A un militar, escuincles babosos, lo tienen que respetar!"

       Desde entonces que mi relación con la milicia iba a ser difícil. Aprendí también -y esto se lo debo conjuntamente al mencionado tío Raúl y a las tiras cómicas de Chiricuto, un soldado mensérrimo- que la actividad neuronal no era, por así decirlo, el objetivo principal de la vida castrense. Y me faltaba todavía el infamante servio militar.

       Durante un año, todos los sábados nos teníamos que reunir una bola de adolescentes granujientes allá por las Lomas. 

Llegaba un mayor gordito con anteojos Ray-Ban que se sentía mínimo Humprey Bogart, y nos explicaba a gritos que la patria era lo más grande que había; que Cotija, Michoacán, su tierra natal, era propiamente el paraíso y que nosotros éramos carroña capitalina, burguesitos irredentos que ni siquiera sabíamos desarmar un rifle. Acto seguido, como si fuera mago de teatro, le ponían delante una mesa con un rifle. "¡Un buen soldado, sépanlo idiotitas, conoce su arma mejor que su virilidad!" Enunciando tan coruscante afirmación se ponía a desarmar el rifle y se hacía unos camotes cósmicos. "¿De qué se ríen, idiotitas?" No sé los demás de qué se reirían, lo que yo pensaba era que si con el rifle tenía tales conflictos, no era imaginable lo que podía suceder con su virilidad. "¡La próxima vez me traen un rifle decente¡", le ladraba a un sufridísimo cabo. Y ahí terminaba la parte propiamente militar del servicio.
El sufrido cabo pasaba por las filas recogiendo el moche de dos pesos que dispensaba a los donantes de la molesta obligación de marchar y, al final, siempre quedábamos nueve o diez reclutas económicamente débiles.

"¡¿Conque sabotaje, eh?!", nos   gritaba el gordito con el puño de billetes en la mano."¡

Cabo, lléveselos ida y vuelta al Auditorio a paso veloz!"

El estoico cabo no lloraba porque los cabos no lloran, pero ganas no le faltaban.

Ése fue mi servicio militar, que culminó un 5 de mayo en el Zócalo a las seis de la mañana. Yo, regiamente uniformado, me trasladé en mi camión Insurgentes-Bellas Artes, en compañía de mi amigo "La Piraña" Mercado. De la Alameda, con marcial paso, nos encaminamos a la Plaza Mayor por Madero. Yo, con una coquetería muy explicable en la adolescencia, me había puesto la gorra cuartelera atravesada. Parecía holandesita. Y ahí enfrentito del Sanborns de Madero ¿a quién me encuentro? Al mayor gordito de Cotija. "¡Soldado, el que no respeta el uniforme no respeta ni a su madre ni a su patria!" De Cotija no me dijo nada. "¡Se endereza la cuartelera y me hace aquí 100 lagartijas¡" Es por esto que ya no hago ejercicio, que ya no soy amigo de "La Piraña", que se rió de mi hasta que se cansó; que yo no voy a Sanborns de Madero y que tengo muchos prejuicios contra los militares. Y que conste que faltaba Tlatelolco (que hoy quiere ser explicado con un videotape que los mílites rentaron en Videovisa) y la toma de CU y el recuento sigue hasta Chiapas pasando por Guerrero.

De veras de pena ajena ver a nuestro aviones de hélice -como para desembarcar en Normandía- arrojando bombas que, por lo visto, sólo hacen daño por impacto directo: muere uno del fierrazo. Hagan de cuentas que aventaron yunques. Quince minutos bombardeando un coche y nunca la atinaron.

Tengo fundadas sospechas de que la ofensiva aérea la está coordinando el gordito de Cotija. No lo dejen. Mil veces mejor tratar con un civil decente, articulado, inteligente y de buena fe como Eloy Cantú. Me consta que es de los buenos.

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