lunes, 11 de septiembre de 2017

Lutero y los Judíos

  
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LUTERO Y LOS JUDÍOS 


Massimo Borghesi

En 1543, treinta años antes de morir, Lutero publica un ensayo, Von den Juden und ihren Lügen.
El libelo, de cuyos contenidos las comunidades protestantes actuales se han disociado resueltamente, es de una violencia incomparable:

“Son estos judíos seres muy desesperados, malos, venenosos y diabólicos hasta la médula, y en estos mil cuatrocientos años han sido nuestra desgracia, peste y desventura, y siguen siéndolo... Son venenosas, duras, vengativas, pérfidas serpientes, asesinos e hijos del demonio, que muerden y envenenan en secreto, no pudiéndolo hacer abiertamente”.

La única terapia posible es una “áspera misericordia” (scharfe Barmherzigkeit), una dureza sin piedad que se traduce, al final del libelo, en “sin misericordia alguna”.

Las medidas drásticas que el reformador solicita de las autoridades civiles y religiosas para limpiar Alemania de la “calamidad” judía prevén una serie de puntos.

“En primer lugar, hay que quemar sus sinagogas o escuelas; y lo que no arda ha de ser cubierto con tierra y sepultado, de modo que nadie pueda ver jamás ni una piedra ni un resto”.

En segundo lugar, “hay que destruir y desmantelar de la misma manera sus casas, porque en ellas hacen las mismas cosas que en sus sinagogas. Métaseles, pues, en un cobertizo o en un establo, como a los gitanos”.

En tercer lugar, “hay que quitarles todos sus libros de oraciones y los textos talmúdicos en los que se enseñan tales idolatrías, mentiras, maldiciones y blasfemias”.

En cuarto lugar, “hay que prohibir a sus rabinos –so pena de muerte- que sigan enseñando”.

En quinto lugar “no hay que concederles a los judíos el salvoconducto para los caminos, porque no tienen nada que hacer en el campo, visto que no son ni señores, ni funcionarios, ni mercaderes o semejantes. Deben quedarse en casa”.

En sexto lugar “hay que prohibirles la usura, confiscarles todo lo que poseen en dinero y en joyas de plata y oro, y guardarlo”. '

En séptimo lugar “a los judíos y judías jóvenes y fuertes, se les ha de dar trillo, hacha, azada, pala, rueca, huso, para que se ganen el pan con el sudor de la frente”.

A estas medidas Lutero añade la prohibición de pronunciar el nombre de Dios en presencia de cristianos.

Lutero insiste varias veces en el hecho de que no hay que ser misericordiosos con los judíos.

El objetivo, evidente, es hacerles la vida imposible para que se vayan.

“Yo”, escribe Lutero, “he hecho mi deber: ahora que otros hagan el suyo. Yo no tengo culpas”.

Es una absolución cargada de desgraciados presagios.

Lutero, como padre espiritual de la Alemania moderna, tiene una responsabilidad muy grave en el proceso de odio que se desarrolló contra los judíos.

Las páginas siniestras de su panfleto, sus palabras indefendibles, justifican la llamada a capítulo que hizo en el proceso de Núremberg el nazi Julius Streicher, para el cual el doctor Martín Lutero “hoy estaría seguramente en mi lugar en el banquillo de los acusados”.

Una acusación confirmada por William Shirer, uno de los más ilustres historiadores del nazismo, así como, indirectamente, por el hecho de que “hoy los escritos polémicos de Lutero contra los judíos no aparecen en ninguna de las ediciones en alemán contemporáneo”.

En verdad –supuesto que fueran necesarios otros elementos para juzgar mal a Lutero- estas páginas son vergonzosas.

La postura de Lutero, que sólo parcialmente puede explicarse con los prejuicios antijudíos de su época, es aún más significativa porque se aleja de un escrito anterior del autor, Dass Jesus Christus ein geborener Jude sei (Jesucristo nació judío) de 1523, que ya en su título indica una actitud no hostil hacia los judíos.

En este texto se explica la desconfianza judía ante el cristianismo a partir de los límites de la cristiandad que, cerrada y hostil con el pueblo hebreo, no ha manifestado el rostro compasivo de Jesucristo.

Anteriormente, en febrero de 1514, durante la controversia sobre la destrucción de los libros judíos que atormentó al mundo alemán de la primera mitad del siglo XVI, Lutero declaró que era contrario a la prohibición del Talmud.

La “tolerancia” del joven Lutero dependía de su fidelidad a la Escritura.

Como se deduce de una carta que escribió a Georg Spaltin en febrero de 1524, los teólogos de Colonia no podían impedir, mediante la destrucción de sus libros, que los judíos ofendieran a Cristo y a los suyos, porque ya lo habían predicho los profetas y estaba contenido en la Escritura.

La presencia de la sinagoga, incluso después de la Iglesia, aparece como un misterio que los cristianos deben tener presente sin pretender resolverlo a nivel político.

Las motivaciones luteranas, como ha señalado Adriano Prosperi, tienen una clara orientación agustiniana.

Prosperi, en la introducción a la traducción italiana de Von den Juden und ihren Lügen, muestra que el último Lutero, rompiendo con su postura inicial, se “distancia de la exégesis agustiniana”, exégesis que había permitido la convivencia de judíos y cristianos en el primer milenio.
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