martes, 27 de febrero de 2018

Leyenda (La Espada de Damocles)



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LEYENDA DE LA ESPADA DE DAMOCLES


Damocles fue un griego adulador y envidioso, de la corte del rey Dionisio I de Siracusa.

Uno de ellos era Damocles, un cortesano que se dedicaba a la intriga, el odio, y en especial a envidiar a su rey, uno de sus mejores amigos.

-¡Que afortunado eres: cuentas con todo lo que un ser humano puede aspirar¡ Dudo que exista alguien más feliz que tú- solía repetirle.

Dionisio, quien adolecía de muchos defectos, sí odiaba la envidia y estaba aburrido de oír día a día las aparentes adulaciones, que eran una expresión velada de resquemor.

-¿En verdad Damocles, crees que soy más feliz que los demás?

Damocles, que pensaba que la felicidad consistía en el tener y en el poder, le respondió:

-Sí, en verdad crees que eres no sólo el más feliz de nosotros, sino el más feliz del mundo.

-Si te gusta tanto esto, ¿por qué no cambiamos de lugar?

-Sólo en sueños lo había pensado, mi rey. Sí, me encantaría disfrutar de tus placeres y riquezas aunque sea un día y al igual que tú no  tener ninguna preocupación.

-Está bien. Cambiemos: tú seras el rey y yo el cortesano; pero solo por un día.

-Así lo convinieron para el día siguiente. La corte y los criados quedaron de tratar a Damocles como si fuera el rey. Le colocaron la corona de oro y diamantes y le pusieron el manto real.

Damocles si hizo servir en la sala de banquetes, los mejores vinos y la más deliciosa comida. Al escuchar la música, dedicada a él, al sentirse halagado y admirado, no pudo menos que pensar que era el hombre más feliz del mundo.

-Esto si que es vida-, le dijo al rey, quien estaba sentado al otro extremo de la mesa.

-Estoy disfrutando como nunca.

Al beber el mejor de los vinos en una copa de oro, miró hacia lo alto.

-¿Qué era lo que pendía de arriba, un objeto cuya punta casi le tocaba la cabeza? 

-¿Acaso no ves la espada pendiendo de un hilo sobre mi?- preguntó Damocles.

-Sí, claro que lo veo. Siempre pende sobre mi cabeza. La veo a cada instante. Siempre está el peligro que caiga, no sólo por su propio peso, sin que el hilo sea cortado por alguien.

-Puede ser un asesor envidioso de mi poder que quiera asesinarme. También puede ser alguien que quiera derrocarme propagando mentiras en mi contra.

-Esto sí que es vida, -dijo el rey, quien estaba sentado al otro extremo de la mesa.

-Estoy disfrutando como nunca.

Al beber el mejor de los vinos en una copa de oro, miró haia la lo alto.

-Qué era lo que pendía de arriba, un objeto cuya punta casi le tocaba la cabeza?

-Sí, claro que la veo. Siempre pende sobre mi cabeza. La veo a cada instante. Siempre está el peligro que caiga, no sólo por su propio peso, sin que el hilo sea cortado por alguien.

-Puede ser un asesor envidioso de mi poder que quiera asesinarme. También puede ser alguien que quiera derrocarme propagando mentiras en mi contra.

-Puede suceder que un reino vecino venga a atacarme, me asesine para quitarme el trono y así extender su poderío.

-Asimismo, puedo equivocarme en alguna de mis decisiones y esto provoque mi caída.

-Mira Damocles-, continuo el rey, -si quieres ser monarca, tienes que estar dispuesto a aceptar estos riesgos que son parte del poder.

Damocles, muy asustado, apenas se atrevía a responder.

Veía la espada y se atragantaba de miedo.

—Rey mio, ahora veo que estaba equivocado. Además de la riqueza, el poder y la fama, tienes mucho que hacer, mucho en que pensar. Por favor, ocupa tu lugar y déjame volver a casa. Ese es mi anhelo supremo. 

Tenía pánico de mover hasta las cejas. El hilo era demasiado delgado: bastaba un pequeño vaivén para que se cortara se enterrara en su cabeza.

-Amigo, ¿qué te pasa? -preguntó Dionisio. 

-Da la impresión que nada te interesa. Hiciste callar la música, volteaste el vino y hasta has perdido el apetito.

-¿Acaso no ves la espada pendiendo de un hilo sobre mi?- preguntó Damocles.

-Sobre su cabeza pendía una filosa espada, atada al techo por un delgado hilo. El brillo de ésta casi le impedía ver.

Las manos le temblaban de tal manera, que derramó parte del contenido de su copa. Como pudo, hizo acallar la música y solo con la mirada desdeñaba los ricos manjaares que iban sirviéndole.

No se atrevía a huir, aunque era su único anhelo. Tenía pánico de mover hasta las cejas. El hilo era demasiado delgado; bastaba un pequeño vaivén para que se cortara y se enterrara en su cabeza.

-Amigo, ¿qué te pasa? -preguntó Dionisio. -

-Da la impresión que nada te interesa. Hiciste callar la música, volteaste el vino y hasta has perdido el apetito.

-¿Acaso no ves la espada pendiendo de un hilo sobre mi? -preguntó Damocles.

-Sí, claro que la veo. Siempre pende sobre mi cabeza. La veo a cada instante. Siempre está el peligro que caiga, no sólo por su propio peso, sin que el hilo sea cortado por alguien.

-Puede ser un asesor envidioso de mi poder que quiera asesinarme. También puede ser alguien que quiera derrocarme propagando mentiras en mi contra.

-Puede suceder que un reino vecino venga a atacarnos, me asesine para quitarme el trono y así extender su poderío.

-Asimismo, puedo equivocarme en alguna de mis decisiones y esto provoque mi caída.

-Mira Damocles-, continuo el rey, -si quieres ser monarca, tienes que estar dispuesto a aceptar estos riesgos que son parte del poder.

Veía la espada y se atragantaba de miedo.

-Rey mio, ahora veo que estaba equivocado. Además de la riqueza, el poder y la fama, tienes mucho que hacer, mucho en que pensar. Por favor, ocupa tu lugar y déjame volver a casa. Ese es mi anhelo supremo.
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