viernes, 9 de marzo de 2018

Confesiones de Marcela (3)



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CONFESIONES DE MARCELA 3


-Recientemente se ha obrado en mí una extraordinaria mudanza.

-No volveré a tomar un trago en muchos meses, tal vez en muchos años.

-No es que haya formulado deliberadamente la resolución de no beber.

-No es que me haya dicho con imperiosa voluntad: "se acabaron las copas".

-Es, sencillamente, que he perdido todo el gusto y afición por el licor.

-Ha sido el subconsciente en mí lo que, rebelándose con sorda energía contra los mil disgustos y humillaciones que me ha deparado el alcohol, me ha hecho sentar plaza en la hueste de los adictos al agua.

-Conste que bebo moderadamente.

-Si yo fuera hombre, me tendrían por un modelo digno de imitación.

-Bebo bastante menos que las gentes con quienes me trato.

-No bebo todos los días.

-Sólo una mañana en mi vida he tenido que apelar a un confortante traguito para reanimarme.

-Nunca me asalta la tentación de beber cuando estoy sola.

-Bebo mucho menos que la mayoría de los jóvenes que conozco.

-Es más: estoy siempre muy sobre aviso.

-No quiero perder nunca la cabeza, ni traspasar los límites infranqueables al recato y a la delicadeza de mi sexo.

-A no beber por costumbre y a mantener siempre celosa vigilancia sobre la propia conducta, es a lo que llaman templanza.

-Pero una cosa es lo que se ve y otra lo que en realidad es.

-No confundamos las apariencias con la verdad íntima.

-Esa verdad es la que voy a contar aquí para ejemplo de los que se creen a sí mismos morigerados.

-Perdón, que te interrumpa Marcela, pero, ¿qué significa morigeración?

-Morigeración significa moderación en las costumbres o en los hábitos de la vida. Pero, permiteme continuar con mi perorata.

-Lo primero que en conciencia y puridad debe declararse de los supuestos "bebedores moderados", es que aluden con engañoso y elegante eufemismo a una especie casi extinguida.

-Los hubo, sí, los hubo mortales cabal y genuinamente moderados en el beber, que apuraban parsimoniosamente un vasito de vino, o dos, en la comida, y su inofensiva botella de cerveza por la noche, como ritual libación al dios del sueño. 

-Mi padre era uno de ellos.

-No se acostaba sin echarse al coleto un vaso de cerveza.

-Pero debo añadir que lo tomaba más como alimento que por sus efectos placenteros.

-Y no tuvo que pagar nunca el costoso tributo que el vicio de la bebida impone a sus esclavos.

-Pues bueno es advertir que hay varias maneras y motivos de beber.

-El que no bebe para experimentar esa sensación peculiar, estimulante, que exalta gratamente la tónica del cuerpo y del espíritu, no bebe en realidad.

-Yo, por mi parte, bebo por variar, por ahuyentar pensamientos sombríos y hondas preocupaciones, por olvidar... y también para disfrutar de las amenidades de la compañía y la conversación.

-No hace mucho asistí a una reunión social en casa de unas jóvenes amigas mías.

-Había muchos concurrentes del sexo masculino.

-Apenas me senté y paseé la mirada por la sala, me pareció que nunca había visto juntos en una misma estancia tantos jóvenes dignos de la mayor estimación, pero tan rematadamente sosos.

-Y allí pude observar los efectos mágicos del alcohol. Se soltaron las lenguas antes torpes. Adquirieron gracia y espontaneidad los ademanes antes encogidos.

-Se revelaron y brillaron las aptitudes y talentos de cada uno. Y, gracias al pasar y repasar de las bandejas, fue aquélla una velada gratísima, estoy por decir: alegre.

-Y a buen seguro que hubiéramos permanecido mudos como desairadas estatuas toda la noche, si la locuacidad del alcohol no nos hubiese hecho comunicarnos mil cosas y descubrirnos mutuamente gustos comunes, simpatías latentes, afinidades insospechadas.

-Habíase creado una atmósfera de benevolencia y de animación al calor de aquellas copitas oportunas.

-¿Cómo te sentiste al día siguiente de la fiestecita de marras?

-Que yo sepa todo esto: la señora de la casa me llamó para decirme que estaba con jaqueca y escalofríos, y que su esposo estaba hecho un costal a quien nadie podía mover; yo me desperté con un malestar que no se lo deseo a mi peor enemigo.

-Aquí debo hacer la confidencia de que varios de aquellos solemnes y aburridos caballeretes, según supe después, se habían "entonado" para la fiesta dándose antes sus buenos tragos.

-Tenía yo un trabajo arduo y delicado que hacer en la oficina -un hueso durísimo de roer- y comprendía, desolada, que no podía ni por asomo acometerlo, que mi cerebro era un mísero papel de estraza... arrugado.

-Aunque tenía yo todo el aire y la desenvuelta prestancia de una muchacha muy entregada a una tarea importante, mi errátil pensamiento vagaba de acá para allá; flotaba sin rumbo en un mar de incoherencias, y se negaba a fijarse en cosa alguna. 

-Me motejé mil veces de necia.

-¿Para qué habría yo bebido tanto? ¿Por qué había malogrado así un trabajo?

-Y ahora que había pasado todo, ¿qué había sacado de aquella tonta debilidad? ¿Por qué...? ¿Para qué...?

-Y se sucedían unas a otras las preguntas acusadoras...

-Conozco hombres que beben como yo, sólo que más veces y más en cada ocasión.

-¿Se dejan engañar ellos también por la ilusión de que el beber no perjudica?

-¿Se sientan, como yo, frente al escritorio y hacen como que trabajan?

-¿O afirman, como yo también con frecuencia he afirmado, que "nunca beben tanto como para que les impida trabajar bien al día siguiente"?

-¿Y que se entiende por no poder trabajar a conciencia al día siguiente?

-¿Ignoran esos señores que el alcohol es un estorbo grave y efectivo en toda operación de la mente, ya sea la de pensar nada más, ya la de concentrar las facultades, ya la de inventar y crear?

-Hemos descubierto recientemente una medida para aplicársela al bebedor "moderado".

-Y según ese flamante, pero falaz, patrón, es morigerado todo aquél que se siente capaz de presentarse a trabajar al día siguiente con la mirada despejada.

-Esa teoría corre pareja con la ficción, ya aceptada hasta en el seno del hogar, de que el beber no hace daño siempre y cuando uno amanezca como si tal cosa.

-Opino que son muy contados los que no sienten, al otro día, los efectos de la bebida, y no experimentan la fatiga y flojedad que son secuelas fisiológicas del alcohol, y conservan intactas las más elevadas potencias espirituales del hombre: el juicio, la capacidad de resolver, el don de crear; y a cuyos nervios no los mordisquea durante el día el "gusanillo", la gana irresistible de humedecer otra vez las resecas fauces con el sabroso veneno.

-El bebedor "moderado" alega en su defensa que no comete ninguna acción socialmente reprobable, que la bebida sólo le produce una especie de bienestar y plácido abandono, que al día siguiente no experimenta efectos nocivos de ninguna especie.

-A eso arguyo que no hay cosa en que las gentes se engañen más que en la conducta que observan cuando han bebido más de la cuenta, y que no hay tampoco materia en que se mienta con más desenfado que esa de los efectos de la bebida.

-Causa ésta singulares fenómenos psíquicos que el bebedor no recuerda después.

-Todo el que bebe "unas copitas" tenga la seguridad de que es terreno abonado para esos fenómenos.

-Tengo una amiga que, apenas se pone en ese estado, se vuelve irascible y una verdadera calamidad.

-Es una mujer muy bonita, de gallarda presencia y trato encantador.

-Como tiene un gran dominio de sí misma, ahoga con férrea voluntad todo signo externo de embriaguez: habla de corrido, sin tartajeo perceptible, conserva firme y clara la mirada; pero se torna arrogante y soberbia y acaba por caer en sombrío mutismo. 

-Tengo otra amiga a quien le da por recelar de todo el mundo y por sentir una especie de inconsolable soledad espiritual en medio de sus semejantes.

-Se imagina que sus hijos no la quieren, y que sólo ambicionan su dinero.

-Sé que yo también estoy sujeta a esos cambios, aunque no tenga clara conciencia de ellos; sé que sin llegar al extremo de hacerme insufrible, me vuelvo insistente y machacona; sé, en una palabra que no tengo el vino tan ligero como yo me figuro.

-Son esos pequeños cambios -esa curiosa oblicuidad de la visión del ebrio a medias- los que debieran merecer nuestro mayor interés: las carcajadas que rompen el freno de las conveniencias sociales los que "ya no pueden más"; la extraña manera como se desfiguran y descomponen, por decirlo así, ciertas individualidades y ciertos rostros, pues hay personas cuyos semblantes, cuando están borrachas, se contrahacen y desencajan de un modo que asusta; los altercados etre amigos, y, sobre todo, entre marido y mujer, empeñados ambos en que no están achispados.

-Es increíble cómo se mienten todos a sí mismos en lo que toca a esos cambios psíquicos que se pueden originar bebiendo aun con la mayor moderación.

-Estamos en los comienzos de una gran innovación social.

-Las mujeres empiezan a beber.

-Se ha sostenido siempre, desde luego, la doctrina de que las damas no deben beber y de que, si beben, no han de achisparse nunca.

-Por personal y reiterada experiencia sé que las señoras y señoritas que beben, se "alegran" también de cuando en cuando como todo hijo de vecino.

-Me he criado en un círculo de personas para quienes el beber era cosa corriente y habitual.

-En las fiestas y comidas a que asistí desde muy joven, abundaban las bebidas espirituosas.

-Esta constumbre de rendir culto a Baco hombres y mujeres en alborozada compañía, ha introducido algunos cambios en la vida de sociedad.

        -Ha echado abajo unas cuantas barreras convencionales.

-En nueve de cada diez reuniones a que asisto, se observan las reglas del decoro con bastante puntualidad.

-Siempre hay, claro está, quien desentone con un par de gritos o de risotadas de mal gusto.

-Por otra parte, no faltan mujeres encantadoras, pero de natural harto tímido y reservado, a quienes un par de traguitos les infunde vida y cierta graciosa espontaneidad que aumenta sus hechizos.

-Y no faltan tampoco quienes beben para sobreponerse a los dictados del recato propio de su sexo.

-He conocido alguna que se ha puesto comprometedora y enfadosamente desenvuelta; y hasta sé de quienes han incurrido en francas obscenidades.

-Es innegable que ha surgido un nuevo orden social en el que las mujeres ejercitan briosamente su derecho a beber.

-Pero es preciso convenir en que ese nuevo orden es, por desdicha, el menos apropiado para nuestros hogares en que, por la estrecha convivencia de grandes y chicos, los niños tienen que ver a sus padres y a los amigos de sus padres empinar el codo de lo lindo.
-Y con demasiada frecuencia se les brinda el poco edificante espectáculo de unos invitados tendidos a lo largo en sillas y alfombras.

-¿Qué efecto produce en los niños la vista de las personas a quienes deben respetar e imitar degradándose y poniéndose en ridículo por obra de la bebida?

-Pues lo que sucede, por lo común, es que hasta los catorce o los quince años, los niños asumen la molesta actitud de censores de sus papás.

-Pero no tardan mucho en levantar también la copa con alegre decisión.

-Ahora bien, es una verdad incontrovertible que no hay un solo niño que no acoja sin protesta el pensamiento de que su madre sea capaz de embriagarse.

-¿Crees que no piense mal un niño que ve perder a su mamá la cabeza por haber bebido unas copas de más?

-¡Eso es imposible!

-El niño cree que hasta pensarlo sería pecado.

-Y, sin embargo, en esa condición se presentan ante sus hijos la mayoría de las mamás que beben una copita.

-¿Cuál es el remedio?

-¡Ah, si yo lo supiera!

-Es un problema de tan reciente aparición este de la mujer bebedora, que aún no ha habido tiempo de buscarle, y menos de encontrarle, solución.

-Verdad es que hace veinticinco años se bebía mucho; pero eran muy pocos los niños que en aquella época veían a su padre "alumbrado", y acaso ninguno veía a su madre en tal trance.

-Me felicito de no tener que plantearme esa interrogación.

-Me felicito de haber eliminado el alcohol de mi progama de vida por una larga temporada.

-No me disgustaba beber, ¿por qué había de disgustarme?

-Me complacía en formar esas amistades de ocasión que nacen entre el burbujeo del champaña.

-Experimentaba el goce de sentirme libre del fatigoso trabajo, redimida siquiera momentáneamente de responsabilidades y deberes, gratamente sorprendida y exaltada por el cambio en el ritmo del vivir.

-Pero, con todo eso, es demasiado, al menos para mí, lo que cuesta esa euforia pasajera.

-Debo decir con toda honradez y verdad que los años en que apenas he probado el licor han sido los más felices y nobles de mi vida.

-Pero, quien bebe, aunque lo haga sin llegar a embriagarse, perjudica su organismo, y expone, máxime si es mujer, a conducirse en forma contraria al decoro.

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