domingo, 23 de diciembre de 2018

Anécdota (Charles Darwin)


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ANÉCDOTA DE CHARLES DARWIN  



  Antes de morir, Charles Darwin habló con la reina Victoria de Inglaterra.

  La reina había sido una lectora entusiasta del libro de viajes del joven naturalista, hacía medio siglo, y su mecenas cuando le encargó una enciclopedia de los animales que Darwin había registrado en su viaje alrededor de África y Sudamérica, pero llevaba dos décadas irritada con él, desde la publicación de su obra "El origen de las especies".

  Ella, como todo aquel que leyó "El origen de las especies", entendió que se trataba de un libro irreconciliable con la Biblia. O se creía en la Biblia o en la teoría de la evolución de las epecies. O bien la fauna y la flora del planeta fueron creadas en seis días, en sus formas inmutables y por Dios, o fueron formándose a través de mutaciones graduales a lo largo de cientos de millones de años, sin un plan y sin intervención de ninguna inteligencia extera a ellos. O bien Dios era el gran creador de las formas perfectas de la vida o las formas de la vida eran un experimento azaroso, o repleto de ensayos fatales, y Dios no existía.

  La oposición de los dos relatos, el bíblico y el evolucionista, era clara, pero a últimas fechas se había convertido en una guerra cultural de odios desaforados. Los darwinistas, en su mayor parte jóvenes, querían suplir en las escuelas públicas el estudio de la Biblia por el estudio de "El origen de las especies". Como réplica, los científicos religiosos y los sacerdotes exigían lo contrario, el retiro de las ideas darwinistas de la educación.

  Pero, ¿qué pensaba Darwin? La reina Victoria quería saberlo de sus propios labios.

  La conversación ocurrió en 1882.

  Sus palabras exactas se han perdido, pero para reconstruirla se cuenta con las notas que una hija de Darwin tomó durante el encuentro, los párrafos donde Darwin en su autobiografía se expresa de la ciencia o la religión y las anotaciones que la reina hizo al margen de esa misma biografía.

  La incompatibilidad de una educación científica y una educación religiosa. La conversación de la reina Victoria y Charles Darwin tuvo lugar estando Darwin encamado, con molestias atroces, y sin embargo se preocupó de darle a la reina una respuesta detallada.

  Le explicó que él mismo había vivido en su propio cuerpo la batalla entre el relato bíblico y el relato evolucionita. 

  A los 25 años prometió al Dios de la Biblia dedicar su vida "a desentrañar las leyes de su Creación perfecta". 

  Fue con sorpresa y espanto que al avanzar en sus observaciones de la Naturaleza se le volvió evidente la ausencia de una creación y de un creador. 

  Tardó 20 años en redactar el penúltimo borrador de "El origen de las especies", y cuando lo hizo agregó un párrafo loando al creador del universo, para apaciguar a ese Dios en el que ya no creía pero cuya ausencia le aterrorizaba. 

  Siete años más de investigaciones y más remordimientos transcurrieron hasta que redactó el texto publicable, y entonces, el rigor científico le impidió cualquier mención de Dios.

  Y es que hay algo más, murmuró Darwin. Hay quienes quieren creer que el abismo entre la religión bíblica y la ciencia puede salvarse con la buena disposición. Que se puede creer en lo que la Biblia dice los domingos y en lo que la nueva biología dice el resto de la semana. Hay quien quiere poder ser religioso con el lóbulo izquierdo del cerebro y científico con el lóbulo derecho. Bueno, posible si es, pero mi historia es de alguien que lo intentó y descubrió que hacerlo implica renunciar a la coherencia intelectual.

  La religión no sólo relata la vida de otra forma, sino con otro método. La religión exige al acólito actos de fe. La ciencia le exige observación. La religión le pide que tome por reales seres y eventos imaginarios -ángeles, arcángeles, demonios, vírgenes que dan a luz, muertos que resucitan, transmutaciones del agua en vino. La ciencia le pide que destierre lo imaginario de sus explicaciones del mundo.

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