lunes, 5 de octubre de 2020

Anécdotas (Julio Scherer García)

    

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ANÉCDOTAS DE JULIO SCHERER GARCÍA



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-Don Julio Scherer García, sin duda, es una figura clave y fundamental en la prensa y la libertad de expresión en México.


-Fiel a su postura crítica ante el sistema político de México, un hombre único, fuera de serie, soldado y guerrero apasionado por la verdad y la honestidad, el periodismo valiente, disciplinado, riguroso y honesto es el legado de don Julio.

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Soneto de Héctor Suárez

En 1979, el productor Gustavo Alatriste estaba interesado en adquirir los derechos de la novela Los Periodistas de Vicente Leñero.


Leñero y Alatriste se vieron y éste le manifestó estar dispuesto a pagar muy bien por los derechos a condición de que Leñero no interviniera, y deseaba que a Julio Scherer García  lo interpetara el comediante Héctor Suárez.


Alatriste tenía un punto de vista particular sobre los hechos. No se apegaba al libro y por eso Vicente Leñero no le vendió los derechos.



Para honrar a quien en los últimos años era el Presidente del Consejo de administración de la revista PROCESO, Héctor Suárez hizo el siguiente soneto:


“7 abril 7 de enero”

Éste mi amigo tan comprometido,

Con la rara bandera de la verdad,

Sin falsos argumentos de honestidad, 

Ni fama, ni lisonja ha pretendido.

Julio Scherer no excusó los horrores,

Tampoco los llenó de colorido,

Amigo y guerrero leal y muy querido,

Venció al poder olvidando rencores.

Fue ejemplo de escribir con cuidado,

fue una pluma ardiente y delicada,

Periodista único y respetado.

Su fuerte presencia será extrañada,

Su recuerdo en mi, nunca es demasiado,

Modelo de una carrera nunca errada.


El comediante finaliza con una posdata:


“Julio Scherer: Pobre de México sin ti... Pobre de mi... Pobre de nosotros.


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Discrepancia


La vida de Julio Scherer es un ejemplo para los periodistas de todos los tiempos. 

Era un  hombre de misión, y concebía que su misión era “decir la verdad que los poderes callan”, lo que hizo en dos órganos fundamentales del periodismo mexicano: como director del periódico EXCELSIOR durante una época breve pero ejemplar de su existencia, y como fundador y director de la revista PROCESO.

Era un gran dirigente; sus armas eran el encanto, el ejemplo y el aprecio genuino de sus colaboradores. 

No fue un caudillo sino un hombre de equipo; tampoco exageraba su superioridad. 

El resultado era una mezcla de tolerancia y respeto sincero hacia las cualidades de sus colaboradores que creaban una atmósfera muy diferente a la de los otros medios.


En las postrimerías de 1982, el presidente Miguel de la Madrid designó a Manuel Alonso coordinador para asuntos de prensa y relaciones públicas.


Manuel Alonso le había ofrecido a Julio Scherer su cooperación.

-Lo que te haga falta, papel para la revista, todo el que necesites.

Se había renovado un buen trato, desinteresado. El futuro sería otro conducido el país por un hombre serio y responsable. Manuel Alonso juzgaba el pasado con desprecio. 


“Hemos sido tan pequeños, tan mezquinos”.

En su esfera, transformaría Manuel Alonso el embute en una ayuda limpia para los reporteros. Brindaría su auxilio a cambio de trabajo. Acabaría con la práctica oscura de los sobres distribuidos entre los periodistas como una gracia, sin firma de recibido el estipendio. 

Tiempo después Manuel Alonso le preguntó a Julio Scherer por qué no había conversado con el presidente De la Madrid. 


-Vamos, lo alentó. ”Un saludo y nada es lo mismo. 


A Palacio había que presentarse lavadas las culpas y Julio Scherer no había lavado las suyas. 

Mantenía PROCESO su posición frente al jefe de la nación, inadmisible en el código del poder.

 

Manuel Alonso, profesional de las relaciones públicas, amante de las formas, un caballero, encajaba la personalidad en el cuadro que le forjaba.

Busco Julio Scherer a Manuel Alonso. Hablaron sin disimulo.

-Complicaste las cosas, mi querido Julio.

-¿Por qué, Manuel?

-¿Cómo que por qué?

-Quiero saber. Por eso te pregunto.

-Conversamos con el propósito de que te entrevistaras con el presidente y a las primeras de cambio reaccionas como si no quisieras verlo.

-Explícame, por favor.

-Los cartones de Naranjo.

-Dime, no entiendo.

-Publicaste dos cartones contra el licenciado De la Madrid, uno después de otro. Apareció el primero cuatro días después de que nos reunimos, ¿te das cuenta? Y a la semana siguiente el otro. Los recuerdas, supongo.

-Claro que los recuerdo. 


-O sea, mientras yo gestiono la entrevista con el presidente, tú lo agredes... Te pregunto, de buena fe: ¿No podrías haber aguardado unos días para publicar los cartones? ¿No podías haber esperado unos días para publicar los cartones? ¿No podías haber esperado a tu conversación con el presidente?                                                                                                             

-Nada tiene que ver Naranjo en mis conversaciones contigo o quién sea... así se trate del presidente.

-Tú eres el director, marcas la línea.

-Naranjo es el dueño de su espacio.

-Bajo tú supervisión.

-Te equivocas.

-Eso quiere decir que publicas lo que te entreguen.

-En principio así es.

-Eso no disminuye tu responsabilidad. Eres el director.

-Pero no el dueño.

-Quiero que me comprendas. En la portada de la revista está tu nombre. Sólo el tuyo. Ningún otro. Bajo el logotipo.

-Asumo la responsabilidad última por el contenido de PROCESO, por supuesto. Pero no como patrón. Por la revista respondemos todos.

-Vaya.

-Buena, dime, ¿en qué quedamos?

-Voy a explicarte tú y yo llegamos a un acuerdo. Al separarnos y dirigirse cada uno a su automóvil tu chofer apedrea mi auto, ¿en esas condiciones, qué quieres que te diga?

-Naranjo no es mi chofer. Es un ejemplo.

-Ofensivo -como ejemplo válido.

-Dejemos eso. En concreto, ¿se frustró la entrevista?

-Mi querido Julio, si no respetas al presidente, si lo ofendes, ¿qué puedo hacer por ti?

-Nadie es tan fuerte y tan vulnerable como un presidente, donde sea. Se trata de saber si se pueden o no tener relaciones de respeto mutuo con él. No es Dios, Manuel.

-Yo creo en la institución presidencial. Tú no. Es nuestra diferencia.


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Noche Aciaga de 1998

Una noche aciaga, Julio Scherer García sufrió el secuestro express de su hijo Julio Scherer Ibarra. Eran las tres de la madrugada y en el lapso de una hora cuanto más debería entregar dos cientos mil pesos cash. Ansioso y desesperado se puso a llamar a todo el mundo por teléfono, pero a las tres de la madrugada nadie tenía en su casa doscientos mil pesos cash.


Despertó a Juan Sánchez Navarro; no tenía cash. Despertó a Carlos Slim; tampoco, aunque Carlos Slim, despabilándose, le dijo: 


”Espérame tantito”, y rascando cajones -probablemente- con billetes chicos y con billetes grandes, con dólares, con centenarios, reunió, afortunadamente, la cantidad y se la envió volando en una bolsa de plástico, como de mandado.

Julio resolvió el problema del secuestro express. 


-Mil gracias, Carlos. 

Pago la cantidad a los pillos y luego le pagó a Carlos Slim, que se resistía: 

-No hombre, Julio, caray.

-Ni  me digas, Carlos, un préstamo es un préstamo. Aquí está.


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Pablo Picasso

En una ocasión, en 1979, estaban platicando Vicente Leñero y Julio Sherer García:


-¿Sabes en qué somos diferentes tú  y yo? -le preguntó Julio Scherer a Vicente Leñero.

-En que tú le vas a los Yanquis y yo los detesto.

-No.

-En que tu nadas todos los días y yo me ahogo en una alberca.

-Hablo de periodismo -se enfadó Julio Scherer.

-¿En qué?

-En que si tuviéramos frente a Picasso, tú te pondrías a ver sus cuadros y yo le haría una entrevista.


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Chapucero

Julio Scherer ha sabido combinar siempre el aceite con el agua. Ser al mismo tiempo amigo entrañable de Gabriel García Márquez y amigo entrañable de Octavio Paz, aunque se tiene la impresión de que la veta periodística lo empató más con Gabo.

Con Paz, Julio enfrentaba el reto de exprimir lo mejor de su personal inteligencia para ponerse al nivel intelectual. Y lo conseguía, de manera sorprendente.

Después de que Octavio Paz recibió el Nobel de Literatura y durante meses y meses Julio Scherer estuvo tramando una entrevista, algo así como el testamento del poeta. 

Como se trataba de un duelo de grandes dimensiones, Paz eligió las armas: la entrevista por escrito y las preguntas de Julio Scherer por anticipado. 

Aunque Vicente Leñero y Enrique Maza le encendieron a Julio Scherer focos rojos, el director de PROCESO aceptó las reglas y se dio a la tarea de preparar un cuestionario que inquiría lo mismo sobre el régimen de Carlos Salinas de Gortari y la imposible democracia, que sobre las recientes crisis del país y el balance del pensamiento paciano. 


Tardó en formularlo, en corregirlo, en retocarlo, hasta que al fin estuvo listo. Era un texto que valía por sí mismo -opinó Enrique Maza-, digno de retar con él el talento del Nobel. 


Recordaba una verdad periodística primaria: para conseguir respuestas geniales hay que formular preguntas geniales. De esquina a esquina: Julio Scherer-Octavio Paz. En el periodismo mexicano de 1993 no podía darse un binomio mejor.


Pero ocurrió que Octavio Paz se arrepintió del juego e incumplió las reglas planteadas por él mismo. Tomó y respondió las preguntas de Julio Scherer que le parecieron a modo; desechó las que le parecieron incómodas o fuera de su gusto y puso en boca de su entrevistador preguntas que el propio Octavio Paz se juzgo tramposamente a sí mismo. En una palabra; trató al director de PROCESO como a un entrevistador principiante.


-No se vale Julio, -le dijo Vicente Leñero-, él será muy Nobel o muy chingón o lo que tú quieras, pero eso no se hace. Yo por mí lo mandaba al diablo y no publicaba nada. Se acabó.

Desde luego, Julio Scherer no hizo caso. Reconocía, como reconocían todos, que los razonamientos de Paz a lo largo de “la entrevista” conformaba un texto interesante, muy valioso. Pero un texto en el que él brillaba solo. Al fin de cuentas eso es lo que Octavio Paz buscó y consiguió a lo largo de su vida. Brillar solo. Ser el foco único de su propia galaxia.


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El comandante y el periodista

En septiembre de 1981. Scherer era director de PROCESO y Fidel Castro había consolidado el régimen socialista en Cuba. No fue fácil que éste aceptara las preguntas de Julio Scherer.


“Fidel me decía, amistoso:

“Yo te quiero dar la entrevista pero es de mala política conversar con periodistas adversos a sus gobiernos. Y tú eres de ésos, tienes amigos que son mis amigos y me han pedido que conversemos. Pero, te digo, es de mala política.

“Aduje que la política no tiene por qué regir al periodismo. El periodista ejerce como ‘novelista sin ficción’”.


“Dime tú cómo le hacemos.

“Vi en Gabo la salvación. Lo propuse como lector de mi trabajo. Con García Márquez caminaba sobre seguro. Me devolvería un texto limpio, sin tocar el lápiz para agregar una coma o corregir algún tropezón gramatical”.

Julio Scherer realizó la entrevista. Pero Fidel ya era otro. 

“El poder maltrata el carisma y la soltura decae a costa de la solemnidad”, observó Scherer. La entrevita respondía al eco de sus discursos.

De pronto, Fidel contó una historia personal:

“Caminaba Fidel al lado de Brezhnev por el corredor central del Palacio de las Convenciones (...) Intempestivo e imprevisible, Brezhnev detuvo el paso y observó al fondo la obra del pintor René Portocarrero. Vio las formas que se multiplican, los colores de una hoguera inmensa formada por el naranja, el color más caliente, los violetas de llama blanca, los rojos que ciegan, los verdes selváticos. Era el Portocarrero que había elevado al mural la sensación de la incandescencia.


“Brezhnev me preguntó” -cita Fidel en la entrevista.

“¿Quién es ese loco que pintó eso?” -preguntó Brezhnev.

Castro sintió la mordedura.

“Un loco que, junto con otros locos hizo la revolución cubana a quien usted ha rendido homenaje”.


Julio Scherer relata después que García Márquez le devolvió el texto sin  observación alguna. Se sintió satisfecho. Recuerda que en el aeropuerto José Martí ya para dejar La Habana escuchó su nombre a todo volumen. Gritaban los altavoces. 

El comandante me buscaba. Urgente era el tono de la voz:

“Julio Scherer, Julio Scherer, favor de presentarse en la mesa de ‘cubana’”. alterado como estaba, sólo miraba alrededor.

Fidel me encontró.

“Quiero hablar contigo unos minutos. Nada grave, nada de qué preocuparse”.

A unos pasos, señaló un par de sillas.

“Te quiero pedir un favor”.

“Dígame, comandante”.

“Te agradecería que suprimieras la historia que te conté acerca de Brezhnev. Tú cumpliste con Gabo, cumpliste conmigo. Todo está de tu parte. Publica la historia, si así lo decides, si así lo quieres. Pero yo te debo pedir ese favor”.

“La historia es vivaz comandante una pequeña joya”.

“Esta bien. Tú decides. No hay objeción de mi parte. Te respeto, lo sabes”.

“Subrayé un largo silencio sin despegarle los ojos”.

Fidel fue claro. Sus relaciones con los soviéticos se encontraban en un punto riesgoso. El Comandante de la Revolución sostendría sus principios, pero no quería que la atmósfera se calentara aún más y la envenenaran suspicacias, las sospechas que terminan en la maledicencia. 


Frente a la historia impresa, traducida a su idioma, Brezhnev reaccionaría con rabia.

“Nos despedimos con un abrazo breve y Fidel se perdió entre una multitud”.

Julio Scherer comenta que en el avión, durante su regreso a México, suprimió esa anécdota en su texto. Y anotó en una línea la razón: “Alguna vez Fidel me había hecho soñar”.


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El ganón

-Le voy a dar un ejemplo de por qué la revolución cubana sigue valiendo la pena -le dijo Julio Scherer de sopetón a Homero Campa a principios de 2006. 

Y explicó: el hijo de una familia de “guajiros” que vive en una región apartada y pobre de la isla tiene la posibilidad de estudiar y, si tiene talento, puede llegar a ser un gran cirujano.

 

“La revolución no sólo le dio estudios, sino empleo y reconocimiento social.

 

“Eso es impensable en México. dígame un caso del hijo de unos indígenas de Chiapas que pueda siquiera aspirar a ser un exitoso profesionista”, retó.

“Tiene usted razón don Julio -concedió un poco- pero la historia del hijo de ese guajiro no termina ahí: la revolución le dio estudios y lo hizo  profesionista pero después se va a desquitar con él: le va a pagar 500 pesos mensuales, equivalentes a 20 dólares, prácticamente de por vida y sin darle oportunidad de obtener otros ingresos con su profesión porque en Cuba la medicina privada está prohibida. El Estado lo forma para explotarlo después”. 


Julio Scherer endureció el gesto. “con usted no se puede -dijo con voz de trueno- Ahí donde yo veo una sonrisa usted ve una mueca”.

Unas semanas después -el 31 de julio de 2006-, Fidel fue intervenido quirúrgicamente por un problema intestinal y su secretario privado, Carlos Valenciaga, anunció por televisión que el comandante delegaba provisionalmente todos su poderes a su hermano Raúl.


“La situación es grave, pero Fidel ya ganó”, le dijo Julio Scherer a Homero Campa durante un desayuno en el restaurante Konditori.

-¿Por qué don Julio?

-Porque resistió. Se puede morir en paz porque los gringos nunca lo doblegaron. Fidel fue el ganón, don Homero, fue el ganón.


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Entrevista frustrada

Con el encarcelamiento de la maestra Elba Esther Gordillo. Julio Scherer dudaba de que por sus acciones al frente del sindicato de maestros que manejaba a su antojo, muchos miles podrían dar cuenta cabal de sus tropelías. Muchos miles también podrían hablar acerca de su enriquecimiento inaudito. Sus escándalos habían sido tema de innumerables crónicas. Sin embargo, no se conocían aún las acusaciones que la habían llevado al presidio.

Julio Scherer siempre estaba pensaba en toda suerte de trabajos periodísticos. Se interesaba conversar con la maestra. En tiempos mejores le había hecho llegar la carta que se transcribe a continuación:


“Doña Elba:

“Más allá de nuestras diferencias públicas, usted y yo hemos mantenido una amistad persistente. Fueron cordiales nuestras conversaciones en su casa de Galileo, en algunas ocasiones sentados a la mesa con platillos que su madre nos hacía llegar.

“Somos amigos por una razón: no nos hemos mentido. Nuestra relación ha estado por encima de la malicia o la mala fe encubierta. Usted ha vivido como ha querido o ha podido y yo he hecho lo propio.

“Algunas veces hablamos de la posibilidad de una entrevista entre usted y yo. Nunca llegamos a un acuerdo, la verdad no sé por qué. Ni usted arriesgaba en sus respuestas ni yo en mis preguntas. Conversaríamos de manera llana y nos daríamos el tiempo que hiciera falta.

“A través de estas líneas le hago llegar mi renovado interés por entrevistarla. Mas aún, me parece que está obligada como nunca, a ocuparse de capítulos cruciales de su pasado y su presente, en especial, los motivos que, a su juicio, la mantienen en la cárcel.

“Reciba, como siempre, un saludo afectuoso.”


En el supuesto de que la señora optara por una entrevista de preguntas y respuestas, Julio Scherer había preparado el siguiente cuestionario:

                                                                                 •    ¿De qué manera ocurrió su detención en el aeropuerto de Toluca, el 26 de febrero de 2013, y su posterior aprehensión?       •    ¿A qué atribuye su encarcelamiento?                             •    En su tiempo de gobierno en el Estado de México y los meses como presidente de la República, ¿hubo entre usted y Enrique Peña Nieto algún acuerdo, compromiso asumidos en el claroscuro de la política?


 

   ¿Hubo acuerdos entre las presidentes panistas Vicente Fox y Felipe Calderón, de un lado, y el SNTE y usted, del otro.              •    Cuente de su relación con Carlos Salinas, el presidente que en sus intereses la cubrió de poder.                                        •    ¿Qué de sus diferencias con Ernesto Zedillo y los arreglos del sindicato a su servicio en aquel gobierno?                              •     Existe una inocultable desproporción entre la riqueza que tuvo usted en las manos y la modestia económica que viven los maestros. ¿Le pesa el contraste? ¿Qué reflexiones le suscita.       •    ¿Lamenta haberse cubierto de seda y joyas durante veinte años de su vida?                                                              •     La corrupción ha marcado el destino de México de mediados del siglo pasado. ¿Cuál será la raíz profunda?                          •    ¿Existe o no una insurrección magisterial? En un sentido o en otro, ¿cuál sería el destino de los profesores en el gobierno que preside Enrique Peña Nieto?


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Pacto a veinte años

Una tarde, Julio Scherer regresó triste de su visita semanal a Alejandro Gómez Arias.

-¿Cómo está Gómez Arias? -le preguntó Vicente Leñero.

-Del cuerpo ahí va, se defiende, pero ya le tronó la neurona, -contestó Julio Scherer-, se le van las ideas, dice cosas incoherentes, desconoce a todo mundo. Ya no voy a seguir viéndolo.

-Qué lástima, -replicó Vicente Leñero.

Julio le agarró del brazo, estaba conmocionado de veras por lo que parecía el alzheimer de Gómez Arias.

"Te voy a pedir una cosa, Vicente. Nada más aquí en confianza y a ti, porque los demás no me van a hacer caso. Pero tienes que jurármelo -me soltó el brazo-. Cuando veas que me empieza a fallar la memoria, al primer indicio, a la primera pendejada que suelte, dímelo así nomás con toda franqueza, de frente, sin miedo, ya estás pelas, aguas. Dímelo para irme de PROCESO, y ya".


"No hace falta, Julio, carajo. quedamos en irnos cuando cumplamos veinte años en la revista, ¿qué no? Falta poco".

“No recuerdo -explica Vicente Leñero-, cómo sellamos el pacto ni quién lo sugirió.”

El caso fue que durante los tragos de una comida, Julio Scherer, Enrique Maza y Vicente Leñero acordaron retirarse de PROCESO antes de que los venciera la vejez. Dejarles a buen tiempo el campo libre a los compañeros que venían detrás.

El 6 de julio de 1996 dijeron adiós al trabajo reporteril y renunciaron a sus cargos directivos.

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