sábado, 22 de noviembre de 2008

El Caballito

Ya en algunas ocasiones les he platicado de Fofito, el demiurgo o gnomo con quien suelo platicar de vez en cuando.
A Fofito nadie puede verlo mas que yo. ¡No se por qué!, ¡pero así es!
Pues bien, Fofito es en realidad el espíritu de un Juez y profesor de filosofía de la Universidad que vivió hace dos siglos. Su verdadero nombre fue Alfonso de Talamantes.
Y en esta ocasión quiero referirme a una interesantísima charla que tuve con él en torno al Caballito... Sí, el Caballo de Carlos IV. Tuve especial interés en tal tema por haber vivido los primeros 25 años de mi existencia en la calle de Rosales, a escasos 100 metros de esa maravillosa estatua.

-Mira Emilio, presente tengo los días en que trasladaron la estatua de Carlos IV de la Universidad en donde estaba recluida, como arrumbada, para ponerla en el pedestal que se le había hecho en la plaza en que principia el paseo de Bucareli. Recuerdo que el gran bullicio de la calle me molestaba, me perturbaba no para soñar como tú, mi fino Emilio, sino para buscar en mis leyes los mandatos que apoyaran lo que defendía en los pleitos que yo seguía, para encontrar en los libros razones que afirmaran con su autoridad o le dieran fuerza a lo que yo escribía en mis ponencias. En esos días no me dejaban en sosiego el incesante vocerío de la calle; los hombres que trasladaban la estatua de Carlos IV querían ayudarse en la tarea con sus gritos constantes; creían, sin duda, que mientras más fuerte gritaran más ligera se les haría la carga y que más fuerza desarrollarían sus músculos...

-Los de las gargantas si, indudablemente. -añadí yo.

-Con esa formidable bataola todo el día no me dejaban en paz. Las ideas se me escapaban...

-Oye Fofito, se que ese Caballito estuvo primero en el Zócalo y luego lo pasaron a la Universidad, ¿no es cierto? ¿Por qué, he?

-Como has de saber, al consumarse la Independencia, no se quería saber nada de España, por tenerse como cosa impropia conservarla, se desmontó la elegante elipse y con sus piedras se hicieron bancas en la Alameda y también allí se llevaron sus puertas monumentales. Después se trasladaron a Chapultepec. El famoso y admirado Caballito se cubrió con un globo pintado de azul y así permaneció tapado hasta el año de 1824, en que se le condujo al patio de la Universidad en donde quedó recluida, como arrumbada.

-Fofito, ¿hasta que año duro en la Plaza Mayor?

-Hasta el año de 1822. En una época se pensó en hacer monedas de la estatua de Carlos IV. Se decía que tanto dinero le dio la Nueva España a ese rey, que muy justo era que ahora él le diese algo también, aunque en mínima cantidad a cada habitante de la república. Pero se opuso a esa determinación don Lucas Alamán, el gran historiador, alegando que México debería de conservar ese monumento solamente como obra de arte y no para glorificar a Carlos IV a quién no había por que alzarle estatuas, puesto que ese Borbón no era acreedor a nada.

- A ver Fofito, ¡tú debes saber más del Caballito!, ¿a quien se le ocurrió construir semejante obra de arte?

-La idea de erigirla fue de Miguel de la Grua Talamanca y Branciforte, marqués de Branciforte. Se trata del virrey más rapaz y de indignos procederes que gobernó la Nueva España.
-La esposa del virrey Maria Antonia Godoy, era nada menos que hermana del amante de la reina Maria Luisa quien también, como digna esposa del sinvergüenza de su marido, era una fichita que le ayudaba eficazmente a aumentar su magnifica fortuna. A eso y solo a eso vinieron aquí los Brancifortes, a enriquecerse; a eso únicamente se dedicaron con perseverante empeño. Sacaban dinero hasta de los mismos harapos de los pobres.
-Seguramente la idea construirle una estatua ecuestre al rey de España le vino de un cacique indígena de Tlalteloco, de nombre Santiago Sandoval, en el año de 1789, durante el virreinato de don Manuel Antonio Flores, talló una escultura ecuestre de Carlos IV, de cuando fue jurado y proclamado rey de España. Esa curiosa estatua estuvo frente a la calle de la Moneda y se quitó en 1792, en tiempos ya de Branciforte.
-El 30 de noviembre de 1795 Branciforte pidió permiso, si es que no me falla la memoria, que creo que no me falla, para levantarle al Rey una estatua en la Plaza Mayor, y claro esta que se le dio pronto y con agrado esa licencia, ¿como se la iba a negar?, y en el acto se le encomendó la obra a don Manuel Tolsá, notable arquitecto y escultor valenciano, famoso por haber dotado a la ciudad de notables edificios y fastuosas estatuas de tamaño colosal.
-Para esta estatua ecuestre se requirieron 5 años para reunir los 500 quintales de cobre y de otros metales que se necesitaban para la fundición.
-El virrey Branciforte quería adular con esta estatua al insignificante Borbón que se hallaba en el trono, y a su vez, para quedar bien con el virrey Branciforte los principales magnates de la ciudad así como el señor arzobispo, el poderoso cabildo eclesístico y el de la ciudad, el rico tribunal del consulado y el no menos poderoso de minería se apresuraron a contribuir con gruesas sumas de dinero. La primera piedra la puso el mismo virrey la mañana del 18 de julio de 1796.
-Como la estatua de bronce iba a tardar mucho tiempo en ser terminada, y al virrey ya le apuraba el inaugurarla, ordenó que se hiciera otra provisional de madera y estuco dorado, también ecuestre. Se fijó el evento con el caballo provisional el 8 de diciembre de 1796, o sea, el día del cumpleaños de la reina María Luisa.
-Decía el virrey Branciforte que el Rey, su señor, merecía eso y más aún, en la inscripción que él mismo redactó, dijo que dedicaba esa estatua como un perene monumento de su fidelidad. Y a fe que buenas, excelentes prendas dio a poco el muy sinvergüenza de esa fidelidad constante, pues apenas llego a España se paso al partido de José Bonaparte, que era el de los invasores de su patria.
-Si hubiese continuado en México el vil Branciforte estando en el trono el intruso hermano de Napoleón, habríamos tenido aquí, que duda cabe, dos estatuas más, ambas magníficas; una, de ese corso, rapaz ladrón de pueblos, y la otra, la de Pepe Botella, manera como se le llamaba en Madrid donde era cordialmente abominado, y también por motivos artísticos, conservaríamos sin duda en México esos monumentos y ante ellos nos extasiaríamos babeando de incontenible admiración.
-Branciforte no tuvo el placer de ver concluida la estatua de bronce que él inicio, pues hasta después de pasados 7 años en que fue colocada la de madera, se le vino a dar fin a la de metal, ya en el gobierno del virrey José de Iturrigaray, mes de diciembre de 1803.
-Dos soberbios caballos mexicanos sirvieron de modelos para esas estatuas, para la primera, uno que era de la raza que tenía en San Luis Potosí el marqués del Jaral del Berrio, y para la de bronce, uno de Puebla, que ya no me acuerdo a quién pertenecía.
-Recuerdo haber leído lo suntuoso que fue la ceremonia del descubrimiento de la primera escultura de madera por el virrey Branciforte en la Plaza Mayor que hoy le dicen Zócalo.
-Desde el amanecer del día 9 de diciembre de 1796 ya la Plaza Mayor estaba pletórica de gente; con ser tan enorme como es, a duras penas hubiese cabido una persona más. Por todas partes se arracimaba la muchedumbre, la había en gran número hasta en la torre de la Catedral. Muchos días estuvieron llegando a México numerosos forasteros que llenaron fondas, mesones y paradores. Un mar de gente, sonoro y palpitante, rodeaba la estatua. Vinieron tropas de Puebla y de Toluca solo a mantener el orden junto con los soldados que ahí había. A las ocho de la mañana corrió acelerado un gran rumor por toda aquella ansiosa multitud al ver al Virrey y a la señora Virreina refulgente de joyas, en el balcón central de Palacio. Damas, dignatarios y magnates les rodeaban suntuosamente vestidos, eran una viva resplandecencia todos sus trajes. Hizo Branciforte una señal con el pañuelo y cayó la amplia tela que cubría la estatua que quedó en la Plaza irradiando fulgores en aquella mañana azul, llena de sol, y entre los gritos de la multitud, el alborozado repique de todas las campanas de la ciudad que se injertaba en las numerosas salvas de la infantería y los continuos cañonazos que retumbaban profundos por toda la ciudad. Y aquello fue un delirio, la apoteosis del regocijo, cuando el virrey y su esposa empezaron a arrojar sobre la muchedumbre infinidad de medallas de plata y de bronce. En cada una de las bocas de aquellos varios miles de gentes que se aglomeraban bulliciosas en el vasto recinto, había un largo grito de gozo y todos juntos llegaban hasta las nubes.
Después de haberse descubierto la estatua fue a la Santa Iglesia Catedral toda la larga y esplendorosa comitiva entre los estruendosos y alegres vítores de la multitud enardecida de entusiasmo y que a duras penas logro la guardia de corps que abriese paso a sus excelencias los señores virreyes con su largo séquito palatino, los tribunales y todo lo de más alta alcurnia y dinero de la ciudad. El arzobispo, don Alonso Nuñez de Haro y Peralta, canto una solemne misa pontifical y el celebre canónigo don José Mariano Beristain de Sousa, autor de una enciclopedia en la que estaban catalogadas todas las gentes de letras que habían existido en los últimos tres siglos, aunque muchas veces no es verídico ni justo; pues bien, ese señor canónigo que era muy pomposo, superabundante, frondosísimo, predicó un largo sermón laudatorio al que se le llamó "Sermón del Caballito" en el que subió a un alto grado de gloria a Carlos IV. Lo ensalzó sobre todo ser y lo puso en un grado divino.
Pocas veces en la colonia hubo tanto y tan exaltado regocijo como en aquella ocasión memorable. Tres días duraron los festejos, iluminaciones, corridas de toros, paseos por la Alameda y en Bucareli, banquetes, músicas y que se yo. Pero de todo esto Branciforte no gasto un misero triste maravedí suyo, sino que todo el dinero necesario salió de la Real caja y de la siempre colmada del ayuntamiento. Después de que pasaron las fiestas seguía una multitud acudiendo a diario a la Plaza Mayor para admirar, el Caballito "de Troya", como dio en llamarle el pueblo a esta estatua.
-La nueva estatua se inauguró con fiestas parecidas a las que se celebraron con tanta magnificencia cuando la primera, en el año de 1796, grandes corridas de toros, iluminaciones, repiques, banquetes, paseos, comedias, saraos en Palacio.
-El 9 de diciembre de 1803, después de la misa, con gran pompa en acción de gracia por los días de la reina Maria Luisa, volvieron a la Real Casa el virrey Jose de Iturrigaray y su esposa doña Inés de Jauregui, seguidos de su cortejo, además de la Real audiencia, del ayuntamiento bajo mazas, de los tribunales y de otros cuerpos ilustres y, naturalmente, de la galana nobleza de México. Ya en los balcones de Palacio todos estos personajes, ataviados con soberbio lujo, en unión del arzobispo, don Francisco Javier de Lezama y Beaumont, y en medio de un enorme repique que lleno toda la ciudad de sonoro estruendo y sobre el mar turbulento de cabezas que llenaban la Plaza, se rasgo el lienzo que cubría la regia efigie que quedó reverberando esplendida encima de su pedestal e inmediatamente se le hicieron los supremos honores debidos al original que allí se representaba en lo interior de la elipse estaban apostadas 10 piezas de artillería que con grandísimo fragor se descargaron y entre ambos lados de la estatua hallábase formados los vistosos regimientos de la Corona y de Nueva España; las músicas de estos cuerpos tocaban marciales himnos de triunfo y todos los soldados en unísono de los del regimiento de Dragones de México que se encontraba fuera de la grandiosa elipse, hicieron tres descargas cerradas al descubrirse el monumento y esas salvas y los gritos de la muchedumbre y el formidable repique a vuelo, sacudieron la atmósfera. Después abriéronse las grandes puertas de hierro entrando precipitadamente una multitud para ver de cerca la estatua de su rey y señor natural ya hecha de material perdurable.
-El molde de la segunda estatua, la de bronce, lo fabricó don Manuel Tolsá, haciendo las funciones de escultor, vaciador, fundidor e ingeniero. Los hornos donde se fundió la estatua se construyeron en la huerta del Colegio de San Gregorio.
-Los hornos se cargaron con 600 quintales de bronce y el 2 de agosto de 1802 los encendieron y el día 4, a las 6 de la mañana, les abrieron los conductos y el fluido corrió durante 5 minutos para cubrir el molde. Tuvo esta operación gran éxito, pues de un solo lance la preciosa estatua salió entera, sin faltarle nada.
-Fueron necesarios 14 meses de ardua y paciente labor para pulirla y limpiarla. En noviembre de 1803 se sacó la estatua, terminada de todo a todo, muy resplandeciente, de San Gregorio, sobre un carro de anchas ruedas de bronce construido exprofeso. Salió por la puerta que daba hacia la calle del Puente del Cuervo, siguió por la de Chiconautla hasta la esquina de la calle del reloj. El carro rodaba con mucha lentitud por encima de grandes planchas de cedro que se iban tendiendo en el suelo para que no se hundiese el pesadísimo artefacto tirado por dos parejos reales y así llego a la Plaza el día 23 en medio de una infinidad de curiosos. El gentío que llenaba a diario se extasiaba mirando y remirando las perfecciones del caballo, representando en el momento justo de dar el paso; animal de hermosísimas formas, garboso y en extremo animado, que en su tanto es más bello que el jinete, cuya rechoncha efigie también admiraba mucho la gente; vestido, mas que vestido esta desvestido el buen señor al modo de los emperadores romanos.
-Gracias a una ingeniosísima
máquina que fue ideada ya no recuerdo por que persona inteligente, se colocó en su pedestal en menos de 7 minutos; lo que si recuerdo bien ahora es que de ese artificio se mando pedir de España el diseño exacto, pues no querían creer que con él se hubiese subido en tan poquísismo tiempo mole tan enorme y pesada, ya que su peso es de 22 y medio quintales y mide de alto 5 varas y treinta pulgadas, tiene en su mayor anchura dos varas cuatro pulgadas, y seis varas de largo. Apenas quedó en su lugar bien fijada se le cubrió con un gran lienzo.
-El virrey ordenó que por tres noches seguidas se iluminara la ciudad y se hiciera repique general, paseo público de gala, y demostraciones de regocijo en el teatro. La gente se regocijó con una corrida de toros. De todos los barrios, cruzados todavía por canales fangosos, acudía el pueblo con su repugnante aspecto de miseria, y, rodeando la estatua, sentó sus reales en la Plaza Mayor, y allí comió y bebió al aire libre. La aristocracia durante tres tardes ostentó sus carrozas en los paseos de la Alameda y Bucareli.
En la inauguración de esa estatua estuvo el famosísimo barón Alejandro de Humboldt a quien acompañaba de su fuerte brazo la graciosa doña María Ignacia Rodríguez de Velasco, conocida en todo México como la Güera Rodríguez, y se sabe que esta señora dijo ante el monumento muy picantes agudezas e hizo la maliciosa observación de que el caballo debería de tener más colgado... el miembro.
-Ahora, con muy buen acuerdo, se le ha sacado de ese lugar en que escapó de ser fundido y lo llevaron al pedestal que se le hizo en el arranque del Paseo de Bucareli. Lo que yo se de muy buena fuente es que un día cuando don Manuel Tolsá pulía la estatua le llegó la esposa de Branciforte a la huerta de San Gregorio y le dijo que..

-Por favor Fofito, ¡chismes no!
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Tomado de
Artemio de Valle-Arizpe
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