sábado, 19 de mayo de 2012

Estrategia y Táctica



        -¿Qué significa "estrategia"?


         "Estrategia" tiene dos ascepciones:
1. Arte de proyectar y dirigir las operaciones militares.
2. Conjunto de operaciones para llevar a cabo algún propósito.

        -¿Qué significa "táctica"?

         "Táctica" tiene cuatro ascepciones:
1. adj. Relacionado con el método que se aplica para alcanzar una meta.
2. adj. ly sust. Se dice de la persona que sabe, practica o es esperta en definir planes o métodos para conseguir un fin.
3. sust. f. Plan para llevar a cabo una cosa y cumplir con un objetivo.
4. Reglas o normas que sirven de base para llevar a cabo las operaciones militares.

         -En síntesis, Emilio, qué diferencia crees tú que existe entre "estrategia" y "táctica"?

         -Según yo, "estrategia" es la planeación de algún proyecto, y "táctica" es el llevar a cabo ese mismo proyecto.
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         Para efectuar los movimientos adecuados hay que saber qué andamos buscando, qué pretendemos.
Ningún análisis, por exhaustivo que sea, puede darnos la respuesta a esa pregunta.
         Tal como hemos visto, el objetivo del ajedrez es bastante simple: ganar la partida.
         Para conseguir la victoria establecemos estrategias de juego y escogemos el camino adecuado para alcanzarla.
         Las palabras "estratégia" y "tácticas" suelen usarse de forma indistinta, sin tener en cuenta las diferencias importante que existen entre ambas.
         Mientras que la estratégia es abstracta y está basada en objetivos a largo plazo, las tácticas son concretas y consisten en seleccionar el movimiento adecuado para cada momento.
         Las tácticas deben tener en cuenta las condiciones y basarse en la oportunidad, siempre en función del ataque y la defensa.
         Si no sacamos partido inmediato de una oportunidad táctica, el desarrollo de la partida se volverá en contra nuestra casi con total seguridad.
         Llegados a ese punto, hay que tener en cuenta, además, el factor "movimiento único", el único que nos salvará de la derrota.
         En la literatura ajedrecística existe incluso un símbolo especial para diferenciar un movimiento cuando es absolutamente esencial.
         Ni malo, ni bueno, ni fácil, ni difícil, simplemente indispensable para evitar el desastre.
         Si nuestro oponente comete un error grave, puede surgir de pronto una táctica ganadora que nos permita conseguir nuestro objetivo.
         Imaginemos un partido de fútbol para el que los jugadores se han estado entrenando durante meses, les han enseñado estrategias complejas y planes de juego.
         Pero si el portero del equipo contrario resbala sobre la hierba, dejarán a un lado la estratégica y dispararan a la portería sin dudarlo, una reacción puramente táctica.
         El jugador táctico está en su elemento cuando tiene que reaccionar ante las amenazas, y medir las oportunidades sobre el terreno de juego.
         Su problema es cómo avanzar cuando no hay movimientos claros, cuando es necesario actuar y no reaccionar.
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         Savielly Tartakower, ajedrecista polaco de gran maestría y agudeza, decía bromeando que esa es era la fase "nada que hacer" de la partida.
         En realidad , es la que separa a los aspirantes de los finalistas.
         En el ajedrez estamos obligados a mover; no existe la opción de ceder el turno cuando no sabemos qué hacer.
 Para un jugador sin visión estratégica, esa obligación puede convertirse en una carga.
         Incapaz de diseñar un plan si no se enfrentó a una crisis inmediata, es posible que él mismo provoque la crisis, y probablemente solo conseguirá poner en peligro su propia posición.
         Hemos aprendidado de Tigran Petrosian que la inactividad vigilante es una estratégia viable en el ajedrez, pero el arte de la espera fructífera requiere una habilidad consumada.

         -¿Qué hacemos exactamente cuando no hay nada que hacer?

         Llamamos a dichas fases "juego posicional", porque nuestra meta es mejorar nuestra posición.
         Debemos evitar debilitarnos, debemos encontrar pequeñas fórmulas para mejorar la situación de nuestras piezas, y atender a los pequeños detalles, sin perder en ningún momento la perspectiva global.
         Puede que las posiciones pasivas fomenten cierta apatía, y esa es la razón por la cual los mestros de la posición, como Karpov y Petrosian, eran letales.
         Siempre estaban alerta y aceptaban encantados largos períodos de inactividad en el tablero, si ello significaba obtener una pequeña ventaja, y luego otra.
         Al final, sus rivales se quedaban sin la posibilidad de realizar ningún movimiento válido, como sobre un terreno de arenas movedizas.
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         En la vida no existe esa obligación de moverse.
         Si no tenemos a mano un buen plan, podemos ver la televisión, seguir con nuestros asuntos como siempre y creer que la ausencia de noticias es una buena noticias.
         Los seres humanos son capaces de inventar fórmulas brillantes para pasar el tiempo sin crear nada en absoluto.
         Entonces es cuando detaca el verdadero estratega, quien descubre un método para progresar, para fortalecer la posición y prepararse para el inevitable conflicto.
Porque el conflicto, no debemos olvidarlo, ES inevitable.
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         La paz reinaba en la mayor parte de Europa al empezar el siglo XX, y los criterios políticos de los movimientos pacifistas empezaba a calar en los parlamentos europeos.
         Entretanto, Alemania se preparaba para la guerra y equiparaba su potencial naval al británico.
         La responsabilidad de este último estaba en manos de un hombre, el almirante John Fisher.
         Gran Bretaña llevaba más de un siglo gobernando los mares literalmente, y en 1900, los políticos y los líderes militares británicos daban por hecho esa superioridad.
         Pero el almirante Fisher insistió en modernizar la Royal Navy, construyó los primeros acorazados gigantescos y fomentó la fabricación de submarios, que otros camaradas del Almirantazgo consideraban traicioneros, o, pero aún, "poco británicos".
         Fisher, cuya beligerante personalidad no servía para los asuntos de Estado, tuvo que presionar incansablemente para poder llevar a cabo su programa de modernización en tiempo de paz.
         En 1910 se retiró, agotado por las batallas políticas más que por las navales.
         Winston Churchill volvió a llamarlo cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, y pese a que sus diferencias sobre la campaña de los Dardanelos provocaron la dimisión de Fisher un año después, los años que dedicó a la renovación resultaron muy valiosos.
         Hoy día los historiadores consideran a John Fisher como a uno de los almirantes británicos más importantes, cuyas contribuciones más decisivas tuvieron lugar sin disparar un solo tiro.
         Era un estratega que sabía que no tener nada que hacer no significa no hacer nada.
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