viernes, 1 de febrero de 2013

El Latín Vuelve Por Sus Fueros





Mucho más renovador de lo que se le suponía, el papa Benedicto XVI quiere resucitar el latín y adaptar su vocabulario a los nuevos tiempos.
Para ello ha mandado fundar una Academia de la Lengua Latina (o Pontificia Academia Latinitatis) que se ocupará de poner al día los latinajos con nuevas y acaso sorprendentes expresiones.
Los pantaloncitos de las adolescentes que ahora conocemos como shorts, por ejemplo, se llamarán brevíssimae bracae femíneae; y un camarero adoptará el más pomposo rango de tabernae potoriae minister.
De acuerdo con este nuevo léxico, un ordenador será un instrumentum computatiorum y cualquier gol que le alivie la tristeza a Cristiano Ronaldo se celebrará al grito de retis violatio.
Todo es cuestión de que los hinchas más devotos aprendan a corear debidamente esa violación de la red.
Insuflar vida a una lengua muerta es, sin duda, una tarea milagrosa de la que hasta ahora solo había raros precedentes como el del hebreo, que los judíos sacaron de su tumba lingüística para convertirlo en la lengua oficial —y real— del Estado de Israel.
También el latín sigue siendo idioma estatal de la Iglesia y, por tanto, del Vaticano, donde los cajeros automáticos dispensan aún billetes en la que fue lengua del Imperio Romano.
Infelizmente, la propia curia conspiró contra su lengua al suprimirla de las misas y demás oficios litúrgicos en la equivocada idea de que así acercaría sus ritos al pueblo.
El papa Benedicto quiere enmendar el error, pero no va a ser un empeño fácil la acomodación del latín a los tiempos modernos.
En la Roma de los Césares no había aviones, ni fútbol, ni tabaco, ni minifaldas. Por no existir, no existía siquiera la tele: enojosa circunstancia que nos impide disponer de las palabras adecuadas para dar un nombre en latín a todas esas modernidades.
Paradójicamente, los usos más populares del latín proceden del mundo anglosajón.
De los Estados Unidos nos llegó, un suponer, la palabra sponsor que años atrás desplazó al patrocinador de toda la vida; y tuvo que ser la reina Isabel de Inglaterra quien pusiera en circulación el concepto de Annus horribilis para aludir a los muchos disgustos que le daba su nuera Diana de Gales.
Por fortuna, la Iglesia —que a fin de cuentas tiene la patente— ha decidido tomar cartas en el asunto con su proyecto de actualización del latín a los nuevos tiempos que corren.
 El resultado es de lo más prometedor, gracias al Lexicon recentis latinitatis en el que el cura salesiano Cleto Panavetto ha logrado reunir más de 15,000 neologismos latinos.
El moderno latín —o neolatín— tiene palabras para todo: ya sea la minifalda convertida en tunicula minima, ya el baloncesto que se traduce en la más prolija expresión: follis canistrique ludus.
Del mismo modo, internet pasa a ser la Inter rete: y si queremos darle a alguien nuestra dirección de e-mail, bastará con remitirle la inscriptio cursus electronici.
El que quiera arriesgarse a fumar un pitillo deberá saber también que está inhalando el humo de una fistula nicotinae, nada menos.
No es seguro que esta puesta al día de la lengua de Roma y de los misales vaya a favorecer su uso ordinario en el mundo de hoy, donde el inglés ha usurpado hace ya tiempo el papel del latín como idioma universal del imperio.
El papa Benedicto hace lo que puede, eso sí.
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