viernes, 7 de junio de 2013

Machismo



                      
Cecilia  Rodriguéz & Marjorie Miller

        Somos  dos  mujeres periodistas, una estadounidense  y  otra colombiana  y estamos viviendo en México.
        Existen muchos países de machos, pero México hace alarde  de su machismo mediante películas de pistoleros y canciones  rancheras como "Media vuelta". Los mariachis, con sus pantalones negros remachados en plata cantan:
"Te  vas  porque  yo quiero que te vayas
A la hora que yo quiera te detengo
Yo sé que mi cariño te hace falta
porque quieras o no, yo soy tu dueño".
        Aquí la televisión constantemente presenta a mujeres exuberantes en diminutos bikinis y los anuncios clasificados  ofrecen trabajos  secretariales a "señoritas atractivas".



        En  el metro de la ciudad de México se destinan  secciones exclusivamente para mujeres en las horas pico, como una medida  de protección contra el acoso de los machos más machos.
        Nosotras compartimos las experiencias de toda mujer en  este país:  Hombres  que  hacen proposiciones en  el terreno  sexual; hombres  que  nos ignoran frente a nuestros  colegas  masculinos; meseros que no nos designan un lugar o no nos dan la cuenta. Todo esto  nos recuerda cotidianamente que vivimos en una sociedad  de hombres; somos forasteras y estamos de visita.
        Y nuestras reacciones son diametralmente distintas. Crecimos en culturas diferentes: Estados Unidos, en donde el machismo es un término  cada vez más impopular, y Colombia, en donde  un  hombre todavía  se  siente orgulloso de ser macho. Nos dimos  cuenta  de ello cuando conocimos  Alyx, una fotógrafa de 28 años que reside en la ciudad de México y que nos cuenta la historia típica de una GRINGA en MACHOLANDIA:


        Luego de tres días de esconderse en su departamento tratando de darse valor para enfrentarse a la prueba suprema que le aguardaba,  Alyx se atreve a salir a la calle. Está  ataviada  normalmente, con unos JEANS y una blusa suelta que disimula su  esbelto cuerpo.  Sin  novedad la primera cuadra. No hay  agresores  a  la vista. Pero en la siguiente esquina, su cabello rubio y sus  ojos azules empiezan a llamar la atención. Escucha el familiar  "psst" -que  como una bala pasa silbando por su oído-. Sigue  caminando, la  cabeza  baja,  a través del estrecho pasillo  que  dejan  los vendedores,  hasta el semáforo, los adolescentes en  la  estación del  Metro  y  los  hombres  de  edad  media  en  el  vagón  del subterráneo.
        Las  miradas  de todos ellos traspasan  su  ropa,  "Bonita", susurran  los hombres, "Mamacita". El acoso progresa. Alguien  la roza  descaradamente  en  el  vagón  repleto;  ¿un  accidente? "Güerita",  le dice alguien. Ella percibe el sibilante  paso  del aire  entre los dientes apretados, luego la fuente exhalación  y, finalmente, la eyaculación verbal: "Puta".
        "¿Qué esperan, que me arroje a sus brazos y los bese?",  nos pregunta  Alyx. "Te dan ganas de matar al tipo. Es  degradante  y humillante. ¿Qué puede hacer al respecto? ¿Decirle algo y  concederle  la  atención  que  pretende  o  inclinar  la  cabeza  e ignorarlo?".
        La  pregunta tiene dos respuestas: una estadounidense y  una latina.
        Las hijas del movimiento feminista de Estados Unidos responden  como lo hace Alyx, con ganas de contestar a golpes  ante  la afrenta  a la dignidad femenina. Para la estadounidense,  no  hay diferencia entre MAMACITA y PUTA porque ambas son una invasión de su  privacía  -un territorio privilegiado en su alma-.  En  donde ella  creció se ponen límites al comportamiento de los hombres  y se  aprueban  leyes para proteger sus derechos.  Las  mujeres  en Estados  Unidos  tienen mayor independencia económica y,  por  lo tanto, más poder que las mujeres latinas.
        Cuando  una  estadounidense  planea un viaje al  sur  de  la frontera,  los amigos le advierten acerca de los  machos.  Cuando les  conviene, son unos tenorios, románticos hasta las  lágrimas, pero  muy desagradables si no consiguen lo que  quieren.  Piensan que la GRINGA es sexualmente liberada y anda siempre en busca  de un  amante  latino.  ¿Por qué otra razón viajaría  sola,  sin  un hombre?  En  Latinoamérica,  una mujer sola es  vista  como  algo patético.  Debe estar desesperada y en busca de sexo,  piensa  el macho,  y  él  puede ayudarla. Para defenderse,  una  GRINGA  que conocemos  lleva siempre consigo un paraguas con el que  mantiene alejados a los Romeos. Otra usa zapatos muy pesados por si  necesita dar un buen puntapié.
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        Cuando Marjorie viajó a México por primera vez, en la década de  los setenta, sintió malestar por las miradas descaradas y  un profundo  disgusto  por  las  agresiones  verbales,  a  las  que respondió en especie  -escupiendo goma de mascar a los  agresivos machos-. Los tipos no podían creerlo y la llamaron "cochina"  -lo que  la  enardeció todavía más. En su mente,  los  COCHINOS  eran ellos.
        Cecilia  ríe ante la anécdota. A las latinas  les  sorprende ver  la furia con que las gringas pelean contra algo que  siempre ha estado ahí. Ellas crecieron en un continente de hombres que no han  sido domesticados, en donde los niños son incitados por  sus padres a "ser hombres, ser machos". Los mismos padres enseñarán  a sus  hijas a ser femeninas y agradables a los hombres. Las  niñas aprenden a vestirse y a hablar para agradar a los prospectos  que algún  día podrán mantenerlas, una habilidad importante,  en  los países  en los que sólo una minoría de mujeres tiene  oportunidad de  percibir buenos salarios. Esto ha empezado a cambiar a  nivel de algunas profesiones, pero no está muy extendido.
        La  mujer  latina no puede recordar la primera  vez  que  un hombre la susurró un PIROPO en la calle porque sucedió a una edad tan  temprana y después con demasiada frecuencia. Pero no  podría siquiera soñar con caminar llevando un paraguas para  defenderse, porque sabe que los hombres que se acercaron a Alyx no  esperaban un beso. Más bien sólo querían su atención. Son los preservadores de la pasión del macho. Ella no necesita escupir. Ella ha  aprendido a responderles con una mirada que es a un tiempo indiferente y provocativa, una mirada que dice, "me gustas", "eres atractivo" o si no, "eres un pobre tonto".
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        Una encuesta publicada recientemente en una revista femenina en  México,  revela  que  las mujeres de  todas  las  edades  en Latinoamérica  consideran  los  PIROPOS como halagos  y  no  como insultos.  Los piropos les levantan el  ánimo y las  hacen  sentir deseadas.  Para las latinas, existe una enorme  diferencia  entre una  observación marcadamente sexual -que es un insulto en  cualquier  cultura-  y un coqueteo. La latina  prefiere  los  piropos poéticos  que  la  comparan  con  una  rosa  o  bien  las  frases humorísticas  como  "cómo  quisiera ser bizco  para  mirarte  dos veces", "cuántas curvas y yo sin frenos".
        Ahora  Marjorie ríe. Somos buenas amigas y colegas,  conversando al calor de nuestras humeantes tazas de té. Nos fascina lo disímil de nuestras reacciones, pero cuando llegamos a lo medular del  machismo, descubrimos que hay coincidencia. La  esencia  del machismo es la dominación del hombre sobre la mujer, una forma de mantener sojuzgada a la mujer, en un plano de desigualdad y en su casa.  En  la  revista  SIN TITULO,  la  psicóloga  Paula  Compeán escribió  que  los machos son "vanidosos,  egoístas,  excitables, labiosos,  buscan la atención y la admiración de todo el  mundo". Eso parece ser cierto, pero hay más: son despectivos. Los  machos no aman a las mujeres, las desprecian.
        Realizamos  numerosas  entrevistas  con  mujeres  latinas  y estadounidenses  acerca del machismo y cada una tenía  su  propia lista de quejas. Un macho quiere ser atendido y elude el  trabajo familiar.  Mantiene en secreto su matrimonio y es  infiel.  Raramente  usa su argolla matrimonial o admite que tiene hijos.  Como la antropóloga mexicana Ana Luisa Ligoury nos dice con su sonrisa: "Todos son solteros y sus intenciones son serias".
        Alberto,  un atractivo hombre de negocios de Argentina,  con sus 43 años, parece ser la excepción al afirmar desde un  principio  que  está felizmente casado. Pero luego resulta  que  encaja perfectamente  con  el resto del perfil del macho  latino.  Nunca admitió  ante nosotras que tiene una amante, aunque resulta  evidente que está chiflado por otra mujer. "Conquistar a una  mujer con el anillo en el dedo", ese es el verdadero macho, afirma,  al tiempo que agita frente a nosotras la mano que luce su anillo  de casado. "La mujer que quiere salir conmigo conoce las reglas  del juego".
        La tensión sexual impide que Alberto tenga amigas. Se siente protector  de  las mujeres y si ellas se le  confían,  se  vuelve posesivo. Admite que es terriblemente celoso y no puede  imaginar que  su esposa pudiera tener una aventura. Si se atreviera,  dice en tono de broma, la mataría. Además nos asegura que su esposa lo abandonaría  si  descubriera sus infidelidades.  Pero  acepta  el riesgo  como buen macho, "tienes que saber cómo hacerlo",  afirma con una mirada llena de picardía. Sin embargo admite que "a veces un hombre no valora lo que tiene hasta que lo pierde".



        Conversamos  con  Alberto mientras disfrutamos  un  almuerzo mexicano  con  margaritas, camarones al  ajillo  acompañados  por música  de guitarra. Para él, nada hay de malo con ser un  macho, aunque como muchos, no se considera uno de ellos. Pero sus miradas y  sus comentarios tienen todo el tono machista, como eso de  que "las  mujeres  pueden conquistarte con una mirada".  Queremos  su historia  y  el quiere complacernos. Es inteligente  y  trata  de darnos las respuestas que cree estamos buscando, incluso si  ello implica distorsionar la verdad. El almuerzo es una seducción.
        Pero  eso no nos sorprende. Conocemos el  estereotipo,  -los machos seducen, los machos mienten y hacen trampa-. Por supuesto, no todos los latinos son machos, pero todos los machos se comportan básicamente de esta manera. Cecilia, que creció con ellos, se siente  a  gusto  con Alberto. Marjorie está  menos  dispuesta  a aceptar sus devaneos. Lo presiona: ¿Por qué engañas a tu  esposa? El  juega con la respuesta -se acerca, retrocede, pero  nunca  se compromete..  De  pronto  se vuelve hacia  Cecilia  en  busca  de comprensión.  Es una mirada que dice "¿qué espera esta GRINGA  DE mí, quiere que le diga que he sido infiel?". Nunca lo dirá.
        El  hermano  de Cecilia rompió la regla en una  ocasión.  Su esposa  lo confrontó acerca de una aventura y, en un  momento  de debilidad, confesó que se había descarriado. El protocolo familiar lo obligó a buscar el perdón de su suegro. El patriarca acusó  al esposo  de  su hija de haberse equivocado -no por  engañar  a  su esposa,  sino  por  admitirlo-. "Ese fue tu error",  le  dijo  el anciano.
        El  subterfugio es una parte implícita de la mayoría de  las relaciones  A  LA LATINA. Normalmente la mujer  hace  creer  al hombre que tiene el control. Él le dirá que todo lo que desea  es respetarla.  Pero a ella su madre y sus tías le han enseñado  que "los  hombres  sólo quieren una cosa". Y se supone  que  ella  es inocente. Todos comparten el juego de la conquista y la  subordinación.
        "El  hombre revolotea a su alrededor, la festeja, la  canta, hace caracolear su caballo o su imaginación", escribió el  premio Nobel  Octavio  Paz en su obra EL LABERITNTO DE  LA  SOLEDAD,  su clásico  estudio del carácter del mexicano. "Ella se ve en  el recato y la inmovilidad", con una tranquilidad hecha de esperanza y desprecio.
        Si se rinde al macho, la mujer latina paga un precio. Pierde valor ante sus ojos. La autora feminista mexicana Marta Lamas nos dice  que las mujeres contribuyen a este juego -incluso las  liberadas- al perpetuar una versión moderna del mito de la  virginidad. "Por supuesto nadie espera que sea una virgen desde el punto de vista técnico", dice Lamas, "pero tendrá que decir que sólo ha tenido  una o dos relaciones en su vida -nunca 20-. Es  la  misma virginidad, pero llevada menos al extremo".
        Las gringas liberadas juegan con un macho bajo otras reglas. Ellas son directas, frontales, se imponen y se sienten incómodas cuando pierden el control. La gringa se siente frustrada si no se le da trato de igual. El macho quiere besar y abrazar en público, para  presumir  a  su mujer ante sus amigos. Pero  la  gringa  se siente  sofocada. Él le dice que quiere cuidarla,  mientras  ella bien puede responderle: "Me puedo cuidar sola, muchas gracias".
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        A  diferencia de la latina, la gringa tiene la  libertad  de admitir  no sólo que ha tenido relaciones sexuales sino  que  las disfruta y que tiene derecho a practicar el sexo sin ataduras  de ninguna  clase.  Los hombres y mujeres latinos, dice  Pilar  -una amiga  mexicana- suelen interpretar esas libertades como  promiscuidad  y  se sienten disgustados ante las  gringas.  Nos  cuenta Pilar  que  cuando estaba en la secundaria,  los  muchachos  bien consideraban  a las jóvenes mexicanas como "buenas para  tomarlas de  la  mano e ir al cine, mientras que las gringas  eran  buenas para  ir a Acapulco y a al cama". Los muchachos cortejaban a  las gringas,  se acostaban con ellas, hacían alarde de  la  conquista -una por la RAZA- y luego se burlaban de las extranjeras. "Uno de mis amigos le dijo a una gringa que su nombre era Fernando  Pemex (por  la empresa petrolera mexicana): Por cualquier  parte  ella veía  estaciones de gasolina de Pemex y creía que el papá  de  mi amigo era sumamente rico".
        Estas  son las burlas, las jugarretas que confunden tanto  a las gringas. Quizá su español no es tan bueno como para descifrar los acertijos y los dobles sentidos que gustan tanto a los  mexicanos.  Luego de una noche de juego, la gringa suele  preguntarse si  ha sido halagada o burlada, si la broma era para que ella  se divirtiera  o  era a sus costillas. Que es justamente lo  que  el macho  quiere. Si no puede dominar a una mujer, se va a  reír  de ella  -otro tipo de control-. "El humor del macho es un  acto  de venganza", escribió Paz en su LABERINTO... "El atributo  esencial del macho -el poder- suele revelarse como la capacidad de  herir, humillar, aniquilar". ¿Por qué el mexicano necesita de la venganza?  ¿Por  qué  tiene que conquistar y rebajar a  la  mujer?  Una explicación  reside  en la historia de México,  una  historia  de sumisión y derrota. La conquista española fue cruel y  sangrienta.  Los españoles arrebataron a los indios todo lo  que  tenían, incluyendo  a sus mujeres, quienes gestaron al nuevo mexicano  de sangre mezclada, al mestizo. Los españoles rechazaban a sus hijos mestizos.  Como  resultado, han escrito Paz y otros  autores,  el mestizo considera a su madre india como un símbolo de sumisión  y humillación y a su padre español como el representante del  poder y la dominación. En México, la expresión VALE MADRE quiere  decir algo sin valor, mientras QUÉ PADRE es un elogio.
        Pero México no es el único país de machos ni el machismo  es sólo  venganza. Cuestionamos a algunos de los machos que  conocemos,  en busca de otras explicaciones. Ellos nos  recordaron  que cuando  no  se  consiguen mujeres "buenas",  los  latinos  suelen  recurrir  a las prostitutas para su primera  experiencia  sexual. Esto también define la relación del macho con una mujer. Para él, las mujeres son objetos de placer. Un reflejo de su voluntad.
        Todas las mujeres latinas con las que conversamos resultaron culpables  de reproducir el machismo. Las madres dejan sueltos  a sus  GALLOS, mientras mantienen a las gallinas en casa. Educan  a sus  hijas para que sean madres y traten a sus hijos como  reyes. "Papi",  les  dicen, elevándolos a la categoría  del  padre.  Más tarde,  la madre se vuelve cómplice de las aventuras sexuales  de su  hijo.  La  madre  de Cecilia, por  ejemplo,  en  una  ocasión permitió  a su hijo casado usar el teléfono a pesar de que  sabía que llamaría a una novia.
        Empero,  culpar  a  las madres  por  perpetuar  el  machismo resultó  ofensivo  para las  estadounidenses  que  entrevistamos. Dijeron  que los padres ausentes o insensibles son los que  daban el mal ejemplo. Las madres latinas crían a sus hijos lo mejor que pueden.
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        La  doble pauta puede darse originalmente en el hogar,  pero se  refuerza  en la escuela. Vietnika, una mexicana de  26  años, recuerda  un incidente cuando cursaba el quinto año de  primaria: un niño le jaló la falda para dejar al descubierto su ropa  interior frente a la clase. Turbada y furiosa, se desquitó lanzándole su  bolígrafo. El chico gritó y ella fue expulsada.. "La  maestra nunca  me  dio la oportunidad de decirle lo que  había  sucedido, nunca  me  escuchó. El niño era la víctima",  dice  Vietnika.  La lección: ella debió someterse al abuso.
        Pero las lecciones no terminan ahí.
        Como adultos, los machos insisten en que los hombres  tienen derecho a las  aventuras  sexuales.  Una  mujer mexicana-estadounidense recuerda un almuerzo con un político mexicano. Al terminar de comer, él le preguntó abiertamente si iba a acostarse con él. "¿Qué pasa con tu esposa?", le preguntó ella sorprendida. "¿Qué tiene que ver con esto?", le prenguntó él a su vez, con genuina sorpresa.
        A pesar de que esa actitud enoja a muchas mujeres estadounidenses,  otras  deciden  disfrutar del sexo que  se  les  ofrece.
Jennifer,  una mujer de negocios de 32 años que sale con  hombres casados nos dice: "Nunca lo haría en mi país, pero mi  moral es  diferente aquí. Todos los hombres en México tienen  amantes. Una de las primeras frases que aprendí en español fue CASA  CHICA (la casa de la amante). Además, todos los de mi edad están  casados. El tiene 35 años, me interesa. Le conté a una amiga  mexicana acerca de este hombre y me dijo que no lo hiciera porque nunca se casaría conmigo. Pero eso no era importante para mi".
        Aquí nos topamos con la complicidad gringa hacia el  machismo;  muchas  cambian sus principios cuando  cruzan  la  frontera, haciendo  lo  que no harían en casa. Algunas  estadounidenses  de clase media que no se atreverían a mirar dos veces a un conductor de  trailers en Texas, se enamoran de un lanchero  analfabeto  de Acapulco.
        Y no son las únicas contradicciones. Mientras las estadounidenses resienten el hecho de no poder sentarse solas en un café a leer  un libro o salir solas a dar un paseo sin ser acosadas  por los hombres, muchas también disfrutan de la atención que  reciben  de  la  forma en que los machos las hacen sentir. Los  machos  se fijan en su belleza no en sus defectos.
        En casa, una gringa puede sentirse gorda, pero en México  la misma  mujer escucha que tiene bonitos ojos. Los  gringos  tienen mucho  cuidado de lo que dicen a las mujeres, no sólo en  público sino  en privado, no así los latinos. A muchas gringas les  gusta la  emoción  burda de los latinos -la misma emoción,  quizá,  que permite a los machos gritar sus canciones rancheras y sus piropos que tanto odian las gringas.
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        Nuestro trabajo de varias semanas está llegando a su fin en un  restaurante  llamado,  ¿de qué otra  manera?:  Macho.  Aunque comenzamos  con puntos de vista tan disímiles,  encontramos  cada vez  más aspectos en los que coincidimos. Marjorie se  sorprendió al  descubrir  tanto  complicidad femenina con  el  machismo  -de estadounidenses y de latinas por igual-. Ahora lo entiende. Ahora podrá  enseñar a su hija de un año tres meses a pelear mejor  sus batallas  de lo que lo hizo su madre, a ser firme en  el  combate contra el machismo, pero tal vez sin tanta rabia.
        Cecilia,  quien se sorprendió tanto por la intensidad de  la furia de las estadounidenses, se percata ahora de lo delicada que es  la línea entre lo inofensivo y lo opresivo. Nunca  volverá  a decir  a  sus  dos pequeños hijos "no sean  como  niñas",  cuando empiecen  a  llorar.
       Ambas queremos  que  nuestros  hijos entiendan  que el mundo debe ser justo para la mujer y que  ellos deben contribuir a que sea de esa forma.
        Mientras esperamos la cuenta, miramos a nuestro alrededor  y nos  percatamos  de que somos las únicas mujeres que  no  estamos acompañadas por un hombre. Afuera, sobre el elegante Paseo de  la Reforma, vemos que la vasta mayoría de personas que van y  vienen del  trabajo  está conformada por hombres. Y recordamos  por  qué empezamos  esta conversación: porque estamos de visita en  MACHOLANDIA,  un mundo que pertenece a los hombres y es  manejado  por ellos.
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