sábado, 28 de septiembre de 2013

Marinero en el Huracán


          El sacerdote Manuel Marinero dejó la sotana colgada en el gancho y, de huaraches y pantalón de mezclilla, caminó hasta el altar.  Los feligreses se quedaron mudos de la sorpresa de ver a su párroco vestido de paisano, seguido unos pasos atrás por una muchacha de veitinueve años, de nombre Patricia Ramírez.
Los meses anteriores no habían sido fáciles para los dos. Marinero no lograba arrancarse la culpa y se esforzaba por esxplicarle a Patricia que eran casi cuatro décadas de asimilar y enseñar que la union de la carne era un pecado mortal, pero aún si la cometía un sacerdote.
Cuando caminaban por las calles, ella le insistía:
-¡Abrázame, abrázame!
-Ya va a llegar el día, ten paciencia -respondía él.
Una tarde, mientras caminaban oor el zócalo de Oaxaca, Marinero, entonces de cincuenta y un años, la atrajo hacia su cuerpo y le dio un largo y prolongado beso en la boca. A Patricia ya se le notaba el embarazo.


       Pero el día definitivo había llegado hasta ese domingo 11 de mayo de 1997 en que Marinero había dejado el alba y la estola colgadas en la sacristía de San Bartolo Coyotepec, una parroquia a doce kilómetros de la ciudad de Oaxaca, y se dirigió a sus parroquianos como hombre y no como cura. Les habló del amor que le profesabaa su mujer y a su hijo, de cuatro semanas de nacido. Les dijo que apenas dos días atrás, el viernes 9 de mayo, había contraído matrimonio civil con Patricia. Su novia. Su esposa, La madre de su hijo..
-Vengo vestido así porque la decision está en sus manos. Si ustedes quieren, continuo. Si no, me retiro, y muchas gracias por todo -explicó Marinero y se quedó esperando, en silencio.
"¡Sígale, sígale!", fue la voz que oyó de sus parroquianos, algunos de pie, animandolo a que celebrara la misa. Marinero volvió sobre sus pasos y se vistió los ornamentos sacerdotales. Tras haber consagrado la eucaristía. Marinero entregó con sus manos la comuión a los feligreses de su parroquia.
Cinco semanas después de que Marinero hizo público su matrimonio frente a sus parroquianos, el arzobispo de Oaxaca, Héctor González Martínes, le diijo que estaba fuera de la Iglesia católica. Marinero protestó: no podían echarlo de esa manera sin antes hacerle un juicio canónico. Condescendiente, González Martínez lo mando un mes a que se internara en Casa Alberione, en Guadalajara, como condición para que regresara al servicio religioso.
Casa Alberione fue fundada por el entonces cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo, y el sacerdote Marcelino Hernández -hoy Obispo de Orizaba- en 1990, con el propósito de proveer asistencia psicológica a presbíteros con problemas sexuales, adicciones y despresión.
Casa Alberione se ha vuelto tristemente célebre por refugiar a sacerdotes acusados de agresiones sexuales, como el costarricense Enrique Vázquez, que evadió ahí una orden de captura de la Interpol por abuso de menores, de acuerdo con un reportaje de Ana Lilia Pérez publicado en CONTRALINEA en octubre de 1 2006.
Por Casa Alberione, entre 1990 y 2009, habían pasado novecientos setenta curas de diversos países, según la cifra que le dio a Semanario -el órgano oficial de la arquidiócesis de Guadalajara- Celia de Juan, quien presta sus servicios a la casa desde su apertura.
En un mes de internamiento, a Marinero le tocó convivir con siete curas maniacos sexuales, tres violadores, dos alcohólicosa activos, dos homosexuales y dos maniaco-depresivos.
"De los dieciocho sacerdotes qeu estábamos en tratamiento en Alberione a mí era el único al que le tenían prohibido celebrar la misa. Un violador sí podia celebrarla, pero no al sacerdote que daba la cara por su esposa y por su hijo", recuerda.
Según ru relato, la psicóloga Celia de Juand le advirtió:
-Tú estás bien, Marinero, pero desiste de esto que hiciste o, si no, te van a acabar.. Vas a perder mucho.
-No voy a perder, Celia, si es una ganancia, es un sacramento -se defendía Marinero respecto a su matrimonio.
"Querían que firmara un documento en el que renegara de mi mujer y de mi hijo. No lo firmé", me dice.
Mientras Marinero estuvo internado en Alberione no recibió llamadas telefónicas de Patricia. Por fin, a tres días de que terminara su terapia, ella lo telefoneó con una voz seca y cortante.
-¿Qué pasa, corazón, por qué no me hablas con ternura? -le preguntó.
-Tú y yo ya nos somos nada. Ahora que vuelvas agarras tu vida aparte -respondió ella.
Alarmado, tomó el primer autobus a Oaxaca. Patricia le explicó el porque de su frialdad: le habían llamado tres veces desde la arquidiócesis para decirle que estaba cometiendo un pecado y debía terminar su relación con el cura.
Marinero le pidió que no hiciera caso de esas voces. Regresó a Alberione, en Guadalaljara, a terminar su terapia. Después volvió a Oaxaca. En las oficinas de la arquidiócesis ya no lo recibió el arzobispo González Martínez, sino el Obispo auxiliar, Miguel Ángel Alba.
-¡Agarre sus tililches y lárguese! No tiene nada que hacer aquí -recuerda Marinero que le dijo el Obispo auxilliar, al reprenderlo por no aceptar las condiciones de Casa Alberione. Marinero le reclamó el maltrato. Alba le hizo un cheque y se lo dio, doblado. Alcanzaba para comprar una despensa y pagar la deuda del boleto de autobus a Guadalajara. Lo recibió y se fue. No se volvieron a ver más.
Manuel empacó sus cosas. Los habitantes de San Bartolo Coyotepec, sin embargo, decidieron en asamblea comunitaria que, mientras viviera, Marinero podía habitar la casa parroquial -que le partenecía a la comunidad y no a la Iglesia- aun cuando la aquidiócesis enviara a un sacerdote sustituto.
"La gente me dijo: 'Alégrese, padre, la casa es de usted'. Yo me puse a llorar de alegría', rememora.
El sacerdote expulsado siguió -y sigue- celebrando misas en domicilios particulares, patios de escuela o salones de baile. Ha casado a parejas de jóvenes. En 2004, la agencia Apro relató una misa para homosexuals y lesbianas que presidió Marinero a unos pasos de la parroquia. Frente a 35 personas dijo:
-Yo también soy un excluido de la Iglesia, y así me pueden decir, que soy un carbrón,  un hijo de la chingada [pero] yo tengo un espacio con Dios como lo tienen los homosexuales y las lesbianas, porque antes que nada somos pesonas.
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Tomado de OVEJAS NEGRAS de
Emiliano Ruiz Parra
Ed. Oceáno
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