jueves, 9 de enero de 2014

Anécdotas (Napoleón Bonaparte)


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ANÉCDOTAS DE NAPOLEÓN BONAPARTE


Los Eruditos
Napoleón Bonaparte solía rodearse de gente erudita.
       Entre ellos se contaban:
      Gaspard Monge, célebre matemático que, a sus cincuenta y dos años, era el miembro más veterano del  gupo de eruditos que trabajaban con Napoleón Bonaparte.
Monge fue el fundador de la geometría descriptiva.
Durante la Revolución le dió por rescatar a la industria francesa del cañón.  Monge ordenó fundir las campanas de las iglesias para fabricar piezas de artillería.
      Nicolas-Jaacques Comté fue el primer hombre de la historia que había usado globos para llevar a cabo reconocimientos militares, concretamente en la batalla de Fleurus. Fue también él quien inventó una nueva clase de instrumentos para escribir llamado lápiz que no requería tintero, y lo llevaba consigo en su chaleco para dibujar las máquinas que su inventivo cerebro no dejaba de idear.
      Déodat Guy Silvain Tancrede Gratet de Dolomieu era un célebre geólogo.
A los cuarenta y siete Dolomieu había llegado a ser porfesor de la escuela de minas y descubridor del mineral llamado dolomita.
      Etienne Louis Malus, matemático y experto en las propiedades ópticas de la luz, era ingeniero militar.
      Jean-Batiste Joseph Fourier era otro célebre matemático.
      Jean -Michel de Venture,  economista, orientalista e interprete.
      Étienne Geoffrey Saint-Hilaire, zoologo.
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       Pues bien, Napoleón Bonaparte
solía escoger algún tema y designaba a los encargados de debatirlo y los embarcaba en interminables discusiones sobre política, sociedad, tácticas militares y ciencia.
Algunos debates llegaban a durar hasta tres días surgiendo, a veces, corrosivas envidias sobre propiedad privada, discusión sobre la edad de nuestro planeta, sobre la intepretación de los sueños y varias sobre la verdad o utilidad de la religión.
En una de las muchas veladas se discutió sobre religión.
Fue ahlí donde las contradicciones internas de Napoleón se hicieron visibles; en un momento se reía de la existencia de Dios y en  el siguiente, se persignaba nerviosamente con un instinto corso.
Nadie sabía en qué creía, y él menos que nadie; sin embargo, Bonaparte era un firme defensor de la utilidad de la religión para controlar a las masas.
-Si pudiera fundar mi propia religión gobernaría Asia -les dijo.
-Me parece que Moisés, Jesucristo y Mahoma se os adelantaron en ello, general -dijo Tancrede secamente.
-A eso me refería -dijo Napoleón Bonaparte-. Los judíos, los cristianos y los  musulmanes remontan sus orígenes a las mismas historias. Todos adoran al mismo Dios. Excepto por unos cuantos detalles insignificantes acerca de qué profeta tuvo la última palabra, son más parecidos que distintos. Si les dejamos claro a los egipcios que la Revolución reconoce la unidad de la fe, no deberíamos tener problemas con la religión. Tanto Alejandro como los romanos mantenían la política de tolerar las creencias de los conquistados.
-Son los creyentes que más se parecen los que más fervientemente combaten por las diferencias -advirtió Comté-. No olvidéis la Guerra entre católicos y protestantes.
-Pero ¿no estamos en el amanecer de la razón, de la nueva era científica? -intervino Fourier-. La humanidad quizás está punto de volverse racional.
-Ningún pueblo sometido abraza la racionalidad a punta de pistola -respondió Venture.
-Alejandro sometió a Egipto declarándose hijo tanto del Zeus griego como del Amón egipcio -dijo Napoleón-. Tengo intención de tolerar tanto a Mahoma como a Jesucristo.
-Mientras os persignáis como el Papa -le reprendió Monge-. ¿Y qué hay del ateísmo de la Revolución?
-Una postura condenada a fracasar, y es el  mayor error que se ha cometido. El que Dios exista o no es inmaterial. Lo que pasa es que cuando se hace que la religión, o incluso la superstición, entre en conflicto con la libertad, la primera siempre prevalence sobre la última en la mente de la gente.
-Además, son las religiónes las  que evitan que los pobres asesinen a los ricos.
Era la clase de juicio político cínicamente perceptivo que a Bonaparte le gustaba emitir para no perder estatura intelectual ante la erudición de los científicos. Le encantaba provocarlos.
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La fortuna es mi ángel
Le preguntó a Napoleón Bonaparte:

         -Sois un hombre muy seguro de sí mismo.

       -Soy un visionario. Mis generales me tachan de soñador. Pero mido mis sueños con los calibradores de la razón. He calculado cuántos dromedarios harían falta para cruzar el desierto hasta la India. Tengo imprentas con caracteres arábigos para poder explicar que vengo en una misión de reforma. ¿Sabéis que Egipto nuna ha visto una iprenta? He ordenado a mis oficales que estudien el Corán; y a mis tropas, que no se presten al saqueo o molesten a las mujeres árabes. Cuando los egipcios entiendan que estamos aquí para liberarlos, y no para oprimirlos, se unirán a nosotros contra los mamelucos.

        -Pero mandáis un ejército que no dispone de agua.

-Hay un centenar de cosas de las que carezco, pero confiaré en Egipto para que me las suministre. Eso fue lo que hicimos cuando invadimos Italia. Eso fue lo que hizo Hernán Cortés cuando quemó sus naves tras desembarcar en México. Nuestra falta de cantimploras deja claro a nuestros hombres que nuestro ataque debe triunfar.

         -¿Cómo podéis estar tan seguro, general? Con lo que a mi me cuesta estar seguro de nada.

-Porque aprendí en Italia que la historia está de mi lado.
Hizo una pausa, como para sopesar si debía hacerme más confidencias, si podía añadirme a su seducción política.
-Durante años me sentí condenado a llevar una existencia corriente. Yo también vivía presa de la incertidumbre. Era un corso sin dinero, hijo de una realeza que vivía sumida en la miseria y el atraso, un isleño colonial con un marcado acento cuya infancia había transcurrido bajo las burlas y los desdenes de una escuela militar francesa. Las matemáticas eran mi único aliado. Entonces llegó la Revolución, surgieron las oportunidades y yo saqué el máximo provecho posible de ellas. Me impuse en el sitio de Tolón. París reparó en mi. Se me concedió el mando de un precario ejército que no lograba salir vencedor en el norte de Italia. Al menos ahora parecía que podía haber un futuro, aunque todo pudiera perderse de nuevo en una sola derrota. Pero fue en la batalla de Arcola, mientras combatía contra los austriacos para liberar Italia, cuando el mundo realmente me abrió sus puertas. Teniamos que atravesar un puente por un camino traicionero, y una carga tras otra se malogró hasta que los accesos quedaron alfombrados de cadáveres. Finalmente supe que la única forma de alzarse con la victoria era encabezando una última carga yo mismo. He oído decir que vos jugaís a las cartas, pero no existe apuesta como ésa: balas como avispas, todos los dados arrojados en una sola tirada para ganarse la gloria, los hombrs que vitorean, los estandartes que chasquean al viento, los soldados que caen. Atravesamos el puente y salimos vencedores, no sufrí ni un solo arañazo, y no hay orgasmo comparable a la exultación de ver huir un ejército enemigo. Regimientos franceses enteros se aglomeraron a mi alrededor después, para vitorear al muchacho que antaño había sido un paleto corso; en ese instante vi que todo era posible (¡todo!) con sólo atreverme. No me preguntéis por que pienso que la fortuna es mi ángel, simplemente sé que lo es. Ahora me ha traído a Egipto, y aquí, quizá, pueda emular a Alejandro como vosotros los sabios emuláis a Aristóteles.
Me apretó el hombro con la mano, la mirada abrazadora de sus ojos grises clavada en mi bajo la pálida luz que precede al alba
-lCreedme!
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Los tres matemáticos
En 1811 el Imperio de Napoleón resplandecía deslumbradoramente sobre Europa.
En la corte, las damas estaban  cubiertas de joyas, y los ministros  brillaban con condecoraciones ofrecidas por el emperador victorioso quien vigilaba desde el trono a la nueva aristocracia que él había creado, así como a la vieja aristocracia que el esplendor de su corte había vuelto a traer del exilio.
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Napoleón era mezquino, arrogante, deshonesto con los demás y aún más deshonesto consigo mismo pues era incapaz de autocriticarse.
 Pero, fue el primero de los gobernantes que comprendió la verdad de que la ciencia no es un lujo. Estaba convencido de que la ciencia gana también guerras. Quería que la Escuelal Politécnica, orgullo de su Imperio, creciera y floreciera.
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En aquel entonces existía en Francia una tradición matemática creada por Lagrange, Laplace y Monge. Fueron ellos los que influyeron sobre las futuras generaciones de matemáticos no solo en Francia sino en todo el mundo.

-¿Cuál fue la aportación de esos tres hombres al mundo de la ciencia?          

       La celebrada obra de Lagrange "Mecánique Analytique" corona la mecánica clásica de Newton, la erige formalmente en una estructura tan bella y rigurosa como la geometría.
 Lagrange dijo que Newton no solo fue el más grande sino el más afortunado de los sabios porque solo cabe crear una vez la ciencia de nuestro mundo y ¡Newton la creo!
La también celebre obra de Laplace "Mecánique Céleste" es el testimonio de la grandeza de su autor.
Laplace, hijo de un campesino, tenía sesenta y dos años en 1811 y se había convertido en el conde Pierre Simon de Laplace. La Gran Revolución le había dado distinciones y honores, el Consulado lo había hecho Ministro de Interiro el Imperio lo había hecho conde, la Restauración había de hacero marquez, Laplace, el hombre pequeño y el gran snob, era un sabio ilustre.
Por otro lado, Monge, fue el inventor de la Geometria Descriptiva.
En varias ocasiones Napoleón había hojeado la "Mecánique Céleste" de Laplace, y queriendo exponer sus propias opiniones sobre el Universo esperó una ocasión que se le presentó en un baile en las Tullerías. Al ver Napoleón a Laplace en un circulo de personas se le acerco y le dijo:
-Señor conde de Laplace, acabo de echar otra ojeada a sus volumenes sobre el Universo. Hay algo que se echa de menos en su imporatante obra. Olvidó mencionar al hacedor del Universo..
Laplace se inclinó y por su rostro pusó una disimulada sonrisa.
-Señor, no necesite utilizar esa hipótesis.
Napoleón volvió su mirada hacia el vecino de Laplace que era el anciano Lagrange.
-Y usted, ¿qué dice a eso?
-Es una buena hipótesis explica muchísimas cosas,
Napoleónse volvió hacia Monge quien, sin esperar pregunta alguna, repuso:
-El Universo de Laplace es tan preciso y eficiente como un buen reloj. Si discutimos sobre relojes, no necesitamos discutir sobre los relojeros especialmente porque nada sabemos sobree ellos.
Napoleón miró a quien había hablado y lo miró como si quisiera desaparecerlo y le dijo:
-Ah, señor Monge debería saber que usted no se contiene cuando se trata de religiión. De modo, señor Monge, que usted piensa que el relojero no debe ser mencionado. Infortunadamente, estoy seguro de que muchos de sus estudiantes de mi Escuela Politécnica estarán de acuerdo con su amado maestro.
Apartando los ojos del inventor de la Geometría Descriptiva les dijo:
-Yo, como cabeza del Gran Imperio deseo que ustedes, caballeros, que gozan de mi estima y amistad, dejen de una vez por todas de lado su pasado ateo, que no todos ustedes parecen haber olvidado. La época de la Revolución ha quedado atrás. He restaurado a los sacerdotes, sin bien no al Clero, quiero que ellos enseñen la palabra de Dios de modo tal que no se la olvide. Tengan la bondad de recordar que una religión moderada tiene y tendrá un lugar en mi Imperio.
Sin esperar respuesta alguna Napoleón se apartó bruscamente para ir a departir con el resto de sus invitados.
       Los tres científicos solían escuchar a Napoleón con sonrisas medio amistosas y medio irónicas. Sabian que los gobernantes del mundo raras veces tienen dudas, que trinfan solo porque su ignorancia esta mezclada con una arrogancia aún mayor. Sus propias vidas les habían enseñado que, contrariamente a un  rey, un matemático solo triunfa si tiene dudas, si procuran humilde e incesantemente disminuir la inmensa extensión de lo desconocido.
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