miércoles, 8 de enero de 2014

Feminismo en Japón


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FEMINISMO EN JAPÓN


James A. Michener

Recientemente una linda joven de 19 años nacida en Tokio y llamada Keiko-san se unió a centenares de muchachas en un movimiento revolucionario que está conquistando al Japón.
La cosa fue harto sencilla.
En vez de ponerse el ceñido quimono como lo hizo su madre a la misma edad, se metió en un vestido como el que llevan las jóvenes de París o Nueva York.
        En vez de peinarse la gran mata de pelo para darle el aspecto de una peluca, se pasó los dedos por la melena recortada al estilo de Audrey Hepburn.
        Luego se puso unos calcetines tobilleras, se calzó zapatos a dos colores y se embadurnó los sonrientes labios con lápiz rojo subido.
        Continuó Keiko-san actuando revolucionariamente en su clase de la universidad, donde tuvo la osadía sin precedentes de discutir con un estudiante varón, al cual dijo en voz alta y clara:”Me parece que estás equivocado”.


        Y cualquier día de estos participará a sus asombrados padres que se ha enamorado de un mozo de su elección y va a casarse con él.
        La cosa no acaba ahí.
        Cuando llegue a la edad requerida, la encantadora Keiko-san va a votar… y hasta es posible que se presente de candidata a algún cargo.
        Antes de la guerra no hubiera podido hacer ninguna de estas cosas.
La magnitud de la revolución de Keiko-san ha aturdido al Japón, desconcertado a los varones y dado una inyección de optimismo a todo el mundo libre.
Consideremos en primer término lo  que hubiera sido la vida de Keiko-san antes de los recientes cambios.
Cuando se extendió por el país el rumor de que yo iba a escribir sobre la nueva mujer japonesa, por lo menos una docena de varones me preguntaron con acritud:
“¿Qué tenía de malo el modelo antiguo?”
La pregunta es razonable, porque si Keiko-san hubiera sido criada a la usanza tradicional habría sido el regalo más exquisito del mundo para cualquier hombre.
Desde la infancia la habrían educado para servir.
La primera lección cruel que habría aprendido sería que, según las leyes japonesas, tenía derecho a muy poquitas cosas.
No podía heredar bienes, a no ser por expresa voluntad del testador.
No se le permitía votar ni asistir a reuniones públicas.
Hasta 1922 se le prohibía escuchar discursos políticos, y hasta 1930 le estaba específicamente vedado “tener el puesto honorario más insignificante sin el consentimiento escrito de su marido”.
También la vida de familia hubiera estado rigurosamente delimitada para Keiko-san.
No hubiera podido divorciarse de su marido ni aun en el caso de que éste tuviera nuevas esposas.
        El marido, en cambio, habría podido divorciarse de ella por razones nimias y quedarse por lo general con los hijos.
        Si el marido moría intestado, no le podía suceder en sus bienes.
        Ni estaba bien visto que volviera a casarse.
Pero si la ley era esclavizante lo era mucho más la costumbre.
        Keiko-san hubiera vivido encerrada en su casa, se habría presentado raras veces en público con su marido y nunca hubiera pertenecido a asociaciones femeninas “para que no le trastornaran la cabeza con ideas perturbadoras”.
        Por otra parte, su tarea hubiera sido muy sencilla: “Tener contento a su marido y criar muchos varones,” a los cuales estaba obligada a mimar vergonzosamente.
        Y si, por desventura, su descendencia era exclusivamente femenina, podía estar segura de que sus amigas no mencionarían nunca la cosa, por lo menos en público.
        Kuna de las más bellas obras dramáticas del teatro clásico japonés retrata a la japonesa ideal.
        Su marido se ha enredado con una mujer de casa de té y la esposa se lamente:
        “La culpa debe ser mía. Bien no le he satisfecho como esposa, bien he hecho sin querer algo que ha disgustado a mi excelente marido. De otro modo no se hubiera deshonrado como lo está haciendo al conducirse así. Pero, puesto que ya lo ha hecho, lo menos que me corresponde es suicidarme para que el pueda casarse con esa mujer como es debido.”
        Al oir estas palabras el público masculino rompe en estruendosas ovaciones.
Las muchachas a la moda del estilo de Keiko-san no aplauden insensateces semejantes.
Las llaman despreciativamente “feudalismo,” la peor palabra del Japón de la trasguerra.
        Y tienen razón. Porque el tipo de mujer tradicional japonesa que el mundo venera fue mero accidente y uno de los más extraños de la historia asiática.
Hacia el año 1600, los filósofos reaccionarios japoneses encerraron al hasta entonces libre pueblo del Japón en la armadura de rígido sistema feudal, peor que ninguno de los de Europa.
Las que más perdieron fueron las mueres, que desde entonces pasaron a ser “las gobernadas.”
Se convirtieron en esclavas de sus hogares y sus hombres.

         ¿Cómo era la mujer japonesa original?

En el antiguo Japón eran atrevidas y valientes.
Con anterioridad al feudalismo, fogosas reinas gobernaron con frecuencia las islas.
A veces las mujeres predominaron en los cargos públicos elevados, y existen testimonios de mujeres generalas que mandaron las tropas de sus maridos en los campos de batalla.
Las fuertes féminas del antiguo Japón hubieran rechazado asqueadas a las medrosas criaturas de bobalicona sonrisa que se estilaron en el Japón feudal y crearon el modelo de conducta femenina que había de durar más de tres siglos.
        Así estaban las cosas cuando el general Douglas MacArthur dictó en 1945 una serie de leyes sensacionales en las cuales se decretaba la libertad de las mujeres.
        Los resultados de aquellas disposiciones conmovieron al Japón más que el terremoto de 1923, y todavía no se ha repuesto de la conmoción.
Se dijo a las mujeres: “Podéis votar,” y en 1946 eligieron 39 mujeres para la cámara baja y 11 para la alta cámara de la Dieta.
        Las mujeres recién elegidas manifestaron con firmeza que “iban a participar en el gobierno del Japón.”
        Los hombres se quedaron con la boca abierta.
Se permitió que las mujeres desempeñasen cargos públicos provinciales, y no tardaron en ocupar 985 puestos.
        Se las autorizó a participar en “juntas docentes, comisiones y corporaciones municipales,” y se adueñaron muy pronto de otros 50,000 cargos.
        Se generalizó la asistencia de muchachas a las universidades y la matrícula alcanzó considerables proporciones.
        Se las dejó en libertad de enseñar a los varones en los colegios secundarios, y millares de ellas empezaron a ganarse bien la vida como maestras de escuela.
        Ya antes de la guerra las mujeres trabajaban en la industria, pero ahora pusieron manos a la obra y al cabo de algún tiempo 16,400,000 muchachas tímidas se habían adueñado del 41% de todos los empleos del Japón.
Luego empezaron a poseer y dirigir negocios propios.
Una vez iniciada, la revolución no tuvo límites.
“La libertad de las mujeres –me dijo cierto japonés bien informado- dará por resultado la salvación del país.
 Cuando hayan quedado olvidados todos los demás actos de los norteamericanos, estas mujeres decididas se aferrarán a su nueva vida.”
El cambio ha llegado a todas partes.
Por ejemplo, en un té dado hace poco tiempo en el antiguo palacio de la princesa Takamatsu, solamente siete de las cien distinguidas damas invitadas llevaban quimonos.
Este año, en las danzas primaverales de las geishas –uno de los acontecimientos de sociedad más tradicionales- más del 75% de las mujeres que formaban parte del público iban vestidas a la moda occidental.
Todavía más sorprendentes han sido los efectos de la revolución en las costumbres matrimoniales.
Una entrevista reciente con cien muchachas universitarias demostró que más del 70% se han propuesto escoger marido por sí mismas en vez de dejárselo a los padres.
Hasta en el mismo Kyoto, antiguo refugio de las modas tradicionales, las jóvenes insisten en ejercitar su derecho a tratar a los muchachos y salir con ellos antes de contraer matrimonio.
Los viejos se escandalizan al ver parejas con las manos enlazadas en lugares públicos.
        Una belleza de negrísima cabellera me hizo esta confidencia.
        “Ahora hasta podemos dar besos… como Grece Kelly.”
        La mujer moderna puede pedir el divorcio.
        Con asombro de la nación, en el 75% de los procedimientos iniciados por mujeres, siendo la mujer parte inocente, ha podido ésta retener la tutela de la prole.
        “Y muy pronto –profetiza una fémina muy decidida- las viudas podrán volverse a casar.”
        Muchos varones han iniciado movimientos de resistencia contra la libertad femenina.
        La junta de instrucción pública de Chiba anunció recientemente que no volvería a tomar maestras, por estar las mujeres evidentemente menos capacitadas que el hombre, tener desventajas físicas, no poder enseñar gimnasia y pedir igual paga.
        Los dirigentes de un importante sindicato hicieron saber recientemente lo que sigue:
“Hemos llegado a la conclusión de que ninguno de nosotros debe casarse con una mujer que hable en las reuniones sindicales. Las mujeres deben guardar silencio como en otros tiempos.”
        Los estrategas políticos han iniciado ya maniobras destinadas a reducir el número de mujeres que ocupan asientos en la Dieta.
        En vez de elegir algunos miembros de la alta cámara a pase de elecciones nacionales, por las cuales queda asegurada la victoria de unas cuantas mujeres, abogan por distritos electorales más reducidos “donde los hombres puedan visitar a cada elector y conservar todos los asientos.”
Las 39 diputadas de 1946 han quedado reducidas a ocho en la corriente legislatura.
También los negocios contribuyen a meter en cintura al nuevo estilo de mujer.
La bella señora Sumiko Tanaka, que actuó como observadora del Japón ante el Comité de los Derechos de la Mujer de las Naciones Unidas, confiesa:
“Los negocios han empezado a rechazar mujeres con títulos universitarios. Así que a las muchachas sólo les queda casarse… muchas de ellas a la antigua usanza. Dicen con desdén que es su retirada al feudalismo.”
        El doctor John Ashmead, profesor norteamericano que enseña en una de las mejores universidades japonesas, cuenta:
“Era desconcertante. Sumiko-san era la mejor alumna que yo había tenido en la vida. A veces parecía saber más que yo. Pero en las sesiones de prácticas se sentaba siempre en silencio mientras los  alumnos del sexo fuerte incurrían en errores ridículos. Por fin la lleva aparte y le pregunté por qué dejaba pasar aquellos errores sin ponerles la debida enmienda.
“¿Cree usted –susurró- que voy a corregir a un hombre en público, tal vez a riesgo de no poder casarme después?”
Algunos sicólogos japoneses han empezado a prevenir públicamente a las mujeres.
“Se están engañando ustedes mismas –les dicen-. Quieren tener libertad y cocinas modernas como en los Estados Unidos.  ¿Pero saben ustedes lo que quieren las mujeres estadounidenses? Han conquistado la liberad para descubrir que lo que en realidad quieren es la seguridad de un hogar y una familia.”
Se están haciendo estudios encaminados a demostrar que los matrimonios concertados por los padres dan generalmente mejor resultado que los contraídos a la última moda; y surgen en todas partes filósofos improvisados que intentan convencer al país de que “la esposa japonesa al  estilo antiguo era la mujer más feliz del mundo… y no lo sabía.”
        Este año he presenciado un divertido incidente de la contrarrevolución masculina.
        Cierto dueño de fábrica, hombre de ideas modernas, alquiló 10 grandes autobuses para llevar a sus obreros a la visita-merienda anual  a los cerezos, fiesta donde tradicionalmente los hombres del Japón lo pasan muy bien.     

           -¿Por qué 10 autobuses?

Uno del comité organizador de los festejados preguntó suspicaz-. Siempre nos han bastado cinco.
        -Pero este año pueden ustedes ir con sus esposas, al estilo de ahora.
        -Preferimos trabajar – contestaron los comisionados. Y suspendieron la merienda.
        A veces hasta las mismas mujeres defienden el retorno al viejo sistema.
        Después de haber visitado algunos hogares al estilo occidental, cierta joven esposa japonesa pensó que era mejor dormir en cama a la manera occidental que en el suelo al estilo japonés.
        El marido la embromó por sus tendencias modernistas y manifestó  que él  continuaría durmiendo en el suelo.
Fue un arreglo satisfactorio  hasta que la suegra de la mujer fue a visitar a su hijo.

         -¿Qué es esto?   

-Una cama –explicó la nuera.

         -¿De quién es?   

-Mía.
-Llévatela de aquí –ordenó la suegra-.  Llévatela.  No permitiré que ninguna muchacha duerma más alto  que mi hijo.
Los tradicionalistas tienen razón en dos cosas. “La mujer de nuevo estilo que da tanto que hablar –me dijo uno de ellos- vive solamente en las ciudades grandes. En el campo todo sigue como siempre: El hombre es todavía el amo.”
La segunda cosa en que tienen razón es que la nueva mujer ha surgido con el apoyo de la ocupación norteamericana.
Hasta las mujeres comprenden que, si vuelven los tiempos difíciles, y con ellos el desempleo, tendrán que adaptarse otra vez a las viejas usanzas.
Pero si bien se ejercen fuertes presiones contra la libertad, las fuerzas a favor de las mujeres son más poderosas cada día.
La campeona de los derechos legales de la mujer es una valerosa luchadora, la señorita Fusae Ichikawa, miembro de la alta cámara japonesa.
La consejera Ichikawa es una enérgica sesentona de grises cabellos que habla y obra como una batalladora sufragista de principios de siglo.
Una de las aventuras más gratas que reserva el Japón es conocer a esta mujer rebosante de vida.
        Vibra de entusiasmo cuando habla de las conquistas realizadas por las mujeres de su país.
        “No me diga que el general MacArthur nos dio la libertad –bufa-. Nos la ganamos nosotras mismas.”
        Y añade después de descargar un puñetazo en la mesa: “Y la vamos a conservar.”
        Fuerzas inesperadas apoyan a la consejera Ichikawa.
        El poderoso diario Mainichi tronaba no hace mucho:
        “Los diplomáticos japoneses tienen que poner en práctica la costumbre de ir al extranjero en compañía de sus esposas.
La vida moderna lo exige.
        Y cuando festejamos aquí en el  Japón a los extranjeros, tenemos que invitar también a nuestras esposas.”
        Este cambio se ve con toda claridad.
        Durante mis primeros siete viajes al Japón solamente conocí en sociedad a una japonesa casada.
        Solía ocurrir que un extranjero viviese años en el país sin conocer a una sola mujer casada en los banquetes, los restaurantes ni el teatro.
Ahora empieza uno a conocer mujeres casadas, muchas de las cuales hablan excelente inglés.
        “Por muy insípida que resulte la conversación –me decía una de ellas- yo la encuentro emocionante. Ya ve usted,  hasta hace poco mi marido se iba siempre a comer con geishas.”
        Hasta en el sagrado huerto de la instrucción de los muchachos se empiezan a oír nuevas voces.
Una gran desgracia de la vida hogareña japonesa de nuestros días –dice un pedagogo- es el fracaso de los padres en criar a su prole masculina según nuevos principios que se hallen en consonancia con los progresos hechos en el mundo femenino.”
Los mozos de hoy educados al  viejo estilo se encuentran con frecuencia en apuros.
Cuando conocen a un chico que quiere salir con ellas, las muchachas empiezan por preguntar:

-¿Es usted de ideas modernas o feudalistas?   

Si contesta que es hombre a la antigua, se queda sin paseo.
La luchadora la señorita Ichikawa puede replicar: “Hemos ganado nuestra libertad.  Ahora lo único que tenemos que hacer es resguardarla.”
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2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. La forma en la que se cree en la igualdad en la actualidad en el mundo occidental, se terminará volviendo en nuestra contra; se está llendo contra la familia como la única estructura de la sociedad en la que se podía confiar ilimitadamente.

    Parece que a nadie le asusta que existan jerarquías en el trabajo, en las instituciones, en el estado; que tengas que obedecer normas impuestas por gente que tú no avalas como los diputadetes, o que tengas que obedecer a tu jefe en el trabajo; pero eso sí, cómo tratan de satanizar el que exista una jerarquía en el interior de la familia. Acaso el verdadero trabajo de la mujer no es ser la mejor esposa del mundo y apechugar cuando es necesario en beneficio de la familia. También el hombre tiene enormes responsabilidades y cargas dentro de éste contexto; el también debe aguantar y hacer todo lo que sea necesario para que su hogar éste seguro y nunca le falte nada.

    Para ver lo degradante de lo que busca el feminismo engendrado en el seno de las actuales potencias occidentales, sólo basta ver la degradación familiar que ha habido en estos lugares y particularmente en los paises más feministas como los escandinavos. Por ejemplo Suecia es un pais que se está pudriendo desde dentro; las relaciones de pareja son totalmente temporales y efímeras; parece que se ha convertido en un deporte nacional demandarse mutuamente y paradójicamente es uno de los paises con mucho mayor violencia entre los sexos.

    Ésto que tú platicas no es más que una invasión imperialista, tal cómo la que hubo al final de la guerra cuando los obligaron a firmar una cierta constitución ¿qué derecho tenían los estadounidenses de decidir como iban a gobernarse los japoneses en sus asuntos interiores?. Porque además paises occidentales han invertido recursos económicos para atacar la cultura tradicional japonesa. Japón tiene que hacer algo para defender su cultura, porque ceder ante lo que tú llamas moderno o libre no es más que repudiar su cultura y su escencia, y tiene costos que la gente feminista simplemente no quiere ver, pero que son enormes.

    La manera en la que describes la historía de la mujer no es realmente correcta; es cierto que por el año 1600 disminuyó la influencia pública de la mujer, pero ántes del 1600 también su poder era pequeño en comparación al de los hombres, algo que no quieres hacer notar en tu texto; además el confucionismo empezó a tener influencia en japón desde muchisimo ántes que le 1600 aunque con menos fuerza.

    Para no abundar más, debo decir que me molesta escuchar decir que los hijos deben ser educados de una forma más moderna, cuando vemos que las ideas igualitarias han llevado a otros paises a caer en el error del feminismo. incluso queriendo forzar a la sociedad a que se convierta en feminista con el uso de la fuerza del estado. Lo que se debería decir es vamos a pintar raya con la modernidad y a criar a nuestros hijos para que se conviertan uno en el complemento del otro y no en la competencia.

    No necesariamente todo lo que viene de occidente es malo, pero si la familia japonesa no conserva la escencia lo va a lamentar cómo muchos lo están lamentando ya en occidente. ¿acasó no es raro que haya tantos occidentales queriendo casarse con una japonesa? ¿no tendrá que ver que la japonesa se ha preparado con mucho más ahinco que una occidental para convertirse en una? ¿no parecería que los occidentales echamos a perder a nuestras mujeres creyendo en el feminismo y ahora volteamos a oriente donde todavía las mujeres hechas para ser el complemento del hombre?

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