domingo, 19 de junio de 2016

Fe y Ciencia


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FE Y CIENCIA

 Luis Lara Pardo

Desde el Medioevo Averroés y Seger de Brabante, que enseñaba en la Universidad de París, reconocían ya el conflicto de las dos vías paralelas, irreconciliables, de la Fe y la Ciencia. 



Como cristiano, decía Brabante, "debo admitir la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, la Redención y los artículos de la Fe; pero debo rechazarlos como filósofo".

¡Y todavía entonces la ciencia no había entrado de lleno en el camino fecundísimo de la experimentación!"

Después, me he convencido del abismo profundo, definitivo, imposible de colmar, entre la ciencia y el dogma católico.

La fecha señalada por la iglesia como de la creación del mundo en el año 4963 antes de la era cristiana es completamente inaceptable para las ciencias: para la astrofísica, que da a los astros edad infinitamente mayor; para la paleontología que posee pruebas inequívocas de la existencia de seres humanos hace muchos miles de años; para la geología, cuya era más reciente, la cenozoica, data de más de cincuenta millones de años, mientras la más remota con indicios de vida organizada se remonta a más de mil trecientos millones.

La ciencia condena por improbables e inverosímiles multitud de hechos que el dogma católico da por verdades de aceptación obligatoria para los fieles.

La oposición ha sido irreductible desde el momento en que la ciencia se desligó de la teología que durante siglos la tuvo sujeta y aceptó métodos de observación, la Suma de Santo Tomás de Aquino, manantial de todo el saber humano, obtenido por simple deducción de verdades consideradas fundamentales no por ser evidentes o experimentalmente comprobables, sino por haber sido reveladas al decir de los teólogos mismos.

No pudiendo negar los hechos demostrados contrarios a los Libros Santos, la iglesia católica se ha esforzado en conciliar con ellos la doctrina, atribuyendo la discrepancia a malas interpretaciones de los Textos o a disimilitud de condiciones.

Para Dios, dice la Iglesia, nada es imposible. Creador de todo, puede todo destruirlo.

Ordenador del universo, puede a su arbitrio alterar momentánea o permanentemente la norma por Él establecida.

Negar cualquiera de los milagros relatados en el Antiguo o Nuevo Testamento es blasfematorio, pues equivale a negar la omnipotencia de Dios.

Fuera de este hermetismo en que la Iglesia no transige, se ha visto obligada a tolerar la investigación experimental cuando no toca en nada a la doctrina.

Si la toca, aun levemente, la tacha de herética o demoniaca.

Para eso tiene el Indice, que es la lista negra de los libros inconformes.

Para demostrar la compatibilidad de las ciencias con el dogma, la Iglesia cita casos de sabios modernos y experimentadores famosos que conservaron intacta su fe religiosa.

Es imposible comprobar hasta qué punto llegó ese conformismo o si sólo se trata de pasividad, abstención, renuncia a tomar una posición definida.

Es imposible penetrar subrepticiamente o por asalto en la conciencia humana.

Los errores científicos del dogma son innegables, patentes.

Los sabios que los aceptan lo hacen a sabiendas de que son errores admitidos por la fe, como si la fe fuese algo substraído al funcionamiento normal de la razón y de la conciencia.

Colocan a unas y otras cosas en planos distintos del espíritu.

Esfuerzo en sí mismo absurdo, porque en materia científica no hay transacción entre la verdad y la mentira.

No es posible proceder como los artistas que disocian ciencia, estética y ética; verdad, belleza y deber moral.
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