viernes, 7 de octubre de 2016

Guerrero se Levanta

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GUERRERO SE LEVANTA




El estado de Guerrero siempre se ha caracterizado como un sitio de lucha, de dignidad y de conciencia par­ticularmente transformador. 


Desde el siglo XIX, José María Morelos, Vicente Guerrero y Juan Álvarez protagoniza­ron batallas clave, primero en la lucha por la Independencia y después en la derrota de los imperialistas y conser­vadores.

  Durante la Revolución, el pue­blo de Guerrero su sumó a la lucha de Emiliano Zapata y convirtió a la enti­dad en una zona rebelde y radical.

Durante los años sesenta y seten­ta del siglo pasado, las contundentes luchas estudiantiles, campesinas y guerrilleras en Guerrero pusieron en jaque al estado autoritario priista y pavimentaron el camino hacia la espe­ranza democrática en todo el país. 

Hoy los jóvenes de Ayotzinapa, los pueblos indígenas, los maestros democráticos y los policías comunitarios en el  estado están dando una continuidad ejem­plar a estos históricos combates.

Sin embargo, hoy como antes, las lu­chas populares han tenido que enfren­tarse a un Estado represor que prefiere aliarse con los criminales y los caciques en lugar de apoyar las causas ciudada­nas. 

La violencia, la represión y la criminalización de la protesta social han sido la norma a lo largo de la historia en esta combativa entidad.

La situación se agravó a partir de la llegada de Enrique Peña Nieto a Los Pinos, en diciembre de 2012. 

Con el fin de gene­rar las condiciones para la aprobación y aplicación de las “reformas estructurales” neoliberales del Pacto por México, el PRI, el PAN y el PRD, desde sus respectivos go­biernos, simultáneamente agudizaron la represión en contra de los movimientos sociales en el país y dejaron sueltos a los delincuentes para infundir miedo en la población.

En Guerrero, las baterías se dirigieron con particular saña en contra de los tres grupos más conscientes y movilizados del estado: los estudiantes de las escuelas normales, los maestros de la Coor­dinadora Estatal de los Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG) y los policías comunitarios de la Coordinado­ra Regional de Autoridades Comunita­rias (CRAC). 

La desaparición forzada de 43 alumnos y la ejecución de otros tres estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, en Iguala el 26 de septiembre de 2014 fue la consecuencia directa de la instauración de esta estrategia antimovimientos so­ciales en todo el país. 

El acoso constan­te a la CETEG, con múltiples órdenes de aprehensión contra sus líderes y la fatal golpiza de Claudio Castillo por la Policía Federal en Acapulco, en 2015, también forma parte de esta estrategia.

La criminalización de los policías comunitarios es particularmente escan­dalosa y cínica. 

En muchas comunida­des estas organizaciones absolutamen­te legales, de acuerdo con la ley 701 del estado de Guerrero, constituyen la única herramienta de los pueblos para defen­derse de los delincuentes coludidos con los aparatos de seguridad pública. 

El propio Xavier Olea, fiscal de Guerrero y exabogado de Raúl Salinas de Gortari, ha aceptado públicamente que tanto los policías municipales como su propia policía judicial están infiltrados hasta la médula por el narcotráfico. 

Sin embar­go, el gobierno represor prefiere seguir trabajando de la mano de la delincuen­cia a arriesgarse a permitir un empoderamiento social que podría poner en riesgo los grandes negocios transnacio­nales en la minería y la heroína.

La dirigente de la CRAC en Olinalá, Nestora Salgado, recientemente fue li­berada después de más de dos años de injusto encarcelamiento. 

Sin embargo, con enorme cinismo, tanto la Fiscalía General del Estado de Guerrero como la Procuraduría General de la República han impugnado las sentencias y buscan volver a apresar a esta digna luchadora social. Mientras, grandes líderes sociales como Gonzalo Molina, Arturo Campos y Samuel Ramírez siguen desde hace tres años en la cárcel, acusados de delitos totalmente fabricados. Ninguno de los tres ha sido condenado por delito algu­no, sino que se encuentran en “prisión preventiva”, como un castigo impuesto desde el poder por su osadía de no so­meterse al narcogobierno.

Gonzalo es un gran dirigente indí­gena de Tixtla con una cultura política y un análisis particularmente profundo de la coyuntura nacional. Lee, escribe y pinta constantemente en la cárcel. Su labor principal en la CRAC era la de fil­trar el ingreso de nuevos elementos a la policía comunitaria. Evitaba así que la organización fuera invadida tanto por los delincuentes como por el gobierno. También participó en el desarme comu­nitario de la corrompida policía munici­pal de Tixtla. Su liderazgo había crecido tanto que el gobierno decidió detenerlo el 6 de noviembre de 2013, para evitar un empoderamiento más generalizado de la población en esta plaza estratégica para la delincuencia organizada.

Samuel tenía apenas 18 años cuan­do fue detenido por el Ejército en octu­bre de 2013, mientras participaba en un operativo para capturar a un grupo de delincuentes en la comunidad indíge­na de Metlatónoc, Guerrero. En lugar de perseguir a los delincuentes, el Ejército prefirió aprehender a Samuel, junto con 11 de sus compañeros, por “portación de armas”.

La semana pasada visitamos perso­nalmente a Gonzalo y Samuel en el pe­nal estatal de Chilpancingo para expre­sar nuestra solidaridad con su causa y exigir su libertad inmediata. 

Tuve el ho­nor de acompañar a una comitiva orga­nizada por el presidente del Movimien­to Regeneración Nacional en Guerrero, Pablo Amílcar Sandoval, en la cual tam­bién participaron diputados del mismo partido, como Guillermo Santiago, Ariel Juárez y Citlali Hernández. 

Contrasta este compromiso social de Morena con la actitud servil del académico Enrique Krauze, quien unos días antes había re­cibido la presea Sentimientos de la Na­ción de las manos del gobernador Héc­tor Astudillo sin hacer mención alguna a la injusta criminalización desde el Es­tado de quienes hoy siguen el legado y el ejemplo de Morelos.

Quienes tendrían que estar en la cár­cel son las autoridades cómplices del cri­men y los policías represores, no los lu­chadores sociales. 

México se encuentra de cabeza y nos toca a todos poner nues­tra parte para ponerlo de pie. Exijamos juntos la libertad inmediata de Gonzalo Molina, Arturo Campos y Samuel Ramí­rez, así como de todos los presos políti­cos y de conciencia de México.
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Tomado de PROCESO 
2 de octubre de 2016
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