domingo, 10 de diciembre de 2017

Reflexiones (Albert Einstein)


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REFLEXIONES DE 
ALBERT EINSTEIN


En un libro del profesor Antonio Fernández Rañada se indagan las creencias religiosas de un centenar de científicos universalmente conocidos.

Uno de los más citados es Albert Einstein. 

En repetidas ocasiones, Einstein se proclamó seguidor de Spinoza en su concepción filosófica del mundo, de Dios, de lo humano y de la religión. Tanto para Einestin y para Spinoza Dios y el Universo constituyen una totalidad esencial, una unidad.

Dios esta presente en cada una de las manifestaciones materiales, en cada objeto que puebla el Universo por más pequeño que sea. 

Su genialidad, en armonía con su pasión por la naturaleza, su humanismo y su sentido del humor le convirtieron en una figura de culto en una era en constante agitación.

“Es, por supuesto, una mentira lo que he leído sobre mis convicciones religiosas, una mentira que está siendo repetida sistemáticamente. No creo en un Dios personal y nunca he negado esto, sino que lo he expresado con claridad. Si hay algo en mi que pueda considerase religioso es mi admiración por la estructura del Universo hasta donde nuestra ciencia puede revelarla”.

  Respondo: quien sienta su vida y la de los otros como cosa sin sentido es un desdichado, pero hay algo más: apenas merece vivir".

Cuando los humanos intentan responder a esto, topan con el "misterio":

“El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir. Es la sensación fundamental, la cuna del arte y de la ciencia verdaderos. Quien no la conoce, quien no puede admirarse ni maravillarse, está muerto. Sus ojos se han extinguido. Esta experiencia de lo misterioso —aunque mezclada de temor— ha generado también la religión".

"La verdadera religiosidad es saber de esa Existencia impenetrable para nosotros, saber que hay manifestaciones de la Razón más profunda y de la Belleza más resplandeciente sólo asequibles en su forma más elemental para el intelecto. En ese sentido, y sólo en éste, pertenezco a los hombres profundamente religiosos".

La percepción del misterio conduce a lo que Einstein denomina un sentimiento religioso cósmico.

"El motivo más fuerte y más noble de la investigación científica. Sólo quienes entienden los inmensos esfuerzos y, sobre todo, esa devoción sin la cual sería imposible el trabajo innovador en la ciencia teórica, son capaces de captar la fuerza de la única emoción de la que puede surgir tal empresa, siendo como es algo alejado de las realidades inmediatas de la vida".

Las ideas religiosas que Einstein manifiesta en sus escritos construyeron unos valores éticos e impulsaron la vida de Einstein en una determinada dirección. Sus ideas configuran su humanidad, su sentido común y su compromiso político contrario a la violencia y a toda clase de opresión.

A los doce años, al someter la interpretación literal de la Biblia al análisis científico, entró en una crisis de fe que le llevó a un episodio de ateísmo.

La posterior lectura de los escritos de filósofos, como Spinoza, y, sobre todo, sus propias reflexiones personales sería lo que le reconcilió con la creencia en Dios.

Puede decirse que debajo de la experiencia religiosa de Einstein late el corazón de dos filósofos que fueron muy queridos por él: Arthur Schopenhauer (1788-1860) y, sobre todo, Baruch Spinoza (1632-1677).

Einstein se manifiesta contra cualquier “religión del miedo” de orientación primitiva. Pero también se opone frontalmente a toda “religión moral” como la que aparece “en las Sagradas Escrituras del pueblo judío” y luego en el Nuevo Testamento. 

En cambio, aboga por una “religiosidad cósmica”, un “sentimiento religioso cósmico” que no responda a una “noción antropomórfica de Dios”.

Según Einstein, este tipo de experiencia religiosa se encuentra ya en germen en algunos salmos de David y en ciertos profetas del Antiguo Testamento, pero con mayor fuerza “en el budismo, como se aprende gracias sobre todo a las maravillosas obras de Schopenhauer”.

Por ello, según Einstein, es precisamente entre los herejes de todas las épocas donde se encuentran hombres imbuidos de este tipo superior de sentimiento religioso, hombres considerados en muchos casos ateos por sus contemporáneos y a veces considerados también como santos.

Si se enfoca de este modo a hombres como Demócrito, Francisco de Asís y Spinoza, se ve que existen entre ellos relaciones.

Einstein opina que los grandes genios religiosos de todas las épocas se han caracterizado por esa religiosidad cósmica sin dogmas, sin iglesias, sin casta sacerdotal. Religiosidad que no conoce un Dios concebido a imagen del hombre.

En repetidas ocasiones, Einstein se proclamó seguidor de Spinoza en su concepción filosófica del mundo, de Dios, de lo humano y de la religión.

Para la Filosofía de la Religión de Spinoza y de Einstein, Dios y el Universo constituyen una totalidad esencial, una unidad.

Para Spinoza, Dios está presente en cada una de las manifestaciones materiales, en cada objeto que puebla el Universo por más pequeño que sea. En cada mota de polvo, en cada átomo, en cada partícula subatómica, está Dios. Si esto es así, Dios anima a cada una de las manifestaciones de la naturaleza, grande o pequeña, y además Dios estará ahí también. Si una partícula está habitada por Dios, ésta habrá de compartir también los atributos de perfección del Creador.

Así también ciertas características que suelen ser consideradas exclusivas de Dios, como infinitud, eternidad e inmutabilidad (siempre el mismo, no cambia, pues si es perfecto, no puede dejar de serlo a no ser que existan dos estados de perfección equivalentes, ya que si no son equivalentes e igualmente perfectos, entramos en una contradicción, pues esto equivale a decir que uno de los estados es mejor que el otro y por lo tanto, una de las perfecciones es mejor que la otra, lo que en otras palabras nos indica que una de ellas no es perfecta y por lo tanto, sólo uno de los estados de perfección es el verdadero.

Si Dios es perfecto y ha cambiado, o ha dejado de ser perfecto, o antes en realidad no lo era y ahora sí, como Dios es perfecto por definición, entonces no cabe la posibilidad de cambio, y como en la filosofía de Spinoza, Dios y el Universo forman una unidad, si Dios no puede cambiar, el Universo tampoco.

Para Einstein aceptar que el Universo cambiaba con el tiempo, que evolucionaba, era como admitir que Dios mismo cambiaba, que Dios evolucionaba, por lo que la perfección de Dios se veía comprometida.

Si Dios es perfecto, no puede cambiar, no puede verse afectado por el paso del tiempo. 

Lo que es perfecto, si cambia, sólo puede cambiar para transformarse en algo inferior, pues la perfección ha de ser un estado único, no puede haber dos perfecciones y Dios no puede cambiar a un estado inferior.

Como consecuencia de ello, el Universo, ha de ser infinito, eterno e inmutable. Esta creencia en la inmutabilidad del Universo, fue la que llevó a Einstein a descartar las soluciones cosmológicas de sus ecuaciones de la Teoría General de la Relatividad, que podrían conducir a la contracción del Universo. Para evitarlo incluyó la llamada constante cosmológica, un artilugio matemático que destruía la natural belleza de sus ecuaciones y permitía describir un Universo estacionario, planteando la existencia de una fuerza opuesta a la gravedad.

Sus ecuaciones eran correctas, como demostró en 1927 el astrofísico belga y sacerdote jesuita Georges Lemaître explicando la expansión del Universo y probó experimentalmente en 1929 el astrofísico Edwin Hubble.

Al finalizar una conferencia impartida por Lemaître en California en 1932, Einstein se levantó aplaudiendo y dijo:

"Es ésta la más bella y satisfactoria explicación de la creación que haya oído nunca".

Los hechos experimentales y su explicación teórica le llevaron a superar sus concepciones filosóficas previas.

Einstein dedica bastantes reflexiones personales a las relaciones entre la ciencia y la religión.

Tal vez era demasiado optimista y no podía explicarse las convicciones ateas de muchos científicos.

En texto de su artículo “Religión y Ciencia”, Einstein concluye:

“¡Qué profundos debieron ser la fe en la racionalidad del Universo y el anhelo de comprender, débil reflejo de la razón que se revela en este mundo, que hicieron consagrar a un Kepler y a un Newton años de trabajo solitario a desentrañar los principios de la mecánica del cielo!"

Sólo quien ha dedicado su vida a fines similares puede tener idea clara de lo que inspiró a esos hombres y les dio la fuerza necesaria para mantenerse fieles a su objetivo a pesar de innumerables fracasos. 

Es el sentimiento religioso cósmico lo que proporciona esa fuerza al hombre.

Y refiriéndose a la religión de los científicos escribe:

“Aquellos individuos a quienes debemos los más grandes logros de la ciencia fueron todos ellos hombres imbuidos con la convicción religiosa verdadera de que este Universo nuestro es algo perfecto y susceptible de un esfuerzo racional por conocerlo… si no fuera así, difícilmente hubieran sido capaces de tal devoción incansable, que por sí misma habilita al hombre para que logre sus más grandes hazañas”.

Es frecuente oír hablar del Dios de los físicos, ese Dios que, según Einstein, se revela en la armonía de lo existente, regido por leyes, no un Dios que se ocupe de la suerte y de los actos del hombre.

La respuesta humana a ese nuevo Dios cósmico no es la adoración ni la oración, sino la investigación científica.

“La religión cósmica es el más fuerte y noble motor de la investigación científica, puesto que “el individuo siente la futilidad de los deseos y aspiraciones humanas y percibe al mismo tiempo el orden sublime y maravilloso que se pone de manifiesto tanto en la naturaleza como en el orden del pensamiento”.

Para Einstein, la vinculación de Dios con el mundo es tal, que todos los acontecimientos del mundo están regidos por la causalidad; sin embargo, no acepta que Dios pueda intervenir en el devenir del Universo.

De ahí su oposición al principio de indeterminación al que llegó la mecánica cuántica, describiendo un microcosmos probabilístico, y que él expresó en su famosa frase:

“Dios no juega a los dados”.

El cosmos (orden, en griego) está presidido por un orden central que puede ser captado por los humanos a través de la unión mística.

Al respecto Einstein decía:

"Aunque he afirmado antes que, ciertamente, no cabe un auténtico conflicto entre ciencia y religión, es preciso, no obstante, matizar un poco más esta afirmación en torno a un punto esencial y con referencia al contenido de hecho de las religiones históricas”. 

“La matización tiene que ver con el concepto de Dios. (…) La fuente de conflictos entre las esferas científica y religiosa en el presente reside en ese concepto de un Dios personal".

La regla de causa y efecto imperante en la ciencia, la ley universal de causalidad, es la que excluye una intervención divina en la marcha del mundo:

"Quien está convencido de que todos los acontecimientos del mundo se rigen por la ley de la causalidad no puede aceptar en modo alguno la idea de un ser que interviene en la marcha del mundo, a no ser que no tome realmente en serio la hipótesis de la causalidad”.

La respuesta es clara para Einstein:

"La fuente principal de conflicto entre el campo de la religión y el de la ciencia se halla, en realidad, en este concepto de un Dios personal".

Un resumen de su pensamiento puede encontrarse en la respuesta que dio a un rabino estadounidense que le preguntó si creía en Dios.

Respondió:

"Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía de lo existente regido por leyes, no creo en un Dios que se ocupe de la suerte y de los actos de los humanos".

No obstante, en su discurso en el Seminario Teológico de Princeton en 1939, dejó claros sus fundamentos éticos:

"Los más elevados principios de nuestras aspiraciones y juicios nos los proporciona la tradición judeo-cristiana".

Sus más profundas convicciones se enraizaban en dicha tradición:

"Sólo una vida vivida para los demás vale la pena ser vivida".

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