sábado, 10 de febrero de 2018

Castillo de Arena


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CASTILLO DE ARENA


Victor Roura

Me faltaba una ventana para finalizar la última torre del castillo.

Puse en mi cubeta un poco de arena húmeda.

Para consolidar más la base.

Trabajé durante toda la noche.

Al amanecer, el castillo relucia como oro junto al mar. 

Cuando me disponía a entrar para descansar en una de sus cinco habitaciones, dos policias se me acercaron.

-¿Nos enseña su predial actualizado, por favor? -preguntaron.

-Pe pe pe -titubeé.

-Los policias tocaban las columnas macizas de arena.

-Buen trabajo -dijo uno.

-¿Cuánto tardó en su elaboración? -preguntó otro. 

Respondí que dos meses.

-Debe, por lo tanto, dos meses ya -analizó uno. 
    
Me salí de mis casillas.

-Pe pe pe pero la arena es pública -repliqué.

Se rieron. 

Policias tenían que ser.

-Toda comodidad con vista al mar le sale un ojito de la cara, joven -dijo uno.

La gente empezaba a arremolinarse en derredor nuestro.

-O paga o vamos destruyendo su obrita -dijo un policía.

-Esperemos a un enviado de Ripley, por lo menos, para que registren mi esfuerzo unico -argüí, tímidamente.

-¡Ripley, mis olas! -dijo groseramente un policía y se fue contra el castillo.

Al rato, la turba lo había destruido todo.

Desde aquella incómoda vez, ya sólo hago laberintos de arena en la playa, de tal modo que los vacacionistas nunca pueden ver el mar porque, simplemente, jamás resuelven el acertijo de la salida.

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