viernes, 19 de abril de 2019

Semejanza entre Perros y Seres Humanos




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SEMEJANZA ENTRE 
PERROS Y SERES HUMANOS


-Emilio, ¿en qué se asemeja el comportamiento de los perros a los seres humanos?

-Nunca parece un perro tan semejante al hombre como cuando se empeña en impedirles a otros que aprovechen lo que él no quiere ya para nada. ¡Cuán frecuente es que nosotros, los racionales, hagamos lo mismo!

-¿Me podrías dar ejemplos?

-Casos ha habido en que una persona llegará hasta a casarse, sólo por el deseo de privar a un tercero del supuesto tesoro que adquiría ella para sí de este modo.


-A pesar de ser noble, mi perro Norvac (Airedale) demuestra profundo contrariedad si el perro de algún visitante mira siquiera el hueso en el cual no había hallado él nada más que roer.

-¡Eso me parece algo muy humano!

-Si hay otros cerca a la hora de comida, Norvac no acierta a dar cuenta de lo que tiene por delante: tan ocupada se halla en lanzar miradas glotonas a la pitanza ajena.

-Le interesa ésta más que la propia. Se siente infeliz mientras que haya en la escudilla de otro un solo bocado.

-Vemos a menudo como un niño, que tiene todos los juguetes que puede comprarle su papá, envidia un carrito de hoja de lata del hijito del jardinero de la casa.

-Lo anterior explica tal vez por qué la parte animal de nuestra naturaleza nos inclina a no sentirnos satisfechos con lo que poseemos, aunque esto sea suficiente; al vivir preocupados e inquietos por lo que el prójimo tenga.
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-Poike (Bullterrier), otro de mis perros, difiere ligeramente de Norvac en su modo de ver las cosas.


-No durándole mucho lo que se le da, pues se lo devora de prisa. Entonces viene el empezar a gruñir, irritado a todas luces de que a los demás les quede aún algo que comer cuando él ha dado fin a lo suyo.

-Tanto a Anita como a Danielito les dan su domingo, pero Danielito se lo acaba de inmediato quedándole muchos días por delante sin nada de dinero viendo con desencanto que su hermanita todavía tiene dinero.

-A Danielito le ocurre lo mismo, aunque menos franco que Poike, sabe disimularlo… bueno, a veces.

-Mi sobrinita Roxana tiene un perrito Chihuahua que es muy broncudo. Eso me parece que les pasa a muchos chiquitos, ¿no es cierto?

-El perro comparte con el hombre la disposición tolerante que inclina a sufrir con paciencia los atrevimientos del débil, al cual, de quererlo, podría hacerle pagar cara su osadía.


-Vi una vez a Francisco Munguía, que es un tipo enorme, 2 metros y 120 kilos, sonreír bonachonamente mientras que cierto sujeto, que junto a él era un pígmeo, que lo maltrataba verbalmente.

-Todos habrán visto a un San Bernardo permanecer indiferente a los chillones ladridos de un falderillo.


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-Según he podido observarlo con frecuencia, los perros practican cierta especie de cortés disimulo.

-Veamos, por ejemplo, lo que ocurre con mi perrita Elbi.

-Debe de suponer ella que yo me resentiría si no se comiese hasta la última brizna de cualquiera comida que le haya dado.

-Por esto, cuando se siente satisfecha, en vez de dejar a la vista lo que le ha sobrado, se va, con ello entre los dientes y un gentil trotecillo, como si tratara de buscar algún sitio en donde echarse para saborearlo más a sus anchas.

-Lo que en realidad hace la muy bibona, en cuando cree que no la estoy mirando, es… ¡dejar caer por ahí eso que no había querido comerse!

-A Fernandito no le gustan las espinacas.

-Pues, ¿quién duda que en casos tales sería maravilloso ceder a tomar el plato, marchar alegremente hacia el bote de basura y vaciarlo ahí?

-¿Son celosos los perros?

-Sí, como no, los perros muestran, según nadie lo ignora, gran propensión a los celos.

-Un compañero de trabajo, Marco Antonio, me refirió una vez el siguiente caso ocurrido entre dos perros, uno suyo y otro de Fausto.

-Los dos amigos vivian en la misma colonia en Cuautitlán, y, por razones del trabajo tuvieron que ir a Puebla por dos meses.

-Sus perros, habían permanecido juntos en Cuautitlán.

-Como Marco Antonio tiene un hermano en Puebla, pudo llevarse a su perro consigo, en cambio, Fausto tuvo vivir en un hotel por lo que dejó a su perro en una perrera.

-Cuando regresaron, el perro que se había quedado en la perrera recibió a su antiguo compañero mostrándole los colmillos.

-A pesar de que antes habían sido grandes amigos y jugado juntos, lo miraba ahora como enemigo; y nunca más volvió a tener amistad con él.

-¡No parecía sino que se hubiese dado cuenta de que el otro había disfrutado del viaje en vez de quedarse aburriéndose en una perrera!
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-Características en que todo perro aventaja a su amo es la viveza con que siente el ridículo.

-Recuerdo que cierto día, yendo por el campo con Poike, éste se lanzó en seguimiento de algo que tomaba por un conejo, y que no era sino un papel que arrastraba el viento.

-En cuanto advirtió el engaño, quedose como clavado en el sitio y miró en derredor, haciéndose el distraido, por ver si yo había caído en la cuenta de un chasco.

-Me eché a reir; y era de verlo, entonces, cómo se fue alejando gachas las orejas, baja la cola, hecho una verdadera estampa de la confusión y la vergüenza.
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-A este mismo propósito refiere un amigo de nombre Román que un perro de busca al cual le divertía cazar las moscas que se pasaban en el cristal de las ventanas daba señales evidentes de que le mortificaba que se burlasen de él cuando no conseguía atraparlas.

-En una ocasión -dice Román- deseoso de ver lo que haría, reí estruendosa y prolongadamente cada vez que una mosca lo dejaba chasqueado. A poco de estar en esto, no conformándose con seguir siendo objetos de mis burlas, fingía apoderarse de la mosca siempre que lo intentaba; e iba en tal fingimiento hasta el extremo de mover labios y lengua como si en efecto lo hubiera conseguido, meter el hocico entre las patas delanteras como para acabar con su imaginaria víctima, y volver luego a mirarme con cierto airecilo de triunfo. Tan a lo vivo represeantaba la comedia, que acaso me engañara, de no haber observado yo que la mosca seguía tan campante en la ventana. Así pues, llamé a ello la atención de mi farsante, al cual señalé en seguida el suelo, para que echase de ver cuán enterado estaba de que no había habido allí mosca alguna. De tal modo le mortificó que su ardid no hubiera logrado engañarme, que fue a esconderse debajo de la mesa, avergonzado sin duda por el fracaso.
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-Volviendo a Poike. Tiene este perro un habíto curioso, bien podrá llamársele manía, que sólo me explicó al atribuírlo a cierta propensión suya a tomar el desquite.

-Todo es que yo salga y él se vea solo, para que, yéndose de cuatro en cuarto, salte en todas las camas y las deje revueltas.

-No hay riesgo de que, si hay alguien en casa, se le ocurra subirse a ninguna cama; pero no pierde minuto en hacer lo que dejo dicho apenas queda libre de toda vigilancia.

-Que no lo mueva, al proceder así, el deseo de echarse en las camas, resulta claro de la circunstancias de que permanezca en ellas nada más que el tiempo preciso para desarreglármelas.

-Ni tampoco puede ser que se suba a ellas por buscarme, pues bien cierto está, por haberme acompañado hasta la puerta, de que he salido.

-Ha de tenerse en cuenta que no ignora que lo que hace está mal hecho, y habrá de acarrearle a su reprimenda.

-¡Seguramente tu perro estába tratando de vengarse porque lo dejaste solo!

-Con todo, cede a la tentación irresistible, aunque, por hacerlo, haya de pasar el resto del día presa de remordimientos, aguardando con temor la vuelta del amo.

-Por lo general, cuando mi ausencia ha sido breve, sale a recibirme con grandes muestras de alegría.

-En no haciéndolo así, ya sé lo que pasa: ha vuelto a las andadas, y se siente avergonzado.

-Lo llamó, entonces, una y otra vez, hasta que por fin aparece, cabizbajo, con la cola entre las patas.

-No ha habido manera de que Poike se enmiende.

-La única vez que lo sorprendí en flagrante delito fue durante un verano en los bosques de Valle del Bravo.

-Ocupaba yo rústico y reducido albergue, en el cual lo dejaba encerrado cuando iba al lugar, no muy distante, donde me servían las comidas.

-Era casi seguro que, al volver, encontrara la cama hecha una lástima.

-Un día, después de salir como de costumbre, volví a poco sobre mis pasos y me acerqué cautamente a las ventanas.

-¡Ahí vi a mi perro que acababa de saltar a la cama y empezaba, con denuedo digno de mejor causa, su acostumbrada a obra!

-Estando en ella, le ocurrió mirar hacia donde me hallaba.

-Todo fue verme para que se quedara en una pieza, y corriera, sin más, a esconderse.

-Pero, como sucede siempre en casos parecidos, una vez que se halló en mi presencia, me obserbaba de continua, espiando el primer asomo de sonrisa a fin de lanzarse hacia mí hecho unas pascuas.

-Y es que, a más de las torturas del remordimiento, el tunante de Poike conoce las alegrías de la reconciliación.

-¿Y qué pasa cuando los perros envejecen?

-Lo mismo que con la gente, los perros se niegan a convenir en que el tiempo pasa… y deja huella.

-No les gusta que uno advierte que, ya por esto ya por otra causa cualquiera, les es imposible mostrarse tan ágiles o diestros como antes.

-Poike, que cuenta ya quince años, edad avanzada para un perro, gusta más de estarse por ahí echado y durmiendo que de hacer gracias.

-Pero, véame él jugando con otro perro más joven, y ahí lo tendremos esforzándose en aparentar que se encuentra tan vivo y dispuesto como en sus mejores días.

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