viernes, 16 de octubre de 2020

General Prats

 


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GENERAL PRATS




Isabel Allende



Un año después del Golpe La Junta Militar hizo asesinar en Buenos Aires al General Prats porque creyó que desde alla el antiguo Jefe de las Fuerzas Armadas podía encabezar una rebelión de militares democráticos. 


También se temía que Prats publicara sus memorias revelando la traición de los generales; para entonces se había difundido la versión oficial de los acontecimientos del 11 de septiebre, justificando los hechos y exaltando hasta el heroismo la imagen de Pinochet. Mentsajes por teléfono y notas anónimas le habían advertido al General Prats que su vida estaba en peligro. El tío Ramón, de quien se sospechaba que guardaba copia de las memorias del General, también fue amenazado en los mismos días, pero en el fondo no lo creyó. Prats, en cambio, conocía bien los métodos de sus colegas y sabía que en Argentina empezaban a actuar los escuadrones de la muerte, que mantenían la dictadura chilena un horrendo tráfico de   cuerpos, prisioneros y documentos de identidad de desaparecidos. Trató en vano de conseguir un pasaporte para abandonar ese país e irse a Europa; el tío Ramón habló con el Embajador de Chile, alntiguo funcionario que había sido su amigo por muchos años, para rogarle que ayudara al General desterrado, pero lo enredaron en promesas que nunca se cuomplieron. 


Poco antes de la medianoche del 29 de septiembre de 1974 explotó una  bomba en el automoóvil de los Prats al llegar a su casa después de cenar con sus padres. La fuerza de la explosión lanzó trozos de metao ardiente a cien metros de distancia, desmembró al Gelneral y mató a su esposa en una hoguera de infierno. Minutos después se congregaron en el sitio de la tragedia periodistas chilenos que acudieron antes que la policia argentina, como si hubieran estado esperando el atentado a la vuelta de la esquina.

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El tío Ramón me llamó a las dos de la madrugada para pedirme que avisara a las hijas de los Prats y anunciarme que había salido de su casa con mi madre y estaban escondidos en un lugar secreto. Al día siguiente tomé un avión rumbo a Buenos Aires en una extraña misión a ciegas, porque no sabía siguiera donde ubicarlos. En el aeropuerto me salió al encuentro un hombre muy alto, me tomó de un brazo y me llevó casi a la  rastra hacia un coche nego negro que aguardaba en la puerta. No temas, soy un amiigo, me dijo en un español con fuerte acento alemán, y había tanta bondad en sus ojos azules que le creí. Era un checoslovaco, representante de las Naciones Unidas, que estaba gestionando la forma de conducir a mis padres a terreno más seguro, donde el largo brazo del terror no los alcanzara. Me llevó a verlos a un apartamento del centro de la ciudad, donde los encontré serenos organizaándose para escapar. 


Mira de lo que son capaces esos asesinos, hija, ¡tienes que salir de Chilel, me rogó una vez más mi madre. No tuvimos mucho tiempo para estar juntos, apenas alcanzaron a contarme lo ocurrido y darme sus disposiciones, ese mismo día el amigo checo logró sacarlos del país. Nos despedimos con un abrazo desesperado, sin saber si nos volveríamos a ver. sigue escribiéndome todos los días y guarda las cartas hasta que exista una dirección donde enviármelas, dijo mi madre en el último instante. Protegida por el hombre alto de los ojos compasivos permanecí en esa ciudad para embalar muebles, pagar cuentas, devolver el apartamento que mis padres habían alquilado y obtener permisos para llevarme la perra suiza, a quien la bomba que estalló en la Embajada habia dejado medio lunática. Ese animal acabó convertido en la única compañía de la Granny, cuando todos los demás tuvimos que abandonarla.

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Pocos días más tarde en Santiago, en la residencia del Comandante en Jefe donde vivieron los Prats hasta que debieron renunciar al cargo, la mujer de Pinochet vio al General Prats a plena luz de día sentado a la mesa en el comedor, de espaldas a la ventana, iluminado por un sol tímido de primaera. Pasado el primer sobresalto, comprendió que era una visión de la mala conciencia y no le dio mayor importancia, pero en las semanas siguientes el fantasma del amigo traicioado volvió muchas veces, aparecía de cuerpo entero en los salones, bajaba pisando fuerte por la escalera y se asombaba por las puertas, hasta que su obstinada presencia se hizo intolerabeble. 


Pinochet hizo construir un gigantesco búnker rodeado por un muro de fortaleza capaz de protegerlo de sus enemigos vivos y muertos, pero los encargados de su seguridad descubriron que era un blanco fácil para bombarderlo desde el aire. Entonces hizo reforzar los muros y blindar las ventanas de la casa embrujada, duplicó los guardias armados, instaló nidos de ametralladores a su alrededor y cerró la calle para que nadie pudiera acercarse. 


No sé como se las arregla el General Prats para burlar tanta vigilancia.

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pags 293 de PAULA 

Isabel Allende

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