domingo, 27 de septiembre de 2009

"Protestantes"

Lutero defendía el derecho y el deber de los fieles de leer e interpretar libremente la Biblia: negaba obediencia al papa; y sólo aceptaba 2 sacramentos; el bautismo (que significa borrar el pecado original, el transmitido al hombre por la caída de Adán y Eva) y la comunión (que conmemora la última Cena de Cristo, cuando ofreció el pan y el vino como símbolos de su carne y su sangre.

-¿Por que se les denomina "protestantes" a los religiosos que estaban en contra de la Iglesia Católica?

El término "protestante", usado por primera vez durante una asamblea de príncipes católicos en el poblado de Speyer, Alemania, en 1529.
El emperador Carlos V, que por entonces encabezaba el Sacro Imperio Romano Germánico, trató de detener las reformas religiosas que impulsaba Lutero; pero los seguidores del líder disidente no aceptaron las disposiciones imperiales, y el 19 de abril de 1529 redactaron una solemne "protesta", que les ganó el nombre con el que hoy se les designa.
A pesar de todo, Lutero y sus seguidores buscaron un arreglo amistoso para regresar al seno de la Santa Madre Iglesia; y por unos cuantos años esperaron que al advenimiento de un nuevo papa, o las discretas gestiones conciliatorias de algunos altos prelados, pondrían fin al distanciamiento.
La Iglesia, en cambio, optó por la guerra total, una "contrarreforma" que abarcó todos los campos, inclusive la creación de una nueva orden religiosa organizada militarmente y dirigida por un general: la Compañía de Jesús.
A menudo la contrarreforma ha sido presentada como un paroxismo de intolerancia.
La verdad es que el papa Paulo III (1534-1549) y su principal consejero, el cardenal Juan Pedro Caraffa (quien posteriormente se convertiría en el papa Paulo IV (1555-1559), prestaron oídos a muchas de las "protestas" de los insurrectos, e introdujeron severas reformas para combatir los peores vicios denunciados por Lutero y sus seguidores.
Pero nunca se ablandaron ante los disidentes: "Si mi propio padre fuera un hereje -solía decir Paulo IV-, yo mismo juntaría la leña para quemarlo en la hoguera".
El Concilio de Trento, que deliberó entre 1545 y 1563, ratificó la expulsión de los protestantes, y aun vedó la lectura de la Biblia en traducciones y versiones no autorizadas por la Iglesia; pero, al mismo tiempo, para despojar de banderas al enemigo, prohibió a los clérigos, en lo personal, recibir dinero de los fieles; creó los seminarios, para "profesionalizar" la formación de sacerdotes y elevar su nivel; y adoptó disposiciones, para reforzar la disciplina en los conventos, y evitar los escándalos que eran blanco predilecto de la crítica protestante.
La reacción de la Iglesia impidió que el protestantismo se extendiera a las mayores potencias católicas de aquel entonces, España y Portugal, y sus respectivas colonias; pero no pudo impedir que la reforma luterana, e innumerables variantes surgidas a continuación, se adueñaran de la otra mitad del mundo occidental.
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