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REFLEXIÓN SOBRE EL CRÍMEN
A través de los siglos ha imperado el concepto erróneo de que es preciso premiar al bueno y castigar al malo.
En verdad, la virtud es su propia recompensa.
El castigo reprime en parte pero o elimina del todo el mal porque trata los efectos sin llegar a las causas de la delincuencia.
La teoría general del premio y del castigo se basa en que el hombre busca lo ameno y rehuye lo desagradable.
La religión promete eterna felicidad al bueno y amenaza con eterno sufrimiento al malo.
Concordante con esta doctrina, los métodos pedagógicos descansan en la creencia descabellada de que el miedo al castigo nos obliga a comportarnos bien.
El mismo principio de castigo en la penología como medio de prevenir el delito ha sido un desastroso fracaso.
La mayoría de los delitos quedan impunes y los reos que la ley castiga, en vez de enmendarse, salen más endurecidos aún en el escarnio de la ley, la moral y la decencia.
La voz de la conciencia, el amor propio, la dignidad humana, el temor al qué dirán, que a muchos obliga a comportarse decentemente, afectan muy poco a individuos nacidos y criados en un ambiente adverso o desfavorable.
Algunos crecen resentidos del maltrato que les ha dispensado la vida y en consecuencia se empeñan en vengarse haciendo daño a la sociedad.
Si el reo se ha endurecido en el crímen y no se tiene esperanzas de regenerarlo, cual paciente desahuciado por los médicos, deberá quedar permanentemente recluído, como orate enclaustrado, para que no haga más daño a la sociedad. Mas, no obstante deberá buscarse para él en su reclusión alguna actividad u ocupación que le sea fin y agradable, y que le ayuda a ser útil a sí mismo y a los demás.
La criminalidad se debe a la miseria, la falta de instrucción, el afán de notoriedad, la desmedida ambición, la codicia.
Las sanciones de nuestro anticuado sistema penal no recaen sobre hábiles profesionales del delito, los delincuentes ricos o los infieles funcionarios públicos, sino sobre los torpes, los imprudentes, los inexpertos en el arte de desvalijar al prójimo, que muchas veces son simples chivos expiatorios de poderosos o influyentes cabecillas del crímen.
Después de languidecer largo tiempo en presidio, con viviendo con criminales más aviesos y duchos que él, el reo sale a la libertad más diestro que antes en la delicuencia. Así las cárceles son escuelas del crímen que si no expiden diplomas, por lo menos preparan a los reclusos a provar fortuna nuevamente, después de recibir cátedra de maestros profesionales en las que se les señala los errores que cometieron y que dieron ocasión a que la policía les echara el guante.
Para el reo que cumple su condena sigue una desigual lucha porque nadie quiere dar ocupación a un hombre si sabe que ha estado en la cárcel. Viendo que todas las puertas le han sido cerradas, no tiene otro recurso que volver a las andadas y reincidir en el delito.
La resolución definitiva del problema consiste en ir a la raíz del mal: la injusticia social, la miseria de los barrios pobres, la desigualdad económica, la falta de enseñanza moral en las escuelas, la despreocupación de los padres en la educación de sus hijos, la venalidad de policias, jueces y fucionarios,etc.
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