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¿Cuál es la posición oficial de la Iglesia Católica ante el SIDA?
El papa Juan Pablo II no ha hecho ninguna declaración al respecto.
Los teólogos moralistas se han negado incluso a aceptar preguntas sobre el tema.
Pastores como Carlo María Martini, cardenal de Milán, han permanecido callados.
No obstante, la Iglesia Católica ha emitido una respuesta inexorable, que a menudo se expresa en los confesionarios: la castidad.
En la primera primavera de 1987, la Conferencia Episcopal alemana calificó de "vergonzosa" la campaña del Gobierno para pomover el uso de condones como defensa contra esta enfermedad.
John May, presidente de la Conferencia Episcopal estadunidense, declaró: "Parece irónico que el temor al SIDA induzca a mucha gente a vivir como la Iglesia lo ha enseñado desde hace siglos. La actividad sexual sin riesgos es básicamente moral: siempre dentro del vínculo del matrimonio".
Además, en la carta enviada por la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos, se lee: "Los problemas de los homosexuales y el juicio ético sobe la homosexualidad se han vuelto objeto cada vez más frecuente de públicos debates, aun en los médios católicos".
Todas estas declaraciones surgieren que la Iglesia Católica cree que la solución del SIDA radica en una serie de jucios irrevocables.
Es claro el razonamiento que hay detrás de esta actitud: la gente que padece el SIDA representa la moderna reencarnación de los habitantes de Sodoma y Gomorra; castigados por Dios a causa de su maldad.
Este padecimiento y la culpabilidad van de la mano.
¿Pueden los católicos contemporáneos aceptar tan inflexible posición? Y, ¿hasta qué punto están preparados los clérigos para aceptarla?
Por una parte, están los principios morales y la autoridad de la jerarquía eclesiástica; por la otra, la práctica religiosa cotidiana, que debe encarar las realidades de esta enfermedad.
Por ejemplo: "¿qué piensa el padre Bruno Durante, hombre que duante los últimos 3 años ha servido de capellán en el Hospital Luigi Sacco, de Milán, el mejor equipado y el más atestado de víctimas de SIDA en Italia?
"Dios no castiga", señala este presbítero.
"He sido testigo de maravillosas conversiones en estas salas. He visto al consuelo derrotar a la aflicción física y mental. Casi todos los pacientes de SIDA son jóvenes. Procuro ayudarlos a apreciar el significado de su vida y de su muerte. ¡Esto no es, de ninguna manera, un castigo de Dios!"
El padre Durante en el Hospital Luigi Sacco; la madre Teresa de las hermanas de Calcuta, que abió un centro para atender a las víctimas del SIDA en la Ciudad de Nueva York; y Francis Quinn, el obispo de Sacramento, California, que administró la extrema unción a un paciente de SIDA e hizo que el moribundo, a su vez, lo ungiera a él... todos ellos son católicos que han venido practicando la disciplina de la caridad; hombres y mujeres que ha estado al frente en la acción concreta desde hace algún tiempo.
¿Cómo los ha guiado la Iglesia de Roma? ¿Qué clase de orientaciones teóricas les dará, y cuándo?
Una de las grandes innovaciones del Segundo Concilio Vaticano fue el reconocimiento de la sexualidad como parte del amor humano.
Ahora, más de 20 años después, parece haber un giro completo de opinión.
Explica Elio Sgreccia, profesor de bioética de la Universidad Católica de Roma: "En esta crisis, la Iglesia tiene más razón aún para volver a proponer los valores en los que siempre ha creído. Sus principios en cuestiones de moralidad, familiar y sexual no se pueden modificar en respuesta a una situación de urgencia. Pero debería ordenarse una nueva evaluación de la religión en la vida cotidiana. Tal vez, al tratar el SIDA, debemos inventar una metodología más práctica, pero sin fomentar una conducta que resulte perjudicial para la dignidad humana".
El amor sexual siempre ha sido un problema -una vergüenza atávica- para la Iglesia.
Gianni Bager Bozzo, sacerdote a quien se le suspendió en su ministerio en 1985, comenta: "Las posiciones que surgen con más furza en los actuales círculos eclesiásticos son: primera, que el SIDA es un medio divino para castigar a los inmorales; segunda, que como los condones se rechazan con horror, las únicas alternativas son la castidad o contraer la infección. Resulta difícil defender estas tesis, por 2 razones: colocan a Dios bajo una luz inaceptable e introducen un concepto obligatorio de responsabilidad civil y monogamia. Como ejemplo hipotético, una mujer puede desdeñar al hombre con quien está casada, pero no cometerá adulterio por temor al SIDA.
¿Es posible defender abiertamente esta clase de lógica?
Claro que no! Y eso explica el silencio oficial de la Iglesia.
El padre Ernesto Balducci, profesor de filosofía en una escuela superior de Florencia, y voz autorizada entre los católicos progresistas, no está de acuerdo en que la Iglesia se ha paralizado ante el problema del SIDA.
"Rechazo la idea de que debe haber un punto de vista católico en este asunto", declara. "El SIDA es un problema social no es un tema teológico. El enfoque más inmediato, por supuesto, es el moralista. Estoy totalmente a favor de la educación sexual, siempre y cuando los instructores la conserven libre del craso error positivista que elimina el dilema de elegir entre los condones y el SIDA. El reto está en un plano mucho más alto. Los eclesiásticos ávidos de excomulgar a los pecadores y los legos que sólo sugieren soluciones prácticas representan las 2 facetas de una misma actitud, y ambas resultan absolutamente improcedentes para afrontar el reto que plantea el SIDA a la conciencia de todos nosotros".
¿Debe el Vaticano pronunciarse o no acerca del SIDA? ¿Debe aplicar todo el peso de sus imperativos doctrinarios, o dejarlo todo a la conciencia de cada individuo?
La teóloga Adriana Zarri opina: "Sería mejor que la Iglesia permaneciera callada en esta cuestión. Lo único que podría decir legítimamente sería de índole moralista, que ahora resultaría muy desagadable, dados los problemas prácticos de afrontar la epidemia del SIDA".
Quizá esto explique el silencio del cardenal Carlo María Martini, prelado muy comprometido en la acción social.
Hay rumores de que piensa organizar un cuerpo de voluntarios católicos que brinden asistencia a los pacientes del SIDA.
Martini realiza su labor en silencio, los teólogos que se guían por la inspiración del Segundo Concilio Vaticano están preocupados principalmente por detener las embestidas de la gente hostil a la reforma.
Cuando se aborda el problema del SIDA, que tiene cada vez menos el sencillo aspecto de una cuestión médica y adquiere cada vez más el de un asunto de conciencia, los católicos han adoptado actitudes muy divergentes.
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Marina Terragni y Carlo Verdelli
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jueves, 15 de septiembre de 2011
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