Desmoralización del ejército, intrigas y defecciones
Cuba, diciembre de 1958: los últimos días de la dictadura de
Batista,
contados por él mismo
Homero Campa
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LA HABANA.-
Mediados de diciembre de 1958. Palacio Presidencial en La
Habana. El general Fulgencio Batista — llegado al poder
mediante un golpe de
Estado seis años antes— estalla ante el jefe del Estado Mayor
Conjunto, general Francisco Tabernilla Dolz:
—Me han dado un golpe de Estado, y en forma tal que las
circunstancias me
impiden sustituirlos y reorganizar los mandos con nuevos
jefes.
Un día antes, varios altos oficiales de la cúpula militar
sostuvieron una
reunión. En ella llegaron a la conclusión de que "la
causa nuestra está
perdida" y plantearon llegar a un acuerdo con el
Ejército Rebelde,
encabezado por Fidel Castro, cuyo avance era ya incontenible.
—A usted no se le puede dar un golpe de Estado, porque es el
ídolo de las
fuerzas armadas y lo queremos mucho, contestó el general
Tabernilla Dolz.
Sólo que, añadió:
No hay manera de salvar la situación, porque los soldados
están cansados y
los oficiales no quieren pelear. Ya no se puede hacer más.
Días más tarde, el propio Tabernilla Dolz —junto con otros
oficiales— se
reunió con el entonces embajador de Estados Unidos en Cuba,
Earl T. Smith.
Le informaron "que habían acordado deponer al presidente
de la República
(Batista) y sustituirlo por una junta militar".
—¿La junta la presidirá usted? —preguntó el embajador a
Tabernilla Dolz.
-No, pero qué le parece el general Cantillo (Eulogio, jefe de
Operaciones
del Ejército).
—No puedo emitir opinión, pero consultaré con mi gobierno...
Con esa visita se le había comunicado al embajador de Estados
Unidos que el
gobierno estaba destruido y que las fuerzas armadas no eran
aptas ya para
respaldarlo.
Esta es la historia del derrumbe de la dictadura de Fulgencio
Batista
contada desde adentro por él mismo. De su puño y letra, el
general cubano la
escribió durante su exilio en República Dominicana, en 1959.
Inició como "un
resumen de distintas entrevistas de prensa" al que,
señala, fue agregándole
notas y comentarios. Lo convirtió así en un libro que tituló
Respuesta.
Según la carátula del libro, fue editado por el propio
Batista e impreso en
1960 en la Ciudad de México por la imprenta Manuel León
Sánchez, de la calle Lazarín 7. La edición constó de 10,000 ejemplares.
El volumen fue encontrado por el corresponsal en una librería
de textos
universitarios, contigua al campus de la Universidad Autónoma
de Santo Domingo, en República Dominicana. Estaba en una área de libros en
desuso y costó 44 pesos (menos de tres dólares).
En la introducción, Batista apunta: "El libro no tiene
interés literario. Ha sido escrito al correr de la pluma y sin pausa siquiera
para enmendar las repeticiones o aclarar sus tesis, menos para pretender
imprimirle elegancia al estilo. Es, más bien, una exposición de hechos; una
narración en que la memoria y los apuntes han operado de consuno".
A 38 años del triunfo de la Revolución Cubana encabezada por
Fidel Castro
—que se cumple este 1º de enero—, se exponen aquí parte de
los hechos
contados por Batista, correspondientes a diciembre de 1958,
mes del derrumbe
de su gobierno, y donde destacan la desmoralización ante el
avance del Ejército Rebelde, así como las intrigas, defecciones y
conspiraciones de la propia cúpula militar que lo llevó al poder.
Es, pues, la visión de los vencidos.
El tren blindado
Las operaciones militares que venían efectuándose en las
áreas que abarcan la Sierra Maestra y sus valles se prolongaron demasiado y sin
resultados satisfactorios. Se habían cambiado los jefes de mando y de
operaciones
varias veces y aunque últimamente las tropas lograron éxitos
parciales, se hacía necesario producir un golpe de efecto y dar una sensación
rápida de que el problema en la Sierra tenía los días contados.
La demora en combatir con eficacia iba produciendo
expectación en la opinión pública y empezaba a preocupar seriamente a distintos
sectores de la población.
Para "organizar una nueva ofensiva capaz de terminar con
el problema", se designó al general Eulogio Cantillo, jefe de Operaciones
del Ejército, para que se hiciera cargo del mando en el oriente de la isla.
Pero, según Batista, el problema se agravó por "las
rivalidades e intereses creados" entre el jefe del Estado Mayor Conjunto,
Tabernilla Dolz, y el jefe de Operaciones, Eulogio Cantillo. Y es que este
último pasó a ser jefe en donde operaban las "fuerzas tácticas" del
general Alberto Río Chaviano, concuño y hombre de confianza de Tabernilla Dolz.
Así, Río Chaviano "interfería las órdenes" de
Cantillo y éste, a su vez, era torpedeado por el general Tabernilla Dolz:
No le prestaba la cooperación necesaria, demorando o
saboteando las
operaciones militares y las solicitudes que dicho general
hacía al Estado
Mayor.
Finalmente, Batista envía a Río Chaviano al distrito de Las
Villas y deja "con mando único" a Cantillo en oriente. Le fue peor:
En la provincia oriente necesitaron los rebeldes casi dos
años para inmovilizar los destacamentos militares, lo que lograron en Las
Villas en sólo unas semanas con Río Chaviano. El aviso oportuno del plan (de
los rebeldes) para incomunicar Las Villas sirvió de poco. A principios de
diciembre los puentes principales de la carretera central estaban siendo
atacados y destruidos.
Para evitar la incomunicación de La Villas —donde el Che
Guevara avanzaba incontenible—, Batista ordenó "el envío de un tren con
carros y coches blindados, plantas eléctricas y herramientas. El tren blindado
—que así se le llamó— estaría apto para transportar y mover en las áreas
afectadas a 600 hombres". Se trataba de "reparar las vías
incomunicadas, batir al enemigo y recuperar las zonas perdidas".
Y señala:
Para hacer eficaz este servicio se recolectaron las últimas
armas disponibles en las guarniciones principales de La Habana, que se
quedarían sin armamentos y casi sin hombres.
Al frente del tren blindado quedó el coronel Florentino
Rosell, quien se coordinaría con el general Río Chaviano. Ambos hombres se
reunieron con el general Tabernilla Dolz, a quien "le informaron que era
gravísima la situación, considerando que resultaba un poco tarde (enviar el
tren) para dar batalla en la provincia de Las Villas".
A juicio de Batista, "esta sospechosa opinión estaba
precedida por tres semanas de continuas retiradas o entregas (al Ejército
Rebelde) de
batallones, compañías, escuadrones y puestos militares".
Sus sospechas se confirmarían días más tarde:
El tren blindado, los 600 hombres y los armamentos que se
entregaron como últimos recursos de combate —incluyendo armas automáticas y un
cañón— serían rendidos al enemigo tras una entrevista que sostuvieron los dos,
Río Chaviano y Rosell, con cabecillas rebeldes, por orden del general
Tabernilla Dolz.
El embajador Smith
En días anteriores, Batista cuenta que "había recibido a
"altas figuras de
la jerarquía eclesiástica" y a comisiones de la Cámara
de Comercio y de las Asociaciones de Industriales, Ganaderos y de Colonos.
Todos le plantearon "las posibilidades de un gobierno de transición que
sirviera de instrumento a la pacificación del país".
Y narra:
La Asociación de Hacendados llegó a más: acordó designar una
comisión que me expusiera el siguiente argumento: siendo mi nombre la
dificultad que aducían los insurreccionales y los sectores abstencionistas para
cesar en su actitud, me pedía que considerara la conveniencia de que me
sustituyera un gobierno provisional.
En estas reuniones se alegó, en pequeños apartes, que el Ejército
no podía ganar ningún encuentro con los alzados porque muchos de los oficiales
estaban complicados o temían a las responsabilidades y, también, a que conocían
la actitud de los Estados Unidos.
Pero Batista se resistió:
Los últimos esfuerzos del gobierno se estaban realizando.
Pensaba todavía poder evitar la hecatombe si nos llegaban las armas pedidas a
Europa y los acontecimientos me permitían reorganizar las fuerzas armadas.
En esas fechas, Batista todavía hizo gestiones ante Estados
Unidos para obtener apoyo y armas. Y es que, nueve meses antes —marzo de 1958—
Washington había decretado un embargo de recursos bélicos argumentando una
supuesta política de no intervención. Batista protestó en reuniones con el
embajador Earl T. Smith. "La neutralidad —le dijimos— opera contra el
régimen constitucional de Cuba".
Según Batista, el embajador estadunidense "pareció
convencido de que los grupos revolucionarios estaban infiltrados de
comunismo", y añade:
Hubiera intentado conseguir que el embargo de armas se
suspendiera si el ejército hubiese logrado hacer alguna demostración efectiva
ganando combates decisivos, pero las esperanzas resultaron vanas, porque
después del fracaso de la ofensiva de junio ya no fue posible que una de las
unidades ganara siquiera una escaramuza.
Tras efectuar consultas en Washington, el embajador Smith
"llamó al ministro de Estado, Gonzalo Güell, diciéndole que tenía urgencia
de hablar conmigo
(...) No había mucho de qué hablar (...) El nos traía la
desagradable noticia de la impresión recogida en Washington: el desastre iba
avanzando en forma tan evidente que ninguna esperanza respecto de la devolución
de las armas embargadas podía abrigarse".
Luego anota:
Se tuvo la esperanza de que los esfuerzos electorales
realizados por el
régimen (Batista efectuó un simulacro de elecciones en
noviembre) dieran los resultados satisfactorios que anhelábamos, pero los
acontecimientos no favorecían el propósito de que el candidato electo, doctor
Andrés Rivero Agüero, asumiera la Presidencia normalmente y permaneciese en
ella, lo que hacía dudar de la posibilidad de reconocimiento por parte del
gobierno americano.
Más aún:
Por las informaciones del embajador Smith (...) se suponía
que los elementos básicos del ejército no resistirían hasta el próximo 24 de
febrero en que debía tomar posesión el presidente electo.
A continuación, desmiente las acusaciones de Fidel Castro,
quien afirmaba "que Estados Unidos ayudó a Batista'". Y en tono
trágico añade: "¡Lástima que no haya sido verdad!"
Intrigas y conspiraciones
Batista llamó a una "reunión confidencial" a los
más altos mandos del Ejército: a Tabernilla Dolz, del Estado Mayor Conjunto; al
general Rodríguez Avila, del Estado Mayor del Ejército, y al almirante
Rodríguez Calderón, de la Marina de Guerra. Les informó de las conversaciones
con el embajador Smith. Les pidió hacer esfuerzos por prolongar el régimen
hasta el 24 de febrero, día del cambio de poderes. Les pidió, además, suma
discreción.
Sin precisar fechas, Batista dice que al día siguiente se
enteró que los
generales en cuestión habían regado las informaciones
pesimistas del
embajador estadunidense entre muchos de los oficiales y
subalternos. Y luego tuvo conocimiento de una reunión donde el general
Tabernilla Dolz conminaba a la defección.
Cuenta:
En la noche del día siguiente me visitó en Palacio
Presidencial el jefe del
Servicio de Inteligencia Militar, teniente coronel Irenaldo
García Báez. Me informó que el jefe del Estado Mayor Conjunto, Tabernilla Dolz,
había
sostenido un cambio de impresiones con el general Río
Chaviano y con el
coronel Rosell antes de salir a cumplir la misión ordenada
(la del tren blindado). A esa reunión se agregaron el general Luis Robaina
Piedra y el
general Silito Tabernilla Palmero, jefe de División de Infantería
y Encargado del Despacho Militar del Presidente.
En dicha reunión Tabernilla Dolz les dijo que
"'consideraba perdida la causa
nuestra', desalentando a quienes estaban encargados de
funciones tan trascendentales" y se planteó incluso "una tregua con el
enemigo".
Batista llamó a su despacho privado al general Tabernilla
Dolz y lo reconvino:
—Me han hecho objeto de un singular golpe de Estado.
A usted no se le puede dar un golpe de Estado, porque es el
ídolo de las fuerzas armadas y lo queremos mucho.
El viejo general Tabernilla Dolz se lamentaba de las
interpretaciones,
afirmando que lo hizo inspirado en su buena fe y ante la
imposibilidad de salvar la situación porque —decía el general Tabernilla— los
soldados están cansados y los oficiales no quieren pelear. Ya no puede hacerse
más.
Con todo eso —le dije —me han dado un golpe de Estado, y en
forma tal que las circunstancias me impiden sustituirlos y reorganizar los
mandos con nuevos jefes.
No sería la única reconvención de Batista a Tabernilla Dolz.
El día 29, al atardecer, el jefe del Estado Mayor del
Ejército, general Rodríguez Avila, me dijo que un X-4 (información
"genuinamente veraz") le informó que el general Tabernilla Dolz, su
hijo Carlos, brigadier jefe de las Fuerzas Aéreas Cubanas y su concuño Río
Chaviano, se habían entrevistado con el embajador Smith.
En su despacho privado, Batista regañó nuevamente a su jefe
del Estado Mayor Conjunto:
—Explícate, porque seguramente sabes que los únicos
autorizados para tratar asuntos oficiales de gobierno con un embajador son el
presidente, el primer ministro y el ministro de Relaciones Exteriores. Que yo
sepa, tú no estabas autorizado para ver al embajador americano.
Es verdad, chief, perdóneme... pero, queriendo ayudarlo, he
cometido esta falta grave...
Qué puedes haberle dicho al embajador y qué puede el
embajador haberte dicho, si él no estaba facultado para resolver, ni aun en
nombre de su gobierno, problemas que sólo competen a nosotros?
Fui a verlo, como le dije, y me atreví a preguntarle si él
podía ayudarnos a obtener un arreglo.
Eso le dijiste? Has cometido un acto increíble de
irresponsabilidad —le repliqué— y ni aún consultando a su gobierno pudo haberte
contestado sin incurrir él, a su vez, en un gravísimo error.
Me dijo que él nada podía hacer, me trató muy afectuosamente,
pero nada más.
Con esa visita le había comunicado al embajador de los
Estados Unidos que el
gobierno estaba destruido y que las fuerzas armadas no eran
aptas ya para respaldarlo.
Como pie de página, Batista reseña una conversación que ya en
el exilio tuvo
con su exjefe del Servicio de Inteligencia Militar, Irebaldo
García Báez, en el que cuenta que Tabernilla Dolz fue más allá con el embajador
Smith: le dijo que "habían acordado deponer al presidente y sustituirlo
por una junta militar".
No oculta Batista que hubo otros planes para derrocarlo.
Brevemente, y sin precisar nombres ni hechos, comenta de una conspiración
fraguada en su
propio cuartel militar: el campamento de Columbia.
Cuenta:
En una de ellas se planeó avanzar sobre la residencia del
Presidente durante la noche del domingo 27, sabiéndose que acostumbrábamos
comer entre diez y once de la noche con los jefes principales y algunos
ministros y congresistas. Se nos haría prisioneros. La tarde de ese domingo fue
escogida
para reunirse y discutir qué destino debían dar a nuestras
personas y los oficiales conspiradores se dividieron entre los partidarios de
que se nos embarcara esa misma noche y los que estimaban que para evitar el
peso de la autoridad presidencial debía fusilársenos.
En un pie de página, Batista señala que "esta intentona
se le llamó en
Columbia la 'conspiración de los cobardes'. La formaban media
docena de oficiales que se enfermaron en presencia del enemigo". Y, sin
dar nombres, narra cómo al ser descubiertos corrieron a esconderse en los
matorrales:
Uno era sobrino de la señora de un ministro y había dejados
solos, al ser heridos, a su esposa, al teniente coronel Blanco Rico y a la
señora del teniente coronel Marcelo Tabernilla.
Entrevista con Castro
EL 28 de diciembre, el jefe de Operaciones de Batista,
Eulogio Cantillo, se reunió con Fidel Castro cerca de Palma Soriano. El jefe
guerrillero prácticamente tenía copadas a las fuerzas del Ejército y estaba a
punto de entrar a Santiago de Cuba.
Batista apunta que la reunión se efectuó desobedeciendo sus
órdenes. Y añade:
El general me confesó haber llevado a cabo la entrevista con
Fidel Castro. Empezaba a explicarme la conversación cuando lo detuve con un
gesto. Ya se
había producido el daño. El sólo hecho de haberse celebrado
demostraba, más que el derrotismo, la derrota misma. Si él fue a ver al jefe
rebelde, al enemigo de las fuerzas que mandaba, para preguntarle "qué
quería", la respuesta era obvia.
Le ordené que no comunicara la entrevista ni su resultado con
el general Tabernilla Dolz ni a ninguna otra persona. Me preocupaba que el
desenlace fatal fuera precipitado por el pánico que, según los síntomas, hizo
presa en el jefe del Estado Mayor Conjunto, en sus hijos situados en cargos claves
y en los jefes que le eran afines en el parentesco, en la amistad o en el
miedo.
Noche del 31 de diciembre de 1958. La derrota era más que
evidente. Batista
se reunió en la sala superior de la casa de Columbia para,
como cada año, celebrar el año nuevo con parientes, militares, embajadores,
amigos y políticos. A las dos de la madrugada se entrevistó con los principales
hombres de su régimen en su despacho del primer piso.
El salón era corto y estrecho. Los jefes discutieron breves
momentos y todos ratificaron la imposibilidad de seguir luchando (...) Se
recomendó la renuncia y la entrega del gobierno a una Junta Militar. Yo preferí
la forma constitucional. Si el obstáculo era Batista, si lo que se deseaba era
un
gobierno equidistante, que se declarara terminada la guerra
civil y rigiera la Constitución de 1940, sin garantías suspendidas ni medidas
excepcionales.
El vicepresidente de la República, candidato electo a la
alcaldía de La Habana y presidente del Partido Liberal, Rafael Guás Inclán,
"no pudo ser localizado". El hubiera sido el presidente sustituto.
Asumió la Presidencia de la República el presidente del Senado, Anselmo
Alliegro, quien la pasó al magistrado más antiguo del Tribunal Supremo, Carlos
M. Piedra.
Reunidos los jefes militares y civiles, firmaron el acta en
que constaba mi renuncia.
La huida
Desde el local en que nos encontrábamos reunidos, mandé aviso
a la señora. Bajó con Jorge, Fulgencito y Martha María —16, 5 y 1 año de edad—.
Carlos Manuel y Robertico —8 y 10 años— se encontraban en Estados Unidos.
Le di un beso y le comuniqué que saldríamos hacia el
extranjero.
Pero, ¿no íbamos para palacio?... La ropa de los niños, la
mía...
Mi respuesta fue otro beso, e imprimiéndole una suave presión
en el brazo le indiqué que trajera a los muchachos (...) Nos reuniríamos en el
aeropuerto militar.
Batista afirma:
Nada se preparó para la salida, como malintencionadamente se
ha dicho (...)
En Palacio quedaron los vestidos, los trajes, los juguetes de
los niños, los
trofeos de 'saltos hípicos' ganados por el mayorcito, los
valiosos regalos hechos a la prole en sus aniversarios, cuadros y obras de
arte, joyas y prendas de la primera dama y las mías personales.
Y más:
En Kuquine (la casa de descanso del general) nada se tocó
(...) En los bancos quedaron las acciones, bonos, valores y efectivo que
representaba la fortuna básica de la familia.
Incluso:
Aquellos trajes, las joyas, valores y el efectivo pude
haberlos trasladado antes, como hicieron otros, o llevarlos conmigo, porque de
haber planeado el
fin de mi Presidencia, así fuera unas horas antes, ¿qué o
quién lo hubiera
impedido?
Junto con su familia y algunos colaboradores, Batista
abandonó Cuba la mañana del 1º de enero. Iba rumbo a Estados Unidos. En el aire
recordó la propuesta hecha por el Departamento de Estado norteamericano:
Usted puede ir directamente a su casa de Daytona, si lo
desea; pero parece más conveniente que pase los primeros meses (del exilio) en
España, por ejemplo, con objeto de evitar los ataques que sin duda originaría
ir inmediatamente a Estados Unidos.
Por eso, y ante la "exclamación" de sus
acompañantes, afirma que ordenó:
Giren en redondo y tomen la dirección de la República
Dominicana.
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Los historiadores Clark y Szulc contradicen la
versión de Batista sobre su caída
Homero Campa
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LA HABANA.- Fulgencio Batista mintió y ocultó hechos al
narrar el derrumbe de su régimen.
Como por ejemplo, al quejarse por el "inexistente"
apoyo estadunidense, siendo que éste se mantuvo casi hasta el final de su
régimen, cuando se hizo evidente que su gobierno era insostenible. Y a pesar de
que en marzo de 1958 Washington decretó en su contra un embargo de armas,
fueron precisamente los pertrechos militares norteamericanos los que se usaron
para atacar tanto a los grupos rebeldes como a la población civil.
Asimismo, ocultó las reuniones con enviados de la
administración del presidente Eisenhower, los cuales pidieron su renuncia antes
de que Fidel Castro llegara al poder.
Además, afirmó que su salida del país no fue preparada,
aunque todo indica que fue meticulosamente preparada.
Negó haber llevado dinero y joyas al abandonar el país, pese
a que, incluso, sus propios correligionarios lo denunciaron después como el
mayor saqueador de la isla.
Dos historiadores cuentan los momentos finales del régimen de
Batista. Juan Clark lo hace en su libro Cuba: mito y realidad, y Tad Szulc en
Fidel: retrato crítico. Ambos —que no son considerados como procastristas—
coinciden: a la presencia de una revolución arrolladora, se
añadió en el
derrumbe la corrupción extrema, el repudio popular, la
desmoralización de las huestes gubernamentales y sus prácticas autoritarias y
represivas —durante la dictadura hubo 20,000 asesinados, según fuentes del
gobierno revolucionario—.
Clark analiza: "La caída de Batista sería producto
directo de varios factores fundamentales. Por una parte, la corrupción y la
falta de moral
combativa de su liderazgo militar y político, en contraposición
con la
efectiva conducción revolucionaria, especialmente la
encabezada por Castro, combinada con el rechazo popular al régimen y ciertos
factores externos, en especial la influencia e intervención
norteamericanas".
Clark se detiene en la corrupción de ese régimen y la ubica
como "aliada" del triunfo de Castro. "Comenzando por la cabeza,
Batista, por conducto de su secretario de la Presidencia, Andrés Domingo
Morales del Castillo, recibía por lo menos 30% del valor de los contratos por
obras públicas. Batista también recibía una buena comisión del juego lícito o
ilícito de todo el país".
El exsecretario de prensa de Batista, Suárez Núñez, consideró
que el general cubano se embolsó 5 millones de dólares por la construcción del
túnel de La Bahía. Este mismo colaborador calculó la fortuna personal de
Batista en 300 millones de dólares luego de que salió de Cuba, pero el
exgeneral Francisco Tabernilla Palmero la situó en 600 millones.
Clark señala que "todo esto enriqueció a Batista más que
a ningún gobernante cubano", y "esta corrupción se
permeaba dentro de la jefatura de las fuerzas armadas con el juego y la
prostitución".
El historiador afirma que la presencia guerrillera de Castro
en 1956 fue, al
principio, pretexto para aumentar el negocio del contrabando
dentro del
ejército. "Era de esperarse que el conocimiento de esa
corrupción en la
cumbre, filtrada hacia los niveles inferiores, creara un
estado de desmoralización dentro de las fuerzas armadas y en el sector civil
gubernamental, pues no podía esperarse que el soldado de fila, o el oficial que
lo comandaba, estuvieran dispuestos a arriesgar su vida por una causa que tenía
que considerar llena de corrupción".
Por supuesto, nada de ello menciona Batista en su libro
Respuesta, y niega
tajantemente que se hubiera llevado dinero, joyas y otros
bienes de su fortuna.
Tad Szulc, por su parte, reconstruye: "El 20 de
diciembre, Fidel Castro toma
la población de Palma Soriano —en el oeste de la isla— (...)
En ese momento, Batista inició los preparativos para huir de Cuba. La población
de La Habana y de otras ciudades, así como los campesinos, estaban abiertamente
contra él en todas partes, y al oler la sangre y la derrota, adoptaban
públicamente actitudes pro Castro. El barco se estaba hundiendo (...)
"En La Habana, una facción de los altos jefes del
ejército entró secretamente en contacto con un agente de Castro para proponer
un arreglo pacífico con los rebeldes, sustituyendo a Batista por una junta
mixta de civiles y militares. Esta junta estaría formada por el general Eulogio
Cantillo, con el que Fidel había intercambiado cartas durante la ofensiva de
verano, un oficial contrario a Batista que en aquellos momentos estaba
encarcelado, Manuel Urrutia, y otros dos civiles elegidos por los revolucionarios.
Se informó al agente de Castro que Estados Unidos reconocerían inmediatamente
esta junta."
Según Szulc, "ésta era la trampa del golpe militar que
Castro había sospechado y temido en todo momento. Envió enseguida un breve
mensaje: 'Condiciones rechazadas. Disponga encuentro personal entre Cantillo y
yo'".
Ambos historiadores coinciden al afirmar que Estados Unidos
maniobró en esos días de diciembre para buscar una salida que no fuera ni
Batista —por cuyo desprestigio e inoperancia era ya imposible mantener— ni
Fidel Castro.
Intentó apoyar el liderazgo de otros revolucionarios de
tendencia liberal,
como Manuel Varona y Justo Carrillo.
Luego, el 8 de diciembre de 1958, William D. Pawley,
exembajador de Estados Unidos en Cuba y hombre cercano al presidente
Eisenhower, y James Noel, jefe de la estación de la CIA en La Habana,
propusieron a Batista su renuncia y el establecimiento de una junta a la que
entregaría las riendas del gobierno.
Clark asegura, incluso, que el embajador Earl Smith
—"que deseaba evitar la ascensión de Castro al poder"— pidió a
Batista que renunciara, "a fin de evitar mayores derramamientos de
sangre". Para esas fechas, señala el historiador, "Batista ya tenía
planeada la fuga, con la complicidad del alto mando militar, de la misma manera
subrepticia e irresponsable en que tomó el poder el 10 de marzo de 1952".
En su libro, Batista no menciona la reunión con los enviados
de Washington, y aunque habla de encuentros con el embajador Smith, no dice que
en ellos le solicitaron su renuncia.
El historiador Szulc refiere que Cantillo y Castro se
reunieron el 28 de diciembre cerca de Palma Soriano. "El jefe guerrillero
insistió en rechazar una junta. El poder, dijo, había de ser entregado al
Ejército Rebelde. Con Santiago de Cuba rodeada, Cantillo accedió a encabezar
una rebelión el 31 de diciembre y ceder incondicionalmente sus tropas a
Castro".
Pero "Cantillo quebrantó su palabra. Informó a Batista
del plan de la junta y le concedió hasta el 6 de enero para abandonar el país.
Después pidió a Castro una semana de aplazamiento en su trato, lo que
instantáneamente
despertó las sospechas de Fidel".
Los acontecimientos, empero, se precipitaron. El Che Guevara
tomó Santa Clara el 30 de diciembre, poniendo fuera de combate un tren
blindado, y el régimen no tuvo más remedio que claudicar. Batista salió poco
después de la medianoche del 31 de diciembre junto con sus familiares y
seguidores más próximos. En el Cuartel Columbia, Cantillo formó una junta de
gobierno presidida por Carlos M. Piedra, un juez del Tribunal Supremo.
"Castro entró inmediatamente en acción. Hablando desde
Radio Rebelde en Palma Soriano, presentó un ultimátum a la guarnición de
Santiago de Cuba, lanzó una proclama a la nación para denunciar a la junta como
integrada por 'cómplices de la tiranía' y convocó a una huelga general para el
día siguiente. 'El Ejército Rebelde continuará su fulminante campaña —anunció
Fidel—. ¡Revolución sí; golpe militar no!' La junta se derrumbó antes de caer
la noche..."
Luego, contra lo sostenido por Batista, Clark cuenta cómo el
general cubano "preparó meticulosamente y en gran secreto su fuga
precipitada".
Y añade: "Dos meses antes mandó retirar la estatua que
se le erigió en el
Campamento de Columbia. Destruyó documentos comprometedores.
Seleccionó cuidadosamente a los invitados de la fiesta de fin de año en
Columbia, hecho que se tornaría en partida subrepticia (...) En este proceso de
sigilo no avisó a sus hermanos, ni a importantes jefes políticos y
militares..."
Clark cita una carta del exjefe del ejército, general
Francisco Tabernilla, donde describe la naturaleza de la fuga: "Ante la
opinión de nuestros compañeros que dejamos abandonados a su suerte, ante el
pueblo de Cuba y ante el mundo entero, salimos como unos cobardes, ladrones,
aprovechados y sin el más leve sentimiento patrio".
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