miércoles, 8 de enero de 2014

La Mujer en Japón


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      LA MUJER EN JAPÓN

        Hace tiempo, mi amigo Héctor Oviedo me invitó a casa de sus suegros, de paso fuimos a  recoger  a  un ingeniero japonés.
Tanto el nipón como Héctor presentaron  sendos trabajos representando a sus respectivos países.
        Ya  en  casa  del  señor Maeda, suegro  de  Héctor,  que  es japonés,  pero  que  ya lleva 50 años en  México,  la  esposa  de Héctor, Emyko y dos de sus cuñadas, una cuyo nombre es Mina, y la  otra  cuyo nombre  ya  se me olvido, (¡es que es  difícil  recordar  nombres japoneses!), le preguntaron al ingeniero:


            -¿Cómo es  la mujer en Japón?.




-El ingeniero japonés no tuvo ningún empacho en relatarnos  a los  presentes  todo  en torno a cómo son  las  relaciones  entre hombre y mujer en su país. Y he aquí, más o menos, de lo que  nos enteramos:
        -En  Japón no existe la lucha abierta de los sexos. La  mujer sabe  que  ha  nacido para servir al hombre con  agrado.  Por  lo tanto, su actitud ante la sexualidad esta libre de todo  sentimiento  de culpabilidad. Amar con escrúpulos o cumplir  imperfectamente  con  el papel de mujer se considera en el  Japón  como  un grave atentado a la moral. La mujer japonesa conoce  exactamente su papel dentro de la complicada estructura de los derechos y los deberes.  Hay un mundo de los hombres y un mundo de las  mujeres: no existe lucha abierta de los sexos, sino fronteras fijadas  con precisión  para  cada uno. La mujer ha aprendido  a  respetar  el orden de las diferencias sexuales e incluso encontrar en ellas la razón  de  su  vida.  Proporcionar  placer  al  hombre  es  una obligación  para ella. Los placeres físicos y, por lo tanto,  los del  sexo en su aspecto sensorial, pertenecen, según su  mentalidad,  a un mundo fugaz que hay que cuidar como el jardín  florido de la vida.
        Una japonesa genuina, educada al estilo tradicional, no dice jamás  lo  que realmente desea. Todo son  signos,  insinuaciones, suspiros. Para la mujer japonesa la insinuación de un sentimiento no es nunca espontanea. Cada expresión de sentimientos puede  ser una red en la que el otro se enreda y de la que sólo puede  salir correspondiendo a ella.
        Por  ejemplo, la japonesa utiliza su diario íntimo  no  para reflejar  en  él  lo que le ocurre en su interior o  en  su  vida personal, sino que escribe aquellas cosas que le consta desatarán en su marido las reacciones que desea, ya que sabe que su  marido lee "su diario" por muy oculto que ella expresamente lo guarde.
        En fin, la mujer japonesa utiliza toda clase de medios  para compensar internamente la prioridad externa del hombre. No puede, como  el hombre, hablar abiertamente sobre asuntos del corazón  y del amor, y compensa ésto con su sentido de la diplomacia de  los sentimientos y de la sexualidad.
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