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EL CALDERONISMO
Lorenzo Meyer
Tras la elección presidencial, la administración que concluye es historia. Y aunque quien la encabeza todavía mantiene el control del aparato burocrático y puede declarar "vamos a seguir trabajando hasta el último día de mi gobierno" (Reforma, 17 de julio), en la práctica ya sólo pueden marcar el paso. Se inicia entonces el tiempo del juicio histórico; juicio que nunca concluirá, pues cada época lo volverá a hacer de nuevo.
Obviamente el "Juicio de la Historia" como tal no existe. Lo que hay son las apreciaciones de ciudadanos, historiadores y estudiosos de la época: su juicio es sobre quiénes ejercieron el poder, cómo, en beneficio de quién y con qué resultados. Estos juicios pueden o no coincidir -a la coincidencia se suele llamar "juicio de la historia"- y su naturaleza depende de los intereses, prejuicios y capacidades de quienes los formulan. Toda visión sobre lo que ya ocurrió siempre estará influida por los grandes temas del tiempo en que se hace. Nunca habrá un veredicto unánime e inmutable sobre personajes y eventos del pasado, su enjuiciamiento es permanente.
El marco general
El gobierno de Felipe Calderón Hinojosa (FCH) lo encuadra la naturaleza del proyecto histórico del PAN, un partido de clase media, conservador, que nació en septiembre de 1939 al calor de la reacción contra la política de masas del cardenismo y del inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando la derecha mundial se lanzó a una gran ofensiva contra el comunismo y contra la democracia liberal.
En tanto "oposición leal" al régimen autoritario de la Revolución Mexicana, el PAN enarboló la primacía del "interés nacional" -definido desde la derecha-, del "bien común" sobre cualquier interés parcial -como el de los campesinos y/o los trabajadores- y la "dignidad de la persona humana" como un valor más alto que el Estado o el capital. Se trató de metas muy generales y casi inobjetables en tanto no se pusieran en práctica. Ahora bien, cuando el PAN logró el poder en algunos estados primero y a nivel nacional en 2000, ¿en qué se tradujeron sus conceptos de interés nacional, bien común, dignidad de la persona y el resto de su ideario? En muy poco.
El sexenio presidido por Vicente Fox (2000-2006) devaluó, y mucho, el conjunto de principios panistas, pero FCH terminó por hacer aún más evidente el divorcio entre lo altisonante del discurso y la mezquindad de la práctica. Finalmente, el interés nacional resultó ser el de los intereses creados, el "interés común" se hizo humo al chocar con los intereses nada comunes y muy corporativos del SNTE y la "dignidad de la persona humana" se topó con las violaciones a los derechos humanos y las denuncias de Javier Sicilia y su agrupación. Así, no fue sorpresa que en julio del 2012 una mayoría de ciudadanos optara por relegar al PAN a un sitio marginal donde incluso corre el peligro de desaparecer (FCH dixit, Reforma, 28 de julio).
El panismo real
FCH llegó al poder apoyándose poco en propuestas constructivas y mucho en el ambiente de miedo al cambio que generaron sus hábiles publicistas. Le resultó más redituable buscar el corrupto favor de Elba Esther Gordillo, el SNTE y sus operadores electorales, que el apoyo que pudieran generar sus ideas del "bien común". El "haiga sido como haiga sido" con que FCH justificó su triunfo electoral y su rechazo a un recuento de los votos -indispensable para dar certeza a un triunfo por apenas el 0.56% del total de sufragios- resultó ser el sello indeleble de su Presidencia.
La necesidad de ganar la legitimidad plena que no logró en el proceso electoral llevó a FCH a iniciar su gobierno con una acción espectacular, contundente, una que supuso se transformaría en signo indiscutible de autoridad y robustecería su endeble legitimidad inicial, tal y como lo intentó Carlos Salinas tras el fraude de 1988. Así, a días de asumir el poder, FCH lanzó -sin dilación pero sin planeación adecuada-, una "guerra contra el narco" que resultó muy espectacular pero finalmente poco efectiva. Fue una jugada a varias bandas que, en teoría, aparecía de lo más interesante para alguien en su posición. Por un lado, su gobierno necesitaba enfrentar la ya muy obvia y desafiante presencia territorial de los cárteles de la droga, pues si la violencia ilegítima del narco se mantenía tan pública y exitosa, entonces la esencia del Estado -su monopolio de la violencia considerada legítima- significaría cada vez menos. Por otro lado, la movilización masiva de soldados, marinos y policías acompañada de una publicidad adecuada daría la sensación de seguridad recuperada y, sobre todo, proyectaría urbi et orbi la imagen de un Ejecutivo fuerte y decidido que, incluso siendo civil, aparecía como general de cinco estrellas. Finalmente, era obvio que el gobierno norteamericano apoyaría esta política -Iniciativa Mérida- y a su arquitecto (Obama calificaría a FCH del nuevo Eliot Ness).
La decisión de ir contra los cárteles de la droga tomada en 2006 suponía grandes ganancias pero implicaba grandes riesgos: su fracaso no sólo sería el de FCH y su partido sino también el de las Fuerzas Armadas. Casi seis años más tarde y alrededor de 60 mil muertos, más desaparecidos y desplazados, y un aumento notable en la brutalidad de la violencia y del gasto en seguridad nacional -en 2012 ese renglón fue mayor que el de desarrollo social, de salud o de comunicaciones y transportes-, resulta que los cárteles siguen tan desafiantes como en el inicio, el trasiego y comercialización de drogas no han variado: hoy el gramo de cocaína pura en el mercado norteamericano -177.26 dólares- es 16% más barato que en 2001 y el 95% de esa droga pasa por México (The New York Times, 3 de julio). Por otra parte, el principal capo mexicano, Joaquín El Chapo Guzmán, no solamente sigue libre sino que de rutina aparece en la lista de los multimillonarios del mundo publicada por Forbes (26 de marzo, p. 232) y ha extendido sus operaciones a Europa, Asia y Australia (The New York Times, 15 de junio).
Además, al poner al Ejército y a la Armada a cumplir tareas que la Policía Federal sigue sin poder hacer -en julio, por ejemplo, fue necesario cambiar a todo el personal policiaco federal en el aeropuerto de la Ciudad de México porque la corrupción ya lo hacía inútil en ese punto vital para impedir el tránsito de la droga (Reforma, 17 de julio)-, ha desgastado a esas instituciones en un tipo de lucha que simplemente no se puede ganar. Como para subrayar lo anterior, al final del sexenio se procedió a detener a altos mandos del Ejército -incluido un general de división- bajo la sospecha de complicidad con los capos de la droga (Proceso, 20 de mayo).
En contraste, el calderonismo simplemente decidió no usar la fuerza del Estado en un campo donde con menos sangre, con menos gasto y con menos violaciones de derechos humanos, hubiera podido dar golpes fuertes en la zona que más hubiera afectado a los señores de la droga: el del lavado de dinero. Las armas del narco no son para derrotar a ningún gobierno sino para ayudar a maximizar sus enormes ganancias. Entonces, ¿por qué no se le atacó desde el inicio a fondo en la cadena del dinero y usando no a la Sedena sino a Hacienda? Sólo al final del sexenio y gracias a investigaciones del Senado norteamericano, se ha hecho público que la filial mexicana del gran banco británico HSBC había llevado a cabo, tan sólo entre 2007 y 2008, transferencias a su sucursal norteamericana por 7 mil millones de dólares, y que lo hizo de tal manera que los narcotraficantes pudieron blanquear millones de dólares. Antes de renunciar en 2008, el inútil encargado de vigilar que no se lavara dinero en HSBC México informó a sus superiores que su tarea era imposible porque dentro de la institución había "una cultura de búsqueda de ganancias a toda costa" y que era cosa de tiempo que el banco fuera acusado de actividades criminales (The Independent, 18 de julio). Al final, HSCB México fue castigado con una ridícula multa de 379 millones de pesos, lo que terminó por comprobar que es racional para cualquier banco continuar con el lavado de dinero y para los narcotraficantes mantener su actividad.
Conclusión
La política que FCH puso en el centro de la agenda nacional fue bien vista fuera pero no convenció dentro. El tipo de inseguridad que afectaba al ciudadano de a pie provino menos de personajes como El Chapo -su mercado principal es externo- y más del crimen que vive de los de dentro. Y ese crimen incluyó lo mismo a asaltantes, extorsionadores y secuestradores que a funcionarios corruptos, a banqueros blanqueadores, a contratistas abusivos o a monopolistas. La guerra de Calderón fue contra los primeros pero dejó de lado a los segundos.
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TRAMAS DEL CALDERONISMO
Lorenzo Meyer
En el artículo anterior examiné la política insignia del sexenio que se apaga: la lucha armada del gobierno contra las organizaciones del narcotráfico.
La conclusión fue que esa política no resultó un éxito sino en algo distinto: en cárteles tan o más fuertes que antes, en un debate inconcluso sobre la naturaleza misma de esa política, en un monumento a 324 militares que han fallecido en la empresa y en la propuesta de un memorial a las víctimas de la violencia, cuyo número exacto nadie sabe -pasan de 60 mil- y que desde ahora ya es un motivo más de división entre nosotros.
Pero el calderonismo no fue sólo acciones contra el narcotráfico sino varias cosas más, entre ellas una política económica. En este campo Felipe Calderón Hinojosa (FCH) fue un apegado a la ortodoxia neoliberal: prioridad al mercado, control del déficit público, baja inflación, balanza de pagos en equilibrio y un esfuerzo por seguir avanzando en la privatización. En este último campo, FCH liquidó a Luz y Fuerza del Centro, pero cuando intentó avanzar en la privatización de Pemex se topó con la oposición de la izquierda a incorporar plenamente a la gran empresa privada nacional e internacional a la explotación de los yacimientos petrolíferos en las aguas profundas del Golfo de México. Este proyecto se vino abajo. En contraparte, FCH bloqueó el proyecto de construir nuevas refinerías para Pemex. En teoría el neoliberalismo no acepta monopolios, pero FCH, como sus antecesores, se apartó de la ortodoxia económica en aras del "realismo político" y convivió sin problemas con ellos.
En el calderonismo el crecimiento anual promedio del PIB estuvo lejos de ser notable: apenas llegó al 1.86%. Si a ese rubro se le pone en términos per capita, entonces el promedio fue menor al 1%, lo que lo hace uno de los más bajos de América Latina en el periodo. Y es que la caída del PIB en 2009 -efecto de la crisis norteamericana y de la dependencia mexicana- no fue el "catarrito" que se pronosticó entonces sino un derrumbe del 6.3%. En suma, en economía, FCH fue simplemente el continuador del "estancamiento estabilizador".
Con un crecimiento económico tan magro en el sexenio, el aumento del empleo que prometió FCH en su campaña electoral, simplemente no se dio. Los especialistas han calculado en un millón 200 mil empleos al año los que se requieren crear en México para absorber productivamente a los jóvenes que entran al mercado laboral. Sin embargo, en el calderonismo el promedio anual de nuevos empleos formales fue de apenas 300 mil. El llamado "bono demográfico" que se inició en estos años y que los demógrafos calculan que concluirá en 2030 -se trata del periodo en que nuestro país va a contar con la mayor cantidad de población en edad productiva- se está desperdiciando.
La contrapartida a la carencia de oportunidades fue la migración a Estados Unidos, aunque esta válvula de escape perdió fuerza a partir de 2009 como otro efecto de la recesión económica norteamericana; si la deportación de indocumentados mexicanos por el país vecino del norte es un indicador de la dimensión de esta migración, entonces resulta que al final del sexenio el fenómeno se encuentra en el mismo nivel que tuvo cuarenta años atrás (The New York Times, 5 de enero). En estas condiciones, para muchos jóvenes la única salida la ofrece la ocupación informal, esa caracterizada por su baja productividad, y que a mediados del 2012 daba empleo a 14 de los casi 50 millones en que se calcula la población económicamente activa del país (El Economista, 22 de julio).
Muy ligado al tema de un pobre crecimiento económico y a la naturaleza del empleo, está el tema de la distribución del ingreso, corazón de la estructura social mexicana. En un análisis sobre México hecho por el Premio Nobel de economía Paul Krugman, lo mediocre de nuestro crecimiento económico estaba directamente ligado a la desigualdad en la distribución del ingreso (Fundación Konrad Adenauer, Índice de desarrollo democrático de América Latina 2011, México, p. 117). De acuerdo con las cifras oficiales, en 2010 el 10% de los mexicanos más pobres dispusieron de apenas el 1.8% del ingreso corriente per capita en tanto que el 10% de los más afortunados contaron con el 33.9% del total (INEGI, Encuesta nacional de ingresos y gastos de los hogares, 2010, julio, 2011 p. 26). Esta desigualdad histórica y persistente siguió marchando a contrapelo de la supuesta igualdad de la democracia política. En buena medida eso explica el poco aprecio del ciudadano por esa democracia: en una encuesta del 2011, sólo el 40% de los mexicanos dijo apoyar esa forma de gobierno (Latinobarómetro, 2011, www.latinobarometro.org).
Para un México rezagado y estancado en su desarrollo económico, la educación es una de las áreas en que le es urgente avanzar y rápido -en su calidad y su disponibilidad- para disminuir la brecha lo mismo entre las clases sociales dentro y entre México y aquellos países que hoy son los punteros en el desarrollo económico y social. Nuestro país invierte el 6% de su PIB en educación, lo que no es poco, pero el problema está en la calidad de la misma. Pese a lo vital que es mejorar la naturaleza de la enseñanza, el calderonismo no avanzó mucho en esta tarea. Y es que desde su campaña electoral FCH decidió llegar a un acuerdo político con Elba Esther Gordillo y la poderosa maquinaria electoral del SNTE, y fue así que durante el calderonismo se dejó en manos del sindicato la administración de la educación pública en detrimento del interés del conjunto de la nación. Los resultados de la prueba Enlace de 2011 mostraron que el avance en la calidad de la enseñanza fue mínimo. En ese año, el 63% y 60% de los alumnos de primaria examinados obtuvieron resultados entre "insuficiente" y "elemental" en matemáticas y español respectivamente (http://enlace.sep.gob.mx/ba/prueba_en_linea_2011/).
La corrupción ha sido un mal endémico en la administración pública mexicana y denunciada sistemáticamente por el PAN, desde sus inicios. Sin embargo, el dominio de la administración federal por los panistas no cambió mucho este problema. La calificación que Transparencia Internacional dio a México en 2001 en materia de percepción sobre lo extendido de su corrupción fue de apenas 3.7 sobre 10. Para 2011 la situación no había mejorado sino empeorado un poco, pues la calificación de México fue de sólo 3 puntos -Estados Unidos tuvo 7.1 y Guatemala 2.7- y eso dejó al país en el lugar 100 entre 183 países clasificados (www.transparency.org/cpi). Es verdad que hoy México cuenta con la Secretaría de la Función Pública, el IFAI, contralorías, etcétera, pero lo que no tuvo fue voluntad política. El suplemento Enfoque ha revisado una docena de casos sonados donde hubo fuertes sospechas de corrupción pública entre 2007 y 2012. En uno de los eventos alguien terminó en la cárcel, en otros hubo sólo inhabilitación y multas pero en otros nunca se llegó a algo e incluso en alguno la persona bajo sospecha volvió a ocupar un cargo público (Reforma, 5 de agosto).
Por lo que se refiere a la política exterior, el calderonismo simplemente no tuvo ninguna iniciativa de importancia más allá de la Iniciativa Mérida, es decir, de ese acuerdo de FCH con el gobierno norteamericano presidido por George W. Bush en marzo de 2007 para combatir de manera conjunta al crimen organizado y al narcotráfico y que continuó bajo Obama. Esa colaboración entre desiguales, y en los términos que desde hace un siglo ha dictado Estados Unidos para combatir al narcotráfico fuera de sus fronteras, implicó una nueva cesión de soberanía ¿A cambio de qué? Pues a cambio de adentrarnos en un callejón sin salida y de una palmada de Washington en la espalda.
No se avanzó
En el inicio del último año del calderonismo, una encuesta mostró que en México predominaba la sensación de una falta de rumbo de la cosa pública. Más de la mitad de los encuestados (55%) manifestó tener poca o ninguna confianza en el gobierno (Reforma.com, 5 de abril, 2012). El sexenio que se inició con un conflicto postelectoral que hizo imposible la tradicional ceremonia de toma de posesión terminó con otro conflicto postelectoral, con una nueva polarización política, con el partido del gobierno en un lejano tercer lugar en las urnas y resignado a entregar el poder a un viejo partido antidemocrático. Es posible que alguien combine elementos distintos a los aquí presentados y pueda hacer un balance menos duro del calderonismo, pero es muy difícil que pueda elaborar un inventario sexenal que arroje un saldo claramente positivo y que sea creíble.
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