viernes, 13 de junio de 2008

La Toma de la Bastilla

-¿Qué era la Bastilla?

La Bastilla fue una fortaleza mandado construir en 1370 por Carlos V para defender el acceso a París desde la puerta de Saint-Antoine.
Constaba de ocho anchas torres, cada una de 25 metros de altura, con su amplio y profundo foso y sus dos puentes levadizos.
Al crecer la ciudad, la fortaleza perdió su importancia estratégica y posteriormente fue trasformada en prisión del Estado.
Pero el número de presos encerrados en ella durante los reinados de Luis XIV y Luis XV no pasó de 40, en promedio, e incluso esta modesta cifra bajo tanto que, el 14 de julio de 1789, sólo quedaban allí siete reclusos.
Había 19 veces más guardias que prisioneros: cuatro carceleros, siete funcionarios y 120 guardias y oficiales, todos al mando del gobernador, marques Bernard-René de Launay.

-¿Por qué, entonces, odiaba tanto el pueblo a la fortaleza de la Bastilla?

Porque era costumbre encarcelar en ella, sin otra formalidad que una letter de cachet,…

-¿Qué significa "leterdecache"?

Carta lacrada y sellada, que, firmada por el rey o por algún alto funcionario del gobierno, constituía una orden arbitraria de detención y encarcelamiento de cualquiera que hubiese desagradado al rey o a su corte.
El gran Voltaire había pasado en ella casi un año por haber escrito unos versos licenciosos contra la duquesa de Berry (Marie-Louise Elisabeth d'Orléans), y otro escritor, Jean François Marmontel, también fue enviado a esta prisión para que se arrepintiera de sus sarcasmos contra la alta nobleza.
Había, Asimismo, muchos relatos sobre los horrores que se cometían en la Bastilla.
El conde Alessandro de Cagliostro, implicado en el célebre asunto del collar de la Reina, declaró:
"Si me diern a escoger entre la ejecución inmediata y pasar seis meses en la Bastilla, no vacilaría en decir: Llevadme al cadalso".
El 2 de julio, el marques Donatien François Alphonse de Sade, autor de la novela Justine entonces preso en la Bastilla, utilizando un tubo de hierro a manera de megafono, había arengado al pueblo del Faubourg Saint-Antoine. "¡Nos están degollando aquí!" gritaba. "¡Están asesinando a los prisioneros! ¡Venid a salvarnos!"
Temiendo que se repitiera tal llamamiento al pueblo, el gobernador ordenó que lo trasladaran al manicomio de Charenton.
Charles-François Dumouriez, el futuro vencedor de los prusianos en Valmy, llegó incluso a elogiar los alimentos que allí servían:
"Había siempre cinco platos en la comida", escribió, "y tres en la cena, sin contar los postres".
No obstante, la Bastilla era, y con razón, el símbolo mismo del despotismo real. La situación económica en que vivían los parisienses también explica en buena parte el furor popular que estalló el 14 de julio.
El general Marie-Joseph de La Fayette calculaba que, de los 600,000 habitantes de la capital, 30,000 carecían de trabajo.
Un obrero no especializado ganaba entonces de 20 a 30 sous (moneda de cobre equivalente a la vigésima parte de un franco) al día; un maestro albañil, sólo 40.
En aquel período de crisis económica, la hogaza de pan de dos kilos costaba hasta 20 sous.
A las 9 de la noche del domingo 12 de julio el joven baron Thièbault regresaba a París de una merienda campestre celebrada en el bosque de Vincennes. Encotró la capital sumamente agitada; la muchedumbre que llenaba las calles protestando por la destitución de Jacques Necker, ministro de Hacienda, en quien el pueblo había cifrado sus esperanzas para que mitigara su pobreza.
En los jardines de las Tullerías, la caballería, que el Rey había mandado llamar, cargo contra los manifestantes y los disperzó a sablazos.
En la Bastilla, el gobernador Launay sintió que subía la fiebre popular. Ordenó que se transifieran 250 barriles de polvora del Arsenal a la fortaleza y colocó 12 hombres en lo alto de las murallas. Había en las torres 15 cañones, pero resultaban inútiles a corto alcance; por ello, el gobernador hizo que izaran hasta los parapetos seis carretadas de adoquines; en caso de asedio, sus soldados podrían arrojarlos sobre los atacantes.
El 13 de julio lluvia en París, pero ni siquiera el aguacero logró aplacar los encendidos ánimos.
Los parisienses, armados de horquetas, liberaron 25 presos de la cárcel de La Force, situada cerca de la Place Royle. También saquearon varios depósitos de armas, entre ellos el Guarda muebles Real.
En la rue de la Bûcherie, el escritor Restif de La Bretonne observó desfilar a macilentas multitudes, que según él "Parecían decir: Hoy es el ultimo día de los ricos y acomodados. Mañana nos tocará a nosotros: mañana dormiremos en colchón de plumas de cisne".
Al despuntar el alba del 14 los parisienses seguían en las calles. El cielo estaba cubierto de negros nubarrones, soplaba un viento fuerte y la temperatura era baja para julio: 22* C.
A la euforia de las fáciles victories obtenidas los días anteriores había sucedido la zozobra; se decía que varios regimientos leales al Rey marchaban sobre París; corría el rumor de que el regimiento Real Alemán había tomado posiciones en la Barrière-du Trône (Barrera del trono) y de que 15,000 soldados avanzaban por la calle Saint-Antoine.
Durante toda la noche habían llegada a Versalles relevos de mensajeros para comunicr al Rey los últimos acontecimientos de la insurrección que se gestaba y que había tenido en efervescencia París desde fines de abril.
Luis XVI se fue a la cama después de resumir en su diario los sucesos del 14 de julio de 1789 con una sola palabra: "Nada".
Así terminó el gran día que a los ojos del mundo simboliza el fin del despotismo monárquico. Día que se celebra con entusiasmo desde 1790, ninguna otra fecha ha tenido mayores consecuencias en la historia de Francia.

-¿Cómo veían los ingleses los sucesos que acontecían en Francia en esos momentos?

Se sabe la clara apreciación de John Frederick Sackville, duque de Dorset y embajador de Su Majestad Británica en París, que el 16 de julio de 1789 escribió al ministro de Relaciones Exteriores ingles:
"Así, milord, se ha consumado la revolución más grande que recuerde la historia".
Luis XVI fue menos perspicaz. Pasarían meses para que se diera cuenta de que la caída de la Bastilla no sólo amenazaba a su poder, sino su cabeza misma.
El baron Thièbault relataría después en sus memorias que, al salir de su casa por la mañana, encontró un grupo de 500 hombres al frente de los cuales iba un tambor greñudo. Un amigo suyo que acompañaba al grupo le dijo:
"Vamos a los Inválidos, a apoderarnos de los cañones". Thièbault se unió a aquella tropa.
Al llegar a la explanada de los Inválidos ya se habían agolpado allí, delante del foso, entre 8,000 y 10,0000 personas que pedían armas para hacer frente a la carga de los regimientos del Rey, ataque inminente, según los repetidos rumores.
Había en los Inválidos 32,000 mosquetes. Su gobernador, Sombreuil, ordenó poco antes a la guarnición que los inutilizara quitándoles los percutores, pero los soldados simpatizaban secretamente con el pueblo y en seis horas sólo habían desarmado 20 mosquetes.
Sobreuil abrió la reja y salió a explicar que esperaba ordenes de Versalles. La multitud, aprovechando aquella inesperado brecha, entró en tropel. Los soldados de la guarnición permanecieron en su puesto pero no presentaron resistencia.
Los asaltantes se apoderaron de unos 30,000 mosquetes y los repartieron entre todos los que quisieran tomarlos. Aunque ya tenían las armas, los parisienses encontraron poca polvora y pocas balas en los Inválidos. Como sabian que las había en la Batilla, muchos se precipitaron hacia la vieja fortaleza.
Ya se habían agrupado alrededor de la Bastilla cientos de parisienses que empuñaban picas, horquetas y hasta cuchillos de cocina. Y aunque los cañones de Launay no servían a corto alcance, sus hombres (para entonces reforzados con 32 soldados de la Guardia Suiza) estaban armados para hacer de aquella manifestación una carnicería.
Conciente de ello, el Comité Permanente de Electores, que sesionaba en el Ayuntamiento, votó enviar una delegación a la Bastilla. Encabezados por el oficial de infantería Bellon, los emisarios obtuvieron de Launay la promesa de que "no haría fuego sobre la multitud, no la provocaría". Para probar su buena fe, el gobernador invitó a la delegación a almozar allí mismo.
Pero en vez de calmar a la muchedumbre, aquel acto de hospitalidad por parte del gobernador aumento sus temores. Como Bellon no regresó, el pueblo creyó que lo habían hecho prisionero. Un segundo emisario fue a investigar qué ocurría. Launay propuso presentarse personalmente en una de las torres, en compañía de los negociadores, para tranquilizar a los manifestantes. Para entonces crecía considerablemente la multitud. Se oían gritos: "¡Queremos la Bastilla!"
Luego, un tendero de apellido Pannetier descubrió que era muy fácil pasar alinterior de la Bastilla escalando los muros exteriores para llegar al patio del Gobierno, donde estaba el segundo puente levadizo, que daba acceso a la ciudadela propiamente dicha. Siete u ocho hombers armados de hachas hicieron de inmediato la maniobra propuesta y, una vez dentro, rompieron las cadenas que sostenían el puente levadizo exterior, el cual cayó con terrible estruendo y matando a uno de los sitiadores. Al momento se precipitaron 300 hombres por la brecha. Pero no había nadie en el patio del Gobierno, pues toda la guarnición se había retirado al interior de la fortaleza. Algunos soldados apostados en los parapetos de las murallas y en las torres conminaron a la multitud a detenerse. Finalmente, los soldados abrieron fuego cayendo varios invasores.
Afuera, se levantó un grito de la muchedumbre:
"¡Launay rompió su promesa de no disparar! ¡Muera Launay!"
Cundió el rumor de que Launay había ordenado bajar el puente levadizo para que sus tropas tuvieron despejada la línea de fuego sobre la multitud. Este mal entendido costaría la cabeza al gobernador.
En eso, un tal Santerre, cervecero, propuso meter en el patio del Gobierno unas carretas llenas de paja ardiendo. Así se tendría una cortina de humo para cegar temporalmente a la guarnición.
Al mismo tiempo ocurrió frente al Ayuntamiento otra escena crítica.
Dos destacamentos del regimiento de guardias franceses, 62 hombres en total, que habían desertado para unirse a la insurrección, se arremolinaban en espera de órdenes. Fue el momento que escogió Pierre Hulin, de 31 años de edad, para darse a conocer. Había empezado su carrera militar como mocito de tropa; lo habían aascendido a sargento, y luego dejó las armas para abrir una lavandería en Saint-Denis. Varios años después de esta Jornada histórica llegaría a ser uno de los generales de Napoleón.
El fragor de lafusilería que provenía de la Bastilla le inspiró ideas de caudillaje. "¡Amigos míos!" gritó a los 62 soldados. "¿Sois ciudadanos? ¡Sí; lo sois! Entonces ¡marchemos sobre la Bastilla! ¡Allí están degollando al pueblo! ¡Degüellan a vuestros camaradas!"
Los soldados se movilizaron y empezaron a arrastrar cuatro cañones. Cuando llegó a la fortaleza, la columna constaba de 500 individuos.
Mientras esto sucedía, llegó a la Bastilla una tercera delegación encabezada por Delavigne, presidente de la Asamblea de Electores. Pero aún combatían en el patio del Gobierno asaltantes y defensores, por lo cual estos delegados no lograron hacerse oír.
Una cuarta delegación, al frente de la cual iba el procurador Éthis de Corny, intento a su vez llegar hasta el gobernador. Pero al reanudarse el fuego, más cerrado que nunca, el procurador se retiró corriendo.
Eran ya las 3:30 de la tarde. Launay no comprendía por qué no le habían enviado refuerzos, cuando un solo regimiento de caballería habría bastado para salvar la situación. Le repugnaba la ida de utilizar los cañones contra la multitud: cumpliría hasta el final su promesa de no disparrlos. Y tampoco llegaron a arrojarse las carretadas de adoquines sobre los parisienses.
Pero Hulin no tenía tales escrupuloso. Cuando él y los guardias franceses rebeldes llegron a la Bastilla, colocaron sus cañones en posición. Cada uno lanzó una andanada, mas los artilleros eran tan ineptos que las balas apenas arañaron la fortaleza. La inutilidad de estas primeras descargas convenció a Hulin de que debía acercar más sus cañones. Moverlos a distancia de tiro eficaz era operación peligrosa, pues había que arrastrarlos a mano hasta el segundo puente levadizo, precisamente bajo el fuego de la guarnición.
Al observar esta audaz proeza dede lo alto de las murallas, Launay empezó a sentir pánico, aunque las bajas de los defnsores habían sido muy leves hasta entonces: un muerto y tres heridos. "Pareció perder la cabezas por completo", escribiría a su madre el teniente De Flue, comandante de la Guardia Suiza. "Sin consultar con ninguno de sus oficiales… ordenó de pronto a sus tambores tocar a rendición".
Es probable que haya flaqueado su entereza tras dos noches de espera y un día de tensión agobiante.
Ya ondeabn banderas blancas cuando el gobernado rescribió un mensaje:
"Tenemos toneladas de polvora. Nos volaremos y haremos volar todo el distrito si no aceptáis nuestra capitulación".
De Flue había pasado el mensaje a través de un agujero de la puerta de la ciudadela. Job-Élie, ex porta estandarte del Regimiento de la Reina y que había estado muy aactivo con los cañoes de Hulin, leyó en voz alta el mensaje y respondió:
"Por mi honor de oficial, aceptamos. No se os hará ningún daño".
Momentos después bajaba con gran estrépito el segundo puente levadizo. La Bastilla había caído.
Para los insurgentes que entraron atropelladamente era increible lo que presenciaron: 120 soldados presentaban armas, con la boca de los mosquetes apuntando hacia tierra, en formal signo de rendición.
El gobernador, que llevaba puesto un levitón gris, entregó a los vencedores su bastón de estoque con empuñadura de oro. Afuera se escuchaban gritos incesantes: "¡Hemos tomado la Bastilla!"
Era tal el regocijo popular que casi nadie prestaba atención a los acallados sollozos de muchas personas de la multitud: en las seis horas de lucha habían muerto 98 parisienses y otros 60 habían resultado heridos.
Hullin salió de la Bastilla para conducir a los prisioneros al Ayuntamiento.
Al aparecer Launay, la muchedumbre profirió gritos de odio; pese a los esfuerzos de los captores para protegerlo, recibió un sablazo en el hombro y luego alguien le encajó una bayoneta, una vez caido fue rematado a sablazos.
Había empezado el saqueo de la casa del gobernador. Restif de la Bretonne, que acababa de llegar al interior, se quedo consternado ante las escenas que allí presenció. Después escribiría:
"Unos vándalos enloquecidos arrojaban desde lo alto de la torre documentos de inestinmable valor para la historia".
Al mismo tiempo, otros invasores exploraban infatigables cada rincón de la fortaleza. Les parecía inconcebible que quella prisión de tan funesta fama sólo guardara a siete reclusos.
Los prisioneros liberados fueron conducidos en triunfo. Al desvanecerse la alegría incial, la muchedumbre cayó en la cuenta de que dos de ellos estaban locos.
Así, mucho más que una odiadísima prisión, lo que acababan de aplastar ea el símbolo del despotismo.
Por ello resultaba intolerable a los parisienses hasta la vista de aquellas siniestros torres.

-¿Has visitado la fortaleza de la Bastilla las veces que has estado en Paris?

El 16 de julio empezaron a demoler la estructura unos hombres provistos de picos y barras de hierro, y a fines del año no quedaba en pie ni una sola piedra. Actualmente sólo unos cuantos adoquines de diferente color señalan el sitio donde se alzaba la antigua fortaleza en la que es ahora la Plaza de la Bastilla. Pero parte de sus cimientos pueden aún verse en la estación Bastille del metro.

-Qué representó la caída de la Bastilla para el pueblo francés?

La caída de la Bastilla representó, más que nada, un triunfo sobre Luis XVI. Y, de hecho, cuando éste ordenó a los regimientos que tanto atemorizaban a los parisienses volver a sus cuarteles, aquella orden equivalió a legitimar la insurrección.

-¿Qué fue de Luis XVI?

Luis XVI fue llevado al cadalso el 21 de enero de 1793.
Un año antes escribió:
"Perdí mi oportunidad. Debí salir de Francia la noche del 14".
En 1880, menos de un siglo después, la Tercera República consagró esta gran fecha histórica al declararla el Día de la Nación. Desde entonces las celebracones han tenido tradicionalmente un doble aspecto: el regocijo, manifiesto en los bailes que hay por dodequier y la libertad de la que son garantes los soldados que marchan en los desfiles.
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Preguntas:

01. ¿Quién y en qué año mandó a construir la fortaleza de la Bastilla?

02. ¿Cuál fue la finalidad de construir la fortaleza de la Bastilla?

03. ¿Qué representaba la fortaleza de la Bastilla para el pueblo francés?

04. ¿Quién era el rey de Francia en el momento de la toma de la fortaleza de la Bastilla por parte del pueblo parisino?

05. Nombre dos famosos escritores que fueron prisioneros en la fortaleza de la Bastilla.

06. ¿Cómo se llamaba el gobernador de la fortaleza de la Bastilla cuando fue tomada?

07. ¿Cuántos prisioneros había el 14 de julio de 1789 en la Bastilla?

08. ¿Cómo murió el gobernador de la fortaleza de la Bastilla?

09. ¿Es posible visitar la fortaleza de la Bastilla hoy en día?

10. A los ojos del mundo, ¿qué simboliza la toma de la Bastilla?
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