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CARCAJADA DE DIOS
"¿Considera usted que en la sociedad actual se respetan los valores cristianos?”
"¿Cuál es, en su opinión, el mensaje de la Biblia?”
"¿Cree usted en la salvación eterna?”
"¿Está haciendo algo para conseguirla?”
"¿Qué?" Tales eran las preguntas que hasta hace poco tiempo debía ser capaz de responder el ciudadano a quien le tocara en suerte recibir una visita de los Testigos de Jehová.
Fueron otras épocas. Tratábase de cuestionarios relativamente sencillos, tomando en cuenta la envergadura del tema.
Los entrevistadores lucían una paciencia infinita frente al interrogado, acaso por ser conscientes de lo difícil que resulta un lunes por la mañana, cuando uno quizás sale corriendo rumbo al trabajo o se encuentra lavando unas cacerolas apelmazadas, pensar en la salvación eterna.
Pero no era mala idea en lo absoluto.
De hecho, conformaba un eficaz remedio contra la promesa de un día aciago.
Ante la pregunta sobre cuál de todos los mensajes de la Biblia era el verdadero, ¿qué importancia podía tener el precio del desayuno, una estación del metro cerrada o un trámite administrativo obligatorio?
Si por añadidura se toma en cuenta que en el mundo existen miles de evangelistas -cada uno con un programa radiofónico o de televisión- afectos a interpretar un mismo salmo de mil maneras distintas, diciendo que ésa y sólo ésa es la única verdad porque los demás (los que transmiten a esa misma hora en otro canal o país) están equivocados, ¿qué podía ser lo correcto?
La interrogante era para dejar estupefacto a cualquiera.
¡Y qué relación había entre la verdad absoluta y los deberes inmediatos, tales como el pago de la renta o la fecha de vencimiento de la luz?
Cabía quedarse pensándolo largo rato, en un estado en el que lo que menos importaba eran las obligaciones cotidianas.
Sin embargo, desde hace varias décadas los Testigos de Jehová tienen fuertes competidores.
Fueron reemplazados por un grupo más nutrido de individuos que tocan a las puertas de las casas para hacer preguntas todavía más comprometedoras:
"¿Qué marca de cepillo de dientes usa usted?"
"¿Por qué lo eligió?”
"¡Ha padecido enfermedades en las encías?”
"¿Cuál de todas estas marcas recuerda haber visto anunciada en los vagones del metro?"
Estos nuevos visitantes extraordinarios resultaron totalmente distintos.
A diferencia de los religiosos, que entrevistaban por placer y no por dinero, no soportan con estoicismo cualquier respuesta incongruente.
Era admisible que uno respondiera con monosilabos ininteligibles o que desatinara con las palabras bíblicas, pero no hay modo de equivocarse con las marcas de detergentes o de alfombras sin provocar exasperadas reacciones o sin pasar por un retardado mental.
Esa opinión, en efecto, era la que solía albergar el intolerante detentor del cuestionario sobre sus víctimas.
En los últimos tiempos, la competencia ha refinado sus procedimientos.
Ahora ya no sólo pregunta qué marcas prefiere el interpelado, sino qué anuncios recuerda, dónde los ha visto; qué slogan es capaz de repetir y dónde los ha leído o escuchado.
Por si fuera poco, lo obliga a recitarlos.
La semana pasada, uno de estos individuos me leyó una lista larga de frases publicitarias pidiéndome que lo interrumpiera cuando recordara alguna.
Si lo hacia, tenía que decir a qué artículo de consumo pertenecía.
Y no fue todo: quería obligarme a responder cuál de los anuncios incluidos en su lista me parecía el mejor.
-¿El mejor qué? -le dije-. ¿Cree que alguien podría ponerse a ver anuncios por placer o para repetir la experiencia?
-Usted nada más contésteme a cuál le podría un diez.
Además, exigió mi nombre, mi teléfono y mi dirección, como si tuviera derecho a hacerme lo mismo en alguna otra ocasión.
Entonces entendí lo que sucede: estos sujetos son también enviados del Señor, porque Dios se está riendo de nosotros a carcajadas dondequiera que esté.
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