sábado, 31 de marzo de 2012

Educación de un Perro

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Muchos amigos se han acercado para decirme: "no hay modo de que mi perro me haga caso cuando lo llamo" o "tiene la costumbre de subirse a los muebles y de saltarle encima a la gente para hacerle fiestas" o "es imposible enseñarle a que no haga sus necesidades dentro de la casa".
Por estas y otras quejas por el estilo la pregunta de rigor es : "¿que me aconsejas que haga?"

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A lo cual contestó: cualquier perro, por incorregible que parezca, y por largo que sea el tiempo que lleva al lado de su amo, es susceptible de aprender… si el amo se toma la molestia de dedicarle diariamente un rato para enseñarlo.
Entendámonos: el adiestrar a un perro no hará que éste cambie de índole.
Será vano pretender que un animal naturalmente feroz o traicionero o cobarde deje de serlo.
Pero cualquier perro, tenga la edad que tenga, aprenderá a obedecer y a portarse bien, tanto en casa como fuera de ella.
A todo perro que se le tenga en casa se le debe enseñar a obedecer prontamente y sin vacilar cuando se le mande:

1. Colocarse al lado izquierda del amo y marchar a la par suya, tanto yendo atriallado como suelto;

2. sentarse y permanecer así hasta que el amo lo llame;

3. tenderse y permanecer también en esa posición hasta que se le llame;

4. acudir en seguida a la voz del amo; y

5. detenerse en el sitio en que se halle cuando, yendo a alguna distancia del amo, éste le mande que lo haga así.

Además, el perro casero ha de adquirir hábitos de aseo que, por ser en él una segunda naturaleza, impidan que haga sus necesidades dentro de casa. Y es menester también que aprenda a distinguir claramente entre lo que debe y lo que no debe hacer.
El tono de voz en que se le hable es importante para el adiestramiento, y para que, una vez adiestrado no se pierdan los efectos del mismo.
En ese tono el que le indica al animal que el amo manda o regaña o alaba: y, por consiguiente, ha de emplearse, según los casos, el tono que convenga.
Téngase presente, eso sí, que nunca debe gritársele al perro, en vez de hablarles.
El oído de estos animales es más fino y sensible que el nuestro.
Los únicos elementos que necesita quien se propone adiestrar un perro son la traílla y el collar.
La traílla debe es una correa de cuero flexible, y de longitud más o menos igual a la estatura del que la usa.
El collar será de los de nudo corredizo, esto es, de los que llevan una argolla, por la cual pasa el otro extremo, que lleva también otra argolla, destinada a enganchar la traílla.
Con este collar, cada vez que el perro dé un tirón, o cuando el amo tire bruscamente de la traílla, por vía de castigo, lo desagradable de la impresión que siente el animal sirve para traerlo a mejor camino.
Otros dos elementos harían falta son: paciencia y dulzura ambos son en extremo necesarios.
El tiempo que se dedique diariamente al adiestramiento podrá ser de treinta a sesenta minutos.

Para enseñarle al perro a marchar al lado del amo
La traílla se toma con la mano derecha, más o menos por la mitad.
La gaza o lazada de la traílla se coloca de modo que quede alrededor del pulgar o de la muñeca de dicha mano.
La izquierda se llevará libre, a fin de que sirva para acariciar al perro, y para regular la tirantez de la traílla.
Durante la marcha ésta debe ir floja.
El hocico del perro se alineará por la rodilla del amo.
Si por acortar éste el paso o por habérsele adelantado aquel, se pierde la alineación hay que restablecerla dando un tirón brusco de la traílla y diciendo a un mismo tiempo, en tono de mando: " ¡Conmigo! "
Si el perro se rezaga, hay que hablarle en tono cariñoso, darle en seguida dos o tres palamaditas en el muslo y mandar simultáneamente;
" ¡Conmigo! "
No pasará mucho tiempo sin que el perro entienda que, el marchar con el amo, su puesto está a la izquierda y casi pegado a él.

Para enseñarle al perro a sentarse
Tomando la traílla con la mano derecha, lo bastante cerca del collar para que quede tirante y en posición vertical, se coloca la mano izquierda abierta y con la palma vuelta hacia abajo sobre las ancas del perro.
Estando así, a la voz de mando
" ¡Siéntate! " se tira hacia arriba de la traílla en tanto que se empujan hacia abajo las ancas del animal, para que se siente.

Para enseñarle al perro a tenderse
Dense unos pasos hacia atrás a fin de dejar entrar uno y el perro espacio suficiente para que el animal pueda tenderse de cara al amo.
Sujetando la traílla con cualquiera de las dos manos, se levantará la otra a la altura de la cara, en tanto que la que tiene la traílla tira de ésta repentinamente, haciendo chasquear a un mismo tiempo la parte de la correa que queda libre.
Adviértase que el tirón ha de ser repentino. El chasquido será causa de que el perro se agache instintivamente.
El tirón, unido a la voz de mando " ¡Acuéstate! ", completan la lección.
Al tenderse el perro, no hay que hablarle, pues esto lo invitaría a levantarse.
Empléese únicamente la voz de mando dada en el tono que corresponde.
La repetición de este ejercicio acostumbrará al perro a tenderse inmediatamente cuando así se le mande.

Para enseñarle al perro a permanecer en un sitio dado
Cuando el perro se halle tendido, por habérselo mandado así el amo, éste le mandará nuevamente:
" ¡Ahí quieto! ", en tanto que, dándole la cara al perro, se aparta de él, retrocediendo unos pasos.
Ha de cuidarse, una vez dada la voz de mando, de no hablarles al perro, ni menos decir su nombre, pues ambas cosas, y en particular la última, desorientan al animal, echando a perder el efecto de este ejercicio, cuya práctica repetida acostumbrará por fin al perro a permanecer en el sitio donde el amo le haya mandado quedarse, sin moverse hasta que él lo llame.

Para enseñarle al perro a acudir cuando el amo lo llama
Mándesele que se tiende. Cuando lo haya hecho así,
retírese el amo a la distancia mayor que consienta la longitud de la traílla.
En seguida, llámese al perro por su nombre, en tono cariñoso, y dése a continuación la voz de mando:
" ¡Aquí! "
Si se muestra obediente, repítase el ejercicio, dejando la traílla suelta sobre el lomo del animal, y aumentando gradualmente la distancia a la cual se retira el amo antes de mandarle: " ¡Aquí! "
El procedimiento para corregir al perro que no acude inmediatamente cuando el amo lo llama, o al que: estando con el amo, se aparta de su lado y echa a correr por una u otra causa, es el siguiente:
Auméntese el largo de la traílla atando a la misma una cuerda de siete metros, que ha de servir para que el amo pueda, a voluntad, detener al perro o hacerlo volver a su lado.
Si, hallándose juntos, trata el animal de salir corriendo, písese firmemente el extremo de la cuerda.
La desagradable impresión que experimentará el perro al quedar súbitamente detenido en su carrera, ha de aprovecharse como escarmiento.
Es importante para el completo éxito de esta práctica que la voz de mando " ¡Aquí! " coincida con el momento en que el perro, por haber corrido ya hasta donde alcanza la cuerda, siente el tirón.
No debe consentirse por ningún motivo que, una vez que vuelva al lado del amo, se separe de nuevo.
Debe mandarsele " ¡Siéntate! " dejandolo en esa postura durante un momento.
Bastarán unas pocas de estas lecciones para que el perro menos inclinado a la obediencia se acostumbre a acudir apenas se le llama.
Adviértase, empero, que si uno lo castiga o lo regaña inmediatamente después de que ha acudido, no tardará el animal en asociar esto con su vuelta a nuestro lado, y como es natural, no querrá volver.

Para enseñarle al perro a detenerse donde se halle
Muchos son los perros que mueren atropellados por automóviles.
El amo que le ha enseñado a su perro a detenerse y a permanecer donde esté, cuando así se lo mande, podrá librarlo de cruzar la calle o la carretera en las que moriría arrollado.
La manera de enseñárselo es ésta:
Después de haberle mandado al perro que se siente o que se tienda y que permanezca quieto en ese lugar, se alejará el amo a alguna distancia y lo llamará.
Cuando el perro se halle a mitad de camino, levantará el amo el brazo derecho y dará a un mismo tiempo la voz de mando: " ¡Ahí quieto! ".
La práctica repetida de este ejercicio pondrá al amo en capacidad de detener a su perro aunque se halle a varios metros de distancia.

Para que el perro adquiera hábitos de aseo
Esta parte del adiestramiento pide, más que ninguna otra, paciencia y bondad de parte del amo.
A fin de evitar que el perro haga sus necesidades en la casa lo cual podrá suceder principalmente durante la noche, no debe dársele líquido alguno, salvo agua, después de las seis de la tarde.
Importa, además, hacerle comer a horas fijas, pues esto regulariza lo otro.
Las horas en que es indispensable sacar al perro a la calle a fin de que pueda exonerarse son las primeras de la mañana y las que siguen a cada comida.
Al sacarlo con este objetos, se ahorrará tiempo si se le lleva siempre al mismo lugar, pues ello le dará a entender cual es el fin de la salida y hará que se despache más prontamente.
Si durante la noche cometiera el perro alguna falta en la que toca a este punto, hágaselo dormir encerrado en un cajón donde haya apenas espacio suficiente para que se eche con comodidad.
Como todo perro trata de mantener limpia su cama, el verse así se le enseñará a dormir y acabará por acostumbrarse a ser aseado.
Nunca debe pegársele al perro por faltas de esta especie.
Sería cruel, además de inútil, pues nunca alcanzaría a relacionar el castigo con la satisfacción de una necesidad natural.
Lo que debe hacerse es sacarlo con frecuencia, a intervalos regulares. Esto sí lo entendrá.
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No se crea que durante el período del adiestramiento debe el amo prescindir de jugar con el perro y de festejarlo y acariciarlo cuando quiera.
Al contrario, conviene que una y otra cosa vayan juntas; porque cuando el animal se siente contento aprende más pronto y con menos trabajo para el amo.
Con frecuencia se da el caso de que haya que quitarle al perro tal o cual mala costumbre, como, por ejemplo, la de subirse a los muebles.
Esto se consigue con facilidad. Basta poner en el sofá o la cama de que se trate una trampa de resorte de las que se usan para coger ratones.
Tres o cuatro sustos que lleve le enseñarán al perro que no debe acercarse por allí.
Tampoco es difícil corregirlo de la mala costumbre de recibir al amo o a los amigos de la casa poniéndoles encima las patas delanteras en señal de cariño.
Será suficiente que, cuando lo haga así, se le dé un empujón, para hacerlo caer hacia atrás, sobre el lomo.
Cuídese, no obstante, de practicar esto teniendo el perro atraiíllado, y la traílla bien sujeta en la mano, a fin de evitar que el costalazo sea demasiado fuerte.
Raro será el perro que a las dos o tres veces de haber dado consigo en el suelo de esta manera se exponga a que le ocurra de nuevo.
Quien trate de enseñarle a un cachorro acabado de llegar a la casa a que no alborote con sus ladridos, tenga en cuenta que el pobrecillo, recién separado de la madre y asustado como se halla, ha de manifestar su pena y su temor en alguna forma.
Inevitable será, pues, que las dos primeras noches se las pase ladrando y lloriquiando.
Con todo, después de haberlo dejado cómodamente instalado en el sitio donde debe pasar la noche, guárdese bien el amo de ir en su busca, y no consienta tampoco que nadie vaya, por mucho que el cachorro alborote.
El hacerlo así equivaldría a darle a entender que armar ruido es el modo de que no lo dejen solo.
En cambio, todo será que vea que nada saca con alborotar, para que acabe por quedarse calladito.
Los perros ya adultos que les ladran a personas como el cartero, o vendedores y otras personas que van con frecuencia a la casa, y que debieran por lo tanto serles conocidas, proceden así por timidez o por equivocación.
Lo segundo se explica porque el perro, siendo más bien corto de vista, no alcanza muchas veces a conocer
que se halla con algo distante.
Sucede también que cuando la persona se ha acercado ya lo bastante para que el perro la reconozca por el olfato -sentido que es para él mucho más importante y seguro que el de la vista- y sepa de quién se trata, el haberle ladrado antes lo incline a seguirle ladrando, por no dar, como quien dice, su brazo a torcer.
Sea como sea, el mejor modo de corregir a un perro que sea propenso a ladrar sin motivo es llevarlo a lugares muy concurridos con tanta frecuencia como se pueda.
De este modo advertirá que, por regla general, no tiene por qué temer nada del hombre.
A los perros muy ladradores podrá quitárseles la costumbre echándoles de repente agua cuando más entusiasmados estén en ello.
Jamás debe azotarse al perro, a no ser que haya atacado a una persona o a otro perro, sin motivo que lo justifique.
En ambos casos, el castigo ha de seguir inmediatamente a la falta, y hay que aplicarlo con severidad.
Una vez adiestrado en lo que queda dicho, el perro no lo olvidará mientras viva.
Su prontitud en obedecer las ordenes del amo le permitirá a éste manejarlo según convenga, sea que se hallen en la casa, sea que salgan juntos, ya a pasear, ya de visita, ya a un restaurante.
El tiempo empleado en el adiestramiento podrá, pues, darse por bien empleado.
Y recuérdese, en lo que a esto toca, que el perro se hallará siempre dispuesto a complacer al amo, y que lo único que se necesita es que el amo sepa hacerle entender al perro lo que desea.
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