-¡A
ver tío! ¡nárrame un cuento! ¡pero que no sea macabro como esos que
acostumbras!
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-¡Con
mucho gusto Andreita! Es más, estoy seguro que te va a gustar.
-Erase
que se era un niño de pelo color negro azabache. Era hijo de un pescador del
Grijalba. Ambos vivían muy pobremente en un pueblesito; habían sido abandonados por la madre y
esposa al ir en pos de un galán que la había seducido con la ayuda de efectivos
feromonas.
-¿Qué
son los feromonas, tío?
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-¡Oh!,
unas especies de pócimas de amor, pero déjame seguir con la historia.
-Una
noche la barca del padre de Marco Tulio Negroponte, que era como se llamaba el
héroe de nuestra historia, fue echada a pique por una lancha deportiva,
quedando muy grave el señor Negroponte. A la muerte del padre, el niño de 12
años fue recogido por un tío lejano, por parte materna, que era cura en un
pueblito cercano a Altotonga.
-El
buen párroco se esforzó para compensar, a fuerza de paciencia, los sufrimientos
que había tenido Marco Tulio. Pero todos sus esfuerzos fueron infructuosos. El
niño siempre miraba sin mirar las letras que se le habían explicado ya 1000
veces; su cerebro trabajaba lentamente y carecía de fuerza retentiva aún para
las cosas más simples. ¡Hasta la lectura de los monitos le costaba trabajo!
Pero a pesar de todo, no podía tildársele de flojo. Hacía de buen grado cuanto
se le pedía: iba a buscar agua, cortaba leña, ayudaba en las faenas del campo,
arreglaba la cocina y cumplía puntualmente, aunque, eso sí, con una lentitud
exasperante. El rasgo del muchacho que más exasperaba al cura era su
indiferencia absoluta. No hacía nada que no se le ordenase, jamás formulaba
pregunta alguna, no jugaba con otros niños ni buscaba entretenimiento alguno.
En cuanto terminaba con los quehaceres de la casa, se qudaba sentado con la
mirada vacía como de borrego a medio dormir, sin demostrar el más remoto
interés en las cosas que ocurrían a su alrededor. Al anochecer, cuando el cura
fumando su pipa, jugaba sus 3 partidas habituales de Ajedrez contra el coronel
de la guarnición, el ápatico muchacho permanecía sentado junto a ellos, mudo,
mirando al parecer indiferente.
-Una
tarde, mientras los contrincantes estaban absortos en una de sus partidas, un
campesino entró apresuradamente para rogar al cura que se diera prisa para
llegar a tiempo de impartirle la extremaución a su anciana madre que estaba
agonizando. El cura lo siguió sin titubear. Terminando el coronel de beber su
tarro de cerveza, se disponía a salir cuando observó la mirada del pequeño
Marco Tulio, fija sobre el tablero, donde habían quedado las piezas de la
partida inconclusa.
-¿Quieres
terminarla? -bromeó, convencido de que el niño no sabría mover ni una sola
pieza sobre el tablero. Pero el muchacho tímidamente dijo que sí y ocupó el
asiento del cura. Al cabo de 14 jugadas, el coronel quedó vencido y hubo de
reconocer, además, que su derrota no se debió a un movimiento descuidado de su
parte. Jugaron 8 partidas y las ganó todas Marco Tulio.
-¡Alabado
sea el Señor! -exclamó sorprendido el cura cuando a su regreso el coronel le
contó lo que había pasado.
-A
pesar de que era tan tarde, el cura no pudo menos que retar a su casi
analfabeto sobrino. Y también fue vencido con suma facilidad por Marco Tulio.
Jugaba de un modo lento, tenaz, sin levantar una sola vez la cara, pero jugaba
con imperturbable seguridad. En los días siguientes, ni el coronel ni el cura
fueron capaces de ganarle una sola partida.
-El
sacerdote, que conocía mejor que nadie a su sobrino, quiso cerciorarse hasta
qué punto ese talento resistiría una prueba más rigurosa, lo llevó a Altotonga,
la pequeña ciudad vecina, donde en el café de la plza mayor había un grupo de
jugadores de Ajedrez más empedernidos que él, y a los que, a pesar de varias
tentativas, jamás había podido vencer. Ni caso les prestaron en la tertulia
local, cuando a empellones, el cura hizo pasar a Marco Tulio que ya tenía 15
años. El muchacho se quedó en un rincón hasta que el cura lo llamó a una de las
mesas de Ajedrez. Marco Tulio, que en casa del cura nunca había visto la
llamada defensa Siciliana, fue derrotado en la primera partida, la segunda se
la disputó el mejor jugador de aquel círculo, y empataron. De entonces en
adelante, Marco Tulio ganó todas las partidas, una tras otra.
-En
una pequeña ciudad de provincia rarísimas veces ocurren sucesos
extraordinarios, por cuya causa aquella primera aparición de ese campeón se
convirtió para las fuerzas vivas reunidas en un suceso social. Se decidió por
unanimidad que el muchacho prodigio quedase, a como diera lugar, en la ciudad,
por lo menos hasta el día siguiente, a fin de que se pudieran congregar los
demás integrantes del Círculo de Ajedrez, y, así sobre todo, informarle al
anciano don Rómulo Raña, el cacique de la región, obviamente prominente miembro
del PRI, el hombre más rico en la comarca con grandes extensiones cultivadas
con árboles frutales y además un ajedrecista fanático.
-El
cura, a pesar del orgullo que le embargaba por ser el tío y descubridor del
campeón, no quiso descuidar su obligado oficio dominical, por lo que decidió
dejar a Marco Tulio para que fuese sometido a una nueva prueba.
-El
joven fue alojado por cuenta del Círculo de Ajedrez, en el hotel de Altotonga,
donde aquella noche vió por primera vez en su vida un cuarto de baño. A la
tarde del domingo siguiente, el salón del café estaba repleto de gente. Marco
Tulio, sentado durante 4 horas, inmóvil, frente al tablero de Ajedrez, venció
uno tras otro a los jugadores, sin decir una sola palabra y sin levantar
siquiera una vez la cabeza. Por último, alguien propuso que se jugasen unas
partidas simultáneas. Paso largo rato para hacer comprender al muchacho que en
una sesión de simultáneas él debía jugar al mismo tiempo contra varios
adversarios. Pero en cuanto Marco Tulio se dió cuenta de lo que se trataba, se
adaptó inmediatamente, y pasando lentamente de una mesa a la otra, terminó
ganando 17 de las 18 partidas.
-Acto
seguido se originaron grandes deliberaciones, aun cuando, en un sentido muy
estricto, el nuevo campeón no era hijo de la ciudad, el orgullo local se había
exacerbado. Acaso la pequeña ciudad, de cuya existencia difícilmente se había
tomado nota hasta ese entonces, estaba en vísperas de alcanzar el honor de que
uno de sus hijos recorriese el mundo hecho un hombre famoso.
-Un
agente apellidado Arredondo, el mismo que de ordinario se limitaba a contratar
vedettes para el cabaret de Altotonga, se declaró dispuesto -con la sola
condición de que se sufragasen los gastos de pensión por espacio de un año- a
cuidar de que el muchacho fuese perfeccionado profesionalmente en el arte del
Ajedrez por un excelente maestro de su conocimiento, radicado en Xalapa, Don
Rómulo Raña, que en 40 años de cotidianas partidas de Ajedrez, jamás se había
enfrentado con un contrincante tan extraordinario, se comprometió en el acto a
pagar la suma necesaria. Ese día se inició, pues, la asombrosa carrera del hijo
del pescador.
-Al
cabo de medio año, Marco Tulio dominaba todos los secretos de la técnica
ajedrecistica, pero, a decir verdad, con una extraña particularidad, que más
tarde fue objeto de numerosas bromas por parte de los envidiosos entendidos en
la materia. Ha de saberse que Marco Tulio nunca logró jugar una sola partida de
memoria, o, para emplear el término técnico, a ciegas. Necesitaba tener a la vista
siempre el tablero con las piezas; aún en la época de su fama mundial llevaba
constantemente consigo un pequeño tablero de bolsillo, para reproducir ante sus
ojos las distintas posiciones. Ese defecto, insignificante de por sí, revelaba
una ausenca de imaginación, más aquella rara peculiaridad no retardó en
absoluto su estupenda carrera. A los 17 años ya había ganado una docena de
premios de Ajedrez, a los 18, el
Campeonato de Estados Unidos, y a los 21, por fin, el Campeonato Mundial. Los
grandes maestros, cada uno de los cuales le superaba grandemente en dotes
intelectuales, en fantasía y audacia, sucumbían a su lógica fría y tenaz, e
igual que Anibal a Fabio Cunctator, quien también había demostrado en su
juventud esos rasgos llamativos de decidia e imbecilidad, fue así como Marco
Tulio se introdujo en la ilustre galería de los campeones de Ajedrez -fue el
primer personaje absolutamente disímbolo, un aldeano taciturno a quien ni aún
el periodista más avezado logaba sacarle una sola palabra que hubiera podido
dar pie a una entrevista...
-¿Y
qué más pasó tío?
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-¡Ay
Andreita! ¡éste fue un sueño que tuve el martes pasado y ahí me despertó tu tía
Sofía porque ya se me hacía tarde para ir al trabajo!
-¡Ay tío! ¡vete a
dormir para que te sepas la continuación!
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Adaptado de: Una partida de Ajedrez. de Stefan Sweig (1881-1942)
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