Eduardo
Monteverde
Las armas se cultivan con más esmero que
todas las formas del arte.
Son
parte de la literatura, el cine y la plástica.
Muchas
personalidades estarían incompletas si no delinearan su perfil con un artefacto
de fuego.
Se llega al extremo de decir que es el
gatillo el que empuja al dedo y no a la inversa.
Las
armas se han convertido en parte del cuerpo.
El
antropólogo Robert Adrey insiste en que el hombre es un depredador cuyo
instinto natural es matar con un arma. Y es un asesino certero.
De un grupo de 693 casos registrados en
el forense de la capital, 265 heridas fueron penetrantes en el cráneo, 177 en
tórax, 138 en tórax y abdomen, 69 en el abdomen, 44 en el cuello.
En la ciudad de México, según cifras de
la Procuraduría, se comete un promedio diario de 1.55 homicidios intencionales
con arma de fuego, mientras que los asesinatos por arma blanca tienen un
promedio diario de 0.45, y es que resulta fácil adquirir desde una pistola
hasta una metralleta.
Estos
cachivaches ya son parte de la cultura de los tianguis.
En la Buenos Aires, Tepito, San Felipe,
en mercados donde hay baldíos, se venden y prueban armas de todos tipos.
Una AK-47 de
fabricación china (cuerno de chivo), cuesta 1,500 dólares, si la transacción se
hace en Mac Allen, el precio baja a 900 dólares. En Houston, la cifra es de 750
dólares. Pero si el modelo es checo, se puede obtener el rifle hasta en 395
dólares.
Una Colt .380
Gobernment se consigue por 500 dólares, más o menos el mismo precio de una
Smith and Wesson 9 mm de ocho tiros.
No hay
problemas para el abastecimiento de cartuchos.
Comandantes judiciales consultados,
revelan que es por los puertos bajacalifornianos por donde entran los grandes
contrabandos.
Algunos son intercambiados por drogas.
También se
abastecen de estas armas los grupos guerrilleros centroamericanos, o los de
Chiapas.
Si se va de "chopin" a la
frontera norte, es fácil contactar empleados en las armerias, que colocan la
mercancia en territorio mexicano.
"Los tiroteos son la plaga del
siglo XX y el siglo XXI" -dice Chester Himes, escritor norteamericano de
novela negra, testigo e intérprete de un mundo que enloquece.
En su país
es aún más fácil hacerse de una pistola.
En Omaha, Nebraska, se ha vuelto un
deporte el tiro al blanco a las casas de los pacíficos moradores.
Bandas de
muchachos clase media, en torno a los 16 años, sin afán de atracar y sólo con
la voluntad de la destrucción, perforan los porches, las ventanas y las
jardineras sembradas con margaritas.
El propósito
es elemental, el simplemente sentirse poderosos con el arma. Y mientras ésta
sea más grande mejor. Los chiquillos se sienten ridiculos portando una .22 o
.32, armas baratas y femeniles que no cuestan arriba de 50 dólares. Envidian a
quien empuña una .38. Cuestión de estatus.
Los primeros en desaparecer del
vecindario fueron los pájaros.
Ahora siguen los
adolescentes. Algunos sobreviven paralizados con una bala que les atravesó la
garganta y se les alojó en la columna.
El
"¡Bang!" y el "¡Aaaargh!" de los "comics" pasan
de la caricatura a la tragedia de la realidad.
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