martes, 23 de junio de 2015

Anécdotas (Julio César)


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ANÉCDOTAS DE 
JULIO CÉSAR


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Los Piratas

Cierto día Julio César se encontraba en una nave que fue abordada por los piratas sin encontrar resistencia debido a la experiencia en el pillaje que poseían los piratas.
Al hacer proceder a identificar y fijar la tarifa por cada prisionero en la embarcación, el jefe de los piratas decidió que pediría por Julio César 20 talentos. No esperaba lo que oiría a continuación:
-Te has equivocado conmigo. Mi categoría es mucho mayor de la que me has otorgado. No quiero perjudicarte. Mi precio no son veinte talentos sino cincuenta, que es lo que te darán por mi persona.
Los piratas sorprendidos al oir semejante respuesta, estallaron en carcajadas, pero César insistió:
-No permite mi orgullo ser catalogado tan bajo.
-De acuerdo -sonrió el jefe de los piratas-, puesto que tal es tu deseo, pediremos por ti cincuenta talentos, pero como me eres muy simpático, aunque tus amigos no den por ti más que los veinte talentos, también quedarás en libertad.
Para desgracia de los piratas que lo secuestraron, el futuro emperador del imperio romano, Julio César, cumplió la promesa que les hizo poco después de ser secuestrado.
-Como guste, pero -añadió César con voz de trueno-, te advierto que más adelante los colgaré a todos de los palos de esta misma nave.
-Luego de esto, Julio César envió cartas a sus amigos para que juntaran el rescate y permaneció en compañía de los piratas, teniendo un comportamiento muy peculiar, según cuenta Suetonio:
"Pese a lo difícil de la situación, César se instaló entre los piratas como si fuese un invitado, y casi un amo. Los piratas, asombrados ante aquella gallardía y aquella casi temeridad, acabaron por profesarle cierto afecto, acrecentado por la edad del prisionero.
Estuvo entre los piratas treinta y ocho días, durante los cuales efectuó varios experimentos, como , por ejemplo reunirlos a su alrededor obligándoles a estar callados. Entonces, les dirigía la palabra para ver qué impresión les causaban sus discursos. Y sobre todo, le producían a él mismo. Los piratas, gente torpe e inculta, no solían entenderle y entonces los increbapa furioso"
Luego de ser liberado, Julio César se movió rápidamente a Mileto donde reclutó hombres y armas para reforzar varios barcos y sin perder un segundo se dirigió a la isla de Farmacusa donde supuso que todavía se encontraban los piratas, a los que agarró desprevenidos y consiguió apresar. A continuación se dirigió a Junio, quien era el representante de la autoridad y figura encargada de inflingir el castigo para ellos. Junio no se interesó en el castigo sino en el dinero de los piratas, que fue dado por Julio César sin antes tomar una parte para sí. Julio César insistía en que Junio castigara a los piratas pero éste ni se inmutaba y al ver pasar los días, Julio César fue él mismo a Pérgamo, sacó a los piratas de la cárcel y los colgó de los palos de su nave, tal como lo había prometido.
El episodio de Julio César con los piratas le dio más fama y reputación en Roma, donde la noticia había encontrado buena acogida.
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¡La suerte esta echada!

Presionado por Pompeyo, el Senado romano había declarado enemigo público a Julio César.
Al saber tal decisión, éste se vio obligado, si no quería verse aplastado por sus opositores, a tomar una determinación suprema: violar la ley, ponerse al frente de sus tropas, penetrar en Italia y mostrar a todos que no le asustaba una guerra civil, y que si se trataba de un duelo a muerte, se defendería.
Estando todavía en suelo galo, Julio César tomó la decisión de apoderarse de Rímini, primera ciudad italiana que se hallaba atravesando el río Rubicón, que servía de frontera.
Antes de pasar el riachuelo que marcaba el límite de la Galia Cisalpina, Julio César se detuvo.
A la vista de la frontera, y antes de ejecutar un acto tan importante y grave como era violar las respetadas leyes romanas y desencadenar una guerra civil, se detuvo dudoso y pensativo.
Mas al cabo de un rato se lanzó al río, pronunciando la célebre frase:
"¡La suerte está echada!"
(Alea jacta est).
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Mensaje lascivo

Los senadores romanos Julio César y Catón se hallaban inmersos en una agria discusión sobre la conjura de Catilina cuando, de repente, el primero recibíó una nota que se puso a leer en privado.
Catón vio la oportunidad de encender los ánimos y dijo que Julio César hacía muy mal en leer mensajes de los enemigos de la patria.
Entonces César entregó el escrito a Catón.
Éste vio con estupor que se trataba de un mensaje lascivo de su propia hermana, Servilia, amante de Julio César por aquel entonces.
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